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Reportajes

10 de Septiembre de 2021

Ulin, el gráfico chileno que soñaba con conocer a sus nietos ucranianos

Archivo personal

Militante comunista, reportero gráfico de El Siglo durante la UP, exiliado en Ucrania por más de una década. Raúl Urrea, Ulin, regresó a Chile en 1987. En la ex URSS se quedaron su mujer y su hija, y allá también nacieron después sus nietos. Él tenía todo listo para ir a conocerlos en 2020. Pero el Covid cambió los planes.

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Mañana del martes 11 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile. Un hombre moreno, de mediana estatura, portando una cámara fotográfica profesional y un bolso ad hoc, camina presuroso por calle Lira hacia el centro de la ciudad. Su objetivo es llegar a la imprenta del diario El Siglo dónde se desempeña como reportero gráfico.

Aquel martes, Raúl Urrea había despertado tarde porque la noche anterior demoró más de lo normal en llegar a su hogar en Santa Rosa. Al arribar a la imprenta, hay incertidumbre y temor. Los periodistas han salido a reportear o no pudieron llegar a cumplir sus funciones por el cerco militar. No ve a ninguno de sus compañeros gráficos. Se dirige a la bodega donde están almacenados los rollos de películas, y el encargado -aunque hay golpe, y el Partido Comunista propietario de la imprenta ha pasado a la clandestinidad- no quiere entregárselos. Luego de una corta y dura discusión, Urrea (Ulín, o el tío Ulín como lo llamarán después los niños desterrados en la URSS) consigue algunos rollos.

Ulín.

Camina hacia el centro de Santiago, donde el presidente Salvador Allende y un grupo de leales resiste. A lo lejos se sienten disparos. Llega hasta la esquina de Morandé y Moneda. Desde ese punto divisa la bandera chilena con el escudo nacional en el frontis del Palacio de Gobierno. Cuando se apresta a tomar la fotografía, llegan soldados con el cuello anaranjado y lo obligan a retirarse. Retrocede hasta Ahumada y Alameda, y en el subterráneo de un edificio siente los cohetes que explotan en La Moneda. En horas de la tarde se dirige a la zona sur de Santiago, a la casa de un familiar donde se han refugiado su esposa y sus hijos Marcelo y Daniela.

Raúl Urrea había nacido a mediados de los años 40 en el barrio Santa Rosa, en la zona sur de la capital. A su padre zapatero y anarquista no le importaba si su hijo tenía una educación formal, por lo que, sin obligación de ir a la escuela, a Raúl le era más divertido jugar en la calle con sus amigos. Más o menos a los ocho años empieza a tomar micros hacia el centro de Santiago, donde “por un agujero en las tablas del cine veía las películas”, dice. Se aficiona a este arte y a la fotografía, “que es lo más parecido”. También, se da cuenta que para entender los filmes subtitulados en español debe saber leer. Ingresa a una escuela del barrio, en la cual es el niño mayor del curso. Años después, se matriculará en una escuela nocturna, y décadas más adelante obtendrá su licencia de educación media.

Sus ansias de cambio social, su crítica a las injusticias y la constatación de la vida que tenían los pobladores de la zona donde vive, lo acercan a las Juventudes Comunistas, en las que empieza a militar a fines de la década de los 50. A comienzos de los años 60 consigue trabajo como gráfico para Prensa Latina, la agencia de noticias cubana, y posteriormente en El Siglo. Es un buen fotógrafo, con mucho sentido de lo importante para escenificar la noticia, pero algo indisciplinado y poco dispuesto a aceptar órdenes.

El 11 de septiembre de 1973, como a tantos chilenos, la vida le cambiará para siempre.

Después de pasar unos días escondido en casas de familiares, vuelve a la imprenta que ha sido confiscada. Curiosamente, le pagan un último sueldo, que le servirá para “parar la olla” por algunas semanas. A los pocos días, un compañero del Partido Comunista le pide fotografiar lo que años después será conocido como el Patio 29 del Cementerio General, donde los militares enterraban clandestinamente y como NN a las personas que habían asesinado. La misión es arriesgada, aunque, cuenta con la complicidad de uno de los sepultureros que le muestra el lugar. Toma las fotos y entrega los negativos a su contacto. Nunca supo si se utilizaron y para qué.

Más o menos a los ocho años empieza a tomar micros hacia el centro de Santiago, donde “por un agujero en las tablas del cine veía las películas”, dice. Se aficiona a este arte y a la fotografía, “que es lo más parecido”. También, se da cuenta que para entender los filmes subtitulados en español debe saber leer. Ingresa a una escuela del barrio, en la cual es el niño mayor del curso. Años después, se matriculará en una escuela nocturna, y décadas más adelante obtendrá su licencia de educación media.

Destierro, primera parada: Argentina

Llega 1974, no tiene empleo formal y sobrevive haciendo pololitos. Además, el trabajo en las estructuras clandestinas del Partido Comunista se ha puesto mucho más riesgoso a medida que la represión se ha institucionalizado y perfeccionado sus métodos. Entonces, junto a un amigo, en la plaza Vicuña Mackenna, toma un auto CATA con destino a Buenos Aires, donde tiene conocidos y espera conseguir trabajo como gráfico. En el complejo fronterizo de Las Cuevas, Gendarmería los retiene porque advierte que no son turistas sino inmigrantes políticos. Logran evitar la deportación por la intervención de un gendarme conocido de una amiga chilena. Finalmente arriban a Buenos Aires.

En esa ciudad, Ulin se conecta con las estructuras del Partido Comunista chileno, por entonces muy activas y estrechamente relacionadas con su símil argentino. En unas semanas comienza a trabajar como gráfico en los medios Nuestra Palabra y La Calle, pertenecientes al PC de ese país. En marzo llegan su esposa y sus hijos.

Ulín.

En julio de ese año, Ulin cubre el funeral del general Perón. El sepelio se realizó con millones de personas bajo intensa lluvia. Él fotografió la multitud que acompañada de bombos cantaba “Perón, Perón”. La noche del 12 de julio, en el Luna Park cubre la pelea del chileno Martín Vargas y Carlos Ramón Escalante. En esa ocasión logró una magnifica ubicación y las fotos que tomó fueron publicadas, recibiendo felicitaciones de sus jefes. El asesinato del general Prat no lo cubre porque uno de sus compañeros que vivía cerca llega inmediatamente a la escena del crimen; por un motivo desconocido para Ulin, los medios comunistas no publican las fotos que su compañero había tomado.  

La situación política argentina se complica. El “brujo” López Rega ha creado la Alianza Argentina Anticomunista (AAA), formada por agentes de seguridad, policías y bandas sindicales, cuyo objetivo es aniquilar a las organizaciones de izquierda. Aunque la situación es peligrosa, Ulin no tiene miedo “porque a los comunistas no les pasaba nada con la AAA. No los perseguían”. Pero, en agosto de 1974, es detenido por la policía de la provincia de Buenos Aires fotografiando una huelga de la industria siderúrgica. En una comisaría del barrio Avellaneda le toman las huellas, lo fotografían de frente y perfil; y cuando lo liberan, unos hombres de civil lo esposan, le ponen un capuchón y lo lanzan en el piso de un auto.  Bajo amenazas de matarlo y hacerlo desaparecer o devolverlo a Chile “para que Pinochet se encargue de él”, lo trasladan a un lugar subterráneo en el centro de la ciudad.  “Eran como de tres pisos con paja, y muchas celdas con gente” que, cree, lleva tiempo ahí. Ve varias mujeres detenidas, lo que le llama la atención.

Lo interrogan por los nombres y números que contiene su agenda telefónica. Le preguntan insistentemente por Ernesto Carmona, destacado periodista del MIR chileno, que los agentes no sabían que estaba en otro país. Indagan cómo llego a trabajar en los medios de prensa comunista. En el interrogatorio, los agentes usan técnicas de tortura psicológica amenazándolo con hacerle daño a su familia. Está toda la noche detenido, y a la mañana siguiente lo sueltan, le entregan la cámara sin la película, y le ordenan caminar sin mirar atrás. Así lo hace.

En agosto de 1974, es detenido por la policía de la provincia de Buenos Aires fotografiando una huelga de la industria siderúrgica. En una comisaría del barrio Avellaneda le toman las huellas, lo fotografían de frente y perfil; y cuando lo liberan, unos hombres de civil lo esposan, le ponen un capuchón y lo lanzan en el piso de un auto.  Bajo amenazas de matarlo y hacerlo desaparecer o devolverlo a Chile “para que Pinochet se encargue de él”, lo trasladan a un lugar subterráneo en el centro de la ciudad.  

Enterado de la situación, el Partido Comunista chileno decide, que, para resguardar su integridad y la de su familia, debe salir inmediatamente del país rumbo a la Unión Soviética. La decisión se la comunica Miranda, de quien no entrega mayores antecedentes.

En Zaporozhie, Ucrania, URSS

Una mañana primaveral de comienzos de septiembre de 1974, unos amigos argentinos van a dejar a la familia al aeropuerto. El primer tramo del viaje es hasta Lima, donde pasan la noche, y por la tarde del día siguiente abordan el vuelo de Aeroflot en la ruta Lima-La Habana-Lisboa-Frankfort-Moscú.  A la capital soviética llegan de noche; en el aeropuerto nadie de la Cruz Roja los espera, como le habían dicho que sería. No puede explicar su situación porque no habla ruso ni inglés, tampoco tiene a quien llamar, ni dinero para comprarle leche a sus hijos que lloran. Pasan las horas en total incertidumbre. De pronto escucha hablar en español. Son estudiantes ecuatorianos de la Universidad Patricio Lumumba. Se acerca y les cuenta la situación en que se encuentran. Los muchachos le dan dinero para comprar leche, y los trasladan hasta el recinto universitario donde los contactan con una joven dirigente universitaria chilena, de quien no recuerda el nombre.

Esta los lleva al edificio de la Cruz Roja soviética, que es la encargada del exilio chileno en ese país. Ahí, le explican que serán trasladados a Zaporozhie, una ciudad de Ucrania a orillas del río Dniéper. Es un centro industrial importante para la economía soviética, donde ya viven otras familias chilenas.  

Una tarde de septiembre de 1974 abordan el tren con destino a Ucrania. Al arribar a Zaporozhie los espera el traductor español Antonio Banderas, quien se hace cargo de la familia. En una entrevista en el edificio de la Cruz Roja, le preguntaron a qué se dedicaba en Chile, él contesta que es gráfico; pero en el rígido esuqema de este país no es posible que un fotógrafo extranjero que no sabe ruso trabaje en un medio soviético. Le ofrecen un empleo en la central de fotografías de la ciudad. Es un edificio de varios pisos donde se revelan todas las fotos que se toman en la urbe.

La familia se instala en un departamento en el centro de la ciudad. El lugar cuenta con todas las comodidades que el Estado soviético puede ofrecerles. En los edificios cercanos viven otras familias chilenas que han llegado, igual que ellos, desterrados para salvar sus vidas.

Cumpleaños del hijo de Ulín en Ucrania. Crédito: Archivo personal.

Todos ellos forman una activa comunidad que vive pensando en Chile. Siempre celebran el 18 de septiembre vistiendo trajes típicos, comiendo empanadas, tomando vinos búlgaros, bailando cuecas y cumbias; y los 11 de septiembre recuerdan a los caídos y ausentes por el golpe militar. Hombres y mujeres trabajan en las diversas industrias de la ciudad, y parte de los niños estudian en un internado para jóvenes revolucionarios en Ivanovo.

La mayoría son militantes del Partido Comunista. Ulin se integra a una de las células comunistas, que trabajan para apoyar al partido en Chile. Algunos usan chapas o nombres falsos. Hacen campañas de recolección de fondos, trabajos voluntarios y múltiples actividades de solidaridad. También escuchan Radio Moscú, y reciben informaciones que les llevan los encargados del partido en la capital soviética.  También, hay tres o cuatro familias cuyos integrantes militan en el Partido Socialista. Están agrupados en un núcleo y al igual que los comunistas hacen eventos para ayudar a su organización en el interior.  

Una tarde de septiembre de 1974 abordan el tren con destino a Ucrania. Al arribar a Zaporozhie los espera el traductor español Antonio Banderas, quien se hace cargo de la familia. En una entrevista en el edificio de la Cruz Roja, le preguntaron a qué se dedicaba en Chile, él contesta que es gráfico; pero en el rígido esuqema de este país no es posible que un fotógrafo extranjero que no sabe ruso trabaje en un medio soviético.

El trabajo de Ulin es aburrido y mecánico, muy distinto al diario reporteo de la noticia al que estaba acostumbrado. Todos los días cuando termina sus labores pasa por el Malenke París (Pequeño París), un café al lado de su trabajo, donde por pocas monedas se toma un café y conversa con los parroquianos en su precario ruso. La vida es apacible, y solo se ve alterada por el fallecimiento de su hijo Marcelo, que tenía una enfermedad degenerativa incurable. Sus restos descansan en un cementerio a orillas del Dniéper. Es un dolor que lo acompañará el resto de su vida.

El retorno a la patria

Pasan los años, llega la década de los 80, en la URSS comienzan a sentirse aires de renovación, y en Chile se inicia un ciclo de protestas populares contra la dictadura cívico-militar. En 1986, en el marco del año decisivo del PC, el tío Ulin, como le decían los niños chilenos de Zaporozhie, decide retornar a Chile para unirse a los esfuerzos del partido para derrocar a Pinochet, y crear las condiciones para el retorno de su familia. Un día del verano europeo de 1986 viaja a la RDA, cruza el muro, y se dirige al Consulado chileno en el Berlín capitalista para renovar su pasaporte.

Pocos meses después, en abril de 1987, en la estación de Zaporozhie se despide de Daniela, su hija adolescente, que se queda a terminar sus estudios y a acompañar a su madre. Tienen planeado encontrarse en poco tiempo más en Santiago de Chile. El tiempo parece detenerse en ese abrazo interminable. Nunca más se volverán a ver.  

La familia ucraniana de Ulín. Crédito: Archivo personal.

Llega a Buenos Aires donde se queda dos meses hasta que ingresa a su Chile idealizado en tantas noches del destierro. El país al que vuelve no es el mismo del que se tuvo que marchar hace más de una década. El sistema neoliberal se ha impuesto en las costumbres de las personas. Existe gran desconfianza hacia los retornados, más cuando vienen de la URSS. No obstante esas dificultades, al retorno de la democracia consigue empleo como gráfico en algunos medios vinculados a la izquierda. Pero, su esposa e hija no vuelven a Chile; ellas deciden permanecer en Zaporozhie.

Mientras tanto, la Unión Soviética desaparece, y en Ucrania Daniela se casa con Alexandr Pavluchenkoy. De esa unión nacen Georgiy Pavluchenko y Sofía Pavluchenko, nietos de Ulin. Estos aprenden a hablar español para poder comunicarse con su abuelo chileno, al que con todo su corazón desean abrazar.  

Pocos meses después, en abril de 1987, en la estación de Zaporozhie se despide de Daniela, su hija adolescente, que se queda a terminar sus estudios y a acompañar a su madre. Tienen planeado encontrarse en poco tiempo más en Santiago de Chile. El tiempo parece detenerse en ese abrazo interminable. Nunca más se volverán a ver.  

Una tarde de diciembre de 2019, en un café de Providencia, tomando unas cervezas, don Ulín, con los ojos brillosos de emoción, cuenta a Paula Leal y a mí que -a plazo y después de muchos intentos- ha logrado comprar un pasaje para viajar a Ucrania a conocer a sus nietos. El periplo está fijado para mayo de 2020. Esa tarde planifica su viaje, las cosas que quiere hacer, las personas que quiere ver. Se pregunta cómo será ahora la ciudad, la playa del Dniéper donde se bañaba. Está ilusionado y feliz como un niño.

La nieta de Ulín.
El nieto de Ulín

La pandemia impidió que viajara en la fecha estipulada por el cierre de fronteras. En julio de 2021, con el pasaje vigente y la esperanza viva de viajar a Ucrania, en un hospital de Valparaíso, el Covid paralizó el corazón de Ulín, el gráfico que soñaba con conocer a sus nietos ucranianos. Aquel intenso abrazo con su hija en la estación de Zaporozhie 34 años antes fue, seguramente, la última imagen que tuvo antes de morir.

*Historiador. Escuela de Periodismo, Universidad Diego Portales. Fue investigador titular del Centro de Estudios Públicos (CEP). Autor de artículos y libros sobre la izquierda latinoamericana, como “Vidas Revolucionarias” y “Viaje a las Estepas: Cien Jóvenes Chilenos Varados en la Unión Soviética tras el Golpe”.

También puedes leer: Pepe Secall y el coro de niños chilenos que dirigió durante su exilio en la URSS


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