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Reportajes

28 de Diciembre de 2020

La pandemia me cambió

El encierro y las medidas sanitarias trastocaron la vida de millones en Chile y el mundo. No sólo cambiaron hábitos sino que remecieron quiénes éramos. Aquí, cuatro testimonios que evidencian hasta dónde este 2020 revolucionó nuestras vidas.

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La primera cuarentena en la Región Metropolitana llevaba un par de semanas, pero Horacio Hevia (46), estando solo en su departamento, la resintió como si se tratara de un siglo. Su barba comenzó a crecer de manera desprolija, sus pantalones le comenzaron a quedar sueltos y la percepción de él mismo se cayó al suelo. 

No le gustaba verse. O más bien, no podía verse.

Al salir de la ducha o al lavarse los dientes, sufría mirando los detalles de un cuerpo que le parecía ajeno y desagradable. Al tener reuniones telemáticas con sus compañeros de trabajo apagaba su cámara para no verse. Comenzó a odiar su propia voz y su identidad.

La inconformidad con su persona llegó a tal punto que un día tomó algunas hojas blancas de una resma y las pegó tapando los espejos de su casa. Solo, como pocas veces en su vida, Horacio se dio cuenta que no podía lidiar con él mismo. En la soledad. 

Pero ¿qué serie de acontecimientos lo llevaron a ese lugar? ¿Todos se sentirán así en el encierro? ¿Cómo se podría escapar de ese infierno?

Entre las hojas, su silueta se dibujaba como un cuerpo amorfo. 

¿Quién era ese Horacio?

Hasta antes de la pandemia, Horacio parecía tener una vida ideal. Hacía siete años que era dirigente sindical de la Universidad Finis Terrae y lideraba una federación de sindicatos de trabajadores de la educación (Feseduca) con más de 2.000 socios.

–Me hice muy dependiente de la interacción con más seres humanos y en esta pandemia, por primera vez en mi vida, me quedé solo.

Horacio tiene dos hijas y está divorciado. Pese al distanciamiento con su ex pareja mantienen una buena relación, lo que decantó en que cada uno estuviera a cargo de las niñas cada 15 días. Pero, por el miedo que supuso el contagio, las pequeñas se quedaron indefinidamente con su madre. 

–Vivimos a ocho cuadras, pero dijimos no salgamos. Me tocó de cerca ver a alguien que se murió, entonces nos vino el miedo.

A partir de ese minuto, a finales de marzo, cuando el virus comenzaba a expandirse por el país, Horacio se quedó solo en su departamento durante 45 días. 

–Era una rutina de mierda. Lo que me destruyó era levantarme, sentarme y trabajar, que llegara la noche y acostarme. La vida era pasarme del living a la pieza.

Fue allí cuando Horacio decidió que ya no se quería ver. 

–Empecé a decir ¿para qué me voy a vestir? ¿para qué me voy a bañar? Estaba super deprimido y no me di cuenta. Me aburrí de mi mismo: no quería ver mi cara. Se levantó un yo paralelo que empecé a odiar.

La situación de Horacio se mantuvo hasta que, junto a su ex pareja, decidieron que sus hijas podían volver a su departamento. 

–Se quedaron un mes. Ahí dije no me pueden ver así: me afeité, me lavé el pelo y planché mis camisas. Pensé que me debía a ellas y que iban a juzgarme. 

El bienestar duró lo que permanecieron las niñas en casa. Horacio entendió que su motor estaba en los demás. 

–Cuando tenía que mostrarme socialmente con alguien más era capaz de cambiar mi estructura, pero cuando estaba solo me daba lo mismo todo. Eso lo he ido de a poco superando.

Consciente de su problema, Horacio intentó trabajar en ello y sobreponerse: 

–Me di cuenta de que no hay tiempo que perder. Cada segundo que pasa es válido para hacer cualquier cosa que te haga feliz, pero la felicidad no es automática, no se trata de ser exitoso, se trata de compartir ese éxito, no se puede estar feliz en una isla. 

Poco a poco, la silueta desdibujada a través de las hojas en el espejo desapareció. Hoy Horacio puede volver a mirarse.

Nuevamente le gusta lo que observa.  

El encierro me hace bien, me hace mal

Los nuevos códigos de relaciones sociales por la pandemia, sin duda, han cambiado la vida de las personas. Así lo reconoce la psicóloga clínica y académica de la UDP, Guila Sosman. 

–He visto que ha crecido la depresión, la angustia y la ansiedad. Pero es innegable que hay efectos negativos y positivos. A las personas que sufren de cuadros ansiosos o trastornos mentales, la pandemia los puede perjudicar, pero para otros puede significar una instancia de autoreflexión.

Desde Vallenar, Lenny Donoso, de 22 años, reconoce que ese ha sido su caso.

Antes de la llegada del coronavirus, la vida de Lenny estaba marcada por un embarazo juvenil y una relación tormentosa y violenta, con un hombre que la superaba por 6 años en edad. A los quince, se fue a vivir con él y su maternidad adelantada convirtió su vida en algo monótono y gris

Ella, fanática del maquillaje, los tatuajes y del cosplay disfrutaba compartir sus looks en redes sociales, algo que al padre de su hijo no le parecía, por lo que siempre terminaban siendo un motivo de discusión. 

–Yo igual mostraba una parte sensual y había muchos problemas por eso. Vallenar es una ciudad pequeñita y él me decía que yo no lo tenía que hacer más, que ya era mamá, que qué iban a pensar sus amigos..

Lenny asegura que con el tiempo su conviviente se tornó cada vez más violento con ella, llegando incluso a agredirla por celos.

Tras seis años de relación, Lenny terminó su pololeo antes de comenzada la pandemia. Pese a la separación, ella seguía inestable. Entró en un cuadro depresivo, dejó de comer y adelgazó hasta los 38 kilos. Además, el dinero que ganaba como vendedora en una farmacia, apenas le alcanzaba para pagar un espacio donde vivir junto a su hija. 

Y llegó la pandemia y con ella, un cambio radical para Lenny. Un cambio radical, pero positivo, que vino de la mano de un talentoso tatuador, con quien comenzó una nueva relación. Ambos compartían gustos estéticos y Lenny comenzó a darse cuenta de que podía tener una pareja a la que no le molestaran sus formas de expresión.. 

Los dos se estaban conociendo cuando las restricciones sanitarias llegaron al norte. Por la crisis, las ganancias de Lenny, bajaron considerablemente. Con la merma económica ya no podía seguir financiando el arriendo y fue en ese momento, cuando su nueva pareja le ofreció vivir con él. 

Ellos apenas se conocían hace tres meses. Aceptar fue una apuesta.

–Yo no estaba muy bien en esa época, pero él me ayudó. Los primeros meses yo seguía con crisis de ansiedad por mi antigua relación. Me venían llantos en la noches, estaba muy estresada hasta que comencé a focalizarme en lo que estaba haciendo mal. 

Pese a las dudas iniciales, Lenny reconoce que sus incertidumbres se fueron disipando y que la relación entre ambos comenzó a funcionar. Poco a poco, ella mejoró sus hábitos de alimentación, recuperó su peso y su nueva vida la impulsó a ir a terapia.

–El sicólogo me dio muchas ideas para plantear lo que yo sentía en base a cosas positivas. Empecé a dibujar, tomé clases de maquillaje. Ocupé mi tiempo en hacer cosas que me gustan. 

2020 se transformó en una salvación. Lenny piensa que le ayudó a superar sus trabas y a valorarse como persona. También a entender que una pareja no puede estar por sobre su libertad. 

–El hecho de que la pandemia me haya obligado a empezar a vivir con mi nueva pareja me liberó un poco. Con esto también me acerqué bastante a mi familia. Yo me había alejado muy chica de ellos por mi expareja. Cuando pienso en estos meses, siento que el Covid me ayudó a recuperar lo que había perdido. Sin el encierro, no hubiese reflexionado sobre lo mal que estaba mi vida. Aquí tuve un tiempo para autoanalizarme y creo que a muchos nos faltaba ese tiempo. 

Separados en el encierro

Más de la mitad de la vida de Manuel Ortiz (79) no se puede explicar sin la de su esposa. Él, antiguo militante del PC, partió al exilio en 1974 a Venezuela. Años más tarde, se casó en segundas nupcias con la venezolana Anatolia, de la que nunca más se separaría, hasta este año.

Manuel viajó a Chile a comienzos del 2020. El Covid, por esos meses, se veía lejano y en los noticieros no era más que una anécdota de personas contagiadas por beber sopa de murciélago en el mercado Wuhan. 

Aquí, vería a sus familiares cercanos. Él estaba feliz por el reencuentro, principalmente por volver a ver a una de sus nietas, quien encontró un buen empleo como periodista, lo que le provocaba mucho orgullo. 

Pese a ello, la razón principal de su viaje era otra. Tenía que realizar trámites para el cobro de su pensión como exonerado político. El virus llegó al país, en medio de esas diligencias. 

Por el cierre de fronteras, Manuel se quedó en la casa de su nieta, ella atareada por su empleo financió a una cuidadora para que lo atendiera durante el día. El encierro se volvió particularmente duro para él, principalmente por la lejanía con Anatolia. 

 –En octubre, cumplíamos cuarenta años de matrimonio y tuvimos que saludarnos por teléfono. Lo mismo pasó con mi cumpleaños y el de ella. Es muy duro estar lejos de la compañera de uno.

Han pasado ocho meses en los que Manuel no ve a su mujer. En este tiempo, ha podido reflexionar sobre lo gris que se torna la vida sin un amor y también en proyectar un reencuentro con Anatolia, el que podría darse gracias a la posibilidad de un vuelo humanitario.

–Solo quiero estar en la mesa con ella y mi familia en año nuevo, es lo único que espero.

Sobre la situación de los adultos mayores en el encierro, el psicogeriatra del Instituto Nacional de Geriatría, Roberto Sunkel, señala que distintos estudios extranjeros indican que los adultos mayores se han enfrentado a la pandemia de mejor manera que los más jóvenes.

“Los mayores lo llevan mucho mejor que las personas más chicas. Lo único que crecía era el sentimiento de soledad. Acá aparece el concepto de resiliencia(…) imagina el caso que me cuentas (de Manuel), se fue del país en dictadura y logró rearmar su vida”.

Pese al dolor que se transmite en las palabras de Manuel, en el contenido de sus reflexiones se desliza algo de esa fortaleza que habla el doctor:

–Yo he ganado un año: he ganado experiencias, he conocido gente buena. Las personas que contrató mi nieta me dan apoyo porque hay días que estoy muy tembloroso y además he estado con mi nieta que es mi ángel. Eso ha sido lo positivo de este año.

Lo mejor que me pasó en la vida

Hace algunos años, el argentino Luciano Schuller (32) retornó a Buenos Aires de un viaje por Europa que le dejó una sensación de vacío. El viaje no cambió sus perspectivas ni le entregó el rumbo que buscaba para hallar lo que quería hacer con su vida. 

Con todas esas incertidumbres, Luciano entró a trabajar como diseñador gráfico en la reconocida plataforma de viajes Despegar, donde cimentó una promisoria carrera, la que le valió una oferta de trabajo en la sede de Santiago de Latam en 2018. 

 A pesar del éxito que significaba su nuevo puesto, nunca terminaron por convencerlo las rutinas de reuniones, la vida de oficina, corbatas y camisas.

A raíz de la crisis económica en el sector aéreo por el covid-19, Luciano comenzó a trabajar desde su casa. Se quedó varios días en su departamento.

Encerrado, se aventuró a cocinar pan viendo recetas en vídeos de Youtube. La experiencia de masajear la mezcla de harina, agua y la sal -cuenta hoy- le trajo todas esas respuestas que durante años buscó. Si para muchos cocinar en pandemia fue una anécdota, para Luciano significó encontrarse con su vocación. 

–Al principio mi objetivo fue hacer pan en mi departamento para comerlo. Ocupé el encierro en producir algo positivo. Venía años añorando con contar con ese tiempo y con la pandemia no teníamos otra opción. 

A los pocos meses de esa experiencia, la reducción de trabajo se convirtió en un despido. Luciano asegura que no lo lamentó. 

–Yo sabía hace rato que no quería seguir en eso, no le encontraba sentido a hacer carrera dentro de una compañía. Yo quería forjar mi propio camino.

Sin un trabajo tradicional, Luciano optó por perfeccionar su técnica de cocina. Descubrió un mundo de otras personas como él. También se interesó en el fenómeno de la masa madre; que consiste en una fermentación que entrega levaduras naturales que se obtienen simplemente de la mezcla de harina, agua y paciencia.

La elaboración de pan lo entusiasmó a tal punto, que incluso trabajó tres meses en la cocina de un restaurant. Dice que ganaba poco, pero tener la oportunidad de cocinar el pan y las masas de pizzas todos los días fueron una experiencia valiosa para él. 

Incluso dejó su departamento y se mudó a una casa con un amigo, para tener mayor espacio en la cocina y perfeccionar su técnica. 

Hoy, Luciano se apronta a visitar a sus familiares en Buenos Aires, a quienes no ve desde el comienzo de la pandemia. Planea volver a Chile y financiarse con sus preparaciones. Aunque reconoce que el dinero, por ahora, está en un segundo plano. 

–Siento que mi mundo interior cambió, empecé a reconocerme. Este nuevo Luciano me gusta más, definitivamente. 

Al mirar en perspectiva este año y pensar en lo que la pandemia y el encierro significó para él, Luciano Schuller tiene una respuesta clara:

–Fue lo mejor que me pasó en la vida. 

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