
Entrevistas
22 de Febrero de 2025Javiera Díaz de Valdés: “La farándula se debe dedicar a la gente que trabaja en ella, los actores nos dedicamos a la cultura”
La actriz, que este año cumple dos décadas desde su debut televisivo, vuelve al teatro de la mano de Héctor Morales. En conversación con The Clinic, Díaz de Valdés explora sus definiciones y aborda su estilo frente a la coyuntura: menciona que prefiere quedarse en los grises antes que tomar posturas radicales y que la reflexión es su principal aliada. Sobre los remakes en las teleseries, señala que lo más importante es que siga habiendo industria para los actores y actrices.
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Javiera Díaz de Valdés vuelve al teatro tras siete años. La actriz forma parte del elenco de La mentira, una comedia dirigida por Héctor Morales, que se estrenará el próximo 14 de marzo en la sala de Lo Barnechea del Teatro Zoco. Ella define a su personaje como una mujer con libertad, pero con cuestionamientos.
La actriz explica que los cuestionamientos de su personaje son una acción que aplica en su propia vida. “No puedo caer en el blanco y negro. O sea, es muy difícil para mí casarme con ciertas cosas, siempre dudo”, dice sobre su postura frente a la vida y también sobre ciertos conflictos que marcaron la pauta, como el feminismo o el estallido social. “Yo siempre me fui por la sombrita”, reconoce.
En 2025, Díaz de Valdés cumple 20 años desde su debut en televisión, cuando formó parte del elenco de Gatas y tuercas de Canal 13. Hoy, con 41 años, se encuentra sin proyectos televisivos, tras terminar su participación en Verdades ocultas, una extensa teleserie de más de mil capítulos en la que interpretó a tres personajes distintos. Aunque actualmente no tiene proyectos en televisión, sostiene que está disponible para trabajar, con algunas excepciones, como por ejemplo, participar en un reality.
—¿Por qué decidió tomar este desafío en este momento? ¿Qué fue lo que te llamó la atención del proyecto?
—Bueno, por un lado, tenía muchas ganas de volver a hacer teatro, algo que no hago desde hace muchos años. Me fascina especialmente el espacio de ensayo, disfruto mucho de ese proceso.
Por otro lado, el tema de la obra me interesa profundamente. La mentira, la verdad, el secreto, la intimidad y las certezas o más bien, las supuestas certezas, son cuestiones que he estado explorando y leyendo en distintos contextos. Justo en ese momento me llamó Héctor Morales, a quien conozco desde hace mucho tiempo. Crecimos en generaciones paralelas: él estudiaba en la Chile y yo en la escuela de Fernando González. Además, trabajamos juntos como garzones en algún momento, así que existe una conexión previa que también influyó en mi decisión.
—¿Dónde fueron garzones juntos?
—En un restaurante que se llamaba El Deseo. Ya no existe, pero era un lugar muy típico de los 2000. Es un privilegio que Héctor Morales me dirija porque tiene una carrera espectacular en teatro. Tiene mucha experiencia como actor, es parte de una de mis compañías favoritas, Teatro de Chile, y ha hecho una gran diversidad de trabajos. Trabajar con él es como entrar en su cabeza, entender cómo funciona tanto como director y actor, cómo desmenuza los textos. Es un placer y un gran aprendizaje.
Además, es una persona increíblemente motivada y trabajadora. Lo sé porque, cuando era joven, hacía dos obras de teatro en Teatro a Mil al mismo tiempo que estudiaba. Que él confíe en mí para este proyecto es algo fantástico.
—¿Cómo es su personaje en la obra?
—Mi personaje es una mujer trabajadora, bastante autónoma, que no depende de su pareja, al menos en términos materiales y económicos. Es una mujer libre, y en la historia funciona como un contrapunto a la protagonista, quien tiene una visión más rígida sobre la verdad, la amistad, la honestidad y la lealtad. Mientras la protagonista tiene más certezas en la vida, mi personaje se mueve con mayor libertad y cuestionamiento.
—¿Cómo ha sido el volver a los ensayos?
—Nos queda un mes para el estreno. Aunque mi personaje es secundario, para mí el periodo de ensayo es un verdadero placer. Me encanta porque se conversa mucho y se desmenuza el texto en profundidad. La primera lectura es solo un punto de partida, pero a medida que avanzamos, vamos descubriendo nuevas capas, jugando con las escenas. Es una especie de laboratorio en el que todos estamos abiertos a explorar.
Lo interesante de este texto es que, además de ser muy gracioso y entretenido de actuar, también te hace pensar mucho. Es una obra muy psicológica que logra un equilibrio fascinante entre el drama y la comedia. Hay un juego constante entre la verdad y la mentira, no solo dentro de la historia, sino también en la actuación misma: cómo se miente en escena y cómo esa mentira puede sentirse verdadera. A lo largo de los ensayos, hemos ido descubriendo tanto a los personajes como la trama. Nada está explícito desde el inicio, y eso hace que el proceso sea aún más interesante. Con cada ensayo, nos preguntamos qué es verdad y qué es mentira dentro de la obra.

–¿Cómo se siente en este proceso?
—Me siento cómoda. Es una comedia muy realista, no estilizada ni basada en caricaturas, sino naturalista e intimista. Los diálogos son muy cercanos, de parejas y mejores amigos, lo que le da un tono auténtico y cotidiano. Eso también es un desafío actoral: lograr que todo fluya con naturalidad y soltura.
La historia transcurre en un espacio reducido, con personajes que se conocen muy bien, por lo que hay que construir esa intimidad y cotidianidad en escena. Lo divertido surge precisamente de ahí, no porque busquemos hacer chistes forzados, sino porque el humor nace de la identificación del público y de las dudas que la obra plantea.
–¿Qué ha sido lo más complejo de este proceso? ¿El regreso al teatro después de siete años o algún desafío particular con su personaje?
—Siempre es complejo retomar después de tanto tiempo. Cuando pasas largos periodos sin actuar, necesitas volver a entrar en el ritmo, en el training actoral(…)por otro lado, la obra no es fácil. Cuando el público la vea, sentirá que fluye con naturalidad, va a parecer que es fácil, pero lo difícil, es hacer ver que parezca fácil un texto que es complejo. Además, el dramaturgo juega mucho con la ambigüedad, un aspecto que me interesa profundamente.
Hoy en día, siento que la ambigüedad se ha perdido. Todo tiende a reducirse a blanco o negro, sin matices, y creo que es importante recuperar esos grises, especialmente en la ficción.
—Mencionó que la ambigüedad es un tema que te interesa no solo en la obra, sino en tu vida. ¿Es algo que intenta aplicar en lo personal?
—No puedo caer en el blanco y negro. O sea, es muy difícil para mí casarme con ciertas cosas, siempre dudo, la duda es una premisa en mí, entonces se me hace muy difícil. Eso tiene mucho que ver con que he tenido una carrera intermitente, porque me cuesta pertenecer a lugares. Pertenecer está bien, no tiene nada de malo, pero en general no pertenezco a ningún tipo de verdad, ni a ningún tipo de oficialismo. Entonces, como la duda es mi premisa, la ambigüedad también me parece interesante de explorar y de rescatar de nuevo.
—Todo tiende a hacerse explícito, ¿no?
—Demasiado, como si se tratara de imponer certezas más que de regalarlas.
—Cuando se define, por ejemplo, como actriz, pero también ha sido modelo, ha trabajado en otras áreas y es emprendedora, ¿eso forma parte de esa idea? ¿Le molesta definirse solo como actriz?
—O sea, me defino como actriz, pero eso no significa que no pueda hacer otras cosas. No podría limitarme, es mi naturaleza, y mi naturaleza es curiosa, muy curiosa. Tengo una necesidad de diversidad, y eso no es un defecto, sino un valor. A veces la diversidad es castigada, lo que me parece extraño. En lugar de descubrir la riqueza que cada persona tiene, pareciera que todo debe ser clasificado.
—En medio de las protestas feministas o el estallido social a los actores se les pedía definiciones con respecto a ciertas temas ¿Cómo lo llevó?
—Yo me fui por la sombrita.
—¿Y cree que fue una buena decisión?
—Sí, cada vez más. Viéndolo en perspectiva, no quiero decir que sea una persona que no tiene opinión, soy bastante opinante, pero tengo cuidado con lo que manifiesto, por el tema de la duda. Tengo la sensación de que no hay malos y buenos tan radicales, y no tiene que ver tampoco con tibieza, está muy lejos de la tibieza. Es simplemente observar con cierta templanza, o con escepticismo.
A lo largo de los años, uno ve cómo hay gente que de repente se aferró casi radicalmente, a cosas, y después ha tenido que centrar un poco más sus opiniones, o reflexionar. Yo soy amiga de la reflexión. Las verdades grupales no son tu verdad. Ese es el tema, a mí me cuesta mucho el “nosotros”. Yo pienso más en la individualidad y en el derecho a la individualidad.
—¿Esto le ha jugado en contra en el espacio de actores y actrices?
—No sé, no me ha jugado en contra. Puede que sí, pero a mí me da lo mismo, porque prefiero ser honesta. Me cuestan las verdades colectivas. Hay mucha comodidad en adherir y también cierta ingenuidad. El que no duda me parece un poco ingenuo. Adherir a verdades colectivas es como acomodarse a no reflexionar por cuenta propia y a no dudar.
–Ha hablado públicamente sobre algunos temas personales, como la pensión de alimentos. ¿Cree que hablar de esos temas ha tenido un costo profesional?
—La verdad es que no he hablado de mi caso personal para proteger a todos los involucrados. Pero sí me parece un tema que debe discutirse en términos generales, porque es un asunto país importante: la pensión de alimentos. Creo que está normalizado que las mujeres se hagan cargo, tanto materialmente como en la ejecución diaria del cuidado de los hijos, mientras los hombres se desentienden. Ha sido un clásico de toda la vida, y creo que, a estas alturas, una de las tareas del feminismo actual es cambiar eso. Que deje de ser visto como algo normal o natural y se convierta en parte de la educación cívica. Ni siquiera es solo un tema de conciencia o valores; es una cuestión de civilización.
—¿Vio la intervención de Gonzalo Valenzuela en los premios Caleuche?
— Sí, algo vi.
—¿Estamos en un proceso en que esa curva va bajando?
—Si, hay que tener cuidado porque cuando hay un extremo muy radical hay gente que también reacciona. No estoy hablando de Gonzalo, hablo en general, por ejemplo, de la política. Cuando el péndulo se va demasiado de un lado para otro y aparecen los Trumps y los Mileis, reaccionando violentamente a lo otro. Es bueno reflexionar. Me parece bien que se dude en general. Que, por ejemplo, en todos los temas que tienen que ver con juicios, la gente no dé por sentado lo que lee en Instagram o en un titular.
—¿Qué le parece que hayan vuelto los programas de farándula a la TV?
—Es una industria más. La farándula se debe dedicar a la gente que trabaja en ella, a la gente que genera ese contenido y que vive de eso, los actores nos dedicamos a la entretención y la cultura, no a lo otro. Para mí es respetable cualquier trabajo, pero creo que hay que separar. De hecho, los medios de comunicación que no se dedican a la farándula, siento yo, deberían ser súper serios en el contenido que entregan o, al menos, respetuosos.

—Volviendo a su nuevo proyecto, ¿busca demostrar su capacidad como actriz al estar en el teatro?
—La verdad es que, cuando me meto en los proyectos, no me preocupo mucho por lo que demuestro. Más bien, vivo mi proceso de aprendizaje. Cada vez que uno se mete en un proyecto, está aprendiendo una diversidad de cosas, y son cosas muy íntimas también. Uno se prueba a sí mismo en montones de aspectos: se va conociendo como actriz, como persona, cómo enfrenta el trabajo, niveles de concentración, seriedad con él, etcétera. Pero no pienso tanto en demostrar.
—¿No hay una validación frente a los pares?
—Sí, bueno, evidentemente, la industria valora ese tipo de cosas, pero por sobre todo se enriquece tu carrera, porque el oficio es súper importante de ejercer. Es como cuando estrenas una obra, no se termina ahí, sigue las funciones y la obra sigue creciendo hasta el último día de la función. Así mismo pasa con los actores, que tienen más o menos oficios. Mientras más ejerzas, sin importar el proyecto, hay procesos de aprendizaje siempre.
—¿Cómo convive con la inestabilidad laboral?
—Agradezco que nunca me he cerrado a otro tipo de trabajo. Desde los 12 años hago comerciales y fotos, lo que me daba mucho placer porque lograba cierta independencia, una palabra que ha primado mi vida. Vengo de una madre super independiente, al igual como mi abuela. Hay una idiosincrasia familiar con salir adelante con tus propios recursos.
—¿Emprender fue una necesidad laboral?
—La palabra necesidad no entra, pero quizás me inspiré. Me dieron ganas y lo hice, no pensé tanto. Tenía una idea y la ejecuté. Soy romántica a la hora de tomar decisiones. No estaba en teleseries y pensé: ¿Qué hago con mi tiempo y con mi creatividad? De repente, esto me va a servir para tener una cosa paralela siempre, donde, además de crear productos, dar trabajo a otras personas y fomentar la industria chilena, que es súper importante, siento que también es fundamental que lo chileno exista en todo orden de cosas. También estoy desarrollando mi creatividad. Hago yo todas las campañas de fotos, invito a compañeros, actores, o, qué sé yo, personajes, psicólogas, artistas, a entrevistarlos y que colaboren en las campañas.
—¿Cree que haber tenido también una carrera ligada a la publicidad también generó un prejuicio en torno a tu imagen?
—A mí me parece que Chile es un país bastante prejuicioso, por lo mismo que hablábamos antes: adhiere a verdades o certezas. Dan por sentado cosas sin cuestionarlas o sin dudar. Pero, en mi caso, la verdad es que soy una persona que le gusta trabajar, que es independiente y que agradece profundamente cualquier espacio donde me valoren y donde yo pueda trabajar y desenvolverme. Hay una dignidad en el trabajo que jamás voy a cuestionar.
—¿Sintió que quedó atrapada en un momento en un tipo de casting?
—No, me da lo mismo. Yo creo que el casting hay que asumirlo. O sea, es así nomás. Y ahí uno verá qué hace con ese casting.
—Debutó hace 20 años en teleseries. ¿Está abierta a volver a televisión?
—Yo siempre estoy abierta a trabajar, en general, a menos que sea algo que me perturbe demasiado o que sea incapaz de hacer…
—¿Qué sería eso?
—No tengo idea, pero… No sé, entrar a un reality, no sé. Eso sí que no podría, porque no tiene que ver con mi vocación. Ahí tienen que ver las vocaciones de cada uno, ¿no?
—¿Qué le parecen los remakes de teleseries? ¿Es una crisis de lo creativo?
—Es una apuesta más que una crisis. Hay cada vez más guionistas, más creativos y no tengo mucha opinión al respecto la verdad. Lo complejo y la creatividad que se requieren cuando se hacen remakes es cómo actualizar ciertos temas, porque los temas de los años 90 no son los mismos de ahora. Ha pasado mucha agua bajo el puente, es otra sociedad. Entonces, ahí claro que tiene que existir esa creatividad. Pero siempre han existido los remakes.
—Cuando se estrenó El señor de La Querencia, la gente se volcó a comparar a los personajes.
—Ese el riesgo. Lo importante es que se haga. No critiquen tanto. Que exista la crítica, pero lo importante es que también existe al industria, que exista trabajo. El mundo tiene que seguir.
—Su última aparición en televisión fue en Verdades ocultas. ¿Alargar demasiado una teleserie puede terminar matando un producto?
—No, esa teleserie le fue bien de principio a fin. Creo que la convención que teníamos que entrar los actores y el público fue espectacular. Me pareció una genialidad lo que hicieron.
—¿En qué sentido?
—La genialidad y el descaro. Hice tres personajes. Era la operada, después era la cara de la operada, y luego era la hija de la cara de la operada. O sea, esa libertad que se tomaron me parece una súper apuesta, un súper riesgo, y le dieron justo en el clavo. Y era espectacular. Para los actores, un juego divertido. O sea, yo no diría nada malo de eso. Me parece que llega a ser surrealista.
—Se criticaba que no tenía sentido.
—No tiene que tener sentido. La verosimilitud no es obligación. No era una teleserie verosímil. Pero eso era lo interesante. Porque uno puede hablar de mil maneras, de mil cosas. No tiene por qué ajustarse siempre a algo.