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10 de Abril de 2009

Esperando a James

Por

POR JAIME BAYLY

Quiero tener un hijo. Estoy impaciente por tener un hijo. Estoy desesperado por tener un hijo. Siento que se me escapa la vida y no quiero irme sin dejar un hijo.

Quiero que mi hijo se llame James. James a secas. James como debí llamarme yo, como me llaman mis hermanos. Jaime es un nombre atroz, un nombre sumiso, de chofer, de mayordomo. Yo soy un mayordomo, sólo que no tengo claro quién es mi amo. Creo que soy un mayordomo de mí mismo.

Quiero que James sea gay. Sé que no depende de mí, pero si pudiera elegir, lo haría gay, condenadamente gay, felizmente gay, todo lo gay que no pude ser yo. No es improbable que lo sea. En mi familia no son infrecuentes los genes alegres. Abundan. A veces se esconden, a veces irrumpen con insolencia, pero están por todos lados. O sea que James, con suerte, saldrá gay. Dios quiera. Sería lindo tener un hijo muy gay.

Quiero que James nazca en una ciudad propicia para la felicidad. Es decir que no quiero que nazca en Lima ni en ninguna ciudad, aldea o caserío peruano. Quiero que nazca en Dublín, en Estocolmo o en Copenhague. Lo lógico y natural sería que naciera en Dublín porque de allí vienen mis antepasados, ilustres borrachos tacaños. Nunca entenderé cómo y por qué un señor irlandés se subió a un barco, huyendo sabe Dios de qué, y terminó arrojado meses después en el puerto del Callao, que era como irse al infierno sin haberse muerto. Nunca debió ese señor huir de su isla flemática y afincarse en el país gris. Mucha desdicha, muchas suertes torcidas, mucha infelicidad soterrada, muchos destinos castrados, mutilados, se desprendieron de esa incomprensible decisión que tomó el caballero irlandés. Quiero que James sea peluquero, diseñador de modas o decorador de interiores. Quiero que sea muy bello y que persiga ciegamente la belleza y sólo la belleza. Quiero que sólo crea en lo que se puede ver y tocar y que se ame a sí mismo más que a todos los prójimos sumados y hacinados. Quiero que sea egoísta, ególatra, egocéntrico. Quiero que esté absolutamente fascinado de conocerse. Quiero que sus manos le den más placer que las de cualquier otra criatura humana.

Quiero que James no se parezca en nada a mí y se parezca completamente a su madre.

El problema es que no sé quién debería ser su madre.

Aquí es cuando las cosas se enredan y me dan ganas de llorar como una quinceañera, que es la única manera de llorar que conozco.

Lo natural, predecible y políticamente correcto sería que la madre de James fuese Sofía, la madre de mis dos hijas. No hay una madre más de putamadre que ella. Es bella, elegante, refinada, irresistible. Me sigue pareciendo una mujer a la que tenía que perseguir por medio mundo, a la que tenía que robar de los brazos de su novio francés, quien se quiso matar por despecho y no supo ejecutar cabalmente su empresa suicida (ya se sabe que los franceses no son buenos en el oficio de matar).

¿Por qué no estoy convencido de que Sofía debe ser la madre de James?

Porque Sofía está felizmente instalada en Lima y, si consiguiera convencerla de dejarse embarazar de nuevo por mí, no dudo de que ella elegiría, sin negociar un ápice, que los nueve meses preñada y el parto a gritos tendrían lugar en Lima, acompañada de sus amigas, de sus hijas, de su madre. James sería entonces peruano, nacería contagiado de ese virus incurable, estaría condenado a padecer esa enfermedad corrosiva que es la pertenencia a la bárbara tribu instalada a orillas del Pacífico. James no debe ser peruano en ningún caso. James debe crecer lejos del Perú. James, si queremos que sea verdaderamente James, debe ver el Perú como yo veo a esa araña en la esquina del techo de mi casa: como una amenaza peligrosa.

Lo siento por Sofía, pero no será ella la madre de James.

¿Quién será entonces la madre?

No lo sé todavía, pero ando buscándola con cierta impaciencia porque sé que no me queda mucha vida, y no escribo esto por frivolidad, lo sé porque lo sé, lo sé y no hagan preguntas.

Le pedí a Princesa Austríaca, besándonos de madrugada en Madrid, que fuese la madre de James. Princesa Austríaca, ennoviada con argentino millonario, se deshizo en una carcajada y me dio un beso de despedida y nunca más supe de ella, sólo me quedan las fotos que nos hicimos en bicicleta por el Retiro.

Le pedí a Mariposa Inmortal, volando por el Caribe, que me dejara entrar en ella, que alojase en su vientre alado al pequeño James, que viniese conmigo a Dublín o Copenhague a parir a nuestro benjamín. ¿Le haríamos la circuncisión?, preguntó Mariposa Inmortal. Pensé entonces que había encontrado a la madre perfecta. Por supuesto, respondí. Es una cuestión de higiene y de estética y de respeto a las tradiciones familiares. Mariposa Inmortal estuvo de acuerdo en que un pene circuncidado es moralmente superior a uno encapuchado. Todo parecía confluir favorablemente. Pero Mariposa Inmortal rompió a llorar y dijo que en los próximos cinco años no podía ser madre porque así se lo había dicho su bruja pitonisa: “Mariposa, me ha dicho la Virgen, que se me ha aparecido sentada sobre mi cabeza (y no pesaba nada la Virgencita), que no debes ser madre en los próximos cinco años, porque si quedas preñada en esos cinco años abortarás un feto sin ojos”. Mariposa Inmortal nunca osaría desobedecer a su bruja pitonisa y a la Virgen que se le sentó encima.

Cinco años es demasiado tiempo para mí. En cinco años estaré muerto o casi muerto. En cinco años seré cenizas o carne podrida o ese tipo que agoniza detrás de las cortinas atendido por una enfermera gorda filipina que se come mi gelatina.

Hay que capturar el momento. Es ahora o nunca. Tengo que secuestrar a una mujer, llevarla conmigo a Copenhague y ponerla a parir.

Le he pedido a Escritora Maldita que me haga el favor. Escritora Maldita es bella, es loca, es maldita, no le tiene miedo a nada. Escritora Maldita está dispuesta a ser la madre de James en Dublín, en Copenhague, en Estocolmo o adonde yo la lleve. Escritora Maldita tiene apenas veinte años y, si bien no encuentra apetecible mi cuerpo estragado, sí se deja tentar por la idea de escapar a una monarquía escandinava y parir a mi hijo idealmente gay.

El problema parecía resuelto: Escritora Maldita y yo haríamos el amor, haríamos el amor tantas veces como fuesen necesarias para que ella quedase preñada, esperanzada, esperando a James. Luego escaparíamos a Copenhague, no a Dublín ni a Estocolmo, a Copenhague ciertamente.

¿Por qué a Copenhague? Una vez vi a Gwyneth Paltrow diciendo que Copenhague es la ciudad más bella del mundo. Creo que es una verdad irrefutable y científicamente demostrable que la Sra. Paltrow es la criatura viva más hermosa del planeta. Lo que me lleva a la conclusión de que James no debe nacer en Dublín, como sus antepasados borrachos y tacaños, James debe nacer en Copenhague y ser un súbdito leal del Reino de Dinamarca y la Corona Danesa (moneda con la cual he de pagar el parto).
Todo estaba bien pensado: James, gay, peluquero, danés, hijo de Escritora Maldita, inmediatamente circuncidado. No me moriría sin concederme esa menuda extravagancia.

Lo diré sin rodeos: quiero tener un hijo porque cuando mi verga desaparezca de la faz de la tierra me gustaría cederle la posta a otra verga salida de mi verga, de modo que el mundo no eche de menos a mi verga y la de James se ocupe de procurar felicidad y consuelo a quienes se hallen urgidos de ella.
Esta mañana he comprado los pasajes en SAS. Escritora Maldita y yo viajaremos a Nueva York y luego a Copenhague el primero de agosto y nos alojaremos en un hotel con vistas a los jardines Tivoli.

Hace un momento me llamó Escritora Maldita desde Lima y me dijo llorando (las cosas en Lima suelen decirse llorando) que no le habían dado la visa para entrar a Europa, que James no podría nacer en Copenhague porque una maldita-gorda-danesa-estreñida le había negado el sello en su pasaporte rojo peruano.

No llores, Escritora Maldita, le dije. Nos casaremos en Nueva York, te pasaré la ciudadanía norteamericana y cuando te la den, iremos a Copenhague a encontrarnos con James.

Escritora Maldita se quedó feliz, pensando que nos casaremos en Nueva York el próximo verano. Yo me quedé triste porque sé que no me alcanzará el tiempo para que las autoridades migratorias norteamericanas le expidan el pasaporte a Escritora Maldita: el asunto es lento, toma años, lo sé porque lo he vivido.

Hace un momento desperté sobresaltado y até cabos. Cuando Sofía quedó embarazada en Georgetown el año 92, yo sólo podía escuchar una canción, Tears in Heaven, que Clapton escribió el año 91, devastado por la muerte de su hijo Conor, de cuatro años, que cayó del piso 53 y fue llevado ya muerto al hospital Lenox. Cuando Sofía quedó embarazada en Miami el año 94, yo sólo podía escuchar una canción de Annie Lennox, Why? El fin de semana pasado viajé a Boston y sin saber por qué elegí dormir en el hotel Lenox de Back Bay.

Lenox, Lennox, Lenox: James nacerá entonces en el hospital Lenox de Manhattan. De momento, la madre será Escritora Maldita. Pero si Mariposa Inmortal y Princesa Austríaca cambian de opinión y se suman a la aventura, tendré un hijo con cada una de ellas y los tres se llamarán James.

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