Entrevistas
25 de Agosto de 2024Mariana Enríquez: “La derecha que está de moda es un paquete de odio y de injusticia que hay que desactivar como una bomba”
La exitosa escritora argentina, una de las más celebradas de los últimos años en Sudamérica, trae a Santiago su espectáculo “No traigan flores”, una lectura de oscuros pasajes de sus libros y textos inéditos, acompañada de música y visuales hechas de arena. Las entradas para la única función del 4 de septiembre en el Nescafé de las Artes están agotadas. “Nunca me gustó mi voz ni leer en público, porque creo que leo mal. Terminé viéndome, no sé si obligada, pero el requerimiento de leer en vivo era muy alto”, dice aquí la autora de “Nuestra parte de noche”. Desde Buenos Aires, analiza el discurso antifeminista del gobierno de Javier Milei –que considera “un desastre total”– y las denuncias contra Alberto Fernández: “Él decía: ‘Yo soy el presidente que va a acabar con el patriarcado’; lo cual, más allá de ser un enunciado disparatado, ahora es un chiste macabro”.
Compartir
Mariana Enríquez suele recibir toda clase de regalos de sus lectores dondequiera que va. Nada raro al tratarse de una autora cuyo nombre evoca de inmediato a una suerte de rockstar y de nueva madre del terror de la literatura argentina y latinoamericana actual. Le llegan algunos muy “cute”, como el tazón con la imagen de varios gatitos del que bebe durante esta conversación, y otros verdaderamente extraños e inquietantes.
En mayo pasado, mientras participaba en un multitudinario encuentro en la Feria del Libro de Buenos Aires, un chico sacó de su mochila un frasco con una tarántula en su interior y lo puso sobre la mesa para que ella lo firmara. La periodista y escritora de 50 años lo relata con su habitual dosis de humor y extrañeza: “No sé cómo me contuve. No tengo aracnofobia ni nada, pero no me gustan las arañas. Por supuesto, todo el mundo y los que estaban alrededor se alejaron, muy cobardes, nadie vino a salvarme”, relata.
“Lo más impresionante fue que el chico siguió sacando tarántulas de su mochila. Tuve hasta cinco sobre la mesa y ahí me entero de que las tarántulas cambian la piel como una serpiente, y que lo que tenía enfrente en realidad no eran arañas sino mudas de araña. Aún la tengo acá en casa. Fue muy ‘creepy’ y, sobre todo, un poco amenazante”.
Mariana Enríquez nunca aparecerá en pantalla durante la videollamada de esta entrevista. En su lugar, parpadea la imagen de un vampiro en su avatar Meet. Horas antes de este encuentro virtual se realizó un examen de fondo de ojo y aún tiene la visión borrosa. Nada grave, aclara, “algo de rutina. Es rarísimo el tipo de ceguera que provoca; temporal, por exceso de luz, es entre tenebroso y gracioso”.
En su casa ubicada junto al Parque Chacabuco de Buenos Aires, su ciudad natal y desde donde concede esta entrevista, la escritora conserva otro curioso regalo que recibió en Chile, durante la presentación de su novela “Nuestra parte de noche” (2019), en la Feria del Libro de Santiago. Se trata de una pintura al óleo que reproduce una de las últimas fotografías de Omayra Sánchez, la niña colombiana de 13 años que murió tras la erupción del volcán Nevado del Ruiz, en 1985. Su caso dio la vuelta al mundo al permanecer tres días atrapada entre el barro y los escombros de su casa, mientras las cámaras de televisión transmitían en vivo sus últimas horas con vida.
La autora argentina incluyó la historia en su aclamado libro, por el que ganó, entre otros, el Premio Herralde, y que luego fue publicado en 40 países y traducido a más de 20 idiomas. Ilustraciones y dibujos recibe por montones, cuenta Enríquez, pero este cuadro, en particular, no solo la asustó sino que además gatilló un dilema moral.
“Hay varias fotos de la agonía de Omayra y todas son muy impresionantes. Tiene las manos totalmente blancas, grises, azuladas, porque ya no tiene sangre ahí, se le fue subiendo toda hasta los ojos. Entonces, los tiene completamente negros, como cucarachas. Es muy tenebrosa la imagen, pero es una niña muriéndose. Yo no me olvido de eso”, comenta.
“Muchos fans me regalan obras inspiradas en personajes que aparecen en mis libros, pero Omayra no es un personaje. Yo puse su historia porque me parecía que decía mucho sobre cómo se vivía la niñez en esa época en Argentina y, además, era una especie de premonición de lo que le iba a pasar después a los chicos en la novela, que es muy terrible”, agrega.
—¿Qué hizo con la pintura?
—Me la traje desde Chile hasta acá, y me acuerdo que cuando mi chico la vio, dijo: “Eso va detrás de lo que sea, donde no se vea, ¡es el retrato maldito!”. Es imposible de colgar, es enorme, y es una pena, porque es muy buena. La tengo en una habitación con los ojos de ella –pobrecita– contra la pared. Tener la foto de un niño muerto en casa es una cosa muy rara. Ahora que lo pienso, debería escribir un libro o hacer una experiencia contando solo historias como esta.
La también autora de “Las cosas que perdimos en el fuego” (2016) y “Los peligros de fumar en la cama” (2009) aterrizará nuevamente en Santiago para presentarse el miércoles 4 de septiembre en el Teatro Nescafé de las Artes con “No traigan flores”, espectáculo que estrenó con gran éxito en el Teatro Coliseo de la capital argentina, en marzo de 2023.
Durante poco más de una hora, Enríquez lee una selección de extractos de sus novelas, cuentos, textos periodísticos y material inédito de sus libros, en los que conviven terror, humor, política, feminismo, cultura pop y tantos otros temas. No está sola en escena; la acompañan el artista Alejandro Bustos y sus visuales hechas de arena, y el contrabajista Horacio “Mono” Hurtado en el diseño sonoro.
Su salto a los escenarios ha desatado un fenómeno similar al de sus libros, aunque esta vez los focos y miradas recaen directamente sobre ella: el montaje agotó cada función de la gira que hizo por ciudades como Rosario, Córdoba y Mendoza, y tampoco quedan entradas para su única fecha en Santiago. Ninguna lectura es idéntica a las anteriores, asegura la autora, y, aunque el título pueda parecer una advertencia, está lejos de serlo.
“La propuesta de hacer este espectáculo vino puntualmente de los productores, pero creo que lo importante fue por qué les dije que sí. Hace bastantes años que para el escritor cambió mucho la presentación de sí mismo y de sus textos, sobre todo para los que tienen relativa visibilidad. Tampoco es que haya que tener tanta, basta con que lo inviten a festivales o ferias de libros, que es donde existe la necesidad de que el evento del escritor en vivo sea cada vez más performático”, dice.
“Está el escritor al que le gusta pelear, el polémico, digamos; el escritor reservado o señorón; el escritor que se ríe de sí mismo y es un poco ‘self-deprecating’, que es lo que hago yo: elijo ese camino porque no me gusta la confrontación; y está también el escritor al que le gusta tener una presentación, montarse, vestirse bien, que es algo que también yo hago todo el tiempo: una puesta en escena. La idea del escritor escribiendo solo en su habitación o como un ser muy tímido o retirado de lo social me parece caricaturesca, a estas alturas. Hay tantos oficios solitarios, pero esa caricatura pesa siempre más sobre los escritores”.
—¿Cómo lidia con esa exigencia de figuración pública que tienen los escritores hoy en día?
—A mí nunca me gustó mi voz ni leer en público, porque creo que leo mal. Terminé viéndome, no sé si obligada, pero el requerimiento de leer en vivo era muy alto y notaba que la gente prestaba atención, lo cual es raro. Era una sospecha que yo tenía, entre otras cosas, por cuánta gente escucha audiolibros, que para mí es imposible. O cuánta gente escucha podcasts, no solo de conversación o de entrevistas sino podcasts de ficción, como radioteatros viejos. Hay algo muy anacrónico en el escuchar leer a otros. O sea, Oscar Wilde salía de gira por Estados Unidos, pero era otra época. Entonces, cuando me propusieron hacerlo, me pareció interesante como ejercicio y me desafió a mí misma, también.
—¿En qué sentido? Usted ha dicho que no es para nada tímida.
—No me intimida la gente y tengo cierta soltura para hablar en público, pero, evidentemente, yo no soy actriz, no soy performer y hay cosas que no puedo hacer. Nos fuimos dando cuenta en las primeras lecturas que lo que mejor me funciona a mí, expresivamente, son los textos en primera persona. No escribo tanto en primera persona, lo cual implica un desafío porque debo buscar no solo entre los cuentos, sino en partes de las novelas y otros textos de no ficción y otros híbridos.
A veces dejo un cuento que sé que la gente tiene ganas de escuchar y que no es en primera persona, pero trato de que lo sean para que no sea aburridísimo sino que los personajes y relatos fluyan a través de mí. Trato también de dividirlos con algún eje temático y ninguna lectura es igual a ninguna de las anteriores, aunque siempre hay tres bloques muy claros: primero, están las historias macabras y de fantasmas, luego hay una parte con textos más periodísticos o de no ficción sobre un tema específico, y tal vez algo inédito. Para nosotros es importante que sean distintas y nunca ensayamos tanto, damos algunas pautas nada más.
—El título, “No traigan flores”, ¿de dónde surge?
—Es bueno, pero no es mío. El título es de mi productora, Paula Nicolini, a partir de un texto que usamos en los primeros shows y que a lo mejor usamos también en este, porque está bueno. Es sobre una vecina mía que se suicidó y de la vez que hicimos un juego de la copa y ella agradecía todo el tiempo las flores, las flores, las flores, y yo no sabía por qué. A partir de ese texto, que era el primero que yo leía al público, Paula me dijo pongámosle ‘No traigan flores’. Además, tiene que ver con que a mí me gustan mucho los cementerios y escribí un libro sobre cementerios, entonces a ella le cerraba en varios sentidos y a mí me gustó mucho.
—En las presentaciones anteriores ha leído textos inéditos que dejó fuera de algunos de sus libros, como una especie de spin off. ¿Qué regalos de ese tipo tiene pensados para su actuación en Santiago?
—¿Sabes qué? Todavía estoy eligiendo. Me voy a juntar con los productores y vamos a ver qué incluiremos esta vez. Yo supongo que va a haber algún texto del libro nuevo, porque estoy pensando bastante ahora mismo en el cuerpo de las mujeres y me parece que es un buen momento para hablar de eso, así que probablemente va a haber un par de textos. Después, seguramente va a haber una sección de terror, pero tengo que ver con qué la lleno. Por ahí es demasiado obvio, pero tengo un texto que me gusta mucho sobre el cementerio de Punta Arenas. Aún lo tenemos que terminar de afinar y ver también qué regalo especial podemos hacer para ese día. Yo no soy una persona que tenga demasiado inédito, pero siempre algo se encuentra.
—Se suele decir de usted que es una “rockstar” de la literatura, y las entradas de su espectáculo se agotan como las de un concierto. ¿Cómo se toma este interés personal en usted, más allá de su obra?
—Soy consciente, porque es obvio. Ayer fui a una charla de un club de lectura que era abierta y vino mucha gente. Una chica me regaló una taza con unos gatitos de la que estoy tomando ahora, y otra me regaló una foto del sótano del Cementerio de la Chacarita, acá en Buenos Aires. Quiero decir, yo no veo que le pase eso a mucha gente.
Un día me llamó también el director de un museo que hay aquí en Moyano, que es un neuropsiquiátrico antiguo y muy grande donde se estudiaba neurobiología a principios del siglo XX. Hay un montón de cerebros y especímenes, cabezas y no sé qué, y está cerrado por completo. El psiquiatra y encargado de la curaduría me conoce y me invitó a verlo. Todo el tiempo me suceden cosas que sé que no le pasan a un escritor normalmente. Soy muy consciente de eso.
—¿Ha cambiado su vida en algún sentido?
—Mi vida sigue siendo muy normal. Creo que eso tiene que ver con que la gente y la manera en que se le acercan a los escritores es un poco más tranquila. Lo único negativo que noto es la falta de tiempo. Tengo que dar cierta dedicación a algunas cosas que antes no, y que no tienen que ver propiamente con mi trabajo sino que están más en plano de esta figuración más pública, como asistir a festivales, hablar en público, dar entrevistas (ríe).
Mariana Enríquez: “Es una falacia decir que la dictadura está lejos”
Es de lo único que se habla en Argentina por estos días. Desde que se conoció la denuncia de la exPrimera Dama Fabiola Yáñez contra Alberto Fernández por violencia de género, a diario han surgido nuevos datos, versiones y testimonios del caso, que ha desviado completamente el foco y la atención de otros asuntos igual de indignantes y urgentes, dice Mariana Enríquez.
El mismo día en que estalló el escándalo del expresidente argentino, un grupo de legisladores oficialistas y de La Libertad Avanza se reunieron en la cárcel con militares detenidos por asesinatos, torturas y secuestros durante la dictadura.
“Lo de Alberto es una barbaridad, pero esto otro es una barbaridad más esencial y debería tener repercusión internacional. Argentina es de los pocos países que llevó a los genocidas a juicio y que ahora un gobierno democrático los esté visitando y esté permitiendo esto, dejando a los diputados que lo hagan, debería tener otra reacción. A mí me parece repulsivo y debería ser motivo suficiente para hacer una gran movilización y que se termine esta locura”, opina la autora.
“Una de las diputadas dijo de uno de los torturadores, que es de los más crueles y famosos, Alfredo Astiz: ‘yo no sabía quién era’, y porque ella nació en el año 93. O sea, a un nivel de impunidad millennial que, francamente, es para destituirla. Yo nací en el año 73 y sé perfectamente quién fue Hitler. No tiene nada que ver, y como argumento es inaceptable. Aparecieron publicadas las fotos de muchos de estos represores a los que fueron a visitar y hay una persona que conozco que reconoció a la persona que secuestró a sus padres. O sea, está todo aún muy cerca. Es una falacia decir que la dictadura está lejos”.
Mariana Enríquez creció durante los últimos años del régimen militar en Argentina (1976-1983), una época marcada por la represión, el miedo y la desaparición de miles de personas. Su infancia estuvo profundamente influenciada por este entorno de violencia y temor, y eso alimenta hasta hoy su literatura. Según la autora, el gobierno de Javier Milei y la derechización del continente han traído a varios fantasmas del pasado de vuelta a la vida.
“El gobierno es un desastre total”, dispara la autora. “Lo creo como progresista y como persona de izquierda. Todos los gobiernos de derecha, el de Milei incluido, gobiernan con el algoritmo que vio ciertas necesidades, algunas peligrosísimas, como cierto desprecio a la democracia y a la memoria, y se aprovechó de todo eso. Yo trato, en general, de pensar siempre que si la gente eligió eso es porque lo que yo pienso o lo que puede proponer la gente que yo sigo, no les solucionó la vida. La gente no vota para suicidarse, vota pensando que va a estar mejor con esa opción. Y si esta opción tan de máxima les pareció viable, que así sea, pero me frustra pensar que la opción progresista no tuvo las herramientas de llegada, sino más bien al contrario, alienó totalmente a la gente”, enfatiza.
“Lo que hay que pensar es por qué el discurso de la izquierda –derechos humanos, feminismo y otros– se volvió incompatible con la seguridad, y viceversa. Por qué eso de ‘vivir tranquilo’ no puede incluir que a tu hijo gay no le peguen, que tu hija trans pueda tener dinero y libertad para hormonarse, o decidir sobre su cuerpo. Por qué ese vivir bien no puede incluir que como mujer una pueda desarrollarse plenamente en el trabajo sin tener problemas de abuso de poder o sexual con los compañeros varones o con las compañeras mujeres en una posición de más poder. La apropiación de la seguridad y la sensación de tranquilidad de la derecha es problemática. Entonces, para muchos la respuesta fue votar Milei a pesar del discurso de odio permanente”.
—¿Cómo percibe que se lo está tomando el país a casi un año del gobierno?
—Hay muchísima gente decepcionada, pero tampoco quiero enojarme con esa gente. Tampoco quiero enojarme con el progresismo. Quiero pensar esta confrontación de discursos de una manera que no es solamente argentina, es mundial. La sociedad debe lograr ser un poco más compasiva con el otro que está en una situación como en la que estamos todos, de encrucijada, la encrucijada de qué vamos a hacer con este continente. Elige izquierda, le va mal. Derecha, le va mal. Elige más o menos, le va mal. Me da mucho vértigo colectivo porque no nos podemos ir todos de Latinoamérica a vivir a Europa. Allá también está la derecha británica, confundida por las fake news. El panorama no es mejor que acá.
“No me considero una persona política, pero personalmente lo que yo no quiero es contribuir a la confusión general o a la indignación general. Trato de decir, aunque suene tibio, ‘tengo que pensar’, pensar para actuar con mayor firmeza. Para eso, es necesario recuperar la retórica que se ha perdido y que ha sido desplazada por el discurso de la derecha. El gobierno de Milei no solo cerró el Ministerio de la Mujer, sino que además está recortando muchísimo también el presupuesto en salud para personas con capacidades diferentes. Entonces, en lugar de acortar las brechas, se están profundizando. La derecha que está de moda es un paquete de odio y de injusticia que hay que desactivar como una bomba, y hay que hacerlo con cuidado”.
—El caso de Alberto Fernández vuelve a hacer tropezar al progresismo. ¿Qué efecto podría tener en el escenario político?
—Es escandaloso, porque el gobierno de Alberto Fernández se caracterizó, entre otras cosas, por una serie de iniciativas que tenían que ver con feminismo, y su mayor triunfo fue conseguir el derecho al aborto. Eso era casi lo único que podía mostrar, porque la gestión económica era muy mala. A la derecha le viene genial ahora poder desprestigiar eso con todo lo que se sabe. Y que el escándalo de Alberto esté al centro del debate y no los diputados pro gobierno que visitan torturadores, es absolutamente normal. Es una demostración más de la hipocresía del progresismo y de su pérdida total de la retórica. A mí lo que más me deprime, es que hay algo cierto en eso. ‘Yo soy el presidente que va a acabar con el patriarcado’, decía Alberto, lo cual, más allá de ser un enunciado disparatado, ahora es una especie de chiste macabro.
Nuevas lecturas
Sobre el escritorio de Mariana Enríquez hay una ruma de libros que está leyendo casi siempre en paralelo. Los volúmenes de cuentos son sus favoritos en periodos de escritura, y esos son los que más consume por estos días: desde una colección de relatos de terror de la autora rusa Anna Starobinets titulada “La glándula de Ícaro”, hasta una antología de autores afromaericanos a cargo del cineasta Jordan Peele (“Get out”). También está devorando una novela de 800 páginas titulada “Los escorpiones”, de la española Sara Barquinero.
Actualmente, la autora argentina trabaja también en distintos libros. Uno de ellos es precisamente sobre sus lecturas y podría ver la luz el próximo año. Enumera también dos nuevas novelas; una más extensa y en la que incorpora elementos terroríficos, al estilo de “Nuestra parte de noche”; y otra más breve, “más guarra y sexual”, en la que vuelve a explorar la autoficción y su veta de fan, como en su libro “Porque demasiado no es suficiente”, publicado por editorial Montacerdos el año pasado.
La autora también ha estado trabajando en una serie de textos sobre el cuerpo y los derechos reproductivos de la mujer, y ve con preocupación cómo las medidas antifeministas del gobierno –que en febrero pasado envió un proyecto de ley para derogar el aborto– han penetrado en los discursos de las nuevas generaciones.
“Lo que uno esperaría desde la lógica, nunca es la lógica. Y la lógica es que los jóvenes sean más feministas porque nacieron en un mundo ‘más feminista’. Pero, resulta que se rebelan permanentemente contra eso porque creen que perdieron privilegios, cuando en realidad no perdieron ningún privilegio, sino que ganaron privilegios las mujeres. Ellos siguen en el mismo lugar de siempre y da la impresión que no lo supieran. Hay muchas capas de sentido que, pasadas además por las redes, producen una caldera que personalmente me da mucho miedo”, opina la autora.
“Es tarea del feminismo más joven dejar bien en claro a los hombres de su generación que ellos todavía tienen más poder que nosotras. Con la inmediatez de las redes y la cantidad de información que circula, no hay lugar en el disco duro para historiar un poco, pero en Argentina no había aborto hace dos años. Que un joven me hable de dictadura de género cuando yo estuve toda mi vida fértil sin aborto legal, es inaceptable”, añade.
“La amenaza de quedar embarazada y ser madre a la fuerza claramente cambió o predispuso mi forma de relacionarme sexualmente. Y cuando el aborto se pudo hacer con pastillas, yo ya no iba a quedar embarazada, pero me pasé todo el tiempo pensándolo. Pasa lo mismo con el VIH. Somos un colectivo con una subjetividad marcada por esa opresión y los más jóvenes no lo dimensionan. No tienen noción histórica, que siempre es difícil y aburrida, pero necesaria”, señala.