Opinión
8 de Febrero de 2025

El eterno retorno de la política: Bachelet y Matthei, 12 años después

Los rumores de una nueva contienda entre Michelle Bachelet y Evelyn Matthei evocan la idea del eterno retorno: una repetición de protagonistas en un escenario que ya no es el mismo. En su columna, Marco Moreno analiza si este posible enfrentamiento representa la incapacidad del sistema para generar nuevas figuras capaces de articular un futuro distinto.
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Estas líneas por ahora pueden parecer solo política ficción. Y es que en relación con una posible nueva candidatura presidencial solo hemos conocido de las reiteradas negativas de la expresidenta. Pero a veces la realidad termina superando la ficción. Lo cierto es que la posibilidad de que Michelle Bachelet y Evelyn Matthei vuelvan a enfrentarse en una elección presidencial en Chile evoca la poderosa metáfora del mito del eterno retorno.
Este concepto, presente en distintas tradiciones culturales y filosóficas, plantea que los acontecimientos se repiten cíclicamente, pero siempre en un contexto diferente. En política, esta repetición de protagonistas y escenarios puede parecer un déjà vu, pero nunca es una copia exacta del pasado. Aunque las protagonistas puedan ser las mismas, el país que hoy buscan representar ya no es el de hace 12 años atrás.
En 2013, Bachelet y Matthei encarnaron dos visiones de país en un momento histórico donde el sistema político aún mostraba estabilidad tras dos décadas de transición democrática. Michelle Bachelet, volvía tras un exitoso primer mandato, proponiendo un ambicioso programa de reformas que respondía a las demandas emergentes de mayor equidad. Evelyn Matthei, asumía la candidatura de la derecha en medio de una crisis interna en la entonces coalición gobernante, enfrentando las dificultades de representar un sector dividido y a la defensiva frente al impulso reformista. El desenlace de esa elección fue claro: Bachelet triunfó con amplia mayoría. En segunda vuelta, Bachelet donde alcanzo el 62.7% de los sufragios con voto voluntario. Como sabemos, su segundo mandato terminaría marcado por el desgaste político y una creciente desafección ciudadana.
Ahora, más de una década después, los rumores de una nueva contienda. Ambas figuras resuenan con fuerza en los mentideros de la política y en los medios de comunicación. Aunque pueda parecer una obviedad, es necesario insistir en el dato clave acerca del contexto.
Chile es hoy un país transformado por el estallido social de 2019, un proceso constitucional frustrado y un entorno político caracterizado por la polarización de la elite, la fragmentación y la desconfianza en las instituciones. Las demandas sociales se han profundizado, mientras que la crisis de seguridad, los efectos de la pandemia y una economía en incertidumbre por su desempeño local y con impactos insospechados todavía por lo que parece ser una guerra comercial en ciernes y los nuevos aires de proteccionismo que se levantan para las economías abiertas como la chilena. Todas estas variables prefiguran un escenario electoral líquido y abierto de cara a la elección de noviembre.
¿Sería posible que Bachelet y Matthei, con sus trayectorias ya consolidadas, representen una respuesta viable a este nuevo escenario? La historia política chilena muestra que el retorno de figuras experimentadas no es inusual, sobre todo en momentos de incertidumbre. Sin embargo, el mito del eterno retorno nos recuerda que, aunque los actores puedan parecer los mismos, el significado de sus roles cambia con el tiempo. Bachelet ya no sería la líder reformista que encarnó las expectativas de cambio en 2013, sino una figura que deberá reconciliar su legado con las exigencias de una ciudadanía más crítica.
Del mismo modo, Matthei, tras años como alcaldesa de Providencia, se ha reposicionado como una dirigente pragmática y con renovado respaldo en la derecha moderada (ya recibió los apoyos formales de RN y la UDI y está a la espera de lo que resuelva Evopoli), alejada de la debilidad política que marcó su candidatura anterior y de las posiciones radicales de una derecha populista que apuesta por el atajo trumpista.
Para ser justos Bachelet y Matthei no parecen ser el problema sino más bien la consecuencia. Una eventual repetición de esta competencia refleja una tensión estructural en la política chilena: la dificultad para generar nuevos liderazgos con capacidad de articular proyectos de futuro. El sistema político parece atrapado en una dinámica cíclica, donde las soluciones a las crisis actuales se buscan en figuras del pasado. Esto no es exclusivo de Chile. A nivel global, se observa el retorno de políticos que, en otros momentos, fueron descartados o relegados, pero que reaparecen como opciones de estabilidad en contextos de inestabilidad.
Sin embargo, esta repetición no es necesariamente negativa. Nietzsche, al formular su idea del eterno retorno, no lo concebía como una condena, sino como una oportunidad para asumir el destino con conciencia plena. En ese sentido, el retorno de Bachelet y Matthei a la contienda presidencial podría ofrecer una oportunidad para una reflexión colectiva sobre el tipo de liderazgo que el país necesita. ¿Se buscará un liderazgo que ofrezca certezas ante la incertidumbre o uno que impulse transformaciones profundas en un momento de crisis estructural?
La política, al igual que los ciclos históricos, está marcada por continuidades y rupturas. Si bien es cierto que la repetición de ciertos patrones puede generar escepticismo, también es una oportunidad para que los actores políticos y la ciudadanía aprendan de sus errores y éxitos pasados. En última instancia, el mito del eterno retorno no implica que estemos condenados a repetir los mismos errores, sino que, en cada repetición, tenemos la posibilidad de resignificar el presente.
Si por ventura Bachelet y Matthei se enfrentan nuevamente en una elección presidencial, no estaríamos presenciando un simple retorno al pasado. Sería más bien un nuevo capítulo en la historia política de Chile, en el cual las protagonistas, aunque reconocibles, enfrentarán desafíos inéditos en un país que ya no es el mismo de 2013. La pregunta que queda es si ese retorno cíclico será capaz de aportar respuestas a las complejas demandas de este nuevo Chile o si, por el contrario, profundizará la sensación de desencanto ante una política que parece repetirse sin evolucionar.