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Cine

28 de Febrero de 2022

Columna de Yenny Cáceres: Mi Almodóvar favorito

Hemos envejecido junto a Almodóvar. Nosotros, sus espectadores, también estamos canosos, nos han roto el corazón, nos hemos vuelto a enamorar, hemos tenido hijos y nunca más olvidamos cuando fuimos traicionados.

Yenny Cáceres
Yenny Cáceres
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Fue hace un par de meses, para el estreno de Madres paralelas en Francia, que vi  una foto de Pedro Almodóvar en Twitter que me conmovió. Ahí estaba, el más importante cineasta español, ganador del Oscar, parado como un turista cualquiera, frente a una paleta publicitaria de Madres paralelas, con la torre Eiffel de fondo y un esbozo de sonrisa, su pelo rebelde completamente blanco, vestido con una parka gruesa y una bufanda de un verde rabioso al cuello para soportar el frío de un París invernal. Era el tipo de foto que uno se sacaría para mostrarle, con orgullo, a la mamá. Era una foto que gritaba: ¡Lo logré!

Algo quedaba en esa foto del adolescente que se sentía un extraterrestre en un pequeño pueblo de Cáceres, en una España rural y conservadora, y que en los años sesenta decidió partir a Madrid y convertirse en cineasta. Aunque eso significara soportar un trabajo tedioso en la Telefónica y filmar sus primeras películas con una cámara Super 8 durante sus ratos libres, en un país gris donde Franco había cerrado la Escuela de Cine de la capital.

El reciente estreno de Madres paralelas (2021) en Netflix ha provocado una compulsiva revisión de su obra. Junto a su última película, se incorporaron a este catálogo otros títulos clave de su filmografía. Para quienes vimos por primera vez las películas de Almodóvar a comienzos de los noventa, este ejercicio es un viaje a la semilla. Hemos envejecido junto a Almodóvar. Nosotros, sus espectadores, también estamos canosos, nos han roto el corazón, nos hemos vuelto a enamorar, hemos tenido hijos y nunca más olvidamos cuando fuimos traicionados.

Algo quedaba en esa foto del adolescente que se sentía un extraterrestre en un pequeño pueblo de Cáceres, en una España rural y conservadora, y que en los años sesenta decidió partir a Madrid y convertirse en cineasta.

En ese Chile, al final de la dictadura, Almodóvar fue una bocanada de libertad sexual y frescura. Mujeres al borde un ataque de nervios (1987), ¡Átame! (1989) y Tacones lejanos (1991) era el retrato de un mundo pop, gay, kitsch y con personajes alucinantes. Almodóvar se alzó como una categoría propia y lo almodovariano definió a ese mundo y a esas mujeres, desesperadas, pero también fuertes y valientes. Su cine era un desborde de sensualidad, de colores saturados en la decoración y el vestuario, que buscaban expresar las emociones de los personajes.

Almdóvar era humor, irreverencia y pasión. Todo eso aparece calculadamente controlado en Madres paralelas, donde intenta, de un modo forzoso, unir dos relatos. Por un lado, está la historia de dos madres solteras que crean un fuerte lazo a partir de un suceso tan doloroso como inesperado. Una de ellas, fotógrafa, interpretada por Penélope Cruz, impulsa el otro eje narrativo: la búsqueda de las fosas comunes de la Guerra Civil, una realidad aún silenciada e ignorada por muchos españoles.

El reciente estreno de Madres paralelas (2021) en Netflix ha provocado una compulsiva revisión de su obra. Junto a su última película, se incorporaron a este catálogo otros títulos clave de su filmografía. Para quienes vimos por primera vez las películas de Almodóvar a comienzos de los noventa, este ejercicio es un viaje a la semilla.

Para quienes hemos estado con Almodóvar, en las buenas y en las malas, esta fallida incursión en un cine más político es un traspié que no impide apreciar su genialidad. En este afán revisionista, volví a ver La flor de mi secreto (1995, disponible en Netflix y Mubi), una de mis favoritas de su filmografía, y que ahora podemos apreciar como un preámbulo de sus películas más exitosas, como Todo sobre mi madre (1999), Volver (2006) y Dolor y gloria (2019), su cinta más autobiográfica. Marisa Paredes ofrece aquí una actuación arrebatadora en la piel de Leo, una escritora de novelas rosa que se esconde bajo el pseudónimo de Amanda Gris. Pese a que sus libros son superventas, Leo quiere alejarse del género y escribir columnas sobre literatura y autoras de más prestigio, como Djuna Barnes. Todo esto mientras lidia con la inmimente separación de su marido, que la engaña con su mejor amiga.

La flor de mi secreto marcó un punto de inflexión en la carrera del director español. Es la película de un Almodóvar más maduro y sereno, alejado de las estridencias de sus primeros años y hasta del melodrama, para construir un drama a secas, donde la protagonista –al igual que en varias películas posteriores– vuelve a su pueblo natal a curar sus heridas. Almodóvar, un cineasta que siempre se ha destacado por su dirección de actores, hace brillar a Chus Lampreave y Rossy de Palma, como una madre e hija que se pelean todo el tiempo, pero que resultan entrañables. 

La flor de mi secreto marcó un punto de inflexión en la carrera del director español. Es la película de un Almodóvar más maduro y sereno, alejado de las estridencias de sus primeros años y hasta del melodrama, para construir un drama a secas, donde la protagonista –al igual que en varias películas posteriores– vuelve a su pueblo natal a curar sus heridas.

Más sorprendente resulta ver las similitudes de La flor de mi secreto con La voz humana (2020, en Mubi), el cortometraje de media hora que estrenó en pandemia con Tilda Swinton, en que adaptó el monólogo homónimo de Jean Cocteau. Esos treinta minutos conmueven y emocionan más que las dos horas de Madres paralelas. Es un Almodóvar en estado puro, muy teatral, en que vemos el desgarro de esta mujer que habla por teléfono con su amante tras su separación, en medio de unos decorados que nos advierten que estamos ante una puesta en escena. Es como si con este recurso Almodóvar nos abriera las puertas de su cocina, de su mundo creativo, para recordarnos que una de las cosas que más les fascina del cine es eso, el cine como una representación. Así lo resumió en una entrevista: “A mí me gusta siempre ese elemento de artificio que hay en el director, porque es en ese artificio donde tú proyectas todas tus intenciones”.

* Yenny Cáceres. Periodista y autora del libro Los años chilenos de Raúl Ruiz (Catalonia-Periodismo UDP), ganador del Premio Escrituras de la Memoria 2020.

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