Opinión
11 de Mayo de 2024

Columna de Isabel Plant | Día de madres y era de hijos únicos
"¿Qué nos convirtió en este país de hijos únicos o de mujeres no madres?" se pregunta la periodista Isabel Plant. La respuesta para la columnista se aloja en los miedos de las futuras madres frente a un mundo convulsionado. "Un bombardeo de deberes ser, en una era en la que se supone teníamos más herramientas para ser madres libres. El exceso de información como una prisión, para correr tras un imposible: que nunca sufran, que siempre estén felices", explica.
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Varias mañanas a la semana paseo por mi barrio con coche y mascota. En una plaza pequeña nos topamos siempre con el mismo grupo de cinco guaguas sub dos años, incluyendo la mía, y sus cuidadoras. El otro día, mientras unas empujaban columpios, las otras hacían tortas de arena y yo sostenía a mi hija en brazos, las abuelas comentaban que los niños a su cargo son únicos. Una decía que no se atrevía a preguntar si venían más. Otra se lamentaba que el encantador niño que se mecía en un caballo de madera ya es seguro no tendrá hermanos.
Una pena no tener hermanos, dije, pero miren este grupo: nadie tiene. Cuando crezcan, ya no será la salvedad, será la norma. Y los que vengan en familias de cuatro integrantes o más, serán los exóticos.
¿Qué nos convirtió en este país de hijos únicos o de mujeres no madres?
Chile es el país del mundo que más ha bajado su tasa de natalidad entre enero y marzo de 2024, con una disminución de cerca del 19 por ciento con respecto al año pasado. En la región, somos de las menores tasas de natalidad, con 1,3 hijos promedio por mujer. Y encuestas, como la del Injuv, el 45% de las mujeres chilenas encuestadas entre 15 y 29 años, dicen no querer ser madres.
Por supuesto, es tendencia mundial. Ya he citado antes en esta columna a la premio Nobel Claudia Goldin, quien ha estudiado el fenómeno de las mujeres y la fuerza laboral, explicando que tras la revolución de la píldora anticonceptiva, en las décadas siguientes las mujeres retrasaron la maternidad, viendo la inversión en educación como una manera de realizarse en lo personal.
En Chile, la doctora en sociología Martina Yopo Díaz es una de quienes se ha especializado en tratar de entender por qué las chilenas ya no quieren tener hijos. Las respuesta es también múltiple y va más allá del control de la natalidad, postergación por trabajo y por la falta de apoyo en el entramado social.
Habría también un factor de miedo al futuro, por ejemplo con respecto al cambio climático; otro que tiene que ver con la corresponsabilidad, que al ser utópica, lleva a no querer tener más de un niño a cargo. También está la nueva maternidad, que ha sumado exigencias a lo que se considera ser una “buena madre” hoy (estimuladora, conectada, afectivamente sana, comida sin aditivos y un largo etcétera agobiante). Y el costo de la vida, que hace que el kilo de guagua esté, francamente, en kilates de oro.
Leer a Yopo Díaz fue para mí decir: sí, sí, sí, también. Diría que la ecoansiedad que genera traer a un niño a un mundo que se quema, se inunda y se desarma, existe en mí, pero es primordial para generaciones más jóvenes, las que han tomado cartas en el asunto volviéndose veganas. Mientras mi vida, decisiones y circunstancias me fueron enviado al camino de la maternidad geriátrica, siempre pensé que por último si tenía una sola hija, no era tan terrible para el planeta. Que los que tienen de tres para arriba se hagan cargo (es chiste, claro).
Lo caro que es vivir hoy, la imposibilidad de acceder a la casa propia a menos que te ganes el Kino (y ni así), es un impedimento real, si mis hormonas enloquecieran con la oxitocina que me produce ver sonreír a mi hija y me empujaran a buscar otra más. No puedo tener más hijos si quiero darles el mismo nivel de educación que recibí, por ejemplo. Y la gente invoque la marraqueta bajo el brazo, o te aseguran que lo económico siempre se resuelve y se vuelve secundario ante el amor que se siente por la guagua propia, la verdad es que no es ni fácil, ni menor, salir a buscar la marraqueta, sobre todo con una guagua a la que hay que turnarse para cuidar.

Esto último nos lleva a la importancia de la corresponsabilidad: aunque es un tema cada vez más instalado a nivel de discusión, en el día a día, pañal a pañal, son las mujeres las que se llevan la mayor carga de tiempo y de mente, como ya sabemos.
Mientras me acerco a mi primer día de la madre como madre, la arista de la presión contemporánea sobre ser “buena madre”, es quizás la que más me golpea. Desde que quedé embarazada, he recibido lecciones en vivo y a través de redes sociales de que debía trabajar mi piso pélvico o lamentarme de incontinencia para siempre; de cómo debía ser el primer minuto de apego; de las bondades y beneficios del porteo.
Ustedes no lo saben, pero la manera histórica de sacar “chanchitos” es la incorrecta para la guagua recién nacida, hemos estados equivocados desde que somos raza humana. He caído embobada tratando de absorber las lecciones de las gurú de la lactancia y las del sueño; y hoy el algoritmo me ataca con una infinitud de recetas y preparaciones para las primeras comidas de la guagua, porque la papilla clásica ya no basta, ahora hay que darse el tiempo además de darle cien alimentos en cien días para revisar alergias y preparar croquetas de quínoa con brócoli.
Cronometrar el tiempo de guata para fortalecer el cuello, estimular la visualidad en blanco y negro antes de que cumplan dos meses y luego hacer pasatiempos caseros en colores. A futuro me queda fracasar intentando que no sea absorbida por la pantalla, por la comida con exceso de azúcar o de sal, por criarla con habilidades independientes pero con apego conector. Y así al infinito.
Un bombardeo de deberes ser, en una era en la que se supone teníamos más herramientas para ser madres libres. El exceso de información como una prisión, para correr tras un imposible: que nunca sufran, que siempre estén felices. Tratar de evitar nuestros traumas del pasado, inevitablemente generando nuevos que aún no reconocemos.
Con razón basta con un crío; es mi primer día de la mamá, y ya he fracasado tanto.
Pero también he triunfado, en lo pequeño y cotidiano. Cada día, cuando se duerme en su cuna, sana y segura, una conquista. Ha sido lo más agotador y lo más bonito. ¿Cómo será su vida en este nuevo país de únicos? Quiero creer, ojalá, que será una vida de individuos que reconocen que es en los lazos que forjan con los demás donde está el sentido de la vida y del futuro. Tendrán que salir a buscarlo fuera de su familia nuclear y ahí está el mayor de todos los desafíos para nosotras, las madres de únicos: prepararlos para la conquista de la empatía y la victoria de la comunidad.