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17 de Febrero de 2022

“Un año, una noche”: las heridas de un atentado terrorista en la Berlinale 2022

El laureado cineasta catalán Isaki Lacuesta estrenó, en la Berlinale 2022, su última película, que aborda el atentado terrorista contra la sala Bataclan, en París, en 2015, desde la perspectiva de los sobrevivientes.

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Isaki Lacuesta (Gerona, 1975) llegó a la Berlinale 2022 con su película “Un año, una noche”, que debutó en la sección de Competencia. La película hace un minucioso relato sobre sobre la noche del atentado perpetrado el 13 de noviembre de 2015, en la sala de conciertos Bataclan, y las largas secuelas que esta deja a una pareja franco-española sobreviviente. Es una adaptación libre del relato de Ramón González, que plasmó su traumática experiencia en el libro “Paz, amor y death metal”.

Dos personas envueltas en mantas isotérmicas caminan en una desolada calle parisina. El material metálico que revolotea alrededor de sus cuerpos brilla en la noche espectral. Un autobús que pasa al lado suyo muestra al espectador que no son los únicos, muchos pasajeros llevan puesto el mismo abrigo dorado. Esta escena con la que empieza la película ya es una declaración de intenciones.

El único terrorista que sobrevivió enfrenta un proceso ante un tribunal en París, y la semana pasada hizo declaraciones por primera vez. Pero la cinta no aborda la perspectiva de los perpetradores, como explica el director en conversación con DW, sino la de las víctimas, y las heridas invisibles que el atentado dejó en una pareja que lucha por recuperar sus vidas.

Los protagonistas son Celine (Noémie Merlant), que reprime lo vivido e intenta volver a la normalidad, y Ramón (interpretado por el actor argentino Nahuel Pérez Biscayart), quien sufre ataques de pánico y parece atrapado en el pasado. A lo largo de poco más de dos horas, la cinta aborda de manera empática el dilema que viven ambos durante un año, y que lleva a Ramón al borde de un quiebre emocional y de una separación de Celine.

Isaki Lacuesta llega a la Berlinale 2022 con una larga y exitosa trayectoria detrás. Su primer largometraje “Los malditos”, ganó el Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de San Sebastián, en 2009. “Los dos pasos” y “Entre dos aguas” ganaron la Concha de Oro a la Mejor Película en el mismo festival. En 2018, el Centre Pompidou de París acogió una retrospectiva de su obra como cineasta y videoartista, un reconocimiento que también le otorgó la Washington National Gallery, la Cinémathèque suisse, la Filmoteca Española, la Filmoteca de Catalunya, el Festival dei Popoli y el Festival Internacional de Cine de Cali.

DW: Es usted un cineasta consagrado en España, con una larga trayectoria cinematográfica, con importantes premios y reconocimientos. Llega a la Berlinale por primera vez con “Un año, una noche”, que debutó en Competencia. ¿Como se siente en el festival?

Isaki Lacuesta: Pues muy bien, la verdad. Era el objetivo que teníamos al empezar la película, llegar a este festival, y lo hemos conseguido. Teníamos la impresión, el productor Ramón Campos y yo, de que es muy complicado para el cine español estar en las secciones competitivas de clase alta y lo atribuimos a varios motivos.

Uno de ellos es que ha habido una polarización extrema. Por un lado, las películas que hacen las televisoras privadas con grandes presupuestos, pero que no tienen calidad, ni estilo de cine con mirada personal, ni la vocación artística que requieren estos festivales. Luego, hay un cine con vocación más artística que se hace con presupuestos ínfimos, que no son equiparables al del cine internacional. Nuestro objetivo era conseguir una financiación equiparable y poder estar en un lugar como este para poder buscar el público que queríamos para esta película. Es una enorme satisfacción el haberlo conseguido y estar al lado de grandes cineastas que son mis favoritos.

La cinta se basa en el testimonio de un sobreviviente, Ramón González. ¿Qué le motivó a abordar este tema?

Hace tiempo que estoy trabajando en un documental sobre el fin de ETA y cómo cambia la sociedad vasca. He trabajado con víctimas que tienen experiencias distintas, que encuentran algunos ecos de lo que cuentan Ramón y Celine. Pero no me imaginaba haciendo una película sobre Bataclan. Le conté al productor Ramón Campos sobre el proyecto sobre ETA. Él me contó que estuvo en París la noche del atentado en Bataclan, y un día apareció con el libro de Ramón González.

Inicialmente pensé que le diría que no, y eso le dije a mi mujer Isa, con quien escribí el guión y produje la película. No me sentía legitimado para hacer una película así. Pero en el libro encontré muchos detalles que no habríamos escrito como guionistas si no hubiera contado alguien que estuvo allí. Tanto sobre la noche del atentado, como del año siguiente. Pedí un encuentro con Ramón y Celine, nos reunimos los tres guionistas con ellos en París y me impactó mucho ver a esas dos personas, que han pasado por lo mismo, pero que no son capaces de recordar lo mismo, ni de compartir esa experiencia.

Es lo que narra la película…

Eran como dos polos opuestos. Ramón contó que cuando estaba en el camerino secuestrado, con la esperanza de que no los mataran, su mayor miedo era que si moría sentiría que su vida había sido un fracaso. Eso me hizo preguntarme también. ¿De verdad vivo como quiero vivir? ¿Cuántas cosas estoy haciendo sin querer, profesionalmente, pero también en el día a día? Creo que es una cuestión que nos interpela bastante a todos. Creo que cada vez hacemos más cosas que no queremos hacer sin darnos ni cuenta. Ni siquiera nos lo piden.

Celine, en cambio tiene una reacción muy distinta…

También había muchas cosas en las que me reconocía en ella. ese deseo de seguir adelante, de que no la consideren por hacer algo ajeno a su voluntad. Plantear esto al espectador me parecía un reto. Ahí me di cuenta de que la película, aunque no sabía cómo hacerla, consistía en contar la experiencia de ambos, la de sus amigos, y transmitirla al espectador.

El cine, cuando aborda el terrorismo, se ha fijado de forma desproporcionadamente en los terroristas. Quizás, con la idea un poco exótica de que son distintos a nosotros, de que tenemos que comprender cómo han llegado ahí. Y no nos damos cuenta de la experiencia que han pasado las víctimas y de que posiblemente la personalidad del terrorista no sea tan glamorosa; de que lo que han pasado las víctimas es muy distinto a lo que hemos vivido nosotros. Tenemos mucho que aprender de lo que han vivido ellos.

La película otorga cero visibilidad a los terroristas. ¿Mostrarlos hubiera despertado odio?

Lo que me pregunté fue qué película queremos hacer, y cómo queríamos representar la violencia. De hecho, nos llegamos a plantear evitar por completo la filmación de Bataclan. Nos preguntamos si era necesario ver todo eso para abordar a los personajes y llegué a la conclusión de que por respeto a Ramón González, teníamos que filmar esas imágenes que son las que su libro reclama.

Su libro empieza contando el momento en el que está deslumbrado por las luces de los fogonazos de la kalashnikov. Y dedica muchas páginas, más de medio libro, a contar la noche del atentado y lo que ocurre dentro de esa sala. Entonces, sentí que la responsabilidad era contarlo y no caer en esa especie de comodidad que a veces puede tener el cine de autor de excusarnos en la elipsis para ser elegantes y considerados. Ahí se nos planteó el problema: ¿cómo lo hacemos para no caer en el espectáculo hollywoodense o en la obscenidad?

¿Cómo lo hicieron?

Preguntamos mucho a Ramón y a Celine, nos dejamos guiar por ellos y las decisiones que tomamos con Irina Lubtchansky, mi directora de fotografía, que ha trabajado mucho con Arnaud Desplechin, con Jacques Rivette, y tiene bastante conciencia de lo que implica la representación moral de la violencia. Decidimos que esta película no son los terroristas, no nos importan. No queremos saber de ellos sino sobre quienes los miran y los sufren. Otra línea era la de no mostrar los impactos de bala ni los cuerpos de los fallecidos.

¿Esa catarsis por la que pasan los protagonistas durante un año es también para la audiencia, de cara al miedo ante los ataques terroristas, que ahora han parado durante la pandemia, pero desde 2015 y antes fueron constantes?

Es parte de las preguntas. ¿Cómo queremos vivir? ¿A qué estamos dispuestos a renunciar? A mi me preocupa que renunciemos con tanta facilidad a lo colectivo. A experiencias como un festival de cine, un concierto de rock’n roll; la vida con los amigos y las parejas. Ya desde antes de la pandemia, y no sólo por los atentados, todo parece que nos empuja a vivir cada vez más separados, más aislados, más pendientes de nuestras pantallas.

Hace dos semanas fui a un concierto de rock’n roll de Nacho Vegas en Gerona y reconecté por completo con lo que quería explicar al empezar la película: que debía tener algo propositivo, no sólo de quejas y denuncias, sino reivindicar una forma de vida, y creo que está en esas ganas de vivir y de no renunciar al rock, ni a la poesía, ni a la música, ni al estar juntos.

A eso alude alude el final: ¿es posible, colectivamente, sobreponernos a las heridas que ha dejado, en este caso, el terrorismo?

Es imposible responder a eso. Pero creo que lo colectivo nos hace más fuertes y más felices. La vida es más intensa, plena y feliz cuando la compartimos. Es de las cosas bonitas del cine también, que trabajas en equipo. Discutes tus ideas, discrepas, compartes. Con la editora de foto, con los montadores, con los guionistas, con los actores y, al final, las conclusiones a las que llegas son mucho mejores que aquellas a las que hubieras llegado tú solo. Acabas incorporando pedazos de los demás y creces. En mi caso, tal vez literalmente.

¿Qué desafíos supuso la pandemia en el trabajo de filmación?

Tuvimos que retrasar el rodaje varios meses. Estaba previsto en otoño de 2020 y pasó al 2021. Requeríamos secuencias masivas con cientos de personas en la sala de conciertos, y una evacuación. Rodar eso con covid era complejo. Lo más difícil fue la filmación del concierto. Ese rodaje fue muy emocionante porque estábamos haciendo algo que no se podía hacer en ningún lado. Yo le decía a mi ayudante: ¡Qué bien lo has hecho, están todos a tope!

Luego me dí cuenta de que era porque hacía mucho tiempo que la gente no iba a un concierto. Las discotecas estaban cerradas, no había conciertos, nadie bailaba, y ahí estaban todos, dándolo todo en cada toma. Fue muy emocionante porque vinieron también Ramón, Celine, y las personas que inspiraron los personajes de Carlos y Lucie, que llegaron por sorpresa, vestidos con la ropa que llevaban aquella noche. Yo estaba muy emocionado, aunque a la semana siguiente paramos el rodaje. Empezó a haber casos positivos uno tras otro y hubo que parar. Pero ya habíamos rodado todo el concierto en el mismo bloque.


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