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Opinión

11 de Mayo de 2024

Columna de Hugo Herrera | El pantanoso camino de Chile: No futuro

Por Hugo Herrera

El abogado y académico Hugo Herrera describe "la desazón que va recorriendo las ciudades y territorios del país", como algo que para él tiene que ver con la "intensificación del malestar, la violencia y el dolor". Luego profundiza. "El país se está adentrando, poco a poco, pero sin señales de esperanza claras, en un camino pantanoso, difícil, de salida compleja".

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Es cierto que la vida actual deja poco espacio a los proyectos colectivos y una parte contundente de la existencia la pasamos entre nosotros y los más cercanos. Probablemente ahí esté la razón del “misterio” de las encuestas sobre bienestar o felicidad, que dan gratos resultados cuando se habla de lo propio, pero lamentables, cuando del resto o del país. Esta situación no es ideal o deseable.

Desde Aristóteles constan argumentos para mostrar que la plenitud personal depende en una parte fundamental de la plenitud comunitaria y que, al revés, vivir en una comunidad de bárbaros –con espacios públicos miserables, contaminada, hacinada, dominada en partes importantes por el crimen, con regiones abandonadas, con árboles y praderas secas, con instituciones corruptas, etc.– termina afectando las vidas personales, familiares y vecinales.

En este sentido es preocupante la especie de desazón que va recorriendo las ciudades y territorios del país. Está bien: esa época en la que se habló de Chile como un “tigre” o en que se pensaba que por la vía de un modelo donde eminentemente cada uno se rasguña como puede íbamos a alcanzar la plenitud, se ve retrospectivamente entre de mal gusto y descriteriada.

El tipo de modelo político y económico mostró sus límites, a veces de las peores formas. Se dejó hacer, sin que hubiese esfuerzos por fortalecer los poderes del país: sus instituciones públicas y privadas. El aparato económico privado fue dominado por el management, en versiones jurídicas y antijurídicas, pero, en todo caso, soslayándose severamente la cuestión de la productividad. Como diría Thorstein Veblen, prevaleció la “clase inútil” por sobre la productiva. 

El Estado, de su lado, vivió un proceso paralelo de deterioro, volviéndose presa de redes clientelares. Las tareas de modernización, profesionalización y fortalecimiento de una institucionalidad eficaz, su despliegue competente por los territorios, fueron labores preteridas. Prevaleció la inercia o la simple idea del botín. 

El asunto es que hoy contamos no solo con empresas mezquinas en productividad e innovación, sino con un Estado anquilosado, detenido en pleno siglo XX, incapaz de emprender con eficacia las labores de fomento y mejora en la vida de la nación. Estamos llegando a un nivel crítico, donde no se trata simplemente de demoras o falta de eficiencia o de un crecimiento más lento que el esperado. La pérdida de vitalidad institucional, tanto pública como privada, está provocando daños severos a la vida del país, dolor a su pueblo.

Piénsese en las listas de espera de enfermedades mortales o graves en el sistema de salud. ¡Cuánto dolor acumulado a lo largo de años sigue acrecentándose ante la indolencia del resto y la desesperanza de las familias y los directamente afectados! O en los centenares de inocentes, heridos y muertos, cuerpos destrozados, mutilados, vidas truncadas a manos de una delincuencia que opera con creciente eficacia.

Bandas más peligrosas que las locales, desplazan y eliminan a estas últimas. En el sur, el conflicto mapuche y sus derivados continúa en una medida importante sin control. El Estado no está cumpliendo en estos casos con su deber más básico: proteger la vida y la integridad física de sus habitantes respecto de las inclemencias del destino y la crueldad de sus semejantes. 

En otro de los asuntos más delicados, la formación de las nuevas generaciones, el país vive un deterioro inveterado. Décadas de postergación de la Escuela han provocado que en ella llegue a parar (salvas las destacables, pero escasas excepciones), auténtico un contingente de incompetentes. Las Escuelas se han convertido en especies de guarderías o centros de normalización del comportamiento (si es que funcionan y no son presas del lumpen), más que de cultura, enseñanza y despliegue eficaz de destrezas y capacidades fundamentales.

Lo peor es que no hay indicios ni pruebas de que la situación vaya a cambiar en un futuro cercano en ninguno de estos casos.

Mientras tanto, los políticos se aprestan a enfrentar una nueva elección. Como con las “aldeas Potemkin”, nos querrán mostrar a modo de mera fachada, que el comercio ambulante y la delincuencia están controlados en Santiago, que en Valparaíso las ruinas no son ruinas o que los deterioros de la otrora pujante Viña del Mar no son tales.

¿Y el Gobierno? Además de ir corrigiendo -demasiado lentamente- los arrebatos de inmadurez de sus miembros, y de tener a uno de sus ministros experimentados dándose penosamente contra la pared para subir los impuestos (eso, sin tener una visión de desarrollo claro), abandonó, al parecer, la idea de catapultar la economía gracias a incrementos sustantivos en investigación y desarrollo. La verdad es que abandonó casi todas las tareas importantes.

El país se está adentrando, poco a poco, pero sin señales de esperanza claras, en un camino pantanoso, difícil, de salida compleja. En un camino que augura no solo estancamiento o decadencia, sino intensificación del malestar, la violencia y el dolor. Eso cuando aún siguen ahí los fundamentos del malestar que dio lugar a lo de octubre de 2019.

Urge, en este contexto, la rearticulación de un proyecto integrador, que se fije no solo en los indicadores económicos o tributarios, sino, a esta altura, especialmente en las condiciones básicas de conservación y despliegue de la nación. La pregunta, la inquietante pregunta, es: ¿de dónde vendrá el impulso para una tarea de esa envergadura?

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