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Opinión

7 de Enero de 2013

Los años de Benjamín González en el Instituto Nacional

Benjamín González entró el 2007 al Instituto Nacional, el mejor colegio de Chile, de donde han salido 18 presidentes de la nación. En sus primeros años, él y sus compañeros realmente creían que iban a ser puntajes nacionales y los próximos mandatarios del país. Pasados los años, se desencantó, y el desencanto se tradujo en un discurso que dio cuenta de lo mejor y lo peor de la educación pública, esa que selecciona para poder sobrevivir.

Romina Reyes
Romina Reyes
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Benjamín González tiene cara de niño. De esos a los que todavía se les nota el uniforme escolar. En su caso, la camisa blanca cruzada por la corbata azul marino del Instituto Nacional, colegio del cual Benjamín ahora es hijo bastardo.

El pelo negro y liso lo lleva corto. Un arito en la oreja izquierda y los dientes derechitos y blancos. Por estos días, que podrían haber sido los de cualquier cabro que salió del colegio, rindió la PSU y ahora ve qué hace con los puntos, Benjamín ha dado cinco entrevistas. “Igual le rechacé al Mercurio, a La Tercera, a Mega. Quise dar pocas entrevistas, pero a medios no-fachos” dice Benjamín, quien ahora se debate entre darle o no una entrevista a El Siglo.

Benjamín es de Maipú, igual que Laurence Golborne, que Cangri y Dash. Igual que Iván Zamorano. Durante seis años recorrió desde el final de Villa Los Héroes hasta la Alameda con Arturo Prat, donde está el mejor colegio de Chile, uno que por dentro y por fuera tiene pinta de cárcel.

El mismo sentimiento
La primera nota que Benjamín recibió en el colegio fue un 2,8 en matemáticas. Ya no se acuerda si lloró o no, pero sí recuerda la frustración. Venía de un colegio particular subvencionado de Maipú donde promediaba un 6,4. Benjamín estaba en séptimo básico, donde niños de doce años escuchaban por primera vez que “errar es humano, pero no institutano”.

Benjamín era de Maipú, de un barrio de clase media, de una familia de clase media, pero clase media de verdad. “Casi C” dice él. Una mamá dueña de casa, un papá que trabajaba en una empresa y una hermana mayor. Un día sus papás le preguntaron si quería irse al Instituto Nacional y él dijo “yapo”. “Igual sabía qué significaba el Nacional, mi hermana estudió en el Liceo 1 Javiera Carrera y sabía más o menos de qué se trataba”.

Entonces empezaron las clases particulares. Para subir las notas y para salir bien parado en la prueba de admisión. El Instituto Nacional ofrece cada año cerca de 600 vacantes para séptimo básico, y es la opción más segura de ingresar. Esa o esperar a que se abran cupos en los años siguientes, lo que implica estar acechando el colegio.

Benjamín entró al Nacional el 2007, el mismo año que su hermana Susana egresaba del Liceo 1. Ella ya tenía un sentimiento hacia el Liceo 1 similar al que Benjamín plasmaría seis años después en el discurso que leyó frente al Teatro Municipal. Susana resultó ser puntaje nacional en Historia. El Liceo 1 le preparó una ceremonia para felicitarla, pero ella no fue. Los dejó plantados.

Los símbolos patrios

Cada alumno del Instituto Nacional que ingresa a séptimo básico debe aprenderse el himno de colegio de memoria y en flauta. Benjamín recuerda haber estado un mes entero junto a sus compañeros cantando el himno en los recreos, tratando de sacar la melodía. En esos años, iba al colegio en la tarde, entraba a las 2 y llegaba a su casa pasada las 9 de la noche. Medía sólo un metro sesenta.

Antes del himno, Benjamín ya había pasado por la “imposición de la insignia”, un acto que ahora califica como “fascistoide”. En ese acto, los estudiantes de cuarto medio le pasan la insignia a los de séptimo. La ceremonia parte con el himno nacional. Luego entra el estandarte del colegio llevado por cinco alumnos de guantes blancos mientras el himno del Instituto suena de fondo. Es parte de los rituales de los colegios emblemáticos, como el juramento Javierino del Liceo 1, donde las alumnas juran por los valores del liceo.

Benjamín era desordenado. No recuerda bien si estuvo condicional, pero recuerda perfecto cuando en sus primeros años un profesor le dijo “¡una anotación más y te vai del colegio!”. “Un profe me anotó porque me demoraba mucho en el baño. Otro porque lo toqué. A él no le gustaba que lo tocaran y yo lo toqué sin querer. O también me anotaron porque se me quedaba la tarea. Y así. Yo creo que estaba condicional por pelusón” dice Benjamín.

Pero Benjamín pasó de curso sin que lo echaran, pese a haberse metido en peleas en primero y segundo medio. En esos años, cuando pasó a la jornada de la mañana, recuerda que sus compañeros iban al Liceo 1 a cantar el himno de su colegio, en una especie de ritual donde se mostraba la hombría o la superioridad. Benjamín dice que estuvo presente, pero que nunca cantó el himno, que casi nunca lo cantaba. Su desencanto con el liceo comenzó a fines de séptimo básico, luego de tener un problema con el profesor jefe.

Aquel profesor, cuyo nombre prefiere no mencionar, le puso sobrenombre a la mayoría de los alumnos del curso y una vez sacó a empujones a uno de sus amigos de la sala. Benjamín sentía que el profesor los humillaba. En el momento se hizo una denuncia a Dirección y a otras autoridades del colegio. Sin embargo, la denuncia terminó firmada sólo por cinco apoderados del curso, por lo que no se pudo hacer demasiado. Benjamín recuerda que de parte de Inspectoría General le dijeron que lo que más se podía hacer era asegurarle que nunca más ese profesor le haría clases. Y así fue.

Pese al desencanto, Benjamín participó de otras formas en la vida del Instituto. Fue varios años presidente de curso, pero nunca se metió en política. Al menos, en política institutana. Su familia es de centro izquierda, algo entre “la Concertación y el PC” describe, y su hermana milita en las Juventudes Comunistas, aunque él no está interesado en militar en nada. Al menos ahora, no anda buscando.

En el Instituto hay una célula de la Jota, también el Partido Socialista, pero de forma clandestina. De todas maneras se sabe. Hay gente que es más cercana a la Aces, otros a la Cones. Hay estudiantes que son de derecha y hablan en las asambleas y tienen sus piños que los siguen. Para las elecciones del Centro de Alumnos, el CAIN, las posturas se sinceran más, “aunque si tú les preguntas cuál es su postura política, responden: mi postura es el alumnado” dice González.

“¿Yo? Yo soy de izquierda. Socialista, comunista no sé. Pero soy de izquierda. Creo en la lucha de clases” responde Benjamín cuando le preguntan lo mismo.

La actividad política es sólo una de las cosas que se viven en el Nacional. Salvo esa, Benjamín se mantenía al margen. A pesar de que le gustaba leer, nunca se metió al ALCIN, la Academia de Letras del liceo. Tampoco participó del Mister Institutano, una fiesta considerada “bacán” que incluye una tocata en la que se ha presentado Ataque 77 y Sepultura. En los últimos dos aniversarios, Benjamín hizo la cimarra. Y aunque criticó durante todo el año la guerra de bombitas de agua que se realiza a final de año entre los cuartos medios, terminó participando igual.

Antes de comenzar el ritual de despedida que tiene lugar en el patio del colegio, los estudiantes de cuarto medio se reúnen en la Plaza de Armas y marchan hacia Arturo Prat #33. Es común que los institutanos del electivo biólogo o matemático –futuros médicos e ingenieros- vayan adelante, gritando el clásico “I-n-s-t-i (¡teí!), I-n-s-t-o (¡teó!)/ Ins-ti-tu-to-Na-cio-nal / Nacional, nacional, nacional, ¡libre!”. Esta vez, Benjamín que marchaba más atrás con sus amigos, escuchaba gritos que decían “¿Cómo no te voy a querer, si somos lo mejor de Chile?”. Días atrás vio unos posteos en Facebook donde otros cabros expresaban la superioridad institutana escribiendo “es difícil ser humilde cuando somos los mejores”.

Igual Benjamín dice que esas tradiciones no le parecen, que sólo sirven para fomentar el statu quo del colegio. “Son como los símiles a los símbolos patrios” comenta. Y él tampoco es patriota. “Es que no me nace” dice. “No concibo que alguien pueda querer un país. Como dice una película: ‘la patria es un invento, el que se siente patriota es un tarado mental’”. Benjamín dice la cita a medias, la frase completa es: ‘el que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país es un tarado mental. La patria es un invento. Qué tengo que ver yo con un tucumaño o con un salteño. Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués’. La película es Martín Hache.

Hijo de la educación pública

De vez en cuando, Benjamín se encuentra con sus compañeros que dejó en sexto básico del colegio particular subvencionado de Maipú. Él recuerda que los mismos profesores se encargaban de recordarle la diferencia que ahora existía con ellos. “Mira el salto que diste” le decían. Sus amigos de la casa también notaban el cambio. Le decían en broma: “Tú eri del Nacional, ahora carreteai en el barrio alto” a lo que él se preguntaba si acaso Bellavista o el Parque O’Higgins eran el barrio alto.

Durante sus años en el Nacional, Benjamín se dedicó a leer y ver películas que comentaba con sus amigos en los recreos, los amigos que son de su “misma volá”. Le gusta la literatura latinoamericana. Mario Vargas Llosa, Ernesto Sabato, Alejandra Pizarnik, Pablo Neruda. Eduardo Galeano. Dice que “Las venas abiertas de América Latina” le cambió la vida. Ese libro y el Manifiesto Comunista de Marx.

Cuando salió del colegio, Benjamín se dedicó a estudiar para la PSU y ver teleseries como “Dama y Obrero”. Ahora que no estaba todo el día entre el preuniversitario y el Instituto, podía. Dio la prueba y quedó ocho puntos arriba del corte de Derecho en la Universidad de Chile, carrera a la que va a postular. Una podría decir que Benjamín es un cabro de esfuerzo, pero él no cree ser alguien así. “No me compro el cuento de la meritocracia, eso lo inventó la derecha. Si estoy donde estoy, debo tener algún mérito, pero es gracias a las condiciones de contexto que tuve y que me ayudaron”, dice.

Entre esas condiciones, enumera tener una familia constituida que tuvo el poder adquisitivo de pagar un preuniversitario que costaba 600 mil pesos al año. “O que mis viejos me hayan podido pagar un profesor particular para entrar al Nacional. O haber tenido la plata pa poder pagar un colegio particular subvencionado que no fuera tan malo. Entonces son muchos los factores que influyen, no sólo que me haya levantado a las 5 de la mañana a estudiar”, dice de manera irónica.

Ahora Benjamín se mueve por la ciudad sin la insignia del colegio que no amó, pero tampoco odió. Él ya saltó el muro. De cierta forma, estaba ansioso por hacerlo. No habría aguantado un año más en el liceo, por eso tampoco quiso repetir el 2011. Él podría ir por la vida diciendo que es “hijo de la educación fiscal”. “Pero la gracia no es ser hijo de la educación pública, es ver qué haces por la educación pública” dice él.

Después de su discurso, Benjamín saltó a la luz pública, aunque él tampoco quiere ser famoso. Piensa que gente como Camila Vallejo o Giorgio Jackson deben haber sacrificado cosas, como el carrete y él no quiere hacer eso. Y si no hubiera sido por el discurso, Benjamín habría sido un institutano más egresando del que dice ser el primer foco de luz de la nación. Un cabro de clase media, que en su colegio de barrio era el mejor promedio, pero que venía de una familia sin plata para pagar un colegio particular. Alguien que rescata a Francisco Bilbao de los institutanos, que fue echado del colegio por rebeldía. Alguien sorprendido de llegar a donde llegaba, pero no tanto por el éxito. “Yo le decía a mis compañeros que nunca creí que iba a llegar a cuarto medio”. Una vez que Benjamín entró en séptimo, no pensó que iba a durar.

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