Ausentismo, alegrías, decepciones y recuerdos. Todo eso construye mi experiencia como presidenta de la mesa 3M en el Liceo Javiera Carrera, en el centro de Santiago. Éstas son las historias y escenas de las que fui testigo; y que representan las contradicciones y diversidades del país.
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Cuando me siento a redactar este texto, la noche del domingo, siento y pienso muchas cosas. Más allá del cansancio físico y mental que significa ser vocal -o cualquiera de las labores que alguien pudo haber desarrollado este fin de semana en las elecciones-, reflexiono sobre qué significa mi mesa en particular en todo este intenso proceso.
Me gusta creer que, de una u otra manera, las experiencias de las cuales fui testigo en la mesa 3M del emblemático Liceo Javiera Carrera, en Santiago Centro, son una pequeña muestra de lo que Chile vivió en estos comicios históricos.
He aquí el por qué.
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349 personas componen el padrón electoral de esta mesa. De éstas, al menos tres tienen un RUT inferior a 1.000.000. El número de documento de una de ellas es de alrededor de 280.000. Difícil que venga a votar. Decenas de otros inscritos para sufragar tienen cédula de identidad entre el millón y los cuatro millones. Una votante pide ver si su madre aparece en el padrón de la mesa y se emociona. Su mamá murió hace casi dos años, pero su nombre sigue ahí.
José Luis Gumucio, delegado de la Junta Electoral en este liceo, afirma que eso se debe “probablemente a la falta de actualización de información entre el Servicio Electoral y el Registro Civil”. “Lamentablemente no tenemos el dato si una persona votó o no en una elección anterior. Quizás, si supiéramos que no votó en las últimas cinco, seis elecciones podríamos decir ‘difícil que venga votar a ésta’, pero no podemos hacer eso. Y menos considerando que, en estos procesos que tienen una connotación particular, como el plebiscito o la elección de constituyentes, gente que antes no votaba lo está haciendo por primera vez”, añade.
Decenas de otros inscritos para sufragar tienen cédula de identidad entre el millón y los cuatro millones. Una votante pide ver si su madre aparece en el padrón de la mesa y se emociona. Su mamá murió hace casi dos años, pero su nombre sigue ahí.
A lo largo de los dos días, al liceo acuden decenas de adultos mayores. Son quienes componen la mayoría de las más de 30 mesas del local. Uno de ellos, una señora de más de 90 años, arriba al colegio en una bicicleta con carruaje, acompañada de su enfermera y un hombre joven que la maneja. Se ve como la Reina Elizabeth. Todos -asistentes del Servel, policías, militares, periodistas y votantes- observan cómo ella saluda con la mano mientras ingresa al establecimiento, es trasladada a una silla de ruedas y retiene con fuerza su pequeña cartera marrón, donde porta sus documentos. Al cabo de algunos minutos, hace el proceso contrario y se va en el mismo vehículo, mientras comenta en alto y buen tono por donde pasa: “Misión cumplida. ¡Misión cumplida!”.
Sin tanto revuelo votan dos monjas del Convento de la Visitación, de la calle Huérfanos. Son de las pocas que lo hacen desde el estacionamiento del liceo. Quizás porque tienen movilidad reducida, lo que obliga a los encargados de su mesa a dirigirse con las papeletas de sufragio hasta ellas. Quizás porque no quieren llamar la atención. De acuerdo con el convento, quienes pertenecen a éste deben vivir con un espíritu de profunda humildad y seguir los votos de pobreza, castidad y obediencia.
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O. -quien pidió no ser identificado- llega con un torpedo en sus manos. Pero O., por estar registrado como perteneciente al pueblo mapuche, tiene derecho a votar o por candidatos constituyentes generales, o por los aspirantes a los siete cupos reservados de ese sector indígena.
Cuando le decimos a O. que tiene esa opción, se pone ansioso. “No lo sabía”, dice. “¿Cómo hago para ver los candidatos?”, pregunta. Le indicamos el sitio del Servel. Se sienta a ver sus nombres. Anota algunos cuidadosamente en una hoja. Los busca en internet y al cabo de un rato dice estar preparado.
Sin embargo, tras ingresar a la cabina, nos llama. Cuenta que no ve ni su candidata a alcaldesa, ni su candidato a concejal en las papeletas. Me pide, como presidenta de mesa, que lo apoye y me revela quiénes son. La sorpresa: pertenecen a otro distrito. Cuando le comento, se apena, dice que realmente quería votar por ellos, pero que aun así va a apoyar a alguien de sus pactos. Deposita los votos en las urnas con una sensación amarga, un poco entristecido. Pese a eso, indica que tratará de entender mejor el sistema para las próximas elecciones.
En la otra vereda, C. -quien también pidió resguardar su identidad- igual tiene derecho a votar por algún candidato mapuche. “Lo sé, pero no quiero. Pásenme la papeleta de candidatos generales”, pide.
El voto de O. fue el único de la mesa para un representante mapuche.
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Rafael llega a la mesa entusiasmado. Es su primera vez votando en Chile. Venezolano, vive en el país desde hace alrededor de cinco años. Es uno de los más de 348.000 extranjeros habilitados para sufragar en estos comicios.
“¡Ya va! ¿Esas son las papeletas? Son enormes. Como un testamento”, afirma, riéndose. Su comentario es uno de los tantos que hemos escuchado al respecto en estos días. “Cartulina de colegio”, “sábana”, “pergamino” fueron algunas de las palabras usadas por los votantes para describir, en particular, a las papeletas de constituyentes y concejales.
“Qué rico es votar y saber que no manipularán mi voto. Me voy contento”, se despide Rafael. La señora que le sigue en el proceso le sonríe con los ojos.
Por otra parte, un votante más tarde me dice a mí -medio en broma, medio en serio- que no entendió mi español. “¿Qué? ¡De nuevo! Jajaja. Es que no erí chilena”, me comenta. Le contesto, un poco incómoda con la situación, que soy brasileña-chilena y que es muy difícil, imposible casi, perder el acento.
“Cartulina de colegio”, “sábana”, “pergamino” fueron algunas de las palabras usadas por los votantes para describir, en particular, a las papeletas de constituyentes y concejales.
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Una mujer de alrededor de 40 años llega a votar y, aprovechando que no hay nadie esperando, se pone a conversar. Cuenta que le gusta sufragar sola y comentar sobre las elecciones con los demás. Que se siente independiente y empoderada al hacerlo.
Otras personas están agradecidas por contar con compañía. Una madre que viene con su hija; dos hermanas que votan en la misma mesa, se sacan fotos mutuamente y compiten por quién lo hace más rápido; una joven que viene con su perrito Beagle agarrado a su espalda en una mochila. Y una señora que pide entrar a la cabina con su marido. “Llevamos treinta y cinco años de casados, tenemos tres hijos y dos mascotas. Todo lo importante que he hecho en mi vida lo he hecho con él. ¿Por qué no votar en estas elecciones históricas?”, insiste.
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En general, estas votaciones en el liceo -como en gran parte de Chile- están marcadas por el ausentismo. Una Ayudante Facilitadora -cuyo rol es asistir a quienes vienen a votar- cuenta que se ha aburrido “enormemente” en este proceso, a diferencia de cuando apoyó en el Plebiscito. “Pero por lo menos me pagan bien: 90 lucas por el finde entero… Más que en octubre (alrededor de 70.000 pesos), y eso que ahora siento que hice mucho menos”, detalla. Un compañero la escucha y discrepa: “Feliz sería Ayudante Facilitador más adelante. Es fácil y se disfruta mucho”.
Un militar que resguarda el local y pide no ser identificado dice que le da “lata” que tan poca gente se haya acercado a votar. Revela que tampoco pudo sufragar, porque su local de votación es en Chillán. “Yo no entiendo por qué no permiten que gente como nosotros, que tenemos estas funciones, no podamos votar en cualquier colegio. Tal vez sea un trámite muy engorroso, pero deberíamos poder hacerlo. ¿Qué es peor: modificar las reglas o que tantos de nosotros no podamos votar?”, desahoga, mencionando que varios de los otros militares que están en el recinto son de otras ciudades.
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Además del ausentismo, los comicios se destacan por ser mayoritariamente silenciosos. Pero hubo excepciones. Como cuando un señor se puso a cantar ópera en el segundo piso; o cuando algunos vocales se rieron con las informaciones que les llegaron desde afuera: o cuando Karina Oliva, candidata a la gobernación de la Región Metropolitana por el Frente Amplio y el Partido Comunista, llegó a votar acompañada, entre otros, por las diputadas Karol Cariola y Camila Vallejo. Varios vocales se acercaron al grupo pidiendo fotografías. “¡El mejor momento del día!”, gritó, entusiasta, uno de ellos.
Una señora que pide entrar a la cabina con su marido. “Llevamos treinta y cinco años de casados, tenemos tres hijos y dos mascotas. Todo lo importante que he hecho en mi vida lo he hecho con él. ¿Por qué no votar en estas elecciones históricas?”, insiste.
Yo quería conversar con ellas, pero no como vocal. Como periodista. No pude: en ese momento, por primera vez -y prácticamente única vez en todo el fin de semana- se hizo una pequeña fila en mi mesa.
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De las 349 personas pertenecientes al padrón de mi mesa, sólo 61 votaron, incluyendo los tres vocales que la constituimos.
Pese a eso, cada persona representó, para mí, una historia y una postura sobre Chile y su futuro. Aquellas que confían en este proceso, en los políticos y en los partidos, y aquellas que no. Las que piensan que el sistema electoral funciona bien como está y las que discrepan. Quienes llegan informados y quienes no tanto. Los que quieren representar a sus pueblos originarios y los que no. Los extranjeros que sienten que Chile es su casa y los que todavía no saben muy bien cómo lidiar con quienes vienen de afuera. Aquellos a quienes les gusta ser parte de este proceso solos y aquellos que quieren estar acompañados. Los que son felices participando de ello y los que ya están a la espera del dinero.
De las 349 personas pertenecientes al padrón de mi mesa, sólo 61 votaron, incluyendo los tres vocales que la constituimos.
Todos ellos representan las contradicciones y diversidades de este país. Unas contradicciones y diversidades que atesoraré como el mejor recuerdo de estas elecciones.
Ahora, después de dos días intensos de trabajo, a descansar. Muy pronto me tocará trabajar de nuevo sobre estos comicios históricos. Ya no como vocal, sino como periodista.