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Opinión

8 de Mayo de 2023

Columna de Claudio Alvarado | La centroderecha: ¿De Piñera a JAK?

"La centroderecha debe preguntarse qué ha hecho mal. Y eso, me parece, exige volver la mirada al lugar donde en Chile se ejerce el poder político por excelencia: La Moneda. Porque si algo ha quedado claro con las últimas votaciones es que existe una frustración acumulada respecto del sistema político, y Chile Vamos ha gobernado ocho de los últimos 13 años", escribe Claudio Alvarado.

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“Una derecha medieval”. Esa fue la airada denuncia en televisión de un diputado oficialista al conocerse los primeros conteos de las elecciones del domingo. Se trata, básicamente, del mismo tipo de reacción irreflexiva que ha caracterizado a muchas fuerzas progresistas de Estados Unidos y Europa al enfrentar alternativas políticas calificadas (con más o menos rigor, según el caso) como nuevos populismos de derecha. Hay ahí, por contraste, una primera pista de lo que no deben hacer los partidos de Chile Vamos (centroderecha). Si de verdad se quiere comprender el arrollador avance del Partido Republicano, lo primero es renunciar a esos facilismos que suele disparar el progresismo dominante dentro de ciertos círculos de élite, que impiden tomarse en serio las preferencias del electorado.

Luego, una segunda tentación que deben evitar los partidos de centroderecha es aceptar a priori ciertas consignas tuiteras según las cuales su error habría consistido en dialogar con otros actores después del masivo triunfo del Rechazo y, por tanto, en firmar el Acuerdo por Chile que habilitó el nuevo proceso constituyente.

Es evidente que esta apuesta no fue premiada en las urnas en el corto plazo, pero debemos recordar que este sector político tenía: (i) una deuda pendiente respecto del largo debate constitucional, al que nunca consideró debidamente hasta que el país estuvo al borde del abismo; (ii) una promesa por cumplir —“Recházala por una mejor”—, sin la cual la campaña para el plebiscito de salida no habría gozado de la transversalidad política que la caracterizó; (iii) un diagnóstico madurado sobre nuestros problemas en materia de fragmentación política, insuperables mediante una mera reforma tramitada por los incumbentes en el Congreso; y (iv) una convicción de que el mejor momento para llevar adelante un cambio constitucional era ahora, aprovechando la nueva divisoria de aguas que trajo consigo el 4 de septiembre. Ninguno de estos argumentos ha perdido su pertinencia, por más ingratos que hayan sido los escrutinios del domingo.

Con todo, es indudable que la centroderecha debe preguntarse qué ha hecho mal. Y eso, me parece, exige volver la mirada al lugar donde en Chile se ejerce el poder político por excelencia: La Moneda. Porque si algo ha quedado claro con las últimas votaciones es que existe una frustración acumulada respecto del sistema político, y Chile Vamos ha gobernado ocho de los últimos 13 años. ¿Qué legado dejó ese pasó por el gobierno? ¿Hasta qué punto es responsable de la situación actual?

Es verdad que el último mandato de Sebastián Piñera se enfrentó a circunstancias muy adversas, desde una oposición que buscó botarlo de manera antidemocrática hasta la crisis del coronavirus, con sus efectos de toda índole. También es verdad que la gestión del expresidente Piñera y sus ministros en la coordinación e implementación de la vacunación masiva fue excelente.

Pero también es cierto que ni las reformas sociales (“clase media protegida”), ni la renovación de liderazgos, ni la conducción política ni nada semejante se encuentra entre los atributos de una administración que en muchos momentos tendió a hacer del pragmatismo sin contenido propio su principal sello distintivo. De hecho, cuesta imaginar un gobierno que haya maltratado más a una porción tan importante de sus votantes que el de Piñera: modificó su opinión anunciada en la campaña presidencial respecto del cambio de sexo registral en los menores de edad, apoyó sólo a regañadientes y a última hora la objeción de conciencia institucional, aprobó una transformación del matrimonio que dividía a sus filas sin aviso ni diálogo previo, y así.

En cambio, Jose Antonio Kast y sus republicanos —con independencia de sus defectos y tareas pendientes a nivel histórico y programático (ver más acá) —, han trabajado con convicción y a largo plazo en el ámbito político y territorial, al punto que no vencieron en las llamadas “tres comunas”, sino que en el resto del país. Si algo debiese interrogarse en estos días la centroderecha es por qué ha tenido tanta dificultad para hacer algo semejante y actuar en consecuencia. El camino no es deshacer los pocos avances experimentados en medio de la exitosa campaña para el plebiscito de septiembre. El desafío es más bien formular la autocrítica que en su minutó no realizó la fenecida Concertación y proyectar dichos avances a partir de un horizonte de futuro acorde a los dilemas del Chile actual; un país que ha sepultado al octubrismo en las urnas, pero que sigue anhelando seguridad en las distintas dimensiones de la vida con más fuerza que antes.

No es exagerado afirmar que en la respuesta política, territorial e intelectual que ofrezca a ese anhelo de seguridad, la centroderecha se juega su destino.

*Claudio Alvarado, director ejecutivo del IES

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