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Opinión

18 de Octubre de 2013

Piñera: volver para completar la tarea

No tenía para qué decirlo, porque saltaba a la vista. Pero igual lo dijo. Ocurrió en el debate presidencial con Michelle Bachelet, en 2005: “Me he preparado toda mi vida para ser Presidente de Chile”. Es que, como muchos otros políticos, Piñera soñaba desde niño con ceñirse la franja tricolor. Y lo logró. No fue […]

Juan Carlos Eichholz
Juan Carlos Eichholz
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No tenía para qué decirlo, porque saltaba a la vista. Pero igual lo dijo. Ocurrió en el debate presidencial con Michelle Bachelet, en 2005: “Me he preparado toda mi vida para ser Presidente de Chile”. Es que, como muchos otros políticos, Piñera soñaba desde niño con ceñirse la franja tricolor. Y lo logró.

No fue fácil, claro está. Después de ser electo senador en 1989, al poco tiempo comenzaba su primera carrera presidencial, que terminó estrepitosamente en 1992 con el recordado Piñeragate. Seis años más tarde, y aunque el alcalde Joaquín Lavín se estaba transformando en un fenómeno político, Piñera lo intentaría de nuevo; ganó la carrera interna y fue nominado oficialmente candidato de Renovación Nacional, para luego ceder ante el abanderado de la UDI, que casi le arrebató el sillón presidencial a Ricardo Lagos. Todo estaba encaminado para que el mismo Lavín fuese el candidato de unidad de la Alianza en 2005, hasta que el Consejo General de Renovación Nacional, en lugar de nominarlo a él, como estaba previsto, sorprendió nominando a Piñera, quien se impondría sobre su par en primera vuelta y perdería contra Bachelet en segunda. Su cuarto intento sería, finalmente, el definitivo, y en 2009, esta vez como candidato único de la Alianza, Piñera llegaría a La Moneda venciendo a Eduardo Frei en el balotaje.

¿Qué puede ser aquello tan fuerte que mueve a alguien a intentar cuatro veces llegar a ser Presidente, con todo el sacrificio, el desgaste y los conflictos que ello implica? David McCLelland, profesor de Harvard, sostiene que los seres humanos tenemos tres necesidades sicológicas básicas, que se presentan en distinta proporción en cada uno: el poder, el logro y la afiliación. Quizás esto nos sirva para responder esa pregunta. ¿Adivina Ud. cuál de ellas es la que más determina al Presidente Piñera? Desde luego no es la afiliación, pero tampoco es el poder. Aunque mucho más presente que aquélla, el poder es menos relevante para él que el logro. Es éste lo que explica casi todo lo que Piñera ha hecho en su vida, tanto en el ámbito privado como en el público. Desde haber sido el primero de su clase en la universidad hasta haber alcanzado la primera magistratura, pasando por haber sido el primero en introducir las tarjetas de crédito en el país, el haber llegado a ser primero en el campeonato nacional de fútbol con Colo Colo, primero en sintonía con Chilevisión y la primera línea aérea latinoamericana con LAN, entre tantos otros logros.

Que todo lo anterior otorga poder, qué duda cabe. Pero es el logro, antes que el poder, la bencina que alimenta ese motor de locomotora que tiene Piñera. No por nada en su mente está grabada esa frase de Bernard Shaw, que luego usaría Robert Kennedy: “Algunos hombres ven las cosas como son y se preguntan por qué, y otros sueñan con las cosas que nunca fueron y se preguntan por qué no”. Por lo mismo, cuando el Presidente dice que no tiene pensado lo que hará en los años que siguen y que se siente feliz de tener la libertad de imaginar lo que quiera, hay que creerle. Lo único claro es que no se quedará tranquilo y que habrá más logros que perseguir. Y la gran pregunta: ¿será volver a La Moneda uno de ellos? La lógica diría que no. Mal que mal, ya lo logró, y existen muchísimas otras cumbres que escalar. Pero mi apuesta es que sí, porque, en su fuero más íntimo, Piñera aspiraba a más como Presidente, y se va con la tarea inacabada, lo que lo deja con un sabor agridulce que para él es difícil de digerir.

Es difícil encontrar a un mandatario que en cuatro años haya hecho más de lo que va a terminar haciendo Piñera. Su mandato ha estado marcado por la gestión y las realizaciones, lo que ha provocado, por su estilo un tanto avasallador, resistencias y protestas de todo tipo, en su propia coalición, en la oposición y en la calle. En eso, el Presidente no supo distinguir suficientemente bien entre hacer y avanzar, que no son sinónimos. Más que una locomotora, que tira el tren sola, lo que requería ser en esta oportunidad era un portaviones, que convoca a muchos otros a trabajar en conjunto. Piñera sabe que quedan realizaciones pendientes, pero sobre todo sabe que muchas de sus realizaciones no son sostenibles con el cambio de gobierno que se avecina, porque los valores que las soportan no se han instalado lo suficientemente en la ciudadanía.

En eso que es avanzar, Piñera estuvo bien en irle dando un nuevo rostro a la derecha. Desde el primer día de Gobierno se esforzó por desmarcarse de los empresarios y de la dictadura. Si su obra iba a ser sostenible, no podía ser asociada ni con los unos ni con la otra, y así abría el paso para que su sucesor fuera del mismo sector, una derecha amplia, democrática y comprometida con la justicia social. Aunque con críticas y dificultades, esto lo enfrentó bien. Pero una parte se le quedó en el tintero: la imagen de esa derecha tecnócrata, lejana a la gente, que se mueve sólo desde el análisis racional y carece de empatía emocional. Esa parte no fue enfrentada, porque eso implicaba enfrentarse a sí mismo. Sí que trató, pero no fue suficiente. Y es que, más allá de sus propias limitaciones personales en este aspecto –reconocidas por él mismo–, probablemente ronda en su cabeza y en su entorno ese supuesto de que construir desde la gente implica renunciar a las ideas del sector.

Aquí puede que radique el desafío de fondo para volver el 2017 y hacer un gobierno que sí lo deje del todo satisfecho. No se trata de renunciar a la gestión y a las realizaciones, que deberían ser apreciadas, pero sí de agregarle ese elemento de construcción más colectiva que las haga perdurables. Esa es, finalmente, la diferencia entre dejar obras y dejar un legado.

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