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Opinión

20 de Abril de 2024

Columna de Hugo Herrera | Nada

Créditos: Agencia Uno.

En su estreno como columnista de The Clinic, el académico hace un diagnóstico a la situación actual del país, con una reflexión: "No pasa nada". “En política no hay finales, pero no puede desconocerse que el momento actual es no solo preocupante, sino también penoso. Para todos. Y amenaza volverse inviable", plantea. Luego, pregunta: "¿Cómo restablecer la paz, la protección en los barrios pobres, en las tomas amenazadas, en los caminos y veredas del país, detrás de las matas de moras en los campos, al interior de las casas amenazadas, si quienes están llamados a encabezar la lucha -sí, la lucha a esta altura de la partida- son los mismos que hablaban con sarcasmo y epítetos descalificatorios de las policías?”.

Por Hugo Herrera

Un diagnóstico de la situación nacional podría comenzar con esa palabra, “nada”. En la política no pasa nada.

Miles de niños están sin clases, vaciándose sus memorias de contenidos. Millones padecen explícita o implícitamente la desesperanza de no aprender materias significativas. Se van así embruteciendo. Sus redes neuronales dejan de poder conectar y relacionar no solo contenidos curriculares sino posibles producciones imaginativas, creaciones cargadas de afectos. Se nota en la escuela un desánimo como el que rondaba las cabezas de los pobres, décadas atrás, cuando las oportunidades eran de muy pocos y muchos de quienes carecían de oportunidades se tenían -obligatoriamente- que ir a pedagogía. 

Solo que ahora hay sucedáneos inciertos. Están las tentadoras pantallas, que se presentan como progreso (cuando se sabe de los daños que provocan en los niños y adolescentes, y países más avanzados se disponen a prohibírselos). Y está también la ilusión de ir a la educación superior para, ahora sí, aprender. Pero es de nuevo: vanidad de vanidades. El liceo y la pedagogía mala de los 80 o 90 luce estar teniendo su equivalente en las universidades IPs y CFTs malos de los nuevos años 20. No se advirtió que la masificación requiere remedios añadidos.

En las instituciones de salud, las listas para atención de enfermedades mortales –subráyese esto: mortales– no mejoran. Los pacientes fenecen por falta de atención. Antes la gente se moría no más, ciertamente. Ahora, cuando no debiese ser así, porque hay más médicos y recursos, y mejores tecnologías, el destino aciago de miles sigue siendo el mismo. Solo que, como hay más diagnósticos y se sabe leer y –presuntamente– comprender más que antes, es la angustia la que aumenta

El crimen organizado opera fusil en mano en amplias zonas del país, en Santiago, la Araucanía, en el norte. Les falta una canción de Silvio Rodríguez que sublime su causa -banalizada- por los narco-músicos y los ritmos brutales, machistas y violentos. Pero es verdad también que, quizás un verdadero poeta sí sería capaz de elevar las vidas de pocos años y dispuestas a la muerte, cuanto menos al nivel de asesinos audaces y corajudos. Mientras esa posibilidad no se corte de raíz, la llamada “narcocultura” no se retirará.

No es en todas partes igual, pero la truculenta novedad de tipos inusitados de delincuencia llegó al parecer para quedarse. Se asesina, se descuartiza. Mueren por decenas los niños, en sus casas. Y lo que no ha llegado todavía, de eso sí podemos estar seguros, es la inteligencia estatal. De inteligencia estatal nada.

La inteligencia de aquel Estado a la vez brutal y balsámico del que escribía Hobbes, se espera como mínimo no solo la organización armada de la paz, sino, en la época del crimen organizado, nacional e internacional, una inteligencia dotada de las capacidades para saber mínimamente qué pasa con el asunto básico de la seguridad. Para que los ciudadanos no vayan temiéndole a la muerte violenta a manos de otro. 

Probablemente, así, carentes de cualquier inteligencia pública, ya no sabremos quiénes fueron los técnicos –como de altos hornos– capaces de quemar velozmente cemento y metal, que operaron el 18 de octubre. Como los Hititas para los pueblos más atrasados de la Edad del Bronce: así les aparecen a nuestras fuerzas políticas y de seguridad esas bandas de mafiosos y diestros ígneos.

Y el Tren de Aragua y el grupo que queramos imaginarnos de escoria organizada, se instala, organiza, enraíza, entra simplemente al país. Lo seguirá haciendo, probablemente sin impedimentos mayores.

Los centros de las ciudades principales, Santiago, Viña, Valparaíso, Arica, Talcahuano, se hallan en procesos de decadencia inveterada. Jóvenes alcaldes de sonrisa fácil se niegan a poner delante y nombrar con sinceridad el descarnado destino que nos afecta. El asunto es nuevo en Chile (donde a veces creemos que todo es nuevo), pero tiene historia, paralelos inquietantes.

En África. El centro de Johannesburgo, la otrora pujante gran urbe, entró en una tal decadencia que entre sus efectos se cuentan que la policía tiene apenas capacidad de ingreso. Qué decir de los ciudadanos. Llegó a nacer un nuevo género cinematográfico, de alta calidad: las películas de crímenes, mafias y policías de historias tortuosas y víctimas se ha desarrollado a niveles inusitados en el maltratado país de Mandela, gracias, probablemente, a la familiaridad directa de sus cineastas y guionistas con un lumpen ya bien arraigado.

Nada muy lejano está ocurriendo en nuestros centros urbanos, que se vacían de servicios sociales, comercios y viviendas pacíficas, un poco como cuando decayera Roma y los caminos y calles y villas se volviesen aterradoras, es lo que se vive en partes importantes de nuestras calles y caminos.

A todo eso hay que agregar, como uno de los telones de fondo, el estancamiento económico. Los jóvenes llegaron al poder prometiendo igualar las riquezas (no las pobrezas); incluso designaban como plausible disminuir la riqueza del capital (nunca de los trabajadores, como ahora se propone con fácil mano larga), con tal de mejorar la condición general de la nación. 

“Las juventudes cacarearon bastante”, escribieron Los Prisioneros una vez. De manera parecida a cómo hacia finales del siglo XIX ocurre hoy. El país como que espera que la tecnología facilitará una economía de cuño evolutivo, desplegada sobre las velas henchidas de la ciencia y la tecnología, la investigación y el desarrollo aplicados, incluidas en todo eso las cabezas pensantes y los corazones colectivamente palpitantes. Pero las ilusiones se han ido desvaneciendo. Pero, nada.

Nada ocurre.

Es cierto que los jóvenes frenteamplistas declamaron sobre el poder de la ciencia y el atraso chileno al respecto. Pero era, al parecer, parte de un guion sin alma. Los presupuestos en ciencia y tecnología siguen siendo escuálidos y a veces parece que esperásemos la riqueza como cae el maná del cielo: del Litio, se habla como con el temor reverencial de seres primitivos en un tiempo mágico. No se atisban los caminos por los que saldremos de la decadencia.

Desde La Moneda se pronuncian, se siguen pronunciando, discursos de tono marcado, alocuciones en las fechas respectivas. Se sacan fotos, polemizan con mandatarios o dirigentes extranjeros, no escatiman tampoco en disputas internas, vociferan y sonríen incluso. Pero en la práctica, el rictus de jóvenes ricos, hermosos y algo desencantados no lo pueden ocultar.

¿Cuáles son los programas, los ministerios, los ámbitos en los que se notan, indiscutibles, los avances decisivos en beneficio de la comunidad nacional y especialmente de los pobres, los incultos, los feos, los alienados, el “facherío pobre”, el políticamente inconsciente 62 por ciento? ¿Quién o quiénes están sacrificándose de verdad, actuando auténtica y eficazmente respecto de los problemas más acuciantes de la patria?

Sería bueno que nos lo informaran con claridad, si los hubiera.

En el intertanto, nos dimos cuenta de que los presuntos moralizantes del Frente Amplio moralizaban de la boca para afuera. Así no más. De la boca para afuera. Aún no se esclarece el escándalo del robo de los computadores, incluido el de Giorgio Jackson (ese joven, especie de sobrino, hijo adoptivo o no sé qué de Atria, que decía andar con los papeles de éste subrayados en su mochila). Ni se ha hecho luz sobre la inmensa operación con pretensiones de sistema, montada para extraer recursos del Fisco a través de ONG, y que le costó la salida al mentado principal aliado del presidente

Es cierto que al frente también hay irregularidades y alcaldes y dirigentes dudosos. Basta recordar Viña. Pero eso no es consuelo alguno. Aquí, en el bando gobernante, hay irregularidades que ya se han hecho hábito. Los “estándares morales” superiores, el eventual avance hacia un horizonte socialista revolucionario, que proclamaba el ideólogo de moda, todo eso quedó como en el tacho de la basura de la historia.

El ideólogo hace las veces de una especie de tío crédulo, que se dedicó a contemplar conductas de horda, celebrando -al parecer- entretenidos cumpleaños donde jóvenes frenteamplistas golpeaban piñatas con las caras de los adversarios; o escenificándose en una Convención 1 en la que fue sobrepasado por rudimentarios proselitistas; ahora anda como vagando, algo más silencioso, entre la gente, topándose a veces con sus tristes discípulos en el gobierno.

En política no hay finales, pero no puede desconocerse que el momento actual es no solo preocupante, sino también penoso. Para todos. Y amenaza volverse inviable.

¿Cómo restablecer la paz, la protección en los barrios pobres, en las tomas amenazadas, en los caminos y veredas del país, detrás de las matas de moras en los campos, al interior de las casas amenazadas, si quienes están llamados a encabezar la lucha -sí, la lucha a esta altura de la partida- son los mismos que hablaban con sarcasmo y epítetos descalificatorios de las policías?

Hay algunas dirigencias que se escapan al deterioro general, pero son muy pocas. Tohá destaca por su prestancia en el Gobierno, pero está tan sola. Hasta Vallejo le hace el quite cada vez que el asunto se pone problemático. Los cuadros del FA, en general, además de escasos, van tocados en el ala no solo por la desilusión, sino por la atenazante corrupción.

El “socialismo democrático” amenaza consumirse con la edad de sus dirigencias y sus afanes estériles de rejuvenecer, como le ocurrió después del 68 a la generación anterior. Dan la impresión, a veces, de lo que sucede en la televisión abierta, donde los “jóvenes”, los “carreteros” no bajan de los cincuenta años.

“Cada uno para sí y Dios contra todos”, titula Werner Herzog una de sus grandes películas. Algo como eso parece estarnos sucediendo. Tiempo atrás me atreví a comparar la situación con la mediocridad del período de los radicales, a mediados del siglo XX. Pero viájese a La Serena o visítense las escuelas públicas que se construyeron entonces; o léanse los discursos de aquellos viejos maestros y se llega a sentir su ethos patriótico y de interés nacional; compárese todo eso con los liderazgos del momento, ¿Sharp? ¿Hassler? ¿Ripamonti? Por nombrar un pequeño ramillete de muestra. Cualquier atisbo de optimismo terminará desvaneciéndose.

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