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Opinión

25 de Febrero de 2024

Columna de Álvaro Ramis | Posibilidades y tensiones en la ruta hacia el partido único del Frente Amplio

Diego Vela, Marco Velarde y Diego Ibáñez Agencia Uno

"Si la política fuera un simple y racional cálculo estratégico, pensado a escala nacional, esta fusión se debería haber hecho hace mucho tiempo", escribe el rector de la Academia de Humanismo Cristiano en su columna sobre el futuro del Convergencia Social (CS), Revolución Democrática (RD) y Comunes y la posible fusión con otras fuerzas políticas para conformar una sola estructura partidaria. También plantea los puntos de desacuerdo que pueden surgir en este proceso voluntario y los incentivos en la forma como se daría esta articulación, para luego preguntar: "¿El partido Frente Amplio debería intentar desplazar o reemplazar al PS o debe tender a una coalición estratégica y permanente con él, sumando al PPD y la DC?". "Ese es un punto no zanjado", afirma. 

Por Álvaro Ramis

El próximo 9 y 10 de marzo se realizará el plebiscito interno de Convergencia Social (CS) y Revolución Democrática (RD) que consultará por la fusión de estos dos partidos, además de Comunes, Plataforma Socialista y otros movimientos con el objetivo de formar un partido único del Frente Amplio (FA).

Se trata de un proceso bastante singular, ya que se aparta de la tendencia a la fragmentación política que hemos visto crecer en los últimos 10 años y que ha llevado a que 21 partidos tengan en la actualidad representación en la cámara de diputados. A la vez, es una estrategia riesgosa, ya que implica directamente a Convergencia Social, el partido del presidente, y a la coalición que le permitió conseguir las firmas para ser precandidato presidencial, ganar las primarias, pasar a segunda vuelta y constituir el núcleo político de su gobierno.

Para escribir estas líneas conversé con militantes de distintos partidos del Frente Amplio, de diferentes sensibilidades, con el interés de palpar el ánimo con que enfrentan esta coyuntura. Hubo gente que me habló bien, otros regular y alguno mal. Nada raro en estos casos, pero hubo varios que, sin rechazar el proyecto, mostraron su preocupación por la nueva aventura.

En lo que hay acuerdo es que si la política fuera un simple y racional cálculo estratégico, pensado a escala nacional, esta fusión se debería haber hecho hace mucho tiempo. Pero también coinciden en que la política no un ejercicio de la razón pura, sino más bien una práctica impura de pasiones, sentimientos, pequeñas rencillas, conflictos de intereses personales y cálculos locales que no siempre coinciden con los análisis de una dirección central.

En el plano meramente electoral existe consenso en que tener una sola estructura partidaria mejora las posibilidades de elegibilidad, ya que aminora la complejidad de las negociaciones de los cupos acotados de candidaturas en disputa. En lo administrativo, un partido único reduce el costo de sostener más sedes, disminuye los proveedores externos, cargos y entes intermedios, unificando una burocracia que hoy está triplicada y no siempre articulada de forma eficiente.

Pero luego comienzan los puntos de desacuerdo. Este proceso de fusión voluntaria no está determinado por una presión inmediata de extinción de RD y CS. Sin embargo, existen incentivos y desincentivos en la forma como se daría esta articulación. RD no llega a esta decisión en una posición de fuerza, dada la crisis originada por el caso Democracia Viva. Ello necesariamente repercutirá en la distribución de cargos y representaciones en el nuevo partido. Por su parte, Comunes está inmerso en un litigio administrativo con el SERVEL, que involucra su continuidad legal por la rendición de varios cientos de millones de pesos. Comunes está en la disposición de apelar judicialmente su situación, pero en lo inmediato no participará del plebiscito de marzo. En CS no todos coinciden en la conveniencia de asumir como propios los costos ajenos.

Otra arista que se aprecia compleja es la sumatoria de ideas y prácticas disímiles. Nadie rechaza el borrador de la declaración de principios que se ha redactado para el nuevo partido. Al contrario se valora como un buen punto de acuerdo. Pero la sutileza está en una agregación de lógicas políticas que no conversan tan fácilmente a nivel práctico. Alguien me señaló que para avanzar en política muchas veces hay que dejar a gente en el camino, y eso no tiene nada que ver con las buenas relaciones personales que se puedan tener. A nivel local, un partido único obligará a cooperar a concejales o diputados que se disputan a los mismos electores, lo que de por sí es un desafío muy contraintuitivo para los tiempos de extremo individualismo que corren. 

En cuanto al nombre o marca del nuevo partido se advierte una tendencia a cambiar demasiado en los últimos años. Y eso no sólo despista a los electores, sino que también les puede hacer desconfiar. Es como “avergonzarnos de lo que somos”, me comentó una militante de RD. Por último, está la forma cómo el nuevo partido se estructurará a nivel nacional. La experiencia dice que un proyecto de izquierda sin una fuerte organización territorial detrás no es viable a largo plazo. Y en el FA siempre ha primado el liderazgo comunicativo por sobre el organizacional.

Finalmente, surgen las diferencias respecto a la política de alianzas. Todos coinciden en que es necesario mantener un entendimiento prioritario con los comunistas. Se les valora, sobre todo, por estar en terreno, y dar la cara cuando hay que darla. Respecto al Socialismo Democrático no expresan dudas en la necesidad de cooperar y profundizar la experiencia de trabajo que se da en el actual gobierno. Pero surgen discrepancias respecto al grado de competencia qué se debería tener a futuro. ¿El partido Frente Amplio debería intentar desplazar o reemplazar al PS o debe tender a una coalición estratégica y permanente con él, sumando al PPD y la DC? Ese es un punto no zanjado. 

Por eso el plebiscito de marzo no se ve como una carrera corrida. No hay más que meterse en las redes sociales para constatar la diversidad de posturas y discusiones que el proceso levanta. Pero lo más delicado, y que va más allá de lo que ocurra con estos partidos en particular, es que el presidente Gabriel Boric ha empeñado personalmente su liderazgo interno al impulsar esta fusión. Un rechazo hoy no se ve posible. Pero una victoria poco contundente o con muy baja participación podría interpretarse como un golpe a su conducción como líder político de su propio sector.

Puedo asegurar que las personas con las que conversé están muy conscientes de que los tiempos políticos han cambiado, y parece que el proceso del partido único es una estupenda oportunidad para desatar un debate necesario, que supera al Frente Amplio. La pregunta que surge es cómo hacer política fuera de la loca dinámica del marketing, del tuit más agresivo o ingenioso y la sonrisa permanente en los afiches. 

Se aprecia preocupación porque en espacios naturales de la izquierda hoy se observa un vacío desolador que empieza a ser carroña de la ultraderecha. ¿Cómo se puede volver a ilusionar al electorado de izquierda si a lo único que se aspira es a administrar lo que queda de gobierno, sin capacidad de disputa de ideas de fondo para la nueva etapa? El proyecto del partido único podría ser un motivo para la esperanza. Pero esa posibilidad requiere de un programa mucho mejor pensado que el que se presentó en 2021, y trabajo. Mucho trabajo.

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