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Vida y muerte de Francisco Albornoz: la desconocida biografía del farmacéutico, narrada por su hermana mayor

Francisco Albornoz fue hallado muerto tras once días desaparecido. Hoy, dos hombres, entre ellos un médico ecuatoriano, están detenidos y la Fiscalía indaga si su muerte fue producto de una intervención directa de tercera personas. Aquí, su hermana Valentina reconstruye la historia no contada: la infancia marcada por el abandono, la familia adoptiva que lo acogió en La Pintana y el camino que intentaba forjar antes del crimen. "Francisco siempre fue muy confiado. Creía que toda la gente era buena", señala.

Por 7 de Junio de 2025
Fotos: Felipe Figueroa/The Clinic
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Una barrera plástica roja corta el paso en el pasaje Domingo Santa Cruz, de la población Pablo de Rokha en La Pintana. Detrás de ella, cerca de cuarenta personas —vecinos, familiares y amigos— se distribuyen para preparar el velorio de Francisco Albornoz, el joven de 21 años hallado sin vida en la ribera del río Tinguiririca, tras once días desaparecido.

En el living, junto al féretro, algunos acomodan arreglos florales enviados por amigos, conocidos y desconocidos que se conmovieron con su historia. En la cocina, varias mujeres cocinan arroz, cuecen pechugas de pollo, cortan lechugas y tomates para alimentar a los asistentes. En la entrada, otros actúan como anfitriones: reciben a quienes no conocían la casa donde creció Francisco y ofrecen vasos de bebida a los periodistas y camarógrafos que han llegado al lugar. Algunos reparten una chapita con una selfie del joven, tomada en la caja registradora de la farmacia Salcobrand, donde trabajó hasta el día de su muerte.

La casa donde Francisco se crió —como casi todos sus familiares— permanece abierta para todos. Su padre, evangélico activo en su iglesia, y su madre, testigo de Jehová desde hace décadas, comparten una misma convicción: si se recibe con apertura, el otro responderá con gratitud.

Pero esa reciprocidad, a veces, se quiebra. La mañana del jueves 5 de junio, un camarógrafo de televisión entró al living y apuntó directamente al ataúd. Para la familia, en ese momento, se cruzó un límite. Aun así, dejaron que todos siguieran pasando a despedirse de Francisco, aunque con una condición: sin cámaras encendidas.

Cerca de las 13:00 horas, cuando terminan los matinales, los equipos de televisión recogen sus cosas para regresar a sus canales. Allí seguirán informando lo que hasta ahora se sabe:

Que Francisco Albornoz se juntó con dos hombres en las inmediaciones del mall Plaza Egaña a partir de un contacto por una aplicación de citas, que el encuentro sexual incluyó el consumo de drogassegún fuentes conocedoras del caso se trataría de popper y cocaína–, que luego de la ingesta Francisco se habría descompensado, que sus dos acompañantes, —Christian González Morales, médico ecuatoriano de 31 años, y José Miguel Báeza Cortés, chef chileno del sector oriente de Santiago— habrían decidido esconder el cuerpo en Tinguiririca, que tras días de su desaparición el médico ecuatoriano decidió entregarse y confesar el crimen. Que tras la confesión se logró detener a José Miguel Baeza, quien fue denunciado por su expareja por supuestamente ponerse violento cuando sus parejas sexuales no accedían a drogarse con él

Tras la salida de la prensa el pasaje recupera cierta intimidad. La atmósfera se vuelve más familiar. Las tareas colectivas continúan. Ahora es el tiempo de hacer una pausa para compartir recuerdos de Francisco, reírse con anécdotas y agradecer a Dios el tiempo que alcanzaron a tenerlo cerca. También el de tratar de desapegarse, aunque sea por un rato, de todo aquello que se dice.

Sentada en una silla junto a la entrada de la casa donde se criaron, Valentina Coronado Díaz, su hermana mayor, toma un respiro de las labores domésticas. Tiene 28 años y un hijo, no cree que su hermano se haya drogado al punto de perder la consciencia, dice que no fumaba cigarros y que apenas bebía algunos vasos de vodka en ocasiones especiales. 

También cuenta que la familia ha tenido que hacer mucho papeleo, muestra uno de los documentos, se trata del certificado de defunción de su hermano en el que se indica que la causa de muerte fue por un traumatismo encéfalo craneano. Fuentes ligadas a la investigación comentan que la autopsia podría confirmar aquello, y que para la audiencia de formalización que se realizará hoy sábado, se buscará confirmar que Francisco fue golpeado en la cabeza previo a su muerte, contradiciendo la versión entregada por el médico ecuatoriano. También se darían a conocer los resultados toxicológicos que ayudarían a entender la dimensión del consumo de drogas. 

Valentina cuenta que no pudo ver el cuerpo de su hermano, asegura que desde el Servicio Médico Legal le sugirieron no hacerlo por la cantidad de días que pasaron entre su muerte y su hallazgo. No sabe las dimensiones de la lesión en su cabeza. Cuenta que desde la muerte de su hermano nada ha sido fácil. Luego añadirá que la historia de vida de Francisco, en general, no es fácil de contar.

La sangre no hace a la familia

Francisco nació el 18 de mayo de 2004. En su partida de nacimiento figura solo el nombre de su madre, Nataly Gallegos Poblete, quien lo tuvo a los 17 años. Sus primeros años los pasó en la calle Soldado Martínez, en la población El Castillo, donde vivió una infancia marcada por el abandono y la negligencia de sus cuidadores.

Poco después de que cumpliera un año, su madre fue detenida por robar en una tienda La Polar de calle Puente. A lo largo de 2005, fue sorprendida y sentenciada en varias oportunidades más: sustrajo productos textiles por $94.930 en Ripley de calle Rosas, $39.960 en el Mall del Centro, $88.800 en otra sucursal de Ripley, $116.987 en Hites y $151.810 en La Polar del Paseo Ahumada. Las detenciones continuaron en los años siguientes. Cuando Francisco cumplió tres, Nataly ya era una mechera reincidente y avezada del centro de Santiago. Sus delitos, casi siempre, bordeaban los 100 mil pesos.

El abultamiento del registro criminal de Nataly fue de la mano con un problemático consumo de drogas. La mujer empezó a consumir pasta base, cuando su hijo cumplió cinco años hizo lo que pudo dentro de los recursos que tenía una mujer de población: se trató de rehabilitar en una comunidad evangélica en La Población Pablo de Rocka, la que era liderada por Julio Coronado, el padre de Valentina Coronado.

Nataly llegó al templo buscando ayuda, pero no resistió mucho tiempo. Fue allí donde le dijo a Julio que no quería seguir haciéndose cargo de su hijo. Que prefería “regalárselo”. Julio, que siempre había deseado tener un hijo varón, aceptó criarlo como propio. Valentina tenía 12 años cuando Francisco llegó a vivir con ellos.

Desde el primer día, la familia notó las secuelas del abandono. Francisco se orinaba por las noches, sabía pocas palabras para un niño de su edad y arrastraba una herida más difícil de nombrar: tenía la marca de un cigarro apagado en uno de sus glúteos.

—Él venía de otro ambiente, con otros hábitos —recuerda su hermana Valentina—. Al principio fue difícil enseñarle cosas básicas como los modales, los saludos. Igual, le inculcamos eso. Pero su infancia no fue buena. Se hacía mucho pipí, y probablemente era por cosas que le habían pasado antes… Aun así, mi familia siempre lo apoyó. Íbamos a paseos, lo incluíamos en todo. Para nosotros, era mi hermano. El hijo de mis papás. Era uno más de la familia.

Con el paso de los años Francisco logró readaptarse a la vida en su nueva familia, comenzó a ir al colegio, Valentina lo llevaba por las mañanas y lo iba a recoger por las tardes, dice que nunca fue de muchos amigos, y que algunos de sus compañeros lo molestaban por afeminado. 

—Cuando fuimos creciendo, yo fui su apoderada. Iba a las reuniones a defenderlo. Mi mamá y mi hermana son más tranquilas, más dóciles, pero yo me ponía a pelear. Les decía a las otras mamás que sus hijas molestaban a mi hermano. A él le dolía, se notaba… pero con el tiempo empezó a sacar más personalidad —recuerda su hermana.

Esa personalidad se tradujo en tener cosas en perspectiva. Francisco se enfocó en concentrarse en su futuro, su sueño era tener un departamento y viajar por el mundo. Para ello desde chico buscó distintos trabajos para tener dinero. Cuando tenía 16 comenzó a trabajar en un local de churrascos y completos. Su labor consistía en limpiar la cocina y recibía $5 mil pesos por cada jornada de orden. 

A pesar de que sus notas no eran las mejores en el colegio, definió tempranamente su rumbo y se especializó en disciplinas químicas. En el colegio politécnico de San Ramón donde estudió aprendió sobre técnicas de Análisis físico-químico, de Análisis instrumental y mantenimiento de equipos e Instrumentos de Laboratorio. Se graduó del colegio con un título técnico de nivel medio en química industrial. 

Al salir del colegio quiso seguir el mismo camino, y se matriculó para estudiar técnico en enfermería. Los estudios y salir de La Pintana le abrieron el mundo. Cómo suele suceder en la vida, todos esas particularidades y diferencias que lo hicieron objeto de bullying en el colegio, se tradujeron en un valor en su vida adulta. Comenzó a conocer a amigos, a consolidar un grupo, incluso se fue a vivir con uno de ellos al sector de Santa Ana, luego de un breve paso por la casa de su hermana Valentina. 

—Mi casa le quedaba lejos y él quería estar más cerca del centro —recuerda su hermana—. El año pasado estuvo viviendo conmigo, pero un día me dijo que se iba a ir, que quería estar cerca de la Salcobrand donde trabajaba. Se fue contento, feliz de estar empezando algo más suyo, de ser más independiente.

La muerte de un joven que estaba empezando

Francisco Albornoz se instaló a vivir con su amigo Gonzalo Ortiz en diciembre de 2024. Compartían un departamento y, como muchos jóvenes de su generación, tenían la ubicación en tiempo real activada todo el día. Vivían las clásicas escenas de dos veinteañeros que dan sus primeros pasos hacia la independencia: desacuerdos por el orden, conversaciones profundas a medianoche, la adopción de dos gatos y un deseo genuino de construirse un futuro.

Gonzalo Ortíz tiene 27 años, es enfermero, y contó en una entrevista con Las Últimas Noticias que su amigo hablaba seguido de sus metas:

—Quería seguir estudiando, sacar la carrera universitaria. Sentía que eso le iba a abrir más puertas. Estaba juntando plata para eso. Le gustaba mucho su trabajo —dijo Ortiz.

Para lograrlo, Francisco empezó a tomar más turnos en la farmacia Salcobrand donde trabajaba. Aun así, seguía yendo a ver a su familia. Cuando lo hacía, aprovechaba de cortarse el pelo con el peluquero del barrio y de regalonear con su mamá.

—La última vez que lo vi fue para el Día de la Madre —recuerda su hermana Valentina—. Hablamos de que mi mamá necesitaba unos remedios, y él, como trabajaba en la farmacia, se los consiguió. Le trajo unas cremas.

Dos semanas después de esa visita, Francisco salió a encontrarse con dos hombres en las cercanías de Plaza Egaña. Desde entonces, no se supo más de él. El 3 de junio, su cuerpo fue encontrado a orillas del río Tinguiririca, en San Fernando. Peritajes de la Policía de Investigaciones confirmaron que se trataba de Francisco Albornoz.

El hallazgo fue posible gracias a la confesión del médico ecuatoriano detenido por el caso, quien se presentó ante la Fiscalía y reveló la ubicación del cuerpo. Su abogado ha planteado que esa colaboración debería ser considerada a su favor.

En el velorio, sin embargo, la familia de Francisco Albornoz piensa distinto.

—Lo que yo pienso es que la PDI no aportó nada al caso, porque el gallo se entregó. No fue que lo encontraron. Yo creo que se entregó por la presión que metimos nosotros: la cara de mi hermano aparecía todo el día en la tele, en las redes, donde miraras. Yo creo que eso lo quebró psicológicamente —dice Valentina.

—El tema para mí es que él es un enfermo mental. Es un doctor, y como tal debería haber prestado auxilio o al menos pedido ayuda. No me calza lo que dice, eso de que se asustó y que estaban drogados. No me convence esa historia. Yo creo que se pudieron haber reunido por la aplicación, sí, pero eso lo hace cualquier joven. No hay maldad en eso –añade. 

El adiós de Francisco Albornoz

Tras una pausa, Valentina vuelve a las tareas del velorio. Sirve arroz con pollo a quienes siguen llegando a despedirse, coordina la recarga de un balón de gas para continuar cocinando y ayuda a reunir leña para encender un fogón que los abrigue durante la noche previa al funeral de su hermano.

La madre biológica de Francisco Albornoz no apareció por la casa. Según cuenta Valentina, de esa familia solo llegó una tía lejana. Pero dice que eso no le importa. Para ella, la verdadera familia de Francisco son los Coronado Díaz.

Al día siguiente, Valentina irá al funeral. No tomará el micrófono, pero escuchará con atención cada una de las palabras dedicadas a su hermano. Uno de los discursos lo dará Gonzalo Ortiz, su amigo y compañero de departamento:

—Francisco, como cualquier otra persona, salió un viernes a divertirse. Sí, pudo haber usado una aplicación, como lo hace cualquiera que está aquí. Yo hablo por mí y por todos nuestros amigos, que desde el día cero tuvimos que salir a buscarlo. No permitamos que esto vuelva a suceder. Realmente, no le deseo a nadie esta angustia —fue parte de lo que leyó.

Mientras tanto, en su casa, la familia de Francisco Albornoz espera con atención los detalles de la formalización de los dos imputados, que se realizará este sábado a las 11 de la mañana. Esperan que se decrete prisión preventiva y que haya una investigación efectiva que conduzca a condenas.

La despedida de Francisco Albornoz fue distinta a la de otros jóvenes del barrio. A él no le gustaban los fuegos artificiales, ni los pendones extravagantes. Su familia lo despidió como él era: “más piola”. En medio de ese recogimiento, su hermana Valentina dirá una frase. Una que describe la disposición abierta de su familia con el mundo y, también, una forma de explicar el final de su hermano:

—Francisco siempre fue muy confiado. Creía que toda la gente era buena. Eso fue lo único malo que tuvo.

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