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2 de Junio de 2022

Detrás de un libro: La historia de una detenida desaparecida

Esta semana llega a librerías "Rostros de una desaparecida". Su protagonista es Sonia Bustos, funcionaria de Investigaciones, integrante del MIR, quien tenía 30 años cuando fue detenida y desaparecida en septiembre de 1974 por agentes de la DINA. Yo soy su sobrino y autor de este libro donde narro su vida y las huellas de una familia tras su partida. En este texto para The Clinic cuento cómo fue escarbar en el pasado, en una memoria que se une con la historia de Chile.

Por

No quería escribir este libro. No sabía cómo armarlo, no sabía qué había detrás de una página nueva, mucho menos sabía cómo terminarlo. Incluso lo presenté en algunas editoriales antes de comenzar a escribirlo. Esto sucedió unos años antes del inicio de la pandemia. Presentaba una docena de páginas y narraba una intención, un deseo. Una historia que yo construiría, que sabía que existía, que es parte de mi familia, que me rondaba la cabeza, pero cómo escribir un libro tan ajeno y a la vez tan personal. En 2017 comencé a juntar fragmentos, crónicas de otros, restos del pasado, fallos judiciales, la historia de un Chile dividido, imágenes, frases sueltas y luego sumé entrevistas, más papeles, visité algunos archivos, recintos como ex centros de detención, hablé con mi mamá en profundidad y conocí más a la protagonista de este libro: Sonia Bustos, mi tía, detenida y desaparecida desde el jueves 5 de septiembre de 1974, a quien nunca conocí.  

Sonia se transformaría en mi fantasma, en mi compañera de ruta, en mi segunda voz entre páginas en blanco, en la guía para escribir su propia historia. La desaparecida sin tumba. La mujer que sigue en una lista inamovible como parte de las 1.210 personas detenidas y desaparecidas durante la dictadura cívico-militar liderada por Pinochet”.

Lo primero que tuve de este libro fue el epígrafe de Nicanor Parra. “De aparecer apareció / pero en una lista de desaparecidos”. Era la única certeza. Lo único verdadero. Luego, me di cuenta de que mi tía había sido parte de muchas listas. Entonces, Sonia se transformaría en mi fantasma, en mi compañera de ruta, en mi segunda voz entre páginas en blanco, en la guía para escribir su propia historia. La desaparecida sin tumba. La mujer que sigue en una lista inamovible como parte de las 1.210 personas detenidas y desaparecidas durante la dictadura cívico-militar liderada por Pinochet.

Sonia trabajaba en el casino de Investigaciones, tenía 30 años, y ese día de comienzos de septiembre del 74 fue detenida y secuestrada por agentes de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) desde la casa familiar ubicada en calle Catedral, a pasos de la Quinta Normal y de donde ahora se encuentra el Museo de la Memoria. Nadie de la familia sabía que Sonia era miembro del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) hasta que desapareció. Esa casa familiar arrendada, en calle Catedral 3119, también desapareció. Fue demolida hace algunos años y reemplazada por un edificio.

FICHA DE LIBRO
Rostros de una desaparecida
Javier García Bustos
Ediciones Overol, 2022
120 páginas. $12.500
Disponible en www.edicionesoverol.cl

Olga busca a su hija

A mi madre, Rosa Bustos, carabineros y agentes de la DINA, encabezados por Osvaldo Romo, la fueron a buscar cuatro días después que se llevaron a mi tía Sonia. El lunes 9 de septiembre de 1974, mi madre salió a la fuerza de esa casa de calle Catedral 3119. La trasladaron en una camioneta al recinto de Londres 38. Allí estuvo detenida con su hermana Sonia. Ambas recibieron varias golpizas. Las dos fueron torturadas con corriente eléctrica. Sonia y Rosa se vieron por última vez en el centro de detención Cuatro Álamos. Mi mamá estuvo detenida dos semanas. 

Sonia y la foto que usaba su madre Olga cuando la buscaba. Crédito: Archivo familiar.

Su vida cambió para siempre tras esos días en prisión. Sin embargo, mi madre continuó trabajando en la Tesorería durante 36 años y junto a su madre, mi abuela Olga, se dedicaron a la búsqueda de Sonia. Integraron la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y visitaron postas, morgues, cementerios, embajadas, comisarías, tribunales e interpusieron una serie de recurso de amparo, como también dejaron su testimonio y participaron de la Vicaría de la Solidaridad. Mi abuela Olga murió diez años después de la desaparición de mi tía, en agosto de 1984. Mi abuela murió buscando a su hija.

Este libro podría haberse llamado La desaparición de una familia, como el poema de Juan Luis Martínez. Ese texto que como dijera alguna vez Armando Uribe es un poema sobre los detenidos desaparecidos.

mi madre continuó trabajando en la Tesorería durante 36 años y junto a su madre, mi abuela Olga, se dedicaron a la búsqueda de Sonia. Integraron la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y visitaron postas, morgues, cementerios, embajadas, comisarías, tribunales e interpusieron una serie de recurso de amparo, como también dejaron su testimonio y participaron de la Vicaría de la Solidaridad. Mi abuela Olga murió diez años después de la desaparición de mi tía, en agosto de 1984″.

Mi abuela Olga, al darse cuenta de que la justicia era sinónimo de impunidad, se refugió en la religión, en un Dios que se colmó de preguntas. Hacía mandas e iba a la iglesia. Después le hizo mandas a la Virgen en nombre de Sonia y tuvo una especie de circuito de oración por varios recintos. Mi madre me cuenta que terminó asistiendo, en sus años finales, donde una vidente del barrio Yungay. Mi abuela Olga tenía cáncer, sabía que moriría, pero quería dar con el paradero de su hija. Esta historia, la de la vidente, no está escrita en el libro Rostros de una desaparecida. Es el dolor más grande y yo no hallé las palabras para apuntar el deseo mayor: que mi abuela volviera a encontrarse con Sonia.

La prensa, los 119 y la incertidumbre

Mi tía fue parte de la lista de los 119, de la llamada Operación Colombo. Un montaje macabro orquestado entre la DINA y la prensa nacional. Ocurrió en julio de 1975 cuando los diarios El Mercurio, La Tercera, La Segunda y Las Últimas Noticias reprodujeron en sus páginas información falsa. Acompañaban las notas dos listas, una de sesenta detenidos, la otra de cincuenta y nueve, la mayoría miembros del MIR, que señalaba que estas personas habían muerto por pugnas internas en países como Argentina, Colombia y México.

Sonia Bustos apareció en la lista del diario El Mercurio, el 23 de julio de 1975. El titular de la nota que citaba a la agencia UPI decía “Identificados 60 miristas asesinados”, con el epígrafe: “Ejecutados por sus propios camaradas”. Sonia había vivido en Catedral 3119, una cifra que repitió en su cabeza, ella y la familia -todos juntos como un mantra del horror-, mucho antes de ser parte de esas listas entregadas por la DINA.

Rosa Bustos, hermana de Sonia, en Catedral 3119; a pasos donde hoy se ubica el Museo de la Memoria. Crédito: Archivo familiar.

El fallo judicial sobre Sonia, firmado por el juez Mario Carroza, habla de esta gran mentira, de ese antecedente de las fake news, como también nombra autores del “delito de secuestro calificado” a Manuel Contreras y Marcelo Moren Brito. Además, nombra culpables a tres coautores: Ciro Torré Sáez, teniente coronel de Carabineros; Orlando Manzo Durán, oficial de Gendarmería; y César Manriquez Bravo, general del Ejército, quienes cumplen condena en Punta Peuco.

Sin embargo, ellos eran parte de la cúpula de esta red de exterminio, daban las órdenes y eran los responsables de los recintos de centros de detención. Pero ¿Quiénes actuaron directamente en la desaparición de Sonia? ¿Cuándo y cómo dejó de existir? ¿Dónde está su cuerpo? Los fallos judiciales no son concluyentes. No señalan quién o quiénes son los responsables directos en la desaparición de Sonia ni menos dicen dónde están sus restos. ¿La desaparecida sin tumba dejó de existir a los 30 años?

¿Quiénes actuaron directamente en la desaparición de Sonia? ¿Cuándo y cómo dejó de existir? ¿Dónde está su cuerpo? Los fallos judiciales no son concluyentes. No señalan quién o quiénes son los responsables directos en la desaparición de Sonia ni menos dicen dónde están sus restos. ¿La desaparecida sin tumba dejó de existir a los 30 años?”

Mi madre, como mi abuela, escuchaban a diario la radio Cooperativa y veían las noticias de la televisión. Por la mañana, por la noche. Siempre esperando un “Extra noticioso”, un “Último minuto”, algo que diera paso a una pista, una señal sobre Sonia. Con los años entendí que era evidente el origen de mi vocación y la elección profesional. Estudié Periodismo de tanto escuchar las noticias. Mi madre hoy sigue sintonizando la radio Cooperativa.  

Este libro Rostros de una desaparecida no está dedicado. Antes que eso, encontré un segundo epígrafe que está junto al de Nicanor Parra. Es de una escritora polaca que creo le hubiese gustado a mi tía, Olga Tokarczuk. La frase dice “Durante mucho tiempo nadie advirtió mi desaparición”. Ya con el segundo epígrafe avanzamos en la escritura de este libro que nunca terminará de escribirse, que yo no quería escribir, que espero nunca termine de escribirse.  

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