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Cultura

11 de Abril de 2013

Tras los pasos de Pablo Neruda en la Birmania colonial

La calle en la que vivió Pablo Neruda en Rangún, la antigua capital birmana, entre 1927 y 1928 aún conserva cierta atmósfera colonial, aunque es improbable que la residencia que entonces ocupó el poeta chileno continúe en pie. Los edificios de la época colonial británica y las hileras de triciclos parados en las esquinas de […]

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La calle en la que vivió Pablo Neruda en Rangún, la antigua capital birmana, entre 1927 y 1928 aún conserva cierta atmósfera colonial, aunque es improbable que la residencia que entonces ocupó el poeta chileno continúe en pie.

Los edificios de la época colonial británica y las hileras de triciclos parados en las esquinas de las calles de lo que ahora es el casco viejo, evocan el ajetreo de la ciudad durante aquellos años 20, cuando el que luego fue nobel de literatura aún era conocido por su nombre real, Ricardo Neftalí Reyes.

“Desde mis ventanas/ en Dalhousie Street, el olor/ indefinible, musgo de las pagodas,/ perfumes y excrementos, polen, pólvora/ de un mundo saturado por la humedad humana,/ subió hacia mí”, escribió Neruda años más tarde en su poema “El viajero (1927)”.

Las autoridades birmanas cambiaron el nombre de Dalhousie Street por el de Maha Bandoola a la larga avenida embellecida por la gran pagoda budista de Sule, el majestuoso ayuntamiento o la iglesia baptista de Emmanuel, edificios retratados en las fotografías en blanco y negro que se conservan de aquella época.

El aislamiento y el empobrecimiento que sufrió este país asiático durante las décadas de la dictadura disuelta hace dos años, permitió que muchos de los edificios y villas coloniales se hayan mantenido hasta el presente, aunque los lugareños creen que son pocos los que se remontan a los años en los que Neruda residió en Rangún.

“Sí, hay algunos edificios de aquella época”, afirma a Efe el cuidador de una mezquita del barrio, que, como la gran mayoría de los birmanos, nunca ha oído hablar del poeta chileno.

Aunque son actuales también en el pasado pudieron ser similares las escenas cotidianas de hombres ataviados con el típico longui o sarong – una falda larga hasta los tobillos- que al hablar muestran una dentadura enrojecida de tanto mascar nueces de betel mezcladas con tabaco, mientras se mueven entre los pequeños puestos de frutas y de periódicos de este bullicioso barrio.

Pablo Neruda había cumplido 23 años cuando en octubre de 1927 arribó a esta ciudad que por entonces estaba considerada la más cosmopolita del sudeste de Asia, para ocupar una plaza mal remunerada de cónsul honorario tras realizar una larga travesía marítima a través de Europa y Asia desde Chile.

“Desde la cubierta del barco que llegaba a Rangoon, vi asomar el gigantesco embudo de la gran pagoda Swei Dagon. Multitud de trajes extraños agolpaban su violento colorido en el muelle. Un río ancho y sucio desembocaba allí, en el golfo de Martabán. Este río tiene el nombre más bello entre todos los ríos: Irrawadhy”, dijo Neruda en su libro de memorias, “Confieso que he vivido”.

En su equipaje llevaba algunos poemarios que ya había publicado en Chile como “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” (1924), así como nueve poemas manuscritos que pasarían a formar parte de “Residencia en la tierra” (1935).

Birmania era entonces una provincia de la colonia británica de India y Rangún un importante puerto comercial y una de las ciudades más desarrolladas de Asia con servicios comparables a los de varias capitales europeas.

Sin embargo, Neruda no se adaptó bien al exiguo salario que percibía como cónsul honorario, al calor sofocante del trópico y a la soledad en una hermética sociedad inglesa con la que no congenió.

Llegó acompañado de su amigo de la infancia Álvaro Hinojosa, con quien experimentó las tentaciones y placeres de las mujeres exóticas, los fumaderos de opio y los rituales locales.

Al poco tiempo, sus conocidos ingleses le retiraron el saludo por utilizar los coches de caballos para las “efímeras citas galantes” y frecuentar los “restaurantes persas” donde el poeta tomaba el “mejor té del mundo”, según recordó el escritor más adelante.

“Es un hermoso país, pero huele a destierro. Pronto se fatiga uno de ver raras costumbres, de acostarse solo con mujeres de color; de ver a diario espectáculos de interior inaccesible”, relató sobre Birmania en una carta recogida en el libro “Neruda y su tiempo” de David Schidlowsky.

Hacia finales de 1928, Neruda se sentía hastiado del ambiente victoriano de Rangún y quería un traslado, que finalmente ese mismo año le concedieron, aunque a Colombo, la capital de la antigua colonia británica de Ceilán, y, posteriormente a Batavia, la actual Yakarta y capital de Indonesia.

El poeta, que recibió el Premio Nobel en 1971, siendo embajador en París, describió Oriente como una “grande y desventurada familia humana” que no influyó en su poesía, salvo en “la soledad de un forastero trasplantado a un mundo foráneo y extraño”, según cita Edmundo Olivares en “Pablo Neruda: Los caminos de Oriente”.

Aunque sin pasar por Oriente, como apunta Olivares, el poeta nunca hubiera escrito poemas como “Monzón de mayo”, “Entierro en el Este” o el “Tango del viudo”, dedicado a la “dulce” Josie Bliss, “especie de pantera birmana”, con la que tuvo una tórrida relación carcomida por los celos de ella.

“Oh maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,/ y habrás insultado el recuerdo de mi madre/ llamándola perra podrida y madre de perros,/ ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer/ mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre”.

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