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Opinión

21 de Agosto de 2012

La guerra de Willoughby

Durante tres años, fue el rostro de los militares que habían tumbado a Allende, el vocero de la Junta Militar. Después rompió con ellos y Pinochet le deseó la muerte. Asesoró a Aylwin en democracia. Le han dicho que es de la CIA, que siempre ha sido oficialista. Él se lo toma como broma. Ahora escribió sus memorias. La Guerra, se llama el libro.

Pablo Vergara
Pablo Vergara
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Las memorias de Federico Willoughby-MacDonald -ex vocero de la Junta Militar tras el golpe, ex asesor de los presidentes Alessandri y Aylwin- hoy se encuentran entre los libros más vendidos. En medio de una serie de publicaciones sobre los años 70 y 80, los recuerdos del ex vocero de la Junta Militar -y uno de los promotores civiles del golpe a Allende- ayudan a dibujar la intimidad de los años duros. Willoughby, periodista, llegó a ser mano derecha de Pinochet y lo vio encumbrarse al poder absoluto apoyándose en el puño de la DINA.

Por eso fue que cuando en 1989 el recién electo presidente Patricio Aylwin le dijo que quería tenerlo como asesor en La Moneda democrática, él le respondió que eso equivalía a meter un caballo a un comedor. “Bueno, me eligieron Presidente”, respondió Aylwin y se acabó la discusión, aunque hubo malas caras en palacio.

Hoy, Willoughby, un hombre acostumbrado a estar cerca del poder, encuentra que éste se encuentra disgregado. “Existen unas fuerzas sociales en ebullición que se están manifestando sectorialmente. Estudiantes, consumidores, la gente de regiones, los afectados por la contaminación, quienes se oponen a las hidroeléctricas. Me preocupa que aparezca un líder carismático -o ideas carismáticas- que capture el imaginario de la gente pero que eso no tenga más sustento que eso. Una cosa como Chávez, que puede venir de cualquier lado”, dice.

Hay que ver dónde está el poder hoy. Lo perdieron los militares, los políticos, la iglesia, los empresarios.
-Es emergente. En este momento es emergente y por eso me preocupa: porque no hay canalización. Va a ser muy interesante el mapa electoral y por eso es bueno que haya elecciones ahora, porque si no las hubiera no habría válvula de escape. Podríamos tener otras manifestaciones sociales.

¿Estas manifestaciones qué son? ¿Son de clase media?
-Claro, son eso. Cuando hablamos de la inequidad en la distribución de la riqueza, toda la gente cree que esta es una cuestión de pata pelada y no tener plata para el pan. No. La inequidad creo que cubre, tranquilamente, al 55% – 50% de la población. El andar con corbata, zapatos, calcetines, mantener a los niños en un colegio donde pueden enseñar pésimo pero es un colegio particular, es un sacrificio muy grande que hace trabajar a la pareja. En tiempos de la Reforma Agraria la gente quería comida. Hoy están endeudados con N cantidad de tarjetas; los que sacaron subsidio tienen la casa arrendada para alcanzar. Me da rabia. Cada vez que veo las noticias, anuncian un nuevo bono. Todos los bonos son en cierto modo una propina, porque lo justo es que la distribución sea por la vía del ingreso pactado. El trabajo no es gratis. Ahora va a haber una ley de presupuesto que en cierto modo va condicionada a una reforma impositiva. ¿Por qué no hay un impuesto que sea progresivo para las utilidades de las grandes empresas? Un país que tiene necesidades irritantes y peligrosas, para la gobernabilidad, debería en vez de los bonos y las franquicias, establecer una política tributaria que fuera progresiva sobre las utilidades como en muchas partes.

¿Está en peligro la gobernabilidad en el mediano plazo?
-Mi libro se llama La guerra. Nosotros pasamos muy rápidamente de la disconformidad a la acción. Y hay guerras que no se han terminado. La guerra de Arauco la están peleando mientras nosotros conversamos.

¿Y por qué la gobernabilidad es tan importante?
– Porque sin ella, la sociedad no funciona, no corre.

¿Por eso colaboró con tantos gobiernos distintos?
-No, porque tengo una vocación de servicio que supongo que se notará; que los presidentes, la gente que toma decisiones, se darán cuenta que no voy en la pará, que mi deseo es que les vaya bien o proponer medidas que cumplan, sean coincidentes. Si un presidente comunista o un Opus Dei, en el fondo, tienen que cumplir las mismas tareas.

El chiste que contaba la gente que lo odia es que Ud. ha sido siempre oficialista.
-Claro, pero nunca he postulado a algo, nunca he estado a los codazos para que me llame alguien.

Y la leyenda negra dice que es de la CIA.
-Por qué va a ser negra. El origen de eso es que fue un reportero que era diputado, Carlitos Rosales. Yo partí haciendo una campaña de alfabetización rural para adultos en la reforma agraria y tuve mucho éxito. Pero eso significó que el poder de los políticos de distintos colores se viera amenazado con un campesinado que iba a ser letrado. Se enfureció Rosales y me dijo varias veces que me retirara porque esa era su zona. Un domingo salió en El Siglo un artículo a cuatro columnas que decía “Federico Willoughby agente de la CIA infiltra al campesinado”. Algunos lo leyeron y eso quedó. Es como una leyenda urbana, algo que de repente aparece. Soy comunicador y sé que la teoría del mito es algo que disparas, recoges, juegas con ella. Y como tal me da risa. Explicarle a los niños de repente ha sido más complicado. Pero da lo mismo.

LABBÉ, DINA Y CLARO

¿Pierde Labbé?
-Churchill decía que un día en política es muy largo; y la BBC, que la historia cambia a cada segundo. Creo que puede ganar o puede perder. Depende de cómo se manejen las cosas. Pero hay un rechazo al estilo de Labbé que es social. No está en juego si es buena o mala su gestión.

El país cambió en eso. Porque ahora nadie se puede declarar sorprendido porque Labbé era DINA.
-Claro. Por ejemplo, él se ha referido a mí en términos poco respetuosos pero nunca le he respondido porque fui muy amigo de su padre. La campaña del coronel Labbé se hizo en mi casa. Y él poco ayudó, pero ayudaba, porque estaba metido en las cosas de inteligencia, venía llegando de Brasil. Cuando conoces al padre, lo consideras (al hijo) siempre como un niño. Ya adulto, creo que él no tiene condiciones, como dijo el mando, para responsabilidades. Él no ascendió porque no cumplía los requisitos para el mando. No fue general. Y entiendo que le causó un disgusto al presidente y trató de hacer cambiar la decisión. El consejo de generales estimó que no cumplía los requisitos. Ahora, averiguando yo cuál era el requisito que no cumplía; era el criterio. Eso se muestra también en la vida civil. Un ejemplo: cuando Pinochet quedó en prisión domiciliaria en Londres, arrendaron una casa muy grande y fueron al Homecenter del barrio y compraron muebles. El municipio de Providencia, creo, compró un comedor, pero uno de cholguán. Si no está comprado en Sotheby’s ni en una casa de remates ni pertenecía a un duque. Son los que venden en los supermercados para adornar una casa.

Según Willoughby, la DINA es lo que lo terminó de alejar de los militares. “Mi primer encuentro desagradable con el general Pinochet fue cuando me entero que iba a firmar leyes secretas que autorizaban la ejecución sumaria. La DINA no es mala porque la hayan manejado personas malas. La DINA es un error político. Todos los países tienen sistemas de seguridad. Eso lo estudié hablando con embajadores. Ellos tomaron el modelo de la GESTAPO. Si tienen ese poder, por supuesto que desarrollan la capacidad de usarlo. No digo que fueran santos pero se les dieron las herramientas institucionales para que hicieran lo que hicieron”.

Usted fue amigo de Ricardo Claro.
-Compañero. Le decíamos el Rica. Él estudiaba Derecho cuando yo estaba en periodismo. Los dos éramos católicos cercanos a Jorge Alessandri. No habría imaginado jamás que se iba a meter a los negocios, me lo imaginaba que iba a tener una vida religiosa.

Ahora está apareciendo mencionado como financista de la DINA.
-¿Qué podría decir? No conozco antecedentes. Pero hablando en líneas generales, el poder es adictivo. El hombre que tiene poder… Yo sé que Ricardo, mientras vivió, pagaba a lo menos a quince periodistas en distintos medios.

¿Les pagaba?
-Claro. Le escribían todos los meses, se juntaban a almorzar en un subterráneo entre San Antonio y Mac-Iver, hay como un lugar abajo, un casino grande para almorzar y ahí se juntaban, un grupo de gente, colegas nuestros, un lugar grande para almorzar con bandejas… Ricardo Claro siempre tenía información fantástica.

¿De qué año estamos hablando?
-De siempre. Serán veinte años, algo así. No sé si los contrataba como relaciones públicas de las empresas, les pagaría en efectivo. Pero él tenía su grupo. Y tenía buena información. Y también en otras partes: tenía gente en el Congreso. El poder es así. Cuando te sientes poderoso, empiezas a pensar dónde más uso mi poder. Puede ser que le hayan pedido plata para cosas lícitas y haya dado. Ahora, que tuviera ánimo de financista para actos terroristas, no. Y además tenía una conciencia religiosa muy fuerte. Eso no. Pero sí la tentación de saber. Todo este cuento de la Kioto, debe haber sabido eso mucho tiempo. Y en un momento determinado lo usó no más. ¿O crees que era la primera cinta? Jamás.

El poder es adictivo.
-Lo es.

¿Y Ud.? ¿Sintió esa adicción?
-Nunca he tenido poder. No me he sentido nunca con el poder de hacer nada y no me gustaría.

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