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28 de Septiembre de 2022

Paloma Sánchez-Garnica, finalista Premio Planeta 2021: “Nació un Stalin, nació un Hitler, ha nacido un Putin y puede llegar a nacer otro tipo de estas mismas características”

paloma-sanchez-garnica-ultimos-dias-en-berlin Créditos: Carlos Ruiz B.K

La autora española fue finalista del Premio Planeta 2021 con su novela "Últimos días en Berlín", un libro que intenta dar una nueva mirada a la historia de la Segunda Guerra Mundial en Alemania y en Moscú. Con un trabajo de personajes identitarios y una vasta investigación, Sánchez-Garnica conversó con The Clinic para analizar los patrones que se están repitiendo hoy en la política global y sobre la importancia de revisar el rol de las mujeres en estos conflictos bélicos.

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Curiosidad. Ese fue el motor que llevó a Paloma Sánchez-Garnica a adentrarse en el ascenso de Adolf Hitler en la Alemania nazi, en la Revolución rusa y en la Segunda Guerra Mundial.

Curiosidad por entender cómo cada uno de estos eventos históricos se produjeron desde la ciudadanía, cómo personas corrientes se enfrentaron a estos cambios de ideologías e hicieron frente desde sus veredas los cambios sociopolíticos que se vivían.

Personajes realistas, con los cuales uno se puede identificar, relaciones interpersonales humanas y un extraordinario rigor histórico representan lo que es “Últimos días en Berlín”. Con esta novela, esta autora española consiguió ser finalista del Premio Planeta 2021, marcando un antes y un después en su carrera.

En conversación con The Clinic, Paloma Sánchez-Garnica asume el galardón como un “reconocimiento a toda mi trayectoria, que además ha ido muy despacio. He tenido que tener mucha paciencia. De repente te encuentras que alguien dice tu nombre desde un escenario y puedes subir a recoger ese reconocimiento”.

¿Cómo se sintió saber que eras finalista de este premio Planeta? ¿Cuáles fueron las sensaciones?

—He cumplido 60, en ese momento tenía 59, y la edad para eso es un grado.Cuando sabía que iba a decir mi nombre, porque era mi pseudónimo, pensé ‘Paloma, disfrútalo’.

Estoy en ese disfrute consciente, no permití que los nervios me aguaran el momento. La verdad es que es una forma de llegar a muchos más lectores. El reconocimiento de ellos, que al final es lo más importante, está siendo espectacular.

¿Desde el reconocimiento has visto que ha aumentado la gente que compra y lee tus libros?

—El sello Premio Planeta supone una promoción espectacular, es la mayor proclama de habla hispana del mundo. Eso hace llegar a lectores a los que, de otra manera, no podrías llegar. Pero además, aparte de ese marketing de la promoción está funcionando el boca-oreja. La gente lo lee y lo recomienda. Deja tan buen sabor de boca que van a buscar otros libros más. 

La “Historia” y la “historia”

Paloma Sánchez-Garnica escribe novelas históricas. Ese es su sello. Ha revisado en su obra desde la Guerra Civil española hasta la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, como ha reconocido ya la autora, para escribir sus historias deja que las cosas fluyan. 

Con “Últimos días en Berlín”, por ejemplo, ha confesado que no había claridad en el curso que quería que tomaran sus personajes, sino que sólo había una idea general. Sin embargo, la española recalca que antes de escribir, la investigación histórica es esencial para mantener la rigurosidad del relato.

En su trabajo, podemos resumir, Sánchez-Garnica revisita la “Historia”, la grande y con mayúscula, a través de muchas “historias” pequeñas.

Adentrándonos en tu obra, Paloma, ¿por qué crees que seguimos revisitando y escribiendo sobre la Historia, la historia con mayúscula, es decir todo aquello que nos precede?

—Porque es necesario conocer el pasado para no repetir los errores que se cometieron. El conocimiento del pasado permite una mirada comprensiva de la realidad que tenemos. Uno de los instrumentos más extraordinarios y más accesibles que tenemos para conocer ese pasado es la literatura, la ficción. Es una forma de poder enmarcar la realidad en la que vivimos y, para eso, tenemos al alcance las historias que se cuentan. Yo creo que cada persona tiene una historia digna de ser contada.

Las épocas conflictivas, como puede ser la Segunda Guerra Mundial, los años 20 y 30, la Guerra Fría, son momentos en los que las decisiones de personas como nosotros, cualquier ser humano corriente, están determinadas y condicionadas. Es una forma de analizar qué harías tú en esa circunstancia, reflejarte en otra realidad.

¿Cómo las novelas abren este espacio que las hojas de los libros mantienen tan cerrado, todos esos relatos pequeños que fueron conformando estos grandes eventos?

—Yo creo que la ficción cuenta la inter-historia, las historias con minúscula. La Historia, con mayúscula la analizan los historiadores, los titulares de periódicos, estudios sociológicos. Las historias pequeñas, como la tuya o la mía, historias cuyas decisiones afectan al ámbito más privado pero que sostienen la Historia con mayúscula, es lo que encontramos en la ficción y en la literatura. Y es lo que yo trato de contar.

Yo no quiero contar los grandes acontecimientos históricos de los años 30 o 40, quiero contar cómo Hitler y sus políticas influyeron y condicionaron a gente como yo en su cotidianeidad, en su forma de actuar, de pensar, en su capacidad de ser libres. Esa es mi intención a la hora de escribir y de leer.

¿Cómo, también, estas historias con minúscula ayudan a conectar no sólo con el pasado, sino que también con los herederos de dichas historias?

—Porque al final, el lector, en esas historias se ve reflejado, como un espejo. La belleza de la lectura es eso. Parece que esa frase o esa situación están escritas para ti, porque es muy parecida a algo que tú estás viviendo. 

El ser humano, a lo largo de la historia y en cualquier cultura básicamente pide, desea y obtiene lo mismo. Todos hemos tenido la necesidad de ser felices, de que nos quieran y de querer. Hemos sido abatidos por el odio, por la envidia, por las fricciones. Entonces, la base del ser humano es más o menos la misma.

Luego cambian y te condicionan las circunstancias, épocas, culturas, costumbres, leyes, sistemas políticos que te teledirigen y condicionan tu forma de actuar. 

¿Por qué precisamente revisitas esa época, estos años en Europa, en sus novelas?

—Por pura curiosidad. Sobre todo cuando estaba escribiendo y documentándome sobre mi anterior novela, acerca de esa Europa de finales de los 60 y principios de los 70. En ese Berlín del Muro yo quería entender qué falló para que ocurriera lo que ocurrió, por qué se llegó a esa situación.

Entonces, claro, no me interesaba tanto la Segunda Guerra Mundial, no quería meterme en las trincheras ni en el horror del holocausto. Quería entender cómo una sociedad como Alemania se dejó llevar y apasionar por un salvapatrias como Hitler, por una ideología perversa como el nazismo. Qué sucedió, qué falló”.

Ahí comienzas entonces la investigación…

—Empecé a leer y lo que quería era poner a personajes corrientes a gestionar sus vidas para entender esa época a pie de calle. En los hogares particulares, cómo fueron asimilando esa ideología, esos cambios de los principios morales en base al nazismo.

Luego se me cruzó el estalinismo y me di cuenta de que eran dos sistemas completamente diferentes, pero, al final, el efecto sobre el ciudadano era el mismo: miedo condicionante, falta de libertad, falta de derechos. Las consecuencias eran las mismas. Es ese mi interés, entender esa época a través de la literatura, a través de unos personajes que son gente corriente, con la que cualquier lector se puede sentir identificado.

La Historia de ayer y la de hoy

Con la investigación que tuvo que hacer para “Últimos días en Berlín”, Paloma Sánchez-Garnica se enfrentó a los efectos del nazismo y del estalinismo en la ciudadanía. Es por ello que la española insiste en que no debemos ver el pasado con tanta distancia, porque “nos puede volver a pasar, las mentes pueden volver a ser seducidas y abducidas”.

Haciendo el análisis de lo que has investigado, ¿ves algo de esas épocas en la política de hoy?

—Analizando sobre todo estos días, que estoy en Latinoamérica, yo creo que en el mundo occidental estamos en un momento crítico. Si no tomamos conciencia del peligro que se nos avecina, podemos llegar a vivir lo impensable: lo que vivieron los alemanes, y los europeos en general, la previa de la Segunda Guerra Mundial.

Y eso lo dices porque…

—Es un momento crítico en el que se está polarizando la sociedad en la que se empieza otra vez a mirarse cada nación el ombligo. En Europa tuvimos el Brexit, de Gran Bretaña, pero tenemos también el problema de ver quién sale en Italia, si sale esta señora de extrema derecha que quiere desmembrarse de Europa (efectivamente, Meloni ganó). Si se va Italia, Europa se desmorona.

Con la amenaza de Rusia, del gas del cual dependemos, estamos en contra de una guerra que estamos financiando, una locura. Es un momento muy crítico, depende de nosotros, de la sociedad, de nuestros políticos, que son los que nosotros votamos, los que determinen el futuro que nos espera.

Entonces, para ti hay semejanzas entre ambas épocas…

—Hay algunas similitudes. De hecho, la OTAN, Europa, Estados Unidos, han conseguido lo que no se consiguió en los años 30. Yo creo que esta vez han plantado cara a pesar de que, las medidas tampoco hacen mucho, pero se ha hecho un intento, (ponen) un poco de presión.

Es una forma de decir ‘no te dejamos hacer, porque Ucrania nos importa un pito’. Ucrania puede ser el comienzo de mucho más. Al igual que Hitler no se conformó con una cosa e iba a ir más allá, pues este hombre también puede hacerlo. Entonces, ahí estamos, en una situación muy crítica porque puede ocurrir lo impensable.

En Latinoamérica no hemos vivido guerras como las de Europa, pero sí nos tocó vivir fuertes dictaduras durante el siglo pasado. ¿Crees que este tipo de personajes, que surgieron entonces, pueden volver a surgir en la historia si no nos damos el espacio de recordar que estuvieron ahí?

—¡Claro que sí! Nació un Stalin, nació un Hitler, ha nacido un Putin y puede llegar a nacer otro tipo de estas mismas características. No estamos exentos de nada. Podemos llegar a creernos como sociedad occidental que a nosotros, envueltos en nuestro Estado de Derecho y en nuestra democracia imperfecta, los males y las tragedias del pasado no nos pueden ocurrir.

Y nos equivocamos, porque como dijo Primo Levi, refiriéndose al horror del nazismo, “ocurrió. Y puede volver a ocurrir” en cualquier momento y en cualquier lugar. A lo mejor no con las mismas formas, pero sí con los mismos resultados trágicos. Muy cerquita, tenéis a Venezuela. Cómo un país rico, próspero, con una clase media establecida que ha dado la vuelta y está como está.

Claro…

—Tenemos a Cuba desde no sé hace cuántas décadas y hay en el mundo muchos países con unas dictaduras que condicionan mucho la vida de personas como tú y como yo. Tenemos que estar alertas, porque no estamos exentos de ello. Puede venir una dictadura que nos arranque todo el Estado de Derecho en el que vivimos. Puede venir un salvapatrias, en estos momentos tan conflictivos, que nos diga que nos va a resolver todo y que le sigamos ciega y enfervorizadamente, y nos dejemos llevar por una ideología perversa, igual que lo fue el nazismo.

Debemos analizar el pasado para evitarlo, porque se subestimó a Hitler. Hay que pensar que, cuando Hitler hablaba en público, se le creía, se le aplaudía, se le admiraba y se le adoraba como un dios, por lo tanto, hay que estar alertas. Las dictaduras, los dictadores no se presentan abiertamente antes de tomar el poder. Una vez que han tomado el poder el pueblo no se puede mover. O estás dentro o estás fuera”.

La Historia del resto, pero no la propia

Hace un tiempo conversamos en The Clinic con Nona Fernández. Su obra está transversalmente marcada y referenciada a la dictadura aquí en Chile, razón por la que ha sido muy criticada por ser “monotemática”. ¿Pasa algo similar en Europa, cuando los escritores están constantemente hablando, por ejemplo, de las grandes guerras? 

—No tanto. Allí en España tenemos otro problema: la Guerra Civil. Yo escribí una novela sobre esta en 2002, “Las tres heridas”, y sí que oí comentarios de “otra novela sobre la Guerra Civil”. Los españoles sabemos muy poco de la Guerra Civil porque se nos ha enseñado muy mal. Cuando esa guerra terminó los padres y los abuelos de todos los que están en mi generación decidieron callar, guardar silencio.

Es decir, callaron para seguir adelante…

—Yo a mis padres nunca les escuché hablar de la Guerra Civil. Era como que hubiesen pasado un velo por su memoria. Mi padre murió muy pronto, mi madre era como si no tuviera ganas de contar. Al único que yo le escuché por primera vez, con 17 años, era a mi suegro, que hablaba de sus vivencias en la Guerra Civil de una forma muy natural, sin resentimiento (siendo) que estuvo preso, pero él hablaba de la Guerra Civil.

En el colegio se nos enseñó muy poco y muy mal, de forma muy sesgada. Al final, tú preguntas a la gente un poco más de sustancia sobre la guerra civil y no sabe. Pero sí, hay ese prejuicio de ‘otra novela de la Guerra Civil’. Nos tragamos todas las películas del Lejano Oeste y todas las novelas de la Segunda Guerra Mundial que nos traen de fuera, pero no permitimos que un escritor español analice la propia historia”.

Quizás, es porque es distinto escuchar la historia de otros. En Chile, se contaban las historias de Europa, de lo que pasaba fuera, pero eso no nos impactó directamente. ¿Qué daño puede hacer eso en la memoria, el escuchar la historia del resto del mundo, pero negarse a escuchar la propia?

—El no reconocer, no analizar el pasado podría llevarnos a cometer los mismos errores. Es básico analizar el pasado, entender lo que pasó, comprender para no repetir, para preservar, para prevenir y, sobre todo, que la memoria de los que murieron no se quede en el olvido, de la gente que sufrió, por uno o por otro bando. La guerra se cuenta siempre por parte de los vencedores, los vencidos quedan anulados, aunque fueron parte de ese conflicto y fueron víctimas igual que el resto de la población.

Yo creo que es necesaria la memoria, conocer y entender qué es lo que ocurrió. Y una de las maneras más fáciles, más extraordinarias y que tenemos en este minuto a nuestro alcance es la literatura, la ficción. Todos sabemos leer, por lo tanto, nuestra obligación es analizar y saber qué es lo que ocurrió.

La memoria y la Historia

Paloma Sánchez-Garnica suele hacer en sus libros ejercicios de memoria. A través de la investigación y la creación de personajes complejos, la autora ha revisitado diferentes momentos de Europa, brindando una revisita a la memoria de muchos.

Sin embargo, con el paso del tiempo, son sólo estos relatos de quienes vivieron esta época lo que nos queda para recordar. Los más jóvenes no se han enfrentado los conflictos bélicos de antaño, y estas guerras y dictaduras sólo quedan en la herencia de la Historia… y de las historias.

En materia de memoria, el ejercicio que haces en tus libros es esencial, pensando en que muchos de los que vivieron estos conflictos ya no están. ¿Cómo se hace para que esas nuevas generaciones, más allá de conocer la historia, no se olviden de aquello que no vivieron en carne propia?

—Leyendo novelas. Lo más fácil es leer ficción. Yo he entendido la dictadura de Chile leyendo a Isabel Allende, con “La casa de los espíritus”. Entendí perfectamente cómo funcionó ese terror, ese cambio social que hubo. Las desigualdades y la llegada de Pinochet. Es una forma de aprender muy fácil y accesible. Para leer no hay que ir a una universidad, simplemente sabes leer. Lee ficción, lee novelas y entenderás muchas cosas.

Además, las novelas te llevan a tirar de otra cosa y a investigar lo que te interesa. A mí me ha dicho mucha gente que la tragedia de Katyn no la conocían, y han ido a buscar qué es lo que había pasado. Eso es la literatura, que tú entiendas esa Historia a través de los ojos de gente con quien tú te puedas ver reflejada, que no sean ajenos a ti, porque esos personajes son como tú. Que puedas caminar por esas calles, entender qué es lo que pasó, eso te hace ser muy consciente de lo que nos puede pasar”.

Se pueden volver a repetir, dices tú…

—A ti, aunque hayas nacido en democracia, no te viene la democracia y los derechos en el ADN. Te los pueden quitar en nada, sin darte cuenta. Ese es el tema, que todo lo que tenemos como Estado de Derecho nos lo pueden quitar. Por eso nos tenemos que conformar como una sociedad leída, con capacidad de crítica, con capacidad de cribar y contrastar la información, no ser manipulados por esa propaganda facilona. Una sociedad que pueda plantarle cara a un poder que quiera arrebatarnos el Estado de Derecho.

La sociedad alemana era una sociedad muy frágil en su momento, muy debilitada. Era una sociedad humillada, desesperada. Muy polarizada políticamente, había mucha violencia en las calles. Luego llegó un salvapatrias y dijo ‘yo lo voy a resolver todo’, y le siguieron convencidos. Estuvieron convencidos mucho tiempo, prácticamente hasta el comienzo de la guerra, de que Hitler y el nazismo eran la mejor solución. Porque esas ideologías cambian los principios morales.

Portada de la novela “Últimos días en Berlín”, que llevó a Paloma Sánchez-Garnica a ser finalista del Premio Planeta 2021. // CRÉDITOS: Editorial Planeta

Hay un cambio en la sociedad, entonces…

—Lo que hasta entonces había sido reprochable, imposible de aceptar, indefendible. De repente cambia y lo van asumiendo, asimilando, van aceptando cierta violencia porque ‘es necesario’ para que haya un poco de orden. Y van admitiendo que los judíos pues se les pueda echar de sus casas. Lo que antes era imposible de pensar, ahora es asimilado, aceptado y defendido.

Eso lo van cambiando muy poco a poco. Esa sociedad fue cambiando en ese sentido hasta que llegó la guerra, se vieron ellos como víctimas y que la guerra la empiezan a perder, y se empieza a desmoronar todo ese castillo de naipes que se habían construido como gran nación.

Sobre esta “propaganda facilona” que acabas de mencionar, estamos en un momento en el que hacer propagando ya no es como antes. Se hace a través de un teléfono, que además tiene todos los algoritmos para que te llegue aquello en lo que tú crees. ¿Cómo se combate hoy también esa propaganda facilona?

—En la Ilustración se creía que el mero acceso al conocimiento era ya una garantía para evitar los estragos del fanatismo. Ahora que tenemos tantísima información y acceso en todas las edades, de lo que se trata es de saber cribar esa información para evitar que esa propaganda cale en la conciencia social. Evitar que nos vaya empapando de forma inconsciente con ideas sencillas, simplonas y eslóganes repetidos.

“El saber contrastar una información es mucho más complicado que dejarse llevar por eso. Y eso se consigue siendo una sociedad leída. Si tú eres una persona leída, que tiene la capacidad de mirar a todos los lados y decir ‘no, yo esto no me lo creo’, o ‘lo tengo que contrastar’, depende de nosotros. El analfabetismo era muy manipulable”.

Es decir, para evitar caer en estas “trampas” que mencionas, ¿lo que hay que hacer es garantizar la información a la población?

—Los dictadores lo primero que persiguen, que tratan de silenciar, de someter y aniquilar es a los escritores, poetas, la intelectualidad y a los periodistas que quieren contar lo que ven con sus ojos sin prohibiciones. La libertad de un escritor para poder escribir, de un lector de poder comprar los libros que le da la gana, de una editorial de publicar o de un periodista para contar lo que está viendo, eso es la base fundamental de un Estado de Derecho. Es lo primero que quieren quitar porque es el pensamiento crítico de una sociedad.

La mujer y la Historia

En general, en los relatos de guerra, sus héroes y protagonistas son los hombres. Así ha sido históricamente, mientras que a las mujeres se les ha relegado a un papel secundario o, incluso, a hacerlas completamente invisibles. Siempre se nos ha contado la Historia, con mayúscula, desde la masculinidad.

Hoy algunas autoras están intentando cambiar eso. El mejor ejemplo es la Premio Nobel de Literatura bielorrusa, Svetlana Aleksiévich, quien fue una pionera al recopilar las historias de las mujeres que fueron parte del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial dentro de su novela “La guerra no tiene rostro de mujer”.

Algo similar hace Paloma Sánchez-Garnica en sus novelas, representando a las mujeres en distintos espacios, con historias profundas y complejas. Con esto, intenta mostrar esas historias que, irónicamente, la Historia escondió. Como resume, “no quería entrar en la guerra, pero sí quise que el lector fuera consciente, a través de los ojos de las mujeres, de las consecuencias que para ellas tuvo”.

¿Qué efecto, sientes, tiene el incorporar la voz femenina en estos relatos e integrarlas nuevamente a esa Historia de la cual fueron arrebatadas?

—Es necesario conocer su historia. Las mujeres hemos formado parte, para bien o para mal, siempre de la Historia. Muchas veces, en muchas ocasiones y durante muchos momentos históricos, se nos ha anulado como si no existiéramos. En las guerras, pareciera que los hombres son los únicos que sufren, porque van al frente y mueren, y las mujeres pareciera que se quedan en casa y están plácidamente.

En todas las guerras, y sobre todo en la Segunda Guerra Mundial, hay que recordar que se utilizaron los bombardeos sistemáticos contra la población civil como mecanismo de control y de ataque al enemigo. Y, al final, fueron las mujeres las que sufrieron.

Como pasa al final de “Últimos días en Berlín”…

—Esas violaciones perpetradas por el ejército ruso, también por los aliados, pero sobre todo por los rusos porque son los que llegaron primero, tenían un afán de venganza brutal, tomándolas como botín de guerra, embrutecidos. De forma inhumana, porque los hombres de esas mujeres habían hecho lo mismo con sus madres, con sus esposas en Rusia. La idea era que, ‘para humillar a tus hombres, voy a volcar contra ti toda mi ira’.

Las que pudieron soportar esa tragedia lo normalizaron entre ellas. Tuvieron que callar por vergüenza, por tabús y porque tenían que recibir a sus hombres humillados y vencidos. De hecho, hubo muchos que, una vez que se enteraron de que habían sido violadas sus mujeres, las abandonaron. Estas mujeres fueron las que, al final, reconstruyeron esa sociedad.

Hay algo que mencionas también en tu novela, que hace referencia a cómo se debía callar en esa época si habías vivido algo. Debías callarlo porque no merecías lástima del bando vencedor…

—Los vencedores banalizaron esta tragedia de las mujeres alemanas. Porque fueron violadas muchas veces, por muchos y durante muchos días. Y se banalizó porque no las consideraban víctimas, porque eran alemanas, parte del pueblo alemán y, por lo mismo, parte del problema. Un poco es que (pensaban que) se lo merecían.

Svetlana Aleksiévich es una de las que, desde el punto de vista soviético, da la cara y pone cara a ese millón y pico de mujeres que actuaron absolutamente como soldados y que en el momento en que terminó la guerra, se las apartó. Y en Alemania lo mismo, se quedan en casa, pero son violadas y nadie tiene en cuenta esa tragedia, porque son alemanas. Y eran parte del problema.

¿Cómo crees que darles a las mujeres esta voz nos va a ayudar, como sociedad, a entender un poco más las consecuencias que omitimos dentro de la Historia?

—Es necesario que se sepa esa obligación cultural de silenciar una tragedia de la que ellas no tenían la culpa, pero se sentían culpables. La única forma es gritarlo, es conocerlo, es entenderlo, es comprenderlo y saberlo, porque si lo ocultamos volverá a pasar.

¿Y podemos pensarlo como una lucha que las mujeres seguimos dando?

—Las mujeres poco a poco se atreven a denunciar. La única forma en que podemos cambiar esta realidad es conocerla, es contar, es concienciar que una mujer tiene el derecho, igual que un hombre, de vivir la vida y a ir como le dé la gana, y ningún hombre tiene el derecho a obligar a hacer lo que ella no quiere hacer. Y eso hay que hablarlo, porque no lo hablamos.

Es necesario hablarlo, contar esto, para que sean las víctimas y no las culpables, ese es el tema. Esas mujeres, por su cultura, no podían soportar contar lo que les pasó, una tragedia tan tremenda, además con el aliciente de que sus hombres las reprochaban y los vencedores que no las consideraban como víctimas. Fíjate lo pudieron pasar esas mujeres, teniendo que tragárselo. Hay que contarlo, para que no les vuelva a pasar a otras mujeres como ellas.

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