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22 de Diciembre de 2021

Del silencio al orgullo: Cómo es vivir y crecer en una familia LGBTIQ+ en Chile

La imagen muestra a varias familias LGBT Archivo personal

Luego de cuatro años de tramitación, el viernes 10 de diciembre se publicó -en el Diario Oficial- la Ley de Matrimonio Igualitario. La iniciativa también permite que estas parejas puedan acceder a roles parentales. Es el comienzo de un cambio cultural, sin embargo muchas de estas familias han vivido años de problemas, vacíos legales y discriminación. Aquí cuatro testimonios.

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“Un día, cuando tenía diez años, mi mamá me contó que le gustaban las mujeres y que la tía Ilda, la persona con la que vivíamos, en realidad no era su prima, sino que era su pareja”, recuerda Javiera diecisiete años después. En ese tiempo no vivían en Santiago como ahora. La mamá de Javiera le pidió que nadie lo supiera. Ni siquiera su hermana, que era un año menor. 

Es 1998 en Salamanca, la comuna del norte chileno que recién para el censo de 2002 llegó a tener 24.494 habitantes. Salamanca es una localidad conocida también como “El pueblo de las brujas” por la cantidad de historias que circulan sobre ellas. Son historias de pueblo chico, donde los rumores vuelan y se hace difícil guardar un secreto familiar. Sobre todo para una niña.

“Como a los nueve o diez años comencé a notar ciertas cosas, a hacerme preguntas. Yo nunca las vi darse un beso ni nada, pero sí me empecé a cuestionar algunas situaciones, como que las historias de vida de mis compañeros de colegio eran distintas a la de nuestra familia; eso yo no lo entendía. No sé, por ejemplo vivían con sus abuelos o la mayoría con sus papás, pero nadie tenía una historia similar a la mía. Yo no entendía”, cuenta Javiera. Hasta que un día su madre le hizo prometer que lo que le iba a confesar no tenía que contárselo a ninguna persona: “Cuando mi mamá me contó que le gustaban las mujeres se puso a llorar. Yo la quedé mirando y le pregunté por qué lloraba si no me estaba contando nada trágico ni terrible. Ella me respondió que yo no lo veía de esa manera, pero para la sociedad sí lo era”, resume.

“Cuando mi mamá me contó que le gustaban las mujeres se puso a llorar. Yo la quedé mirando y le pregunté por qué lloraba si no me estaba contando nada trágico ni terrible. Ella me respondió que yo no lo veía de esa manera, pero para la sociedad sí lo era”

Javiera dice que al poco tiempo le tuvieron que contar a su hermana: “Ella también sabía que no se lo podía contar a nadie, teníamos que tener cuidado de nuestro entorno para que nadie nos hiciera daño”. Pero el daño llegó igual.

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Javiera y su hermana supieron guardar el secreto familiar durante cinco años. Eran cuatro mujeres contra el mundo. Hasta que todo cambió: “Cometimos el error, con la inocencia de alguien de quince años, de contárselo a las que considerábamos nuestras amigas en el colegio. Nos fallaron. Le dijeron a sus mamás que nosotras en realidad no vivíamos con mi mamá y una tía, sino que en realidad eran pareja. Recién cuando se comenzó a correr el rumor entendí por qué mi mamá me hizo jurar que nadie tenía que saberlo. Ahí supe lo enferma que estaba esta sociedad”, reflexiona.

“Mi tía Ilda siempre estuvo con nosotras. Fue a dejarnos a  nuestro primer día de colegio o nos acompañaba en todo tipo de actividades. Ella asumió un rol proveedor en ese tiempo; iba a trabajar y mi mamá se quedaba con nosotras. Pero cuando se empezó a agrandar el tema, muchas personas nos amenazaron con que nos tendríamos que ir al Sename, porque según la gente nosotras vivíamos en una familia que estaba enferma. Y en una sociedad que incluso hoy es conservadora, en un pueblo chico, hace más de veinte años, era mucho peor”, reconoce. “Vivimos cosas horribles, que ni siquiera me gustaría recordar. Antes yo odiaba a la gente, no entendía por qué actuaban así con nuestra familia. Ahora ya no tengo ese sentimiento de odio, yo creo que es sólo ignorancia, porque no conocen o no han experimentado una realidad como la nuestra”.

Un año más tarde de la confesión, su  mamá y su tía Ilda se separaron. “Como ocurre con todas las parejas, se terminó el amor. Ellas duraron como quince años, no fue una aventura ni nada. La cosa es que toda la gente nos decía que teníamos que quedarnos con nuestra mamá, que era lo que correspondía”.

“Vivimos cosas horribles, que ni siquiera me gustaría recordar. Antes yo odiaba a la gente, no entendía por qué actuaban así con nuestra familia. Ahora ya no tengo ese sentimiento de odio, yo creo que es sólo ignorancia, porque no conocen o no han experimentado una realidad como la nuestra”

También cuenta la desprotección que sintió frente a la ley por haber vivido en una familia homoparental: “A nosotras nos amenazaron de nuevo con que nos llevarían al Sename si es que pensábamos irnos con mi tía Ilda. No entendíamos tampoco por qué no podíamos vivir con mi tía si la queríamos, si nos había criado tal como mi mamá. Y como pasa en todos los matrimonios que se divorcian y los hijos se van con uno de los dos, nosotras después de una conversación con mi mamá, decidimos quedarnos con ella y no con mi tía Ilda”. Pero cuando Javiera dejó de ser menor de edad llegó un acuerdo con su familia y se dividieron las fechas en que podía estar con sus madres: “Hicimos lo mismo que una pareja heterosexual: una Navidad con mi mamá, otra con mi tía Ilda. Lo mismo para Año Nuevo o cualquier fecha importante. Y eso ocurre hasta hoy, tengo dos casas, la de mi mamá y la de mi tía Ilda”.

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Carol tiene 26 años, estudia Periodismo y trabaja en una compañía de seguros. Así recuerda su historia familiar: “Cuando yo tenía como siete meses en la guatita de mi mamá, ella conoció a mi tía Migue. Siempre la conocí por ese nombre y le digo así hasta ahora. Cuando chica nunca nadie me dijo que ella era la pareja de mi mamá. Yo crecí con mi mamá y mi tía Migue”.

Carol comenta que nunca conoció a su papá ni tampoco le hizo falta porque siempre estuvo la tía Migue. Antes de saber qué representaba la tía Migue para su mamá, Carol tenía sospechas, pero tampoco quería saber. Su mamá dormía con su tía Migue, pero ella nunca las vio darse un beso. Hasta que vio algo que lo cambió todo: “Yo tenía nueve años cuando vi a mi mamá besándose en la micro. En ese momento sólo tenía dudas, no entendía muy bien lo que pasaba. Después, en la casa de unas amigas, alguien dijo ‘tu mamá es maricona’. En ese momento no respondí nada. Todo se aclaró cuando conversé con mi mamá”.

Carol.

“Ella me dijo: ‘Carito, lo que pasa es que a mí me gustan las mujeres. Y tu tía Migue siempre fue mi pareja; te criamos entre las dos’”, recuerda. Reconoce que al principio “me daba vergüenza, porque todo mi entorno tenía papá y mamá y yo vivía con dos figuras maternas, pero lo superé rápido por la manera que tuvieron para educarme, para hacerme fuerte”.

“Yo tenía nueve años cuando vi a mi mamá besándose en la micro. En ese momento sólo tenía dudas, no entendía muy bien lo que pasaba. Después, en la casa de unas amigas, alguien dijo ‘tu mamá es maricona’. En ese momento no respondí nada. Todo se aclaró cuando conversé con mi mamá”

Al reflexionar sobre su infancia, Carol tiene una evaluación positiva: “Me siento orgullosa de haber sido criada en una familia homoparental. Me criaron de una manera muy femenina. Mis dos mamás eran muy detallistas, tanto para vestirme como para decorar la casa. Tampoco vi ese rol de macho o hembra que se supone que hay en las parejas lesbianas. Las dos eran igual de femeninas. A mi tía Migue le gustaban las manualidades y a mi mamá escribir poesía. Era todo muy artístico en la casa”

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Carol no recuerda situaciones de discriminación, salvo de parte de la familia de su madre biológica: “A mi tía Migue, la familia de mi mamá -que son todos Testigos de Jehová- no la dejaban entrar a la casa de ellos cuando la iba a buscar, la dejaban esperando en la puerta”. Respecto al tipo de crianza que recibió, dice que “antes se criaban a los niños con violencia en muchas familias, pero no fue mi caso: mi mamá era la que me consentía y mi tía Migue era la que ponía las reglas. Y, ahora que lo pienso, siempre me criaron para que yo tuviera las herramientas para enfrentar una sociedad machista”.

Al hacer un balance se siente afortunada: “Ahora yo vivo sola, pero mantengo el contacto con mis mamás siempre. Tengo a mi pololo, tengo mi trabajo, estudio, tengo una vida normal. Me considero como cualquier otra persona y estoy orgullosa de la crianza que tuve. Estoy orgullosa de haber sido criada por dos mamás”.

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Sobre la evolución del tipo de familias en familias que hay en Chile, Macarena Orchard, PhD en Sociología de la Universidad de Nottingham (Reino Unido), comenta: “La noción de familia ha ido cambiando, se ha ido flexibilizando. No existe un modelo de familia mejor que otro. Existen varios elementos que influyen en eso: el aumento en las tasas de separaciones y divorcio, por ejemplo. Eso ha reconfigurado la noción de familia. La caída en las tasas de matrimonio es otro factor. Todo esto va generando que existan tipos de familia diversa”.

Acerca de la influencia cultural que implicará la recién promulgada Ley de Matrimonio Igualitario en la sociedad chilena, Orchard menciona que “la aprobación de cualquier ley produce cambios culturales. Reconocer algo en el derecho, en una ley, provoca efectos en las interacciones sociales, en términos de legitimidad de ciertas conformaciones culturales. En este caso, lo que hace esta ley es legitimar que dos hombres o dos mujeres puedan contraer matrimonio y, por ende, constituir una familia. Es una señal súper relevante”.

Al respecto, Karen Vergara, magíster en Estudios de Género y parte de Fundación Amaranta, señala que “es un paso importante, sobre todo considerando la resistencia expresada desde el oficialismo y el conservadurismo en Chile frente al avance en derechos fundamentales para personas, independiente de su sexo o expresión de género. Esto también permite proteger a las parejas frente al fallecimiento de él o la cónyuge, distribución de bienes y, sumado a la incorporación de los derechos filiativos, protege también a les hijes de estas familias. Sin embargo, consideramos que es un piso mínimo frente a otros proyectos igual de relevantes que tenemos que discutir pronto, como es el caso de las modificaciones a la Ley antidiscriminación, la protección a las infancias trans, la prohibición total de terapias de conversión y la reforma al sistema de adopción”.

“Reconocer algo en el derecho, en una ley, provoca efectos en las interacciones sociales, en términos de legitimidad de ciertas conformaciones culturales. En este caso, lo que hace esta ley es legitimar que dos hombres o dos mujeres puedan contraer matrimonio y, por ende, constituir una familia. Es una señal súper relevante”

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Rodolfo (36) es académico del Departamento de Terapia Ocupacional de la Universidad de Chile. Con su pareja se conocieron hace más de diez años en España. Rodolfo fue a hacer un magíster y -de paso- se enamoró. Rodolfo volvió al país cuando terminó su beca y su pareja, un español, lo siguió para formar una familia en Chile.

“Con mi pareja siempre supimos que íbamos a ser padres y que nuestra orientación sexual no iba a ser un impedimento. Al empezar a ver las alternativas, lo primero que pensamos fue en adoptar, pero a medida que analizamos el tema nos fuimos dando cuenta que no era para nosotros, porque queríamos criar desde el comienzo de la vida a nuestro hijo, disfrutar todo el proceso; y las posibilidades que nos ofrecía en ese momento el Sename eran niños más grandes. También vimos el proceso de gestación subrogada en el extranjero, pero era carísimo, inalcanzable para nosotros”, admite Rodolfo.

Rodolfo y su familia.
Rodolfo y su familia.

Dice que fue un proceso largo, cinco años de búsqueda de la mejor alternativa para ser padres. Hasta que la encontraron: “Al final, unas amigas se ofrecieron a gestar a nuestros bebés. Fue algo filantrópico, no hubo intercambio de ningún tipo. Ahora Mawün tendrá tres años en marzo; e Ícaro tiene un año”.  Agrega que ellas “tienen claro que no son parte de la familia, sino que son amigas que nos ayudaron a construir la nuestra”.

“Al final, unas amigas se ofrecieron a gestar a nuestros bebés. Fue algo filantrópico, no hubo intercambio de ningún tipo. Ahora Mawün tendrá tres años en marzo; e Ícaro tiene un año”

Comenta que hasta el momento no han tenido problemas con la crianza. “Hemos recibido harto apoyo de nuestras amistades y de la familia. Lo bueno es que con la Ley de matrimonio homoparental se puede regular nuestra familia, porque en este momento mi pareja es el papá de los niños para efectos legales”, explica. Asegura que nunca han ocultado su tipo de familia, todo lo contrario: “En nuestras redes sociales compartimos fotos, experiencias, nuestro día a día con nuestros hijos de manera abierta y relajada, como cualquier otra familia. Incluso en los jardines infantiles hemos tenido una linda experiencia. El otro año nuestro hijo mayor va a prekinder y ningún problema hasta el momento”.

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“Yo soy un hombre trans. Antes tuve una pareja masculina, tuve dos hijos y me casé. Hice todo lo que mi familia y la sociedad esperaba que hiciera. Yo no me sentía cómodo en ese matrimonio, lo pasé mal. Era todo forzado, tanto en las relaciones sociales, como en las sexuales. Era un martirio. Era como vivir en una obra de teatro desde que te levantas hasta que te acuestas. Hasta que a los 33 años decidí cortar con todo eso, retomar mi vida y comenzar a vivir lo que realmente sentía y quién era”, dice Robin, técnico farmacéutico que ahora, con 42 años, trabaja en una cadena de farmacias y además estudia técnico jurídico.

Cuenta que después de su separación tuvo varias parejas mujeres hasta que conoció a Carolina, su actual pareja con la que vive en San Miguel y con la que mantiene una relación hace 8 años. En su núcleo familiar no hay mayores problemas, pero cuando se trata de trámites la situación es distinta.

“Cuando hago la afiliación de los niños o algún trámite, no tengo cómo comprobar que soy el padre. En los certificados de nacimiento del Registro Civil aparece el nombre de mi exmarido y abajo Robin, mi nombre, pero ningún dato más, ni siquiera el apellido, menos el RUT; como si fuera un fantasma”, explica. Robin agrega que cuando muestra el certificado “tengo que demostrar que ese nombre que aparece abajo soy yo. Tengo que dar las explicaciones y presentar la documentación del cambio registral que realicé el 2019. Es muy complicado”.

Robin con Carolina.

Lo más difícil, confiesa Robin, es en los colegios de sus hijos. “Muchas veces ellos han tenido que mentir, porque no aparece mi nombre en ningún lado y dicen que mi nombre no es Robin. Lo entiendo, porque no tienen por qué estar dando explicaciones a todas las personas que les pregunten algo. Es incómodo que pregunten por la mamá para ciertas actividades o ¿cómo se llama tu mamá?, cosas así. Muchas veces han dicho que está en el extranjero o que se murió para que dejaran de preguntar”. A pesar de ello, asegura que el proceso de crianza fue sin secretos: “Mis hijos fueron viviendo este proceso junto conmigo. Nunca fue un secreto para ellos. Tuvieron apoyo sicológico, pero fue un proceso paulatino y natural”.

Lo más difícil, confiesa Robin, es en los colegios de sus hijos. “Muchas veces ellos han tenido que mentir, porque no aparece mi nombre en ningún lado y dicen que mi nombre no es Robin. Lo entiendo, porque no tienen por qué estar dando explicaciones a todas las personas que les pregunten algo”

En la farmacia donde trabaja Robin siempre lo han apoyado sus cercanos y también a nivel institucional. Con el tiempo fue aprendiendo a quién contar y a quién no su historia familiar: “Ahora mi hija mayor tiene 18 años y el menor 13; y siempre les hemos explicado que las familias se componen de distintas maneras y que el amor no tiene género”.

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