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Entrevistas

23 de Diciembre de 2023

Carmen Romero, directora de Santiago a Mil: “En el área de las artes y las culturas nada es fácil, estamos siempre en la cuerda floja”

The Clinic

Carmen Romero está lista para la temporada 31 de Santiago a Mil, el festival que instaló en Chile la idea de que enero es un mes para el teatro. En esta entrevista repasa los inicios del encuentro, la relación con su socia de toda la vida, los aportes de expresidentes de la República y su admiración por Andrés Pérez, el creador de “La Negra Ester”, la obra que a ella le abrió las puertas al mundo por el que abandonó el periodismo. También cuenta cómo ella y su compañero de vida, el actor Francisco Reyes, acumulan décadas juntos: “Estamos más viejos y nos necesitamos más”.

Por Jimena Villegas

Sacar adelante esta entrevista costó un par de atrasos, dos suspensiones y 13.081 kilómetros, que es justo la distancia que separa Chile de Polonia, país al que ella debió viajar y que causó una de las dos cancelaciones. Carmen Angélica Romero Quero, la directora general de Santiago a Mil, está a las puertas de iniciar la temporada 31 del festival de teatro más importante que se ha realizado nunca en Chile y, en esta época del año, compite con ventaja por el puesto a la mujer más ocupada del país.

Es un lunes después de plebiscito. Metida en su pequeña oficina de la calle Marchant Pereira en Providencia, atiende quejas, consejos y mensajes al teléfono, mientras intenta concentrarse y terminar un té al que le han echado una sola pastilla endulzante. La rodean dos enormes carteles hechos de papel blanco. Uno muestra la carta Gantt del festival y el otro, decenas de lugares donde habrá eventos.

También hay un altar para una virgen, una antigua fotografía con su compañero de vida y padre de sus hijos, el actor Francisco Reyes, e imágenes de algunos momentos estelares con expresidentes de la República. Afuera, entre pasillos y estaciones de trabajo, pulula un laborioso equipo que combina a gente muy joven con sus ya clásicos compañeros de equipo. Entre ellos, una: Evelyn Campbell Derderián, su socia de siempre.

Juntas, fundaron en 1985 Romero & Campbell, la productora que cada año organiza el Paris Parade. Antes, por una década, manejaron los destinos de la afamada banda penquista Los Tres y se hicieron cargo de llevarles la agenda en México o de poner en pie cada 18 de septiembre la mítica Jane Fonda. Juntas, dice Carmen Romero, han armado la vida y los negocios. Son socias y comadres: “Es mi amiga, mi hermana, mi partner”.

Hoy, Carmen Romero tiene 65 años y mientras habla menciona, sin que nadie le pregunte, la palabra retiro: “A mí me pasa que el trabajo que hacemos es de verdad un aporte a la sociedad, es concreto y real, y es como ir contra la corriente. Podría decir: ‘Ya, está bueno’. Podría empezar a pensar en jubilarme, en hacer otras cosas, en leer”.

-¿Pero lo está pensando?

-Es que no puedo. Esa sensación, de que si el festival no se hace todos los años se desaparece, me deprime mucho. Me deprime, porque vengo de una generación donde queríamos y creíamos en cambios profundos de la sociedad. Nosotros necesitábamos esos cambios”.

****

No, Carmen Romero, en verdad no piensa en retirarse. Pero su cabeza sí está ocupada en el sentido de futuro. Busca la pervivencia de este evento, que logró instalar una idea colectiva. Primero en Santiago y después, en regiones: para una parte de Chile, enero significa teatro. Por los escenarios que se han sumado a Santiago a Mil a lo largo de tres décadas han pasado grandes nombres del arte escénico local e internacional.

Carmen Romero

Un libro, llamado “Todos estos años”, descargable en la web de la Fundación, muestra -entre muchos otros- a la coreógrafa Pina Bausch, que recorrió localidades con su compañía; a la compañía catalana La Fura dels Baus; a la bailaora Eva Yerbabuena; al autor de “Seda”, Alessandro Baricco; al músico serbobosnio Goran Bregović, y -sin duda- al francés Jean-Luc Courcoult.

Director de la compañía de teatro callejero Royal de Luxe, Courcoult trajo a Chile desde Nantes a La Pequeña Gigante. Esa encantadora marioneta de 800 kilos, que dormía en la Plaza de Armas de Santiago y se paseaba por el asfalto con el tío Escafandra, movilizó entre el 26 y el 28 de enero de 2007 a medio millón de santiaguinos. Fue recibida oficialmente por la presidenta de la República, Michelle Bachelet. Marcó un antes y un después para Santiago a Mil. Hoy, cifras del libro “Todos estos años” hablan de 1.265 espectáculos nacionales, 568 espectáculos internacionales y más de 12 millones de asistentes.

-¿Qué ha sido lo más difícil de Santiago a Mil?

-Lo más complejo es mantenerlo vivo. Uno piensa que, después de 30 años, debiera ser un poco más fácil. Pero no lo es porque, en el área de las artes y las culturas, nada es fácil, estamos siempre en la cuerda floja. Uno de los propósitos para esta etapa es cómo nos vamos despegando, cómo vamos teniendo un rol compartido desde la institucionalidad, cómo seguimos existiendo más allá del equipo actual.

-¿Y cómo le gustaría que se hiciera?

-A mí me gustaría primero que se hiciera, porque en cualquier minuto desaparece y como que no pasa nada. Si desapareciera sería una pena, pero no lo recordaríamos. Entonces cómo hacer que le pertenezca de verdad a la ciudad, que sea algo que esté en la memoria colectiva de la gente. Eso es siempre un desafío. Después también cómo te adecuas a estos nuevos tiempos donde hay más tecnología. Esas tecnologías también las hemos ido ocupando cada vez más, como herramientas para hacerlo mejor, para llegar a la gente. Pero nosotros estamos volviendo a lo humano, a algo que es en vivo. Y también que uno nunca sabe si comunica lo suficiente para que el público esté.

-¿Usted qué siente?

-Yo creo que lo hemos logrado en las 30 comunas donde estamos habitualmente. Es una cita que ya está. Hay una cantidad de público, de personas, que se queda a ver teatro en enero. Pero no es suficiente. Tenemos que apostar a tener las salas al 90% o el 95%, porque para qué traes unos espectáculos como el que traemos este año, de Robert Lepage, si no eres capaz de, ojalá, vender el 100%. Entonces, hay algo ahí. Todavía estamos mirando cómo se hace para llegar a nuevos públicos, para abrirnos más y lograr lo que hace Buenos Aires, que un mes antes tiene todo agotado.

-Buenos Aires es una plaza donde el teatro está consolidado y tiene entradas más baratas.

-No. En Corrientes son carísimas.

-Pero lo que siempre se ha dicho es que las entradas de Santiago a Mil son las caras.

-Lo que pasa es que tenemos muchos mitos. Más del 80% de las personas que asisten a la programación del festival lo hace gratuitamente. Es lo que hacemos en las comunas. Los precios son muy subvencionados, pero un espectáculo como el de Lepage [«Los siete arroyos del Río Ōta»] en Nueva York no va a costar lo que cuesta aquí, sino mucho más. No sé, 300 o 400 dólares. Son otras dimensiones. Nosotros no hemos logrado que el porcentaje de financiamiento que viene desde la taquilla supere el 10% del presupuesto global, y eso es muy poco.

-¿Cuál es el presupuesto global?

-Son tres mil millones de pesos.

-¿Y el 90% de eso lo financian la minera BHP Billiton y dineros estatales?

-Sí. Con todo eso, más lo de los municipios, hacemos como un fondo común. Buscamos por todas partes, también en regiones. El 10% del presupuesto financiado con entradas es nada. Buscamos siempre que ese porcentaje aumente. Ahora el Banco Estado está entrando con nosotros y dos empresas están aportando a un espectáculo. También está el apoyo de las embajadas. O sea, hay una gran red para lograr que el festival sea financiable.

-Financiable, así como lo conocemos hasta ahora.

-Sí. Y, a lo mejor, hay que mirarlo de otra manera. Hay que revisar cómo se hace un festival así, que es único en Latinoamérica. Aquí tenemos un atractivo, algo súper reconocible en el mundo. Modestia aparte, pero, así como hay un Festival de Cannes, hay un Festival Teatro a Mil en Santiago. Y la gente en el mundo del teatro lo ubica, sabe que es importante, que se para en Chile. Eso es algo que hay que cuidar.

-Es decir, este festival no podría ser posible sin BHP.

-No, y es súper complicado.

-Pero BHP es una empresa extranjera.

-Es que ese es el tema. Es bien gráfico que no hayamos logrado que una empresa chilena entre a trabajar con nosotros para mantener el festival. La empresa que nos ha acompañado más de 25 años es una transnacional, que ha ido creciendo con nosotros, pero que también dice: ‘Ya es momento de que entren otras empresas’.

-¿Y ustedes qué contestan?

-Nosotros les decimos que, para otras empresas, esto no es marketing. BHP tampoco lo ve como marketing. Pero si tú hablas de Coca-Cola, o de cualquier empresa que sea más como de retail, para ellas la marca es muy importante.

-¿Qué les pasa a las empresas chilenas que no se involucran?

-A las empresas chilenas no les interesa. ¿Sabes qué? Yo creo que no conocen, que no saben, que les da susto. Pero el teatro es una actividad fundamental en la vida de los chilenos y las chilenas. Si se pregunta en cualquier lugar, en cualquier centro cultural: ¿Qué es lo que usted quiere ver? Es teatro, porque está vinculado a la historia de Chile.

-Puede ser que los contenidos teatrales sean muy disruptivos o muy izquierdistas. Es lo que pasó el año pasado en Las Condes, ¿verdad?

-O sea, fue algo muy inesperado. Nos habló mucho del susto, del miedo al otro. El miedo a lo distinto, a lo diverso. Lo vimos escuchando a los concejales republicanos, cuando nos preguntaban y dudaban. Que por qué La Pichintún tenía un nombre en mapudungún y que por qué ellos tenían que financiar este “Quijote” de 31 Minutos. Decían que eso era ideológico. Siento que, de alguna manera, las artes en Chile las han vinculado a un sector político que no necesariamente es así. O sea, no tiene por qué ser así.

-Pero así ha sido un poco.

-¿Tú te acuerdas de “La Negra Ester”? Estábamos haciendo una obra en plena dictadura y era una historia de amor. Ahora hay un miedo a cruzar el puente hacia lo desconocido y lo distinto. Es lo que hace, creo yo, que mejor me relaciono con la música, que me da más marketing. Y con RSE mejor construyo un hospital. Es muy complejo cambiarles la cabeza a quienes hoy día toman decisiones. No tienen el espesor cultural, que sí tuvieron antes otros empresarios, quienes fundaron este país y que hicieron teatro en su minuto. Eso hoy día es impensable. La gente, los nuevos ejecutivos, nunca han visto teatro. Van a Miami o van a capitales culturales donde pueden ir al teatro porque es divertido y porque es parte de una experiencia. Nosotros no planteamos cómo lograr que las empresas no tengan miedo, que el teatro permee las empresas.

-Ustedes suelen traer montajes de Shakespeare. El crítico Harold Bloom sostiene que Shakespeare es el inventor de lo humano.

-Sí, ahí está todo. Tiene que ver con volver a lo humano. ¿Cómo vuelves a la enseñanza en los colegios sin arte? Es imposible. El teatro es muy importante en la vida hoy, sobre todo para las niñas y los niños, porque te devuelve a trabajar con el otro, a mirarte, a sentir que eres parte de algo, de una comunidad.

-Al parecer tenemos un problema educativo serio.

-Totalmente. Y, para nosotros, los niños son públicos de teatro del futuro, porque la formación de público es algo que comienza en la escuela y no después. Hay que educar, porque estamos con un problema que atraviesa todo y también las artes. Y si atraviesa las artes, atraviesa la vida, porque no puedes pensar. No se puede, si no lees, si no observas, sin esa cualidad que tenemos todos los seres humanos de la curiosidad, la imaginación, las emociones. Para mí, el gran tema del futuro de Chile es unir las artes con la educación. Y después de la pandemia quedó demostrado: arte y salud.

-¿Fue muy dura la pandemia para Santiago a Mil?

-Para todos. Para el teatro, para recuperar. Nosotros sabíamos que recuperar al público iba a ser difícil, porque perdiste. Esa es la sensación de efímero que uno tiene: si no haces el festival todos los años, desaparece. Y la pandemia lo demostró.

-¿Qué siente cuando habla del festival? Se le iluminan un poco los ojos.

-¿Sabes qué pasa? Yo siento que sí se puede hacer un aporte. Es una cuestión generacional. Claro, a lo mejor no vamos a ver una Constitución nueva.

-Parece que no. ¿Qué siente con eso?

-Después de ayer, alivio. Pero es triste también, porque habría sido hermoso tener una nueva Constitución, donde nos reconociéramos todos, pensando en el futuro y donde la educación y las artes sean un derecho. Pero bueno, vendrán nuevas generaciones y ojalá que la esperanza siga en pie. Igual, Chile es distinto a cuando estábamos bajo un régimen militar. Es un país lindo, que ha crecido, donde hay muchas oportunidades. No reniego de nada de lo que se ha construido, pero nos falta todavía mucho como para decir que vivimos en una sociedad democrática real.

-¿No? ¿Qué nos falta?

-No, porque tú no puedes realmente elegir. La gente de regiones no elige nada. Ayer escuchaba a Julio César Rodríguez, que reclamaba porque el presidente Boric estaba votando en Puntas Arenas y que la huella de carbono. Pero yo lo entiendo, porque quienes hemos venimos de regiones sabemos que, para que la región exista, tiene que estar en los medios. Si no, no existe.

****

Carmen Romero llegó a Santiago después de un recorrido que pasó por Quillota, por Valparaíso y por Valdivia. Salió de La Calera, donde nació como hija de un ferroviario y una dueña de casa que estudió internada en la Escuela Normal en Los Andes y después sacó un título de modista. Hoy, dice: “Uno es su biografía también”.

Carmen Romero

Cuenta que asistió a la Escuela Superior No. 17 de Niñas y que, a los 13 años, entró al Liceo de Niñas de Quillota, donde conoció a su socia Evelyn Campbell, que “viene de La Cruz”. Antes de aterrizar en el teatro estudió matemáticas y turismo. Carmen Romero también fue periodista: “Estoy siempre metiéndome, tratando de entender. Me encanta estudiar, me gusta aprender, soy muy curiosa”. Cuenta que pasó sólo por medios de oposición a la dictadura: el “Fortín Mapocho”, las revistas “Análisis” y “Cauce”, la radio Nuevo Mundo. “Esas fueron mis escuelas”, afirma.

-Pero usted sí estudió periodismo.

-Primero, cuando llegué a Santiago. Empecé en el “Fortín” y a tomar ramos libres en la Universidad Católica. Pero quería sacar el título, entonces después me fui a la Academia de Humanismo Cristiano. Egresé de Licenciatura en Comunicación. Luego, cada cierto tiempo, he hecho diplomados para entender un poco para dónde va la micro en el tema de las comunicaciones.

-¿Si no hubiese conocido a Pancho Reyes se habría dedicado al teatro?

-No, yo creo que habría terminado en el periodismo. Siempre trabajé en el área de arte y cultura. Fue una época muy linda, pero hubo un momento, cuando se terminó la dictadura y se terminaron los diarios y toda la prensa que era de oposición y me pregunté: “¿Ahora qué hago?” La Evelyn trabajaba en “La Época” en ese tiempo. Y se abrió este panorama teatral, que era muy potente y que era otra manera de comunicar. Conocí al Andrés Pérez a través del Pancho, y Andrés revolucionó todo.

-¿Eso es Andrés Pérez para usted, revolución?

-Totalmente. El Andrés tenía otra cabeza, otra manera de ver y de entender la política. Además, era muy espiritual y no tenía miedo para nada. Estábamos en dictadura. Yo sentía que el Andrés irrumpía con su teatro en la calle y era maravilloso, porque lograba transportarnos a otro mundo, sin pedirle permiso a nadie. Bueno, a la iglesia, porque nos daban permiso para estar con la obra, y después con “La Negra Ester” que fue una locura. Me tocó. Y había que atinar y no tenía idea. No sabía ni vender una entrada, pero miré y dije: “Hay que crear un sistema”. Y el sistema fue comprar talonarios de votos.

-¿En serio?

-Sí, esas fueron las primeras entradas de “La Negra Ester”. La gente quería comprar para otros días, porque se agotaban. Entonces dije: “Una serie para un día, otra serie para otro día”. Y era una locura de talonarios de votos chiquititos, que era lo que yo conocía, del circo con el Andrés y de mi escuela, en La Calera, donde los votos servían para vender rifas. Así fue evolucionando. Había que inventarlo todo. Así inventamos una gira de tres meses por el mundo. Estamos hablando de un grupo como de veintitantas personas viajando con guaguas. Luego, con la Evelyn, formamos nuestra primera productora, que se llamaba Romero Campbell, Producciones de Arte Independiente. En enero hacíamos el festival y en febrero nos íbamos de rock.

-¿Cómo de rock?

-O sea, no teníamos ni un peso y entonces teníamos que ser rockeras, que nos encanta. Eso nos pagaba el sueldo. Teníamos a varios grupos y con ellos era el verano todo pasando. Eso nos dejaba más tranquilas, porque en enero no teníamos sueldos. Le escuché un día a Juan Carlos Zagal [de Teatro Cinema]: “Hacer teatro es sin fines de lucro”. Y yo dije: “Sí, pero por lo menos paguémonos sueldos”. Hoy día un artista, un actor de teatro, no puede vivir del teatro, hay muchos que no tienen ni el sueldo mínimo.

-¿Usted ya tenía familia con Pancho Reyes?

-Mi hija mayor, que es soprano, nació con “La Negra Ester” y aprendió a caminar en ese escenario. El Ismael, mi hijo que es artista visual, nació con “Pinocchio”, del Teatro Cinema. Y la más chica, la Elisa, que estudió audiovisual y que ahora hace unos másteres en Barcelona, nació con el “Unplugged” de Los Tres. Todos, cada uno tiene una historia artística.

-Igual, en algún momento, Francisco Reyes se hizo famoso.

-La Evelyn y yo hemos tenido unos compañeros de vida que se han ocupado de la casa, de la familia. Cuando nacieron nuestros hijos, tanto él como yo sabíamos que había que ser un poco más estables, necesitábamos estabilizar la familia. Él empezó en la televisión y, bueno, se hizo muy conocido y nuestra situación económica evidentemente cambió. Claro, muchas veces pienso: “Cuánto tiempo no estuvimos”. Pero nuestros tres hijos crecieron viendo teatro y tienen otro mundo también. Son muy cariñosos, somos súper familia.

-¿Fue incómodo estar casada con un galán de teleseries?

-Era raro, y de repente incómodo en el sentido de que estabas con los niños y tenías que esperar. Como que a ellos la exposición no les gustaba mucho. Hay una cosa de intimidad que, sobre los dos mayores, necesitaban. La verdad es que yo siempre gocé con lo que él hacía, me encantaba. Pero, por otro lado, era complejo con las vacaciones o con la combinación de cosas.

-¿Claudia di Girólamo nunca fue una molestia? Para las teleseries, ella es la pareja de Pancho.

-Ah, no. Ella es como la pareja, igual que la Delfina con Nissim. Son parejas que uno tiene en la cabeza, pero conocíamos tanto a la Claudia que no. Nunca fueron tema sus parejas televisivas, porque vivíamos muy cerca de todos ellos y porque, en el fondo, en el mundo del teatro y de la televisión igual tú participas mucho. Todos te conocen. Sí creo que hay una cuestión que va más con la pasión por el teatro que mueve al Pancho, y también le gusta mucho hacer televisión y cine. A él le gusta mucho que la gente lo quiera. Yo respeto eso, pero no soy así, a mí me da susto. No me gusta mucho la exposición pública.

-¿Por qué no?

-Es que yo que vengo de La Calera. A mí me rezaban pa’l ojo, sino te podían ojear. Tengo una cultura de estar siempre como a la defensiva, buscando mis ritos para proteger. El Pancho es mucho más abierto y expansivo.

-¿Se lo imaginó alguna vez recibiendo un Oscar?

-No lo podía creer. Y él tampoco se lo creía, y todavía no se lo cree. Fue una felicidad para él y yo gozo mucho con su felicidad. Llevamos tantos años juntos que el amor es súper grande. Amo que le vaya bien y a él le encanta también que me vaya bien. Ahora tenemos más cuidado con nosotros. Estamos más viejos y nos necesitamos más.

-Usted siempre destaca que viene de La Calera. Si se revisa el árbol genealógico de Pancho Reyes es antiquísimo. Hay una familia Morandé. ¿Cómo se siente con eso?

-Es que sí, pues. El Pancho viene de una familia de esas con nombre de calle. Su tío, un pariente, Tomás Reyes, fue fundador de la Democracia Cristiana. Él dice que nunca fueron aristócratas, pero sí. Él dice que venidos a menos, pero yo conocí al padre y a la madre del Pancho. El padre era un ser alucinante. Creó el Comité Pro Paz, junto al cardenal Silva Henríquez. Yo tenía mucha simpatía con él. Porque era como mi papá, bonachón, querido, cariñoso. Muy lindo. Y mi suegra era una tremenda mujer.

-¿Se llevaban bien?

-Ella, como mi madre, era una mujer fuerte, potente, y era mucho más aristócrata que el papá. La verdad es que fuimos queriéndonos. Pancho era su hijo más chico. Se sale de la arquitectura. Se va a la actuación. Se separa, dejando un niño chiquitito. Fue un golpe para esa familia, que era muy tradicional. Tradicional como era la mía también, pero desde otro lugar. Yo no tengo nombre calle, para ellos el valor era la educación.

-La vieja educación pública chilena.

-Claro, yo soy de esa generación. Mis padres que me decían: “Lo que te vamos a dejar es educación. Tú te vas a educar, vas a ir a la Universidad”. Dos cosas a mi madre le importaban eran el estudio y la independencia económica. La mía era una familia popular, pero nunca tuvimos necesidad de nada. Nunca sentí que no pudiera hacer algo.

-Se la ha visto perseguir a un ministro del presidente Piñera buscando financiamiento.

-¿Tú eres periodista? Yo soy periodista: hay que llegar. Tengo esa cultura de poner el micrófono en la época de dictadura y sacar a veces los titulares. Pero también está la seguridad de que estamos haciendo algo importante y bueno para la gente. Eso se transmite. Claro que hay que buscar y sentarse y que te crean. Es súper complicado. Una cosa que me sorprendió mucho de Santiago es que, cuando queríamos buscar recursos de la empresa privada, además de todo lo que significa el teatro, que cuesta mucho y es mucho trabajo, me decían: “¿Por qué te van a dar recursos a ti, si no eres nadie?” Alguien que viene de regiones, que no te conocen, que no tienes historia, que no tienes apellido, que no saben dónde estudiaste, ni quién fue tu compañera. Este es un país chiquitito…

Carmen Romero

-Y clasista.

-Sí, muy clasista. ¿Por qué te van a creer a ti? Fue bien fuerte, pero eso me lo dijeron a mí, cuando fui a preguntar en una agencia publicitaria: ¿Qué hay que hacer para que nos crean? Chile fue un país muy elitista, pero yo creo que ahora eso se ha ido permeando un poquito más.

-¿Echa de menos a Michelle Bachelet, que le asignó recursos a Santiago a Mil?

-La presidenta Bachelet apostó por nosotros y nos puso en la glosa de la Nación. Ella sí cree, porque es mucho más entregada. Había algo de solidaridad femenina también. Soy muy admiradora de ella, porque sé lo difícil que fue. A ella le tocó un tiempo mucho más complejo que ahora. Hoy día es un poco más amable para las mujeres.

-¿Y con el presidente Sebastián Piñera fue más difícil?

-No. Yo siempre digo que el presidente Piñera fue nuestro primer espónsor. Cuando él inventó la Fincard, que fue la primera tarjeta donde se endeudaban los chilenos, nosotros le fuimos a pedir auspicio para hacer una gira de “La Negra Ester”, y él hizo funciones exclusivas para Fincard en el sur de Chile. Nos conocía perfectamente, él iba al teatro. Nosotros podemos decir, como con secreto orgullo, que en este país los presidentes van al teatro.

-Dice que Andrés Pérez era espiritual. ¿Y usted?

-Yo creo en todo. Creo en la magia. Creo que uno nunca está solo. Creo en los angelitos. Creo que no puede ser que uno sea solo cuerpo, que algo hay. Y siempre estoy llamando a esa magia, que venga, por donde sea. Yo soy una privilegiada. Trabajo con mi amiga. Está toda mi familia, toda esta gente, todos quienes me acompañan, que son parte de un colectivo. Entonces, por eso un poco no quiero dejar de trabajar, porque también es mi lugar de creatividad y de felicidad. Soy feliz trabajando con ellos. Yo soy feliz.

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