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Opinión

26 de Julio de 2024

Columna de cine de Cristián Briones | Deadpool & Wolverine: Sí, otra película de superhéroes

Por Cristián Briones

Esta semana se estrenó Deadpool & Wolverine y Cristián Briones, columnista de The Clinic, escribe sobre ella: "Ojalá Deadpool y Wolverine fuera un mayor espectáculo o una mejor elaboración narrativa para poder entrar en este intento de debate, o al menos plantearlo. Pero no lo es. No es nada más que lo que ofrecen sus trailers: un ejercicio de nostalgia autoindulgente sobrecargado en canciones y sobre-explicaciones". Y añade: "Es 100% puro para el público. El objetivo es recaudar una tonelada de dinero y cosechar loas en las redes con bajadas de textos sobre lo poco que importa la opinión de los críticos que odian divertirse".

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Cuando uno cree que las películas se conversan más que se califican, básicamente el ejercicio de la apreciación cinematográfica, cuesta mucho reseñar estos estrenos que ya tienen sus audiencias y detractores zanjados.

Aquellos que cuando vieron el primer trailer ya declararon que esta era la mejor película del año, no tienen la más mínima intención de leer un texto que pudiese llevar la contra a su afirmación. Y esos en pie de guerra contra toda película de alto presupuesto y trajes coloridos, considerándolos la bancarrota total de calidad del séptimo arte, tampoco están dispuestos a que exista un argumento válido que sostenga que aquí también “hay cine”.

Nuestros sesgos nos tienen totalmente fuera de cualquier posibilidad de conversación y de paso, de llegar a disfrutar y/o apreciar una obra que no esté en nuestras predilecciones.

Ojalá Deadpool y Wolverine fuera un mayor espectáculo o una mejor elaboración narrativa para poder entrar en este intento de debate, o al menos plantearlo. Pero no lo es. No es nada más que lo que ofrecen sus trailers: un ejercicio de nostalgia autoindulgente sobrecargado en canciones y sobre-explicaciones, con referentes que solo tienen sentido si se ha estado pendiente de este nicho en la industria cultural por los últimos 25 años.

Y esta aparente sentencia es tanto su mayor defecto, como un mérito en sí mismo. Porque no engañamos a nadie, si teníamos la más mínima intención de ver esta película, era justamente por ello. El ejercicio de nostalgia. Queríamos “volver ahí”, y ese “ahí” es justamente lo que nos dan.

Esto ha sido un viaje de casi un cuarto de siglo. Desde aquellos años en que los trajes coloridos estaban impresos en revistas con dibujos de salida mensual, o en el caso de muy pocos, en series de animación destinadas a los infantes de la casa. Ser un aficionado a ellos valía cierta marginalidad y la sola idea de grandes adaptaciones cinematográficas estaba relegada a los íconos de Superman y Batman, cuyos fracasos en las terceras y cuartas entregas significaron una cautela inmediata. Pero salió Blade en 1998. Y en el año 2000 los X-Men serían presentados al mundo. Las grandes audiencias conocerían a los mutantes, en especial a uno: Wolverine.

De a poco, los cómics se extinguían junto con sus consumidores, y eran reemplazados por las novelas gráficas (que son lo mismo, pero de alguna forma había que validar la afición), y un asistente de producción de esa primera X-Men terminaría tomando las riendas de lo que se convertiría en el cambio de panorama más trascendente del Hollywood en 40 años: el Universo Cinematográfico de Marvel (MCU).

A cargo del MCU, Kevin Feige hizo tambalear todo, desde la fórmula del éxito del blockbuster moderno, hasta las posibilidades de las competencias de explotar sus propias franquicias. Disney comienza a absorber empresas en aras de consolidar el control sobre la industria del entretenimiento y Marvel, la compañía de cómics que publicaba a estos personajes, es comprada en 2009, dejando fuera algunas marcas que ya estaban en manos de Sony y Fox. El 2019 consolida la compra de este último. Y mucho se celebró que por fin el MCU iba a tener en sus manos a aquellos superhéroes, importando poco el fin de un estudio cinematográfico histórico de Hollywood.

Uno de esos personajes era Deadpool, uno que su estrella protagonista persiguió con mucha perseverancia, filtrando incluso un demo que le permitiría finalmente tener luz verde a un largometraje.

Wade Wilson (Ryan Reynolds) era un mutante ya presentado en una infame película de Wolverine previa, con poderes similares a los del más famoso anti-héroe de la franquicia, pero con la característica de no callarse nunca, estar constantemente haciendo chistes y hablándole a la audiencia, con quien compartía la complicidad de burlarse de todo a punta de groserías, doble sentido y ultraviolencia a destajo.

La primera (Deadpool, 2016), dirigida por Tim Miller, tuvo el “humilde” presupuesto de 50 millones de dólares y batió récords en su categoría. La secuela (Deadpool 2, 2018), a cargo de David Leicht, dejó descansar el humor en comediantes y la acción en especialistas, duplicó el presupuesto y mantuvo el impacto. Una tercera parte se avizoraba pronto. Pero Disney absorbió Fox y la boca suelta del mercenario favorito de todos no tenía muchas opciones ahí.

Ryan Reynolds no se rinde y decide hacer algo que, en perspectiva, era completamente innecesario: recortar Deadpool 2 en una versión para todo espectador llamada Once Upon A Deadpool. Pero todo se mantuvo en silencio por cuatro años. Y luego el declive del MCU consigue lo imposible. Hugh Jackman volvería a ser Wolverine, luego de retirar al personaje en una de esas obras excepcionales como lo fue Logan (2017), que incluso conseguiría una nominación al Oscar por mejor guión. Y para algo están los amigos. Ryan Reynolds y Hugh Jackman volverían en una tercera parte del irreverente parlanchín sanguinario: Deadpool y Wolverine.

Deadpool ha vuelto. Pero en realidad no. Oh, no se confundan, sigue teniendo el mismo humor de liceo, haciendo chistes con todos y cada uno de los orificios del cuerpo humano, burlándose de los pronombres progres, de los reaccionarios anti-vacunas, de Kevin Feige, de Disney, de Fox, de DC, y de todo el etcétera que se les pueda ocurrir en el “MultiUniverso” (un saludo al relator que acuñó el término durante la Eurocopa), pero esta vez se pueden ver las cuerdas del titiritero. Similar a lo que pasa en la serie de She-Hulk, se siente que hay algo controlado.

No es necesario entrar en absolutamente ningún detalle de la trama. Basta saber que un Deadpool se une con un Wolverine y deben enfrentarse a un personaje llamado Paradox (Matthew Macfadyen de Succession, haciendo de Matthew Macfadyen en Succession), topándose con distintas versiones de personajes que ya conocemos.

Múltiples cameos que sacarán risas, aplausos, descontroles emocionales que pueden registrarse en la sala de cine y subirse a redes sociales, y reacciones que deberán aludirse como spoilers, siempre y cuando se haya estado crónicamente online durante las últimas décadas. Y es que esto hay que reconocérselo al MCU: le da a su audiencia lo que pide. Lo hizo en Spiderman: Sin Camino a Casa, y luego en Doctor Strange en el Multiverso de la Locura. Y en un nivel, también lo es el reparto de la próxima Cuatro Fantásticos. En la vereda del frente, también lo intentaría The Flash, pero fallaría totalmente al tratar de darle un sentido épico en medio de ese CGI.

Toda idea nacida en internet, desde los tiempos de los foros, pudo germinar para ser una aparición celebrada e “inesperada”. Es una nostalgia completamente artificial, y uno como audiencia lo sabe, pero decide ignorarlo. Porque se pasa bien mientras se consume, y en estos días, eso parece bastar. Deadpool y Wolverine tiene humor garantizado y lo ejecuta, hay muchas escenas auténticamente graciosas, secuencias de acción lo suficientemente bien armadas, pero a mucha distancia de la anterior, y el compromiso de los dos protagonistas a darlo todo por hacer de esta película un éxito. Sin embargo, debajo de una ligera capa, se nota el cambio.

Es notable el detalle de que Wade Wilson venda autos usados en esta versión. De alguna manera se siente como si Ryan Reynolds quisiera poner algo en pantalla con eso. Porque Reynolds jugó con las reglas de Hollywood y ganó. Fue detrás de algo y lo armó hasta que fue un éxito. Y luego repitió con ese producto único y mantuvo la frente en alto. Pero llegaron los dueños y no subieron el arriendo, derechamente pidieron el departamento. Deadpool ahora es del MCU. Y en la película, Deadpool quiere ser MCU.

Trata de convencernos que eso es bueno, pero en el fondo lo sentimos, el auto viene bien recomendado, pero no es lo mismo. Intenta despedirse dignamente de esa tanda errores y triunfos que fue Marvel en Fox y lo hace desde el frío corporativo. Las celebradas secuencias de créditos de las dos primeras partes dan paso a un video clip que apuesta a hacerse viral. Todo está maquetado para agradar a la audiencia.

No hay necesidad de salir a explorar otros géneros o expandir un tanto los mismos límites ya establecidos. Como trataron, más allá de la calidad o los resultados, la misma Deadpool, Logan, The Batman o Joker. No es necesario hacer oscuros dramas, thrillers policiacos, comedias de humor grueso, westerns crepusculares ni nada de eso.

Hoy se puede hacer una película de superhéroes en el género de superhéroes, en donde la trama sea sobre los universos de superhéroes. Y esto ni le atañe al director, Shawn Levy, ni a los cinco guionistas. Es 100% puro para el público. El objetivo es recaudar una tonelada de dinero y cosechar loas en las redes con bajadas de textos sobre lo poco que importa la opinión de los críticos que odian divertirse.

Así que tal como se dijo sobre otro de los intentos de vampirizar la nostalgia y que todos pudieran emocionarse con un “estamos en casa”, es momento de no amargarse y unirse a la fiesta. Al menos por 2 horas y 7 minutos.

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