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Opinión

21 de Septiembre de 2024

El caso Pélicot: los hombres que odiaban a las mujeres

Foto autor Isabel Plant Por Isabel Plant

En el pintoresco pueblo de Mazan, Francia, se desató uno de los casos más perturbadores de violencia sexual en la historia. Giselle Pélicot –drogada por su esposo– fue abusada durante décadas por él y otros 83 hombres. La mujer se enfrenta hoy a un juicio público que revela las profundas sombras de la violencia de género. "El horror es que existan 83 hombres 'normales' dispuestos a ser monstruosos. Es tener que hacerse la pregunta: ¿son todos los hombres capaces de violar? No lo son. Pero el caso Pélicot es el ejemplo vivo de que el miedo de las mujeres a ser víctimas no es infundado", escribe Isabel Plant en su columna de hoy.

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El pueblo de Mazan está en el sureste de Francia, a unos 30 kilómetros de Avignon, la ciudad cercana más grande. Google muestra imágenes preciosas: un cementerio antiguo, una serie de caseríos de cientos de años, una plaza con una fuente, un bonito chateau convertido en hotel. Viñedos, huertos y trufas conviven con los seis mil habitantes. 

Es, también, el lugar donde sucedió uno de los casos de violación que tiene al mundo atónito.  

La historia, por si no la han seguido en las noticias, se resume así: Dominique y Gisele Pélicot era una pareja francesa jubilada como cualquier otra. Él, eléctrico y emprendedor, ella administradora; padres de tres hijos y abuelos de varios nietos, se fueron a vivir a Mazan después de una vida trabajando en París. Fue ahí donde en 2011, aproximadamente, Dominique le propone a Gisele probar más cosas distintas en lo sexual. Ella declina. Él comienza entonces a drogarla y, mientras está inconsciente, no solo la viola, sino que recluta a otros hombres en un chat de internet llamado “sin su conocimiento” para que vengan y la violen también.

Tiene reglas: los hombres deben desvestirse en la cocina, no usar colonia y entibiarse las manos antes de tocar a Gisele, para no despertarla. Y así pasan diez años, con una rotativa de cerca de 80 hombres que se contactan con Dominique para ir y ultrajar el cuerpo inerte de Gisele más de 200 veces. Él graba y registra todo. 

Gisele, en tanto, solo sabe que pierde peso y pelo y sospecha que quizás tiene un tumor o Alzhéimer, pero los doctores no encuentran nada. Hasta que Dominique graba debajo de la falda de mujeres en el supermercado y es pillado. Al apresarlo, los policías encuentran más de 20 mil videos de los ultrajes a Gisele en una carpeta de su computador bajo el nombre de “abuso”. 

El caso remeció a Francia y ahora al mundo con el juicio en Avignon en contra de Dominique y sus compinches, de los cuales se ha identificado a 51. 

¿Por dónde empezamos? ¿Empezamos por un hombre que es aparentemente buen padre y esposo, que se siente con la libertad de usar a su mujer de hace cincuenta años como una muñeca inflable para prestar? 

¿O hablamos del miedo, terrorífico, de que cada noche por décadas te acuestas al lado de un hombre que es en realidad es el peor monstruo imaginable?

Esta semana Dominique habló por primera vez en el juicio: “Soy un violador, tal como todos los hombres en esta habitación”.  Se refería a los demás acusados, quienes tienen entre 26 y 74 años. Uno es un enfermero, otro es camionero y así; todos clase media o clase obrera. Algunos están casados, otros tienen hijos. Jean-Pierre Merechal (63), socio del francés, no solo está acusado de violar a Gisele, sino de ocupar la misma técnica de Dominique con su propia esposa, como él mismo admitió este miércoles en el juicio. Dos viven en Mazan, el resto hizo el viaje. 

El horror es que existan 83 hombres “normales” dispuestos a ser monstruosos. 

El horror es tener que hacerse la pregunta: ¿son todos los hombres capaces de violar? 

No lo son. Pero el caso Pélicot es el ejemplo vivo de que el miedo atávico de las mujeres a ser víctimas no es infundado. 

Giselle Pélicot no es quien debe esconderse

En Francia el delito de violación se describe como una penetración sexual hecha a la fuerza, por violencia, amenaza o sorpresa. El debate público se vuelve otra vez a la necesidad – y la posibilidad- de normar el consentimiento. Muchos de los hombres acusados en el juicio se han defendido: ellos pensaban que Gisele estaba de acuerdo con la situación, o que el consentimiento se los daba el marido y con eso bastaba. 

El horror es tener que normar que no puedes tener sexo con alguien que está completamente inconsciente. 

En las carpetas de Dominique se encontraron, además, fotos de su hija y su nuera, también “dormidas”, también en posiciones inusuales. Ni una de las dos recuerda haberlas tomado. 

El horror, pareciera en este caso, no tiene fin. 

Excepto por ella. 

Giselle Pélicot se enteró en 2020 de lo que había estado sucediendo; hoy vive en otra ciudad, con otro nombre. Volvió a Avignon para el juicio; podría haber optado que este fuera privado, a puertas cerradas y sin mostrar su rostro ni su nombre, porque la ley así se lo permite. Ella decidió que era importante que toda Francia supiera lo que había pasado para que ninguna otra mujer vuelva a despertar sin saber lo que ha vivido su cuerpo. 

La hemos visto serena, con su melena y anteojos negros, llegando al tribunal de con la cabeza en alto. No es ella quien debe esconderse. A ver si sacando el horror a la luz, los monstruos que conocemos y los que se esconden no tengan otra opción que encogerse y doblegarse.  

Miles de personas salieron a marchar en su apoyo en toda Francia. Ella respondió emocionada: “Gracias a ustedes que tengo la fuerza para pelear esto hasta el final. Quiero dedicarle esta lucha a todas las personas, hombres y mujeres, que son víctimas de violencia sexual alrededor del mundo. A todas las víctimas les digo hoy: miren a su alrededor, no están solas”. 

Giselle Pélicot es el bálsamo ante el mayor horror y miedo de todos: ¿cuántos pueblos hermosos como Mazan alrededor del mundo esconden a monstruos y monstruos y monstruos? ¿Cuántos monstruos están dispuestos a hacer el viaje?

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