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Opinión

28 de Mayo de 2021
La imagen muestra a Elisa Alcaíno frente a una cárcel
La imagen muestra a Elisa Alcaíno frente a una cárcel

Columna de Elisa Alcaíno Cueto: Menstruar en la cárcel, una realidad invisible

Si bien en la práctica los insumos de higiene menstrual no son entregados a las personas privadas de libertad, las regulaciones internacionales -como las Reglas de Bangkok, que el Estado chileno ha prometido cumplir- han sido categóricas en señalar su importancia.

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Actualmente en Chile hay más de 3.200 mujeres privadas de libertad, según cifras de Gendarmería, y ninguna de ellas tiene acceso garantizado a insumos de gestión menstrual, ya que no son proporcionados por la institución. Ante esta situación, lo normal es que sean los familiares quienes se los provean al momento de las visitas o por medio de encomiendas, lo que está muy lejos de ser una solución real. Sin embargo, durante el año 2018, es decir, previo a la pandemia, menos de la mitad de las mujeres en cárceles recibieron al menos una visita.

Este abandono es aún más evidente en mujeres migrantes e indígenas, recluidas especialmente en la zona norte, las cuales se encuentran lejos de sus familias y a veces carecen de redes de apoyo en el país. Así, los insumos de higiene menstrual pasan a ser un privilegio al interior de las cárceles, al que solo se accede por la solidaridad entre las mismas internas o por la buena voluntad de funcionarias de Gendarmería que tienen que salir a buscar grupos religiosos y organizaciones de la sociedad civil para que suplan esta necesidad.

Hoy, viernes 28 de mayo, es el Día Internacional de la Higiene Menstrual. Se trata de una oportunidad para visibilizar el proceso biológico que mes a mes vive más de la mitad de la población mundial, pero del que no se habla ni se garantizan mínimos para vivirlo con dignidad.

La higiene menstrual es un fenómeno estrechamente vinculado a la salud y el bienestar, pero también a la igualdad de género, la educación y el empoderamiento de niñas y mujeres. Históricamente este proceso ha sido invisibilizado y entendido como ajeno, lo que ha impedido tomar conciencia de la importancia de contar con insumos higiénicos, espacios salubres e información que lo libere de estigmas, lo que ha impactado directamente en el desarrollo de millones de niñas y mujeres.

“Los insumos de higiene menstrual pasan a ser un privilegio al interior de las cárceles, al que solo se accede por la solidaridad entre las mismas internas o por la buena voluntad de funcionarias de Gendarmería que tienen que salir a buscar grupos religiosos y organizaciones de la sociedad civil para que suplan esta necesidad”.

Buscando reparar esta injusticia, organismos internacionales han acuñado el concepto de “period poverty” o “pobreza menstrual” para describir la falta de acceso a los recursos de gestión menstrual y mostrar las restricciones y prohibiciones que afectan a niñas y mujeres durante este período debido a tabúes culturales y construcciones sociales.

La pobreza menstrual es un fenómeno que puede parecer lejano, pero se ha demostrado que, en muchos países, independiente de su nivel de riqueza o desarrollo, provoca que niñas pierdan uno o más días de clases durante su período. Sumado a esto, la evidencia ha sido concluyente en señalar que la falta de higiene menstrual tiene profundas consecuencias para las mujeres, entre ellas, riesgos para la salud física, infecciones urinarias, problemas de salud reproductiva, además de efectos mentales negativos, debido al estigma y la vergüenza. Chile no está ajeno a esta realidad, ya que aún existen grupos que no tienen acceso a higiene menstrual, siendo la población carcelaria probablemente uno de los más marginados.

Si bien en la práctica los insumos de higiene menstrual no son entregados a las personas privadas de libertad, las regulaciones internacionales han sido categóricas en señalar su importancia. “Se deberán contar con los medios y artículos necesarios para satisfacer las necesidades de higiene propias de su género, incluidas toallas sanitarias gratuitas y el suministro permanente de agua (…)”, sostienen las Reglas de Bangkok, normas para el tratamiento de las reclusas a las cual el Estado chileno ha prometido cumplir. Pareciera que, al no existir una normativa expresa que las ejecute, su aplicación no ha sido prioridad para los gobiernos, afectando los derechos y la dignidad de esos miles de mujeres que están privadas de su libertad.

“La higiene menstrual es un fenómeno estrechamente vinculado a la salud y el bienestar, pero también a la igualdad de género, la educación y el empoderamiento de niñas y mujeres. Históricamente este proceso ha sido invisibilizado y entendido como ajeno, lo que ha impedido tomar conciencia de la importancia de contar con insumos higiénicos, espacios salubres e información que lo libere de estigmas, lo que ha impactado directamente en el desarrollo de millones de niñas y mujeres”.

Esta situación se suma a una realidad conocida pero ignorada por las autoridades: en muchas de las cárceles del país no hay acceso al agua las 24 horas y existen graves deficiencias en los servicios higiénicos, además de hacinamiento, excesivas horas de encierro y falta de privacidad. A esta falta de artículos de aseo y deficiencias estructurales también se suma otro problema transversal: la ausencia de educación sexual y la desinformación, que han promovido la vergüenza y la desnaturalización del ciclo menstrual.

Lo descrito tiene un impacto que aún desconocemos en la integridad física y psíquica en la vida de esas mujeres, de las cuales, no hay que olvidar, se espera un proceso de reinserción social. La falta de higiene menstrual es otra de las caras de una crisis invisible, de la cual no existen más datos que las palabras de las internas y funcionarias, que rápidamente identifican este problema como uno urgente cuando se les pregunta. Pero como pasa con la generalidad de las personas privadas de libertad, se les pregunta poco sobre sus necesidades y viven estas vulneraciones en silencio, impidiendo dar cabida a la experiencia cotidiana para avanzar en esta materia.

Se deben multiplicar los esfuerzos para que la menstruación no signifique un obstáculo más para acceder a una vida libre de violencia. Hay que presionar por más y mejores estándares de higiene y salubridad en las cárceles, y avanzar en un sistema con perspectiva de género y mirada interseccional. Para que todas las mujeres, sin importar su condición, puedan vivir su ciclo menstrual con dignidad.

*Elisa Alcaíno Cueto es socióloga de la Universidad Católica, diplomada en Género y Justicia Penal por la Universidad de Chile y coordinadora de Red de Acción Carcelaria, una fundación que busca visibilizar la realidad penitenciaria y apoyar a las mujeres privadas de libertad en todo el país.

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