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Un cuerpo encontrado en el cerro Santa Lucía: la historia de la mujer que buscó 11 meses a su marido

El pasado sábado 17 de agosto, un hombre fue encontrado muerto en el Cerro Santa Lucía. Había estado colgado a un árbol allí durante once meses sin que nadie lo notara. The Clinic reconstruyó junto a su familia los últimos días de su vida, en una historia que contrapuso a una familia, dividida entre quienes siempre pensaron en el suicidio y aquellos que creyeron en un secuestro, pero que también narra el deterioro de la salud mental por el abuso de drogas y el amor incondicional de su pareja.

Por Sebastián Palma y Valentina Hoyos
Matías Caro Santa Lucía
Matías Caro Santa Lucía
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En octubre del 2023, Marcela González (39) y Matías Caro llevaban 22 años de casados. Tenían tres hijos y, de alguna manera, estaban esforzándose por salir de una crisis matrimonial que parecía repetirse en un ciclo interminable de alcoholismo y abuso de drogas por parte de él. En ese entonces, su historia no estaba ligada al Cerro Santa Lucía.

En esos momentos, las cosas aparentaban estar mejor. La familia entera asistía dos veces por semana a las misas de los Testigos de Jehová, cerca del hogar en el que vivían de allegados, en el Cerro 18 de Lo Barnechea.

La casa de la madre de Marcela, donde vivían, estaba repleta de cajas y muebles embalados. Ese octubre marcaría la culminación de un anhelo largamente acariciado desde que se casaron, siendo ella una joven de 18 años y él un menor de 17. 

22 años después, por fin se mudarían a su propio hogar, una casa solo para ellos, arrendada gracias a un pequeño negocio de limpieza de piscinas que ambos manejaban. Como muchos de sus vecinos en el cerro, cruzaban a diario la invisible frontera de desigualdad que separa su villa de los acomodados condominios y parcelas de Lo Barnechea donde prestaban servicios.

Pocas veces en la historia de su matrimonio la familia había estado tan unida. Había dinero, había fe, y por un breve momento, una paz que parecía sólida. Pero, como en todas las historias que Marcela había llegado a conocer, la calma era siempre momentánea y frágil. 

Se quebró el 7 de octubre. Ese día, Matías llegó del trabajo de mal humor. Rechazó el almuerzo que ella le había preparado y se dejó caer en la cama, rodeado de las ropas, juguetes y lozas que aún esperaban ser guardados para la mudanza. Se quejaba de un dolor de cabeza y solo quería dormir. Ese día debían asistir a misa, pero él se negó. Eso fue lo que más le molestó a Marcela. Para ella, esas ceremonias representaban un rito que mantenía a su familia lejos de la oscuridad que alguna vez los acecharon.

Pero los demonios del pasado nunca se fueron.

Decidida, Marcela fue sola a la iglesia con su hijo menor. Las niñas se fueron en auto con su padre, quien, como había advertido, no fue a adorar a Jehová, sino que regresó a la casa. Allí, Matías urdió un plan. Una gran noche, como las de antaño. 

Cerca de las siete y media, fue a buscar a sus hijas a la misa y, nuevamente, Marcela se devolvió a la casa caminando. Una vez que llegó, Matías apenas la miraba a la cara. Cuando le contestaba, lo hacía de manera cortante y mirando al suelo. “Me hablaba así muy mal. Yo sentía como que él quería armar una pelea”, recuerda su mujer. 

Marcela estaba cansada, entendió que el bucle comenzaría otra vez. Con la experiencia que tienen las mujeres que conviven con hombres adictos, hizo lo que mejor sabía que iba a resultar. Le dijo que no quería discutir, y junto con su hijo menor fue a una de las piezas a descansar: allí pensó por cuánto tiempo se prolongaría el descontrol de Matías. 

Estuvo en el cuarto con su hijo hasta las nueve de la noche, y cuando estaba preparando la once, se dio cuenta de que Matías ya no estaba en casa. Le preguntó a sus hijas si sabían a dónde se había ido, pero sólo le dijeron que salió por la puerta de entrada. 

Matías Caro Aedo nunca regresó al Cerro 18. Su destino también se sellaría en las alturas. 

Marcela González y Matías Caro.

***

Tomé una decisión. Yo sé que no es la correcta, pero no puedo seguir haciendo más daño.

***

Marcela y Matías estaban destinados a conocerse. Ambos son hijos de los pobladores que llegaron a habitar las viviendas sociales construidas en el Cerro 18 a fines de los ochenta. Las que fueron destinadas a unas 3.000 personas erradicadas desde Puente Alto y el borde del río Mapocho.

Marcela llegó allí cuando tenía seis años. Nunca se fue. A pesar de ser vecinos, no se conocieron de niños, se enamoraron en la enseñanza media cuando ella llegó a su colegio. La relación fue frenética, él le pidió matrimonio siendo un menor de edad. Fueron padres a los 21. 

Desde chico, Matías parecía tener algo en perspectiva. Distintas ideas y proyectos que hicieran a su joven familia progresar. Trabajó como administrativo en la Municipalidad de Lo Barnechea, encargado de gestionar permisos de circulación. Luego se desempeñó durante 10 años en la sección de jardinería de una tienda de construcción en un mall. Finalmente, convencido por uno de sus vecinos, se unió a un limpiador de piscinas. Aprendió rápido el oficio y se independizó. La carrera fue larga, pero tras 22 años, él y su esposa se hallaban en el umbral de la fortuna. 

Además de trabajador, Marcela y sus cercanos lo consideraban una persona amable, simpática y atractiva. También alguien enfocado en el desarrollo de su hijos. “No sólo era un papá que traía la plata. Era un papá que se levantaba a sacar los chanchitos, que mudaba, que paseaba a sus niños. Un papá súper presente”, dice Marcela sobre su marido. 

La luminosidad de Matías, sin embargo, solía opacarse por algunas conductas. La mayoría de ellas no eran públicas y su esposa e hijos tenían que lidiar con ello a puertas cerradas. Desde la adolescencia, Matías comenzó a consumir drogas y alcohol. Probó marihuana y cocaína a los 14 años. Desde entonces, su vida se centró en un espiral de consumo y rehabilitaciones, la mayoría de ellas a base de fuerza de voluntad y no de un acompañamiento especializado. 

“Empezamos a tener peleas por el alcohol, porque cada vez que carreteábamos él no quería parar. A mí ya me daba sueño a las dos, tres de la mañana, y él quería seguir. Llegábamos a la casa y se arrancaba. Y después quería seguir el otro día. Entonces ya era como una cosa rara para mí. Después, con el tiempo, me fui dando cuenta. Muchas entraditas al baño”, recuerda Marcela.

Esos no eran los únicos demonios con los que Matías lidiaba. De acuerdo con conversaciones íntimas que tuvo con Marcela, él le confesó que se sentía abandonado por su padre, quien nunca lo reconoció ni quiso entablar una relación con él, pese a que eran vecinos. 

“El papá de Matías siempre vivió acá, en esta misma calle, con su familia: su mamá y sus hijos reconocidos. Matías siempre lo veía caminando. Por lo que me decía, nunca sintió que era importante (…) Siempre se sintió abandonado, que no lo querían”, recuerda su mujer. 

Los episodios de drogas de Matías fueron escalando año a año. El consumo de cocaína llegó a un nivel incontrolable durante la pandemia. En ese tiempo fue desde su casa en el Cerro 18 a alojar con su madre en Melipilla, como un intento para dejar el consumo. Pero no tuvo éxito. De esa estadía, su madre, Susana Aedo, recuerda: “Él me decía: ‘Es que a mí me gusta. No puedo dejarlo’. Y yo le decía que si podía, que querer es poder”. 

Al no ver progresos, Marcela le dio un ultimátum a finales de 2022: volvía al Cerro 18 o se separaban. Eligió lo primero, y cuando regresó a casa con su mujer, la calma duró unos meses. 

Se quebró en mayo del año pasado. Una noche, Matías salió a carretear, no regresó ni contestó llamadas. Como tenían el negocio de limpieza de piscinas en común, Marcela contaba con accesos a sus movimientos bancarios y el plan de teléfono de Matías estaba a nombre de ella. Con esto último, ella activó la ubicación GPS de su celular y dio con él en Bellavista. 

La mañana siguiente fue al lugar y sólo encontró el auto de su marido estacionado en la calle. Ella intuyó una infidelidad, pero su marido después la negó: “Lo sospeché y le pregunté, pero no lo descubrí”, rememora la mujer. Esa vez, Marcela se fue al Cerro 18 sola. Matías llegó, como siempre que se escapaba, al siguiente día. 

Desde ese episodio, él volvió a intentarlo. Se enfocó en el trabajo como limpiador de piscinas, dejó las drogas por un tiempo, y comenzó a ir a misa con su esposa e hijos.

Se mantuvo así hasta el 7 de octubre.  

***

–Por favor, dile a las niñas que me perdonen. Cuida al cabezoncito. Quiero que sepas que los amo. 

***

La noche que Matías se fue de su casa, Marcela no pudo dormir bien. Lo hizo a saltos. A eso de las 7 de la mañana, se metió al servicio móvil del Banco Estado para ver los movimientos de la tarjeta de Matías. Encontró un giro de $195 mil y una transferencia de $40.000 a una mujer desconocida y de nacionalidad extranjera. 

Esta vez decidió no salir a buscarlo. Durante la mañana, recibió dos mensajes de audio de Matías. Eran palabras confusas: le pedía perdón y que cuidara a los niños. Sonaban a una despedida. 

Marcela no supo qué hacer, pensó que lo mejor era esperar a que Matías apareciera pidiendo perdón, como tantas otras veces lo había hecho. Pero no llegaba y los mensajes que le dejaba por WhatsApp solo marcaban un ticket. 

El 9 de octubre de 2023 fue a Carabineros y presentó una denuncia por presunta desgracia. Ese mismo día, se despachó una orden de investigar a la Sección de Encargo y Búsqueda de Personas, de Carabineros de Chile. 

Nueve días después, oficiales fueron a entrevistar a Marcela. En su declaración, la mujer indicó lo siguiente:

“Durante el transcurso de nuestro matrimonio siempre tuvimos problemas en relación con el consumo de drogas, también tuvimos algunos episodios de violencia psicológica y también física, que en algún momento denuncié”, les señaló.

Sobre la desaparición de Matías, Marcela añadió que salió de la casa con un celular Huawei, su tarjeta cuenta rut del Banco Estado, su licencia de conducir, unas zapatillas negras y un polerón rojo. También les comunicó sobre los movimientos bancarios en la cuenta de Matías y agregó un detalle:

“Ahora bien, me quiero referir a una situación en la que mi hija mantenía en su poder la suma de $400.000 en dinero en efectivo, dinero que ya no estaba hasta después de realizada la denuncia”, indicó. 

Con la esperanza de que no fuera verdad, ella y Marcela buscaron los billetes y monedas por toda la casa. “No los encontramos en ninguna parte, y ahí mi hija se desesperó y dijo que cómo su papá le podía haber hecho eso. Fue tremendo”, recuerda Marcela. 

Con los datos de la mujer que recibió la transferencia, Carabineros se acercó a su casa en Independencia. Los recibió una extranjera, quien les mencionó que una prima suya usaba esa cuenta para su trabajo. 

Carabineros se acercó a la segunda mujer, el día 17 de octubre del 2023. La entrevistó en su departamento en Providencia. Allí la mujer les narró que llevaba viviendo ocho años en Chile, y que hace cuatro, se dedicaba a ser “dama de compañía”. 

“En relación a Matías Caro, yo lo conocí en una despedida de solteros. En adelante, me contactó el día 7 de octubre durante el transcurso de la tarde para que nos veamos, a lo cual yo accedo y él me deposita a la cuenta de mi prima $40.000. Al rato después, me deposita $100.000 más”, les contó a Carabineros.

En la entrevista, la mujer detalló que se juntó con Matías Caro en la Plaza San Enrique a las 22:30. Luego, fueron a un motel en El Arrayán, donde se mantuvieron toda la noche. 

“En el transcurso de la noche conversamos bastante, casi no dormimos. Me decía que tenía problemas en su casa (…) lloraba bastante, estaba bien angustiado”, contó la mujer según quedó registrado en la documentación del caso.

La madre de Matías, meses después, tuvo acceso a la carpeta de investigación. Sobre el encuentro entre la mujer y su hijo, señala: “En la declaración ella dijo que no tuvo nada con Matías. Solo conversaron, y ella dijo que él lloró toda la noche”.

En la entrevista con Carabineros, la dama de compañía agregó que “durante la noche, él me pagó $350.000 en efectivo por los servicios prestados, lo que sumado a los $100.000 que me había depositado suma $450.000, que es lo que yo cobro por una noche”, indicó. 

Una vez culminado el encuentro, ambos se fueron en un Didi al metro Salvador y se separaron. Matías le contó que iría a ver a su madre. Aún era de noche, pero olía a mañana.

El 8 de octubre Matías deambuló por Providencia y Santiago. Según constan las diligencias efectuadas por Carabineros, las últimas señales emitidas por su celular indicaron que ingresó a la Universidad San Sebastián y que caminó por Pío Nono, en dirección al cerro San Cristóbal. 

Con esa información, los esfuerzos, tanto de la familia como de Carabineros se centraron en buscarlo en ese sector. El día 30 de noviembre del 2023 se realizó una búsqueda con canes y drones por el San Cristóbal, sin obtener resultados positivos. 

“Mandaron un informe completo que da cuenta de que recorrieron lo que más pudieron, porque hay lugares que no son de acceso peatonal. Eso sí, igual mandaron fotografías, donde se ve que es un lugar que tiene mucha vegetación. Y eso fue lo penúltimo que llegó, que fue con resultados negativos”, dice Evelyn Kremer, fiscal encargada del caso de la Fiscalía Oriente. 

La última diligencia que realizó la institución fue al Fondo Oficial de Superintendencia de Bancos. Esto último para saber si Matías, en caso de que estuviese vivo, había abierto alguna cuenta o hecho algún movimiento. Pero, nuevamente, no encontraron nada. 

Sin respuestas claras, la fiscal decidió sumar a la PDI a las pericias del caso. “La orden de investigar la despaché a la Policía de Investigación, para que ellos también estuvieran conformes, porque la familia estaba un poco descontenta”, explica la fiscal Kremer. 

La familia de Matías no cesó. Tanto su madre como su mujer volvieron a buscarlo al Cerro San Cristóbal, en Providencia y en el Cerro 18, donde una mujer aseguró verlo. Desorientada, Marcela incluso fue al cerro Santa Lucía en una ocasión. Lo recorrió entero. No encontró a su marido, pero él estaba ahí.

***

Y los voy a amar siempre... Nada más quiero decir

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Los meses de búsqueda pasaron y no había rastro de Matías en ninguna parte. Si bien Marcela quería encontrar a su marido, no le quedaban dudas de que se trató de un suicidio. Su madre y hermana en cambio, al ver las transacciones de dinero que depositó, supusieron un móvil. 

Creyeron que en la muerte de su hijo pudo haber habido intervención de terceras personas. Se querellaron en contra de todos los que resultaran responsables por el delito de secuestro y otros que se pudieran configurar en contra de Matías Caro. 

La acción legal no solo tenía el fin de contemplar esa arista, sino que también, según explica hoy la madre de Matías, acelerar la investigación de la Fiscalía, que a su juicio funcionaba lentamente. 

No se quedaron allí. Además de la acción legal, pegaron carteles con la cara de Matías en distintos lugares. En el centro de Santiago, en el cerro 18. Ella y la hermana de Matías, Pabla, fueron a contar su historia a la televisión. 

Chilevisión realizó un reportaje para su sección ¿Dónde estás?. “Que se busque con personal especializado, que se pueda meter en los recovecos que nosotros no pudimos, para, por lo menos, quedar tranquilos de encontrar su cuerpo y de saber qué pasó realmente”, comentó la hermana de Matías en el noticiero. 

La manera en la que las familiares de Matías llevaron adelante la búsqueda las distanció. Marcela creía que hacer público los antecedentes de la investigación podría afectar a sus hijos. Recuerda un acontecimiento que, según ella, le dio la razón. 

Cerro Santa Lucía.

“Un día en la mañana estábamos yendo al colegio y vimos todos los pósters en Lo Barnechea con la foto del papá. A mi hija casi le da un ataque al corazón ahí mismo. Y fue una de mis hijas la que un día sacó todas esas cuestiones para no verlo (…) Yo no sé la mente de los adolescentes, pero ellas me decían: ‘se van a enterar mis amigos’”, recuerda Marcela.

La mujer de Matías optó por otro camino, se obsesionó con la información que pudo recopilar y empezó a unir cabos. Con base al registro de llamadas de Matías y al historial de búsqueda en su computador, logró establecer que él tuvo contacto con la dama de compañía, y que se encontraron varias veces esa semana. 

“Me di cuenta de que Matías había estado esa semana en otras comunas, en diferentes direcciones. Entonces, claramente, era donde él pagaba y donde él veía a esa niña. Fueron como tres o cuatro veces las que, según yo, él estuvo con esta persona esa semana”.

Los funcionarios de áreas verdes del Cerro Santa Lucía estaban buscando fugas de agua en el lugar desde el año pasado, cuando se dieron cuenta de que la bomba principal estaba dañada. La última que descubrieron fue una filtración que caía por la pared de uno de los senderos que va hacia la Plaza Pedro de Valdivia.  

Cerca de las 11:30 de la mañana del 17 de agosto, uno de los funcionarios decidió subir el muro para encontrar la manguera dañada. Pero dar con la ubicación era difícil: escaló el costado de la pared apoyándose con las piedras, y cuando llegó, las ramas de los árboles y los arbustos no lo dejaban ver. 

Empezó a hurgar en el pasto, y apartando algunas hojas, la halló. Cuando se agachó para ver las dimensiones de la fuga, se dio cuenta de que un árbol de la especie ligustro abrazaba la figura de una persona.  

Al principio pensó que era una especie de muñeco de paja. No sintió ningún olor extraño. Con sus años de experiencia trabajando en el cerro Santa Lucía, le era común ver marionetas que algunos visitantes del cerro usan para hacer ritos de brujería.

Así, siguió buscando más cañerías rotas, y al cambiar el ángulo, empezó a ver una cabeza. Con cautela, se acercó un poco más y vio el cuerpo de Matías colgado de una de las ramas del ligustro.

“Me exalté, me puse nervioso. Pensé: ‘Encontré un cuerpo, qué complicado’. Ahí bajé y le dije al jardinero con el que estábamos buscando la tubería que se pilló la fuga, pero que también pillé otra cosa. Cuando estábamos un poquito fuera de eso, le dije lo del cuerpo y que íbamos a llamar al administrador”, cuenta el funcionario, quien pidió reserva de su identidad.  

Al bajar, llamó al administrador de áreas verdes, pero no le contestó. Justo en ese momento, se fijó en un vecino que siempre pasa por el lugar a pasear a su perro, y le pidió que fuera a buscar a Carabineros. 

En poco tiempo, la policía llegó a hacer las primeras pericias del lugar. Mientras tanto, las personas pasaban por el camino, y se preguntaban en voz alta la duda que todos tuvieron cuando la noticia se hizo conocida: ¿Cómo, en uno de los puntos más visitados de Santiago, no lograron ver el cuerpo de una persona que había muerto hace once meses?

Según el funcionario que encontró a Matías, nunca sintieron algún olor o algo que podría indicar la muerte de alguien. “Hay personas que le mencionaron, no a mí directamente, sino a la capataz de que había un olor malo. Acá es común sentir olor, yo he enterrado por lo menos tres perros, cinco conejos. Personalmente nunca lo sentí, y tampoco se me avisó a mí como para poder hacer una búsqueda”, dice el funcionario. 

Además, según él, el follaje descontrolado del lugar impedía ver a Matías a primera vista. “No es un acceso fácil para hacer una mantención. Ahí nunca hay basura, nunca hay ramas secas, porque se mantiene con la vegetación del ecosistema del cerro. No es como que no hubo mantención por ahí, porque es de muy difícil acceso”, explica el funcionario. 

Una vez que la policía llegó al cuerpo de Matías, encontraron sus pertenencias: una cuenta rut, un celular y una licencia de conducir. El funcionario ojeó el nombre del último documento, y lo memorizó.

Ese mismo día, cuando buscó en Google qué había pasado con el hallazgo de un cuerpo en el Cerro Santa Lucía, se enteró de que vio los restos de Matías Caro, quien llevaba desaparecido once meses. 

***

–Perdónenme…

***

El pasado domingo 18 de agosto, una amiga se contactó con Marcela por WhatsApp, le envió el link sobre el hallazgo de un cuerpo en el cerro Santa Lucía. Marcela no creyó que fuese su marido, ya llevaba meses siguiendo pistas falsas y creyó que en este caso, se trataría de otra persona. 

Aún así, le mostró la fotografía a su madre. A ella le dio una corazonada. “Ese debe ser el Mati”, le dijo. La intuición de su madre la alentó a ir al Servicio Médico Legal. La atendieron en recepción, allí ella se presentó y dijo que estaba buscando a su marido.

Marcela cuenta que los funcionarios comenzaron a ponerse nerviosos para atenderla, y que en ese momento se enteró de que su esposo había aparecido luego de once meses. La intuición se confirmó después, cuando leyó las descripciones de la ropa en una ficha de ingreso. 

Al día siguiente la hermana de Matías fue al cerro Santa Lucía, allí los funcionarios describieron las pertenencias encontradas: la licencia de conducir, la cuenta rut y el celular Huawei. Con esa información, Marcela se acercó a la PDI, y le confirmaron preliminarmente que era Matías. Por su estado de conservación había que comprobarlo por una prueba genética. Pese a ello, Marcela no tiene dudas.

“Estoy segura que es él”, dice en su casa. 

Sobre el proceso de duelo que ha debido atravesar desde la separación de su marido, ella reconoce que se ha enfocado en poder entenderlo. Por su memoria y por el bien de sus hijos. 

“He pasado por diferentes emociones, pero siempre he intentado ponerlo a él más que como esposo, como el papá de mis hijos. Siempre he intentado dejar lo que yo siento un poquito después de lo que mis hijos sienten”, asegura la mujer.

Sobre las motivaciones que llevaron a su marido a acabar con su vida en el Cerro Santa Lucía, Marcela tiene una teoría: cree que cuando vio las transferencias la noche que Matías desapareció, estas delataron su infidelidad. “Yo creo que Matías pensó que me había dado cuenta que él había estado con una mujer (…) Él sabía que no le iba a perdonar una cosa así”.

Marcela, cada cierto tiempo, abre la ventana de chats con su marido. De vez en cuando escucha su audio de despedida y le escribe largos textos íntimos. Un lazo que le permite sentirlo cerca. 

El último mensaje de WhatsApp que Matías le envió termina con un silencio largo, una exhalación y una palabra: “Perdónenme”. En la misma casa de su madre, la que tras la muerte de Matías no pudo dejar, Marcela mira su teléfono y dice: 

“Ahora, pensándolo bien, yo sí lo habría perdonado”.

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