Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

3 de Febrero de 2022

Columna de Rafael Gumucio: Iquique, o todos somos el guatón Gasco

Columna de Rafael Gumucio sobre el drama en Iquique

El guatón Gasco, que con su mano en el pecho expulsó a las monjas que se instalaron en lo que él cree que es “su playa”, es la imagen de lo que nadie quiere ser. Pero está Iquique y el hecho de que todos, según viene el caso, podemos ser el guatón Gasco de alguien.

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
Por

La elite. Ese es el enemigo más o menos universal de todos los que no pertenecen a ella. Bueno, también es el enemigo de los que pertenecen a otra elite que no sea la económica o la política, unida por lazos de sangre y cuentas corrientes, de la que supimos hasta el asco. Esa elite que podría simbolizar a la perfección el guatón Gasco con su mano en el pecho expulsando a las monjas que se instalaron en lo que cree que es “su playa”. Una imagen perfectamente medieval, el gran señor expulsando a las monjitas de su coto de caza.

Es fácil pensar que los problemas de Chile se resolverían si un guatón tan feo y mal vestido no pudiera echar a nadie de “su playa”. Una playa y una fortuna que arrancó en dictadura privatizando una empresa que fue de todos. El guatón Gasco es así la imagen de lo que nadie quiere ser. Pero está Iquique y el hecho de que todos, según viene el caso, podemos ser el guatón Gasco de alguien. Es decir, todos quienes tienen algo que defender y piensan que “en su playa no”. Una playa que en este caso es la maravillosa playa de Cavancha.

Aunque mirarlo así es demasiado fácil. Los chilenos somos, que duda cabe, un pueblo especialmente xenófobo, pero lo somos como parte de una historia y de una geografía que lo explica. Iquique fue peruana hasta mediados del siglo XIX y en muchos sentidos pertenece culturalmente más al Perú que a Chile. La batalla en su rada, la presencia de la marina y la gran minería estatal (y su movimiento sindical) son los puntales de una identidad chilena conseguida a la fuerza. Es una ciudad donde además viven chilenos de todas las regiones, una ciudad por la que pasa mucha riqueza que se va de ahí dejando una estela de osos peluche de tamaño natural. Una ciudad lastrada por la corrupción, donde los alcaldes y diputados se llaman todos más o menos igual. Una ciudad que estaba a punto de reventar desde hace décadas, a la que se le agregó un componente detonante: los venezolanos que llegaron en masa sin la menor estructura de apoyo, ni política racional, pero con unas ganas de volver a vivir y trabajar que los chilenos hemos perdido hace tiempo.

Está Iquique y el hecho de que todos, según viene el caso, podemos ser el guatón Gasco de alguien. Es decir que todos quienes tienen algo que defender piensan que “en su playa no”. Un playa que en este caso es la maravillosa playa de Cavancha.

A la elite. la inmigración le conviene. Sabe que la economía chilena necesita no menos sino más inmigrantes. Los pobres siempre han sido inmigrantes en su propio país, por lo que le es indiferente la presencia de los que compiten por su mendrugo. Es la clase media la que se siente desplazada, desalojada, asustada e insegura con la presencia de estos invitados de piedra del Caribe. Tener algo es también el miedo a perderlo. Hay que escuchar ese miedo, entenderlo, que no es lo mismo que encontrarles la razón. Porque no es verdad que la tasa de homicidio esté trepando, o que en Chile sobren en cualquier dimensión los extranjeros.

La xenofobia es un instinto perfectamente comprensible ante la incerteza y la fragilidad de una vida demasiado cara para que podamos pagarla, pero es el papel de la elite, de una elite de verdad proba, de verdad culta, poner un limite al guatón Gasco que todos llevamos dentro. Una elite de verdad sabe decir “te entiendo, estoy contigo, pero no…” Es lo que no hizo Inglaterra con el Brexit y Estados Unidos con Trump, al no entender que hay cosas que no se puede dar a elegir ni menos votar. Algo que con las redes sociales es más verdad que nunca, porque todo se puede debatir a rostro descubierto, en el mismo espacio y con el mismo derecho a réplica, pero nada enmascarado, usando noticias y datos falsos a cada paso.

Este es el principal problema de la santificación del estallido. Al darle estatus de revolución purificadora a un movimiento que odiaba de igual manera todas las formas de la política, emergió la idea de que basta quemar para tener la razón. Al convertir el ruido en música, nos privamos de cualquier otra melodía. La idea de que la elite tenía la culpa de todo no nos dejó ver que el problema de Chile es justamente la falta de una elite que fuese capaz de hacer una reforma de pensiones o una reordenación urbana o una reforma carcelaria que sólo se pueden hacer bien contradiciendo el sentido común de la “gente”; es decir, la clase media. Menos pasajes enrejados, menos gente en la cárcel, más vecinos “flaites”, menos “con mi plata no” y más inmigrantes legales entre nosotros.

Una elite de verdad sabe decir “te entiendo, estoy contigo, pero no…” Es lo que no hizo Inglaterra con el Brexit y Estados Unidos con Trump, al no entender que hay cosas que no se puede dar a elegir ni menos votar. Algo que con las redes sociales es más verdad que nunca.

Ese ha sido siempre el problema de todas las democracias que ven bien los problemas, pero al confiar a una mayoría perfectamente manipulable las soluciones, las aplaza hasta que estallan o las simplifica buscando otro -que puede ser la “elite” invisible e insoportable o los venezolanos en sus motos de Rappi- en que centralizar todos sus descontentos y demandas, para olvidar que los problemas de Chile los causamos los mismos que podemos resolverlos: los chilenos.

*Rafael Gumucio es escritor.

Lee también: Columna de Luis Eugenio García-Huidobro: ¿Es que acaso es un vicepresidente?


Volver al home

Notas relacionadas

Deja tu comentario