Opinión
9 de Noviembre de 2024Ciudad accesible: ¿Accesible para quién?
En días en que se realiza la campaña de la Teletón, la columnista Rita Cox reflexiona sobre cómo responden las ciudades a quienes están en situación de discapacidad. "No es necesario subrayar la relevancia del trabajo que se realiza en los catorce institutos que se han levantado en Chile. Pero sí hay que preguntarse cómo están respondiendo las ciudades frente a quienes tienen y podríamos tener, por infinitas razones, algún tipo de problema de movilidad", analiza.
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Hasta el 17 de noviembre se está desarrollando la séptima edición de Open House Santiago (OH! Stgo) que, gestionado en Chile por Fundación Aldea, abre las puertas de numerosos edificios y espacios de la Región Metropolitana que suelen no tener acceso a público general. La iniciativa pone en valor la arquitectura y el paisajismo contemporáneos y dialoga muy bien con el Día de los Patrimonios.
Open House, que tiene versiones en varias capitales del mundo, incluida Buenos Aires, fue creada en 1992 como organización benéfica por la inglesa Vitoria Thornton, quien detectó que, gracias a su quehacer de arquitecta, y al circuito que solía recorrer debido a su trabajo y barrio de residencia, tenía el privilegio de acceder a lo más brillante de la arquitectura de Londres. Junto con la voluntad de gestionar, de manera progresiva, un circuito de algunos días de libre acceso, Thornton apostó por que esa socialización de obras generara la posibilidad de cultivar la experiencia, el ojo y el debate sobre el valor de “un entorno construido bien diseñado” en la ciudad.
¿Un entorno construido bien diseñado? La pregunta debiese inquietarnos especialmente hoy, mientras transcurre una nueva campaña de la Teletón. No es necesario subrayar la relevancia del trabajo que se realiza en los catorce institutos que se han levantado en Chile. Pero sí hay que preguntarse cómo están respondiendo las ciudades frente a quienes tienen y podríamos tener, por infinitas razones, algún tipo de problema de movilidad. Sería contradictorio, incluso cruel, que quienes toman determinaciones al respecto -desde el Estado hasta los privados; desde alcaldes y gobernadores, hasta dueños de centros comerciales y bares- no consideren que la rehabilitación debe ir aparejada al derecho a ciudad.
Las cifras más recientes del Estudio Nacional de la Discapacidad (2023) señalan en Chile hay un total de 2.703.893 personas en situación de discapacidad (física, cognitiva, sensorial). Es decir, 1 de cada tres hogares tiene al menos a un miembro de la familia en esa condición, mayoritariamente del tramo de 60 años y más (38,3%), con más mujeres que hombres. Sumemos que la población envejece a paso acelerado. Cuando la juventud haya quedado bien atrás, ¿nos vamos a tener que encerrar porque las ciudades no responden?
Es impresentable que mientras los especialistas, pacientes y familias de Teletón trabajan sin descanso, y como sociedad, al fin, comenzamos a practicar el derrumbe de la injusta infantilización contra quienes tienen algún tipo de discapacidad, la ciudad siga ejerciendo el maltrato diario que, por supuesto, le pega con mayor brutalidad, como en todo orden de cosas, a quienes habitan en viviendas, cuadras, barrios y comunas más vulnerables.
Ocho dificultades según un experto
¿De qué se trata ese maltrato diario? Se lo pregunté a un experto. Nano Demaria (32) es ingeniero comercial, deportista y conferencista, y tras un accidente en motocross en 2012 quedó tetrapléjico. Trabaja, se mueve en auto, cuenta con una buena red de apoyo. Así y todo, Santiago se le hace hostil. Le pido haga un punteo con sus mayores dificultades:
- “Troncos o postes de electricidad en la mitad de la vereda que hacen imposible transitar en silla de ruedas”.
- “Pasarelas con rampas al comienzo y al final tienen escaleras”.
- “Veredas con pendientes que son para matarse”.
- “Hoyos en las veredas”.
- “Bares y restaurantes que dicen tener baños para discapacitados, pero no cabe la silla”.
- “En general, todos los malls cumplen, pero faltan más ascensores. Hay que darse la vuelta completa para cambiar de piso”.
- “Los mesones para pagar. Incluso en clínicas son muy altos y no alcanzo”.
- “No existen probadores de ropa diseñados para sillas de ruedas”.
Ocho puntos relativos a un diseño que no considera la accesibilidad universal, que debiese ser el de los espacios públicos y de uso público. Una lógica, además, que le da la espalda a varios términos con que escuchamos a diario y se diluyen en lo concreto: “inclusión”, “participación ciudadana”, “mirada de género”.
Cuando una vereda está bien hecha y bien mantenida, por ahí podrá circular sin sobresaltos el usuario de una silla de ruedas; una madre con coche de guagua, con su cartera, el bolso con pañales y mamadera y las compras de almacén; un hombre de la cuarta edad apoyado en su burrito; una mujer de caminar lento e inseguro debido al temor a tropezar a causa de un “evento”, considerando que en Chile la osteoporosis prevalece en el 30% de las mujeres mayores de 60 años. A esos cuatro personajes comunes de una ciudad podríamos sumarles complejidades: algún grado de sordera, algún problema de visión. Nada muy extraordinario, pero que en el mundo puertas afuera todo lo dificulta si no es considerado por quienes deben hacerlo.
Amarrada a la funcionalidad está la dignidad. O libertad, en palabras de la diseñadora Bernardita Santa Cruz (31), parapléjica desde 2016. Otra experta. Santiaguina, dependiente del auto, hace poco estuvo tres meses en Madrid, donde no chocó con hoyos y usó el transporte público.
“En Chile perdí mi libertad el día que tuve mi accidente y allá, al menos por unos meses, la recuperé. Nunca tuve que pedir ayuda en la calle. En el metro, nunca me topé con un ascensor sin funcionar, todo está señalizado y los vagones con el acceso a ras de suelo. Los buses, lo mismo. Tienen un botón afuera para avisar al conductor y este las activa y baja con la inclinación perfecta a nivel de calle. También viajé mucho en tren sola y todas las estaciones cuentan con un sector donde te entregan ayuda personalizada. La gente es respetuosa. Aquí ni siquiera sabes si llegas a la vereda siguiente y vas a poder cruzarla sin problema”, me cuenta.
Diseño y respeto. Educación. Criterio. Autos estacionados a la mala en zonas señalizadas para personas con discapacidad. Estacionamientos mal diseñados, donde hay que hacer malabares para sacar la silla de ruedas del auto. Ascensores del metro usados para carga y descarga de mercadería de ambulantes o personas a quienes bajar a pie unas escaleras les da flojera y no dan preferencia a quienes realmente necesitan. Exceso de burocracia en el aeropuerto de Santiago para subir una silla de ruedas al avión que, además, debe ir en la bodega. Habría que dedicarles otra columna a las dificultades que se viven a diario en zonas rurales.
En ese contexto, un trabajo tan precioso como fundamental en lo técnico viene desarrollando desde hace más de 20 años Ciudad Accesible, organización sin fines de lucro, liderado por tres mujeres marcadas por la experiencia de la discapacidad, cuyo objetivo es equiparar las oportunidades de desarrollo a través del diseño y la accesibilidad universal en espacios de uso público y privado.
De gran valor es su más reciente publicación, “Ciudad accesible: guías de diseño y accesibilidad universal”. 21 capítulos, 308 páginas, con información para que entornos y servicios sean usados por las personas independiente de sus capacidades físicas, sensoriales e intelectuales. Disponible en Buscalibre, debiese ser estudiado por cada tomador de decisiones en planificación urbana.
Otras luces las entrega la argentina Berta Brusilovsky, arquitecta, urbanista, máster en accesibilidad universal, especialista en el espectro cognitivo y sensorial, fundadora y presidenta de la Asociación de Seguridad Espacial Cognitiva. La entrevisté hace unos meses en Ciudad Pauta, de Radio Pauta, a propósito de la carta publicada en El Mercurio por Carlos Iturra, un padre que relataba las dificultades que experimenta con su hijo con TEA en el metro debido a la presencia de músicos al interior de los vagones. Lo que puede ser entretenido o molesto para algunos, para el menor es insufrible. La accesibilidad, además de ser física, debe ser sensorial, que una persona que tiene problemas cognitivos también tenga el derecho de llegar a todos lados. La arquitectura debe ser cognitivamente accesible”, son parte de las palabras de Berta, quien ha enseñado en Chile.
Dicen que la mejor forma de detectar la nobleza de una persona es observando su trato hacia aquellos más vulnerables, con menos recursos. De igual modo, la amabilidad de una ciudad se mide, antes que todo, por la manera en que trata a aquellos que tienen más dificultades de desplazarse en su geografía. Nuestras ciudades carecen de amabilidad. Es urgente que eso cambie, por la calidad de vida de todos quienes las habitamos, no solo aquellos que tienen problemas de movilidad. Debemos procurar nobleza. La accesibilidad universal es, estoy segura, un camino de consenso hacia ella.