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Especial The Clinic

14 de Febrero de 2023

Cuando la amistad conoció el amor: historias de mejores amigos que terminaron en matrimonio

Alejandra González y Jorge Arias.

Alejandra decidió dejar a su novio e intentar una relación con su mejor amigo, Jorge, con quien hoy lleva 28 años de matrimonio. Natalia y Francisco suman cuatro años de casados. Fueron mejores amigos, pero luego pasó algo más y mantuvieron su relación en secreto por tres meses.

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Faltaban solo tres meses para que Alejandra González Salinas (57) -en ese entonces de 24 años- se casara. Llevaba cinco años con su pareja, hasta que un día su mejor amigo de hace años, Jorge Arias Astorga (59), le preguntó: “¿Estás segura que te vas a casar?“.

No. La verdad es que me gusta más estar contigo que con mi pololo– respondió González, sin titubear.

Ese día, con Arias acordaron intentar una relación. La condición era simple: si no funcionaba seguirían siendo amigos.

–’Pero si resulta, puede ser hasta la eternidad’, me dijo Jorge.

La pareja de González estaba en un viaje de trabajo cuando ella tomó la decisión de terminar la relación, así que esperó hasta que volviera. El día que llegó, recuerda, apenas se vieron le dijo que tenía algo importante que comentarle.

–Eso fue bien así loco, porque cuando llegó del viaje me fue a abrazar y yo le dije ‘no, espera, tengo que hablar contigo’. Me preguntó qué me pasaba, si es que estaba molesta porque no se había preocupado ni de la lista de invitados ni del lugar de la fiesta, yo le expliqué que aparte de eso, me había dado cuenta de muchas cosas. ‘¿Hay otra persona?’, me preguntó, y le respondí que sí, que incluso él no conocía. ‘Ah, Jorge Arias’, me dijo.

La conversación, dice, duró 10 minutos y nunca más se volvieron a ver. Se habían comprado una casa en La Florida, pero hasta hoy no sabe qué ocurrió con eso.

González y Arias se hicieron amigos en 1984, cuando estudiaban Ingeniería Comercial en la Universidad de Chile. Ella tenía 18 años y él 19. Para ese entonces, ella ya estaba en pareja.

–Jorge nunca llegaba a clases. Pasaban su nombre en la lista y no había nadie que recibiera las pruebas o las notas, así que le fui guardando esas pruebas. Un día el profesor pasó la lista y él dice ‘presente’. Todos nos dimos vuelta a verlo, porque era una incógnita.

Ese día, después de clases, González se acercó y le comentó que tenía sus pruebas guardadas. Él, dice, la quedó mirando extrañado y, temerosamente, le dijo ‘gracias’. Con el tiempo ella se dio cuenta que él no tenía amigos, porque tenían una generación de diferencia, y decidió integrarlo.

Nos hicimos mejores amigos. Yo estaba pololeando, tenía pareja, y él me decía que le presentara a mis amigas, que le averiguara si estaban pololeando, y yo le hacía gancho.

Una de las cosas que los unió fueron los negocios. Mientras esperaban las clases, iban a remates a comprar repuestos de auto u otros artículos para después venderlos. También practicaban karate juntos.

González vivía en Lo Barnechea y Arias en Ñuñoa. Él trabajaba en el centro de Santiago y ella en Renca. Pese a las distancias, intentaban verse todos los días.

Comenzaron a pololear en 1990 y a impulsar negocios juntos. Fue un camino difícil, dice, porque de los 28 proyectos que intentaron hacer, la mayoría no resultó.

En 1993, tras tres años de pololeo, decidieron casarse.

Fue bien amistoso como decidimos casarnos. Nos dijimos así como que ‘pucha, nos podríamos casar’. Lo pensamos y lo acordamos.

El matrimonio fue el 9 de abril de 1994. Para ese entonces arrendaban una casa en La Florida, aunque sus planes de vida los proyectaban en el sur. Pero un incidente en 1995 con un negocio, dice González, los obligó a quedarse en Santiago.

En 1998 tuvieron que buscar otra casa, porque en el terreno en el que vivían construirían un colegio.

–Tuvimos que rearmar nuestros planes.

Encontraron una casa cerca del lugar en el que estaban, en La Florida, y decidieron quedarse ahí. Para ese entonces ya eran padres de dos niños, uno de dos años y el otro recién nacido.

Tras altos y bajos con los negocios, en 2008 compraron un terreno en un remate en la misma comuna donde vivían. Así nació Bosque Celta, una fábrica de muebles que tenía una cafetería llamada La Barrica Celta.

Ese fue su sustento por años, hasta el 2013, cuando se incendió la mueblería.

–Fue de madrugada, un día del joven combatiente que nos tiraron una bomba molotov. Fue un incendio estrepitoso.

Fueron seis años de reconstrucción.

Esa vez quebramos. Nos tuvimos que endeudar, partir de cero, prácticamente.

Mientras levantaban el negocio, decidieron que solo continuarían con La Barrica Celta. Como no sufrió daños con las llamas, al día siguiente del incendio siguió funcionando. Hasta hoy, es su sustento económico.

González dice que su relación con Arias es un romance bajo las estrellas. Por eso, cada 14 de febrero conmemoran la fecha en el local con una celebración al aire libre.

Desde que tenemos el negocio se llama Romance bajo las estrellas. Nosotros siempre decíamos que nuestro pololeo era un romance bajo las estrellas, sin grandes lujos, sino que nosotros y el cielo que nos cubría.

El logo de La Barrica Celta decidieron que fuese una runa del amor. No fue una elección baladí, dice González.

–Para nosotros es prioridad el amor, más allá de todas las cosas que uno pueda tener, materiales, logros profesionales, qué se yo. Yo creo que lo más importante es el amor verdadero y nosotros nos consideramos muy afortunados. Desde que empezamos a estar juntos todavía nos sentimos enamorados. Yo encontré mi media naranja, la horma de mi zapato.

Alejandra González y Jorge Arias.

“En una de estas idas a la disco me di cuenta que me gustaba”

Natalia Tudesca (34) y Francisco Bustos (36) se conocieron estudiando. Ambos entraron a Química y Farmacia en la Pontificia Universidad Católica (PUC), en 2007 y 2005, respectivamente. Pero no fue hasta el años 2009 que se vieron por primera vez.

–La primera vez que lo vi él no se acuerda, fue en un carrete en la universidad. Él había congelado sus estudios y no estaba presente en las clases, así que antes de que volviera a la universidad, como a principio de 2009, fue que lo conocí por primera vez– cuenta Tudesca.

Su amistad no comenzó en ese momento. Como Bustos congeló sus estudios un año, cuando regresó a la universidad le tocó cursar ramos con Tudesca, que era una generación menor y tenía una relación de pareja con otra persona.

Comenzaron a acercarse, estudiaban y salían juntos. Tenían el mismo grupo de amigos, con quienes se iban de vacaciones cada verano.

Yo todavía pololeaba con mi ex en ese entonces– dice Tudesca.

Éramos muy cercanos, junto con el ex de ella– cuenta Bustos.

En noviembre de 2011 Tudesca terminó su relación, pero solo por un mes. Volvieron en diciembre. No estaba muy contenta, recuerda.

Para Año Nuevo, ella invitó a Bustos a cenar y pasar medianoche con su familia.

Mi familia lo amó. Me dijeron ‘¿por qué no pololeas con él?’– cuenta mientras se ríe.

Meses después, en el verano de 2012, se fueron nuevamente de vacaciones entre amigos, incluida la pareja de ese entonces de Tudesca. Su relación, recuerda, no venía muy bien y en marzo de ese año terminaron definitivamente.

El grupo de amigos se dividió y Tudesca con Bustos comenzaron a verse más que antes.

–Yo barsamente le pedía si me podía quedar en su casa. Yo vivía en Puente Alto y Pancho en Las Condes, entonces para ir a carretear nos queda más cerca su casa, porque íbamos a Bellavista, cuando existía Galpón 9– recuerda Tudesca.

En una de estas idas a la disco me di cuenta que me gustaba– cuenta Bustos.

Ese día durmieron en la casa de Bustos y se besaron por primera vez. Tudesca no tenía la intención de comenzar una relación en ese entonces, pero con Bustos -dice- la situación era diferente.

Cuando le di un beso dije ‘no, acá como que caí’. Me di cuenta de que me gustaba mucho. Desde ahí no nos separamos más– comenta Tudesca.

Desde ese viernes por la noche se vieron todos los días. Una semana después, el 25 de mayo de 2012, Bustos le pidió pololeo.

–Soy la primera polola del Pancho, nunca había pedido pololeo– dice Tudesca riendo.

Pese a que Tudesca ya había terminado con su expareja, Bustos seguía siendo amigo de él, así que decidieron mantener la relación en secreto.

Todo esto era clandestino, para que no se enterara el ex que, se supone, que también era mi amigo.

Lograron esconder su pololeo por tres meses, hasta que un día la expareja de Tudesca llegó a su casa para pedirle que regresaran. Ella, dice, le respondió que no y le contó sobre su relación con Bustos.

–Estaba super triste ese día. Me dijo ‘estoy seguro que si pololeas con el Pancho te vai a casar con él’– recuerda Tudesca.

Desde ese día, la relación de amistad entre Bustos y la expareja de Tudesca se quebró.

Años después, en unas vacaciones en septiembre de 2016, Bustos le pidió matrimonio. Estaban en el Parque Nacional Conguillío, en la Región de La Araucanía.

Para ese entonces, ya habían finalizado sus estudios. Querían irse a vivir a otro país. Incluso, estaba todo listo, pero a Bustos le ofrecieron un trabajo en Santiago, donde siempre han vivido. Él aceptó y con el dinero que habían juntado para viajar decidieron comprarse una casa.

Dijimos ‘ya, nos casamos después, primero hagamos la casa’.

Terminaron de remodelar la casa que compraron en la comuna de Las Condes en 2017, y comenzaron a vivir juntos. Se casaron dos años después, el 9 de marzo de 2019, en una ceremonia entre familiares y amigos.

–Ese día había un atardecer hermoso– recuerda Tudesca.

Este 2023 cumplirán once años juntos. Ambos trabajan como químicos farmacéuticos en diferentes laboratorios. No tienen contemplado irse de Chile, pero tampoco se cierran a la posibilidad. Lo que tienen claro es que pronto, entre este o el próximo año, quieren tener hijos.

Natalia Tudesca y Francisco Bustos.

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