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12 de Julio de 2009

Michael Jackson… Esas bolas no son de niño

Por

POR JUAN PABLO ABALO • ILUSTRACIÓN: MAX BOCK

Si pasó casi inadvertida la muerte de la actriz Farrah Fawcett, antigua delicia de los Ángeles de Charlie, es porque Michael Jackson es el último y más extraño fenómeno que la industria musical haya dado. Ese tipo de músicos o artistas, tan excéntricos como contradictorios, que podrían haber asesinado a su familia entera mientras la gente –su público planetario– los seguirían amando como si nada.

La personalidad de Jackson –un niño negro que termina, gracias a los avances de la ciencia, convertido en un niño blanco, aunque habría que verle las bolas para determinar esto con rigor– era la mezcla entre una notable sensibilidad musical y un infantilismo patológico (se creía Peter Pan, aunque esas bolas, por más que fuera lampiño, no eran de niño). Jackson, en efecto, estuvo obsesionado con los juguetes (y con la niñez) y fue dueño de una voz que, así como las habilidades futbolísticas de Maradona o las composicionales de Mozart, fueron tocadas por la mano, o al menos por el dedo, de Dios.

Los hitos de su carrera son varios, pero los discos “Off the Wall” -el que, con la colaboración de un músico y productor de primera como Quincy Jones, hizo del pop un género que sabía defenderse bien en términos musicales, conservando ciertos aspectos de la música negra- y “Thriller” pasarán a la historia porque las canciones que los integran son exactas y efectivas. La gracia del “Thriller” está en su capacidad de concentrar –si es que no de crear– el sonido y el ritmo de toda una época: los 80. Esos mismos ritmos y el tipo de arreglos que tienen gran parte de las canciones de estos discos son los que se han repetido insaciablemente por parte de productores y músicos hasta hoy, tratando de pasarlos como novedosos, cuando lo hecho, hecho está, y chiste repetido sale podrido. En “Thriller” se combina equitativamente música de gran vigor rítmico y baladas como “Baby be mine”, que con la utilización de cencerros y aplausos para construir el ritmo, conserva una sorprendente condición sensual y sexual, así como también sucede en “Human Nature”, que el mismísimo Miles Davis reversionó, acallando de paso una vez más al ala más conservadora del jazz.

Se dice con soltura que Michael Jackson fue el rey del pop, es decir, el más poderoso de sus agentes, y es cierto. Como rey del pop tenía que creerse el rey del mundo, capaz de lo imposible. Y así ocurrió con su tema “They Don`t Care About US”, cuyo video fue filmado nada menos que en una favela de Río de Janeiro en la que se paseó y bailó con dominio total de novedosos movimientos, porque Jakcson, hay que decirlo, era lo que se llama un showman integral.

Sin embargo, para suscribir la idea de que Jackson es el rey del pop, conviene definir tal reino, aventurando la hipótesis de que el pop es la expresión artística del triunfo de la juventud permanente, aquella que no necesita ni quiere ver la muerte. El problema de esta idea de juventud eterna, y por añadidura del pop, es que, a su entero pesar, terminó por envejecer, como le sucedió a los demás géneros musicales, porque el paso del tiempo es inexorable. Por todo esto es que el pop hoy solo puede recordar las glorias pasadas, conmemorar lo que sus representantes más genuinos y notables hicieron por él, y en este sentido todo apunta a Michael Jackson: si este somnífero distractivo que es el pop, ligado a la felicidad instantánea, el placer, la moda, la eterna juventud, ha envejecido, su vejez está inmejorablemente encarnada en la figura de Michael Jackson, que ante el ocaso de su cuerpo y su gracia recurrió una y otra vez a toda clase de pastillas y cirugías estéticas para verse joven, “bello” e inmortal. No obstante, terminó convertirlo en un ser sin rostro, sin carácter y sin identidad, pero con un pasado inolvidable.

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