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Opinión

29 de Abril de 2023

Columna de Isabel Plant | Casos Antonia, Silvana, Fernanda Maciel y femicidios: ¿Qué cambia si nada cambia?

Por Isabel Plant

"Aunque la quinta ola deja su estela, las mujeres se siguen muriendo en igual número que antes y aunque sintamos que hay justicia para Fernanda y Silvana, ahora hay que velar porque exista para Marcela, Elsa y Alejandra, las últimas tres mujeres asesinadas en Chile bajo la tipificación de femicidio", apunta la columnista Isabel Plant.

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La pancarta se ha vuelto viral y se puede encontrar en distintas marchas por los derechos de la mujer en el mundo, incluso -cómo no- en poleras e imanes: “No puedo creer que tengo que seguir protestando por esta mierda”. El cartel lo sostenía una mujer de pelo canoso en una de las manifestaciones masivas en Estados Unidos de los últimos años. Y claro: la lucha por igualdad es una de idas y venidas, de conquistas y derrotas y reconquistas. Pareciera a veces que siempre estamos peleando por lo mismo.

El feminismo viene en olas que irrumpen, se toman la agenda y la conversación y -uno esperaría- cambian todo, pero luego retroceden. Si pensábamos que algunos triunfos serían el principio de una cadena de cambios, la historia dice lo contrario: la primera ola logró el derecho a voto, pero luego hubo que pelear por los derechos reproductivos, y luego de eso por la igualdad laboral, y luego contra el acoso y discriminación y así con un largo etcétera que nunca parece acabar. El ejemplo del derecho a aborto en Estados Unidos, revocado en varios Estados tras varias décadas, es decidor.

Las últimas dos semanas en Chile casos emblemáticos de femicidios han hecho noticia: se dio a conocer la sentencia en el asesinato de Fernanda Maciel, muerta con 21 años y siete meses de embarazo en manos de su vecino, Felipe Rojas, luego de atacarla sexualmente. Recibió presidio perpetuo, la pena más alta en el país. La Fiscalía de Género logró acreditar que la muerte de Silvana Garrido fue femicidio en manos de su pareja, Fernando Flores, y no suicidio como se declaró inicialmente; la lanzó por el balcón después de una discusión, frente a la hija de ambos. Y por último volvió a la corte el caso de Antonia Barra, después de que la condena a Martín Pradenas de 20 años por delitos de violación y abuso sexual fuera anulada por falta de imparcialidad. El padre de Antonia dice que esto da la posibilidad de apuntar a un castigo mayor. Veremos.

Por último, se despachó a Ley el proyecto que entrega una pensión de $160 mil pesos a los hijos e hijas de víctimas de femicidio, hasta que cumplan los 18 años. ¿Es todo esto justicia? Si es justicia, ¿es un avance a como estábamos frente a la violencia de género hace cinco o seis años, antes de que todas hiciéramos la coreografía de Las Tesis? ¿Cambiamos? ¿Cambió algo o alguien?

Las cifras de femicidio en Chile no parecieran acusar recibo de la ola feminista. Los años 2010, 2017 y 2019 se llevan las cifras más altas del delito consumado, con más de 60. Los últimos tres años cerraron con 59, 56 y 43 femicidios, y en lo que va de 2023, ya son 10 consumados y 69 frustrados, al momento de escribir esta columna. La mitad de los femicidios en Chile, aproximadamente, son ejecutados por las parejas de las víctimas y un cuarto por sus exparejas. Hay un aumento en los intentos de femicidio, pero esa alza también puede explicarse por algo que sí puede haber cambiado: la disposición de las mujeres a denunciar.

Después de que marchamos y usamos pañuelos verdes y morados, y denunciamos todos los abusos sufridos solo por el hecho de ser mujer, sentimos que el mundo nos escuchaba. Que teníamos su atención y que quizás se lograba la “deconstrucción”: el inicio del cambio cultural que lleve a un mundo más igual, y por cierto, menos violento para nosotras sólo por nuestro género. Hubo funas, hubo denuncias y también hubo excesos dentro de la revolución Me Too. Pero luego hubo una pandemia y las cifras de Violencia Intra Familiar se dispararon, o más bien, se sinceraron. Se nos recordó que la lucha frente a la violencia contra la mujer es un trabajo constante, de todos los días, infinita.

El feminismo salió de la primera línea de conversación social, entre la emergencia sanitaria y luego la crisis de migración y ahora la agenda de seguridad, pareciera que los derechos de las mujeres nunca tienen espacio para convivir con el resto del ciclo noticioso, a menos que sea una explosión. Como la discusión por la paridad, se toman como destellos en vez de como cimientos, y la marea, así como llega, se va.

Y hay otro punto ante el cual tenemos que ser realistas. Que por mucho lenguaje inclusivo, por muchas leyes que se pasen para normar nuestros comportamientos, que por mucha ilusión que nos hagan una nuevas generaciones más igualitarias, el mundo sigue siendo el mismo. Cambia, pero de a poco (a menos que hablemos de cambio climático, ahí estamos sonados).

A veces son grande pasos que a nivel humanidad solo dejan una huella casi invisible. Latinoamérica es un continente macho, las raíces son profundas, y la liberación femenina ha hecho que muchos hombres, y no pocas mujeres, se sientan amenazados ante el nuevo orden. Que una vez decantado el polvo de tanta marcha, hay quienes sienten que hay que volver a poner las cosas en su lugar.

Hace tan solo unos días, luego de que el jugador de Colo-Colo Jordhy Thompson fuera nuevamente acusado por su polola de agresiones, el DT del plantel más grande de Chile salió a decir que la situación era grave, pero matizó: “Hay una relación enfermiza y de culpabilidad de ambos”. La madre del jugador, en mensajes filtrados por la joven agredida, tenía una visión similar. El jugador será enviado a préstamo, no desvinculado del club. ¿Cuántos y cuántas piensan lo mismo que el señor Quinteros? Podemos no estar de acuerdo en las maneras en que se castiga o rehabilita a un agresor reiterado, pero dejó entrever que todo cambia pero nada cambia tanto.

Aunque la quinta ola deja su estela -se entiende que el 8M se conmemora no se celebra, la discusión de los cuidados que lidera el gobierno es fundamental, las empresas (lentas y semi obligadas) suman cada vez más mujeres a sus directorios, la Universidad de Chile tiene su primera rectora y tanto más-, las mujeres se siguen muriendo en igual número que antes y aunque sintamos que hay justicia para Fernanda y Silvana, ahora hay que velar porque exista para Marcela, Elsa y Alejandra, las últimas tres mujeres asesinadas en Chile bajo la tipificación de femicidio.

Que no nos agredan, que no nos maten. Como bien diría la famosa pancarta: No puedo creer que tengamos que seguir protestando por esa mierda.

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