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Opinión

12 de Abril de 2018

Columna de Alberto Mayol: ¿Cocina en La Moneda? No, la renovación psíquica del Presidente

"... Y quizás su conducta procrastinadora solo sea el prólogo de un cambio psíquico más profundo. Hasta ahora ha sumado un defecto, es cierto, pero puede ser que se constituya en el primer paso para un Presidente que escuche, que transite a la humildad y que busque el amor. Un cambio que agradecerían sus amigos del pasado y a quienes traicionó, sus socios del pasado a quienes traicionó y los cuentacorrentistas del Banco de Talca".

Alberto Mayol
Alberto Mayol
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Parecía que nada podía cambiar al Presidente, que su estructura psíquica, compleja, a ratos infantil, algo traumatizada, célebre por su rapidez e inteligencia, adaptativa, enérgica y energética; parecía que nunca cambiaría. Pero hace un tiempo la UDI comenzó a decirnos que él había cambiado, que no era el mismo, que era más humano. Parecía imposible, parecía una excusa para volver a amar al hombre que los traicionó y que barrió el piso con ellos en 2013 y ante el cual juraron jamás volver a sus brazos. Parecía imposible imaginar un cambio en el Presidente, era como encontrar empatía en el Chino Ríos, como hallar valentía en Bachelet o abstracción en Ossandón, realmente algo imposible. Pero la historia y la vida y el cuerpo humano y la biología son más innovadores que todos los emprendedores juntos reunidos en Casa Piedra. Llega el nuevo gobierno y vemos que el Presidente renueva su repertorio psíquico y ya no se limita solo al Síndrome de Tourette, que algunos expertos dicen que padece; o a sus famosos lapsus que, como señaló en 2011 el psicólogo Esteban Radiszcz, se refieren a su imposibilidad de evitar mencionar lo que ocupa inesperadamente su psiquis y entonces, si al hacer un discurso, le llama la atención otra cosa, puede reemplazar ‘maremoto’ por ‘marepoto’; vemos entonces que nos encontramos ante un Sebastián Piñera nuevo, que incorpora a su Síndrome de Hiperactividad algo que jamás había estado en su conducta: la procrastinación.

La procrastinación es un fenómeno en aumento en el mundo, pero no ha supuesto este aumento una mayor comprensión de la ciencia, que todavía navega sin brújula por este extraño mal. Ella consiste en un retraso innecesario e irracional del inicio o conclusión de las tareas que generan conflicto en el sujeto. Con frecuencia se ha etiquetado como una discrepancia entre “intención” y “acción”. Estudiar a último minuto, no lavar los platos ni bien terminado de comer, ir al gimnasio, dejar de escribir la tesis para revisar el celular o el Facebook, pagar el permiso de circulación a fin de mes, pagar los impuestos al final, evitar abrir un correo complejo, evitar ir al médico por temor, en fin. Todos lo hemos vivido, pero hay gente que llega a padecer un síndrome. Y hay personas, por el contrario, que definitivamente no tienen esa tendencia. Por ejemplo, el antiguo Sebastián Piñera no tenía procrastinación, sino lo opuesto: cuando decide hablar con los estudiantes en 2011, pues bien, no le dice a su ministro de Educación y cita a los estudiantes él mismo. No duda ante los 33 mineros enterrados en vida y comienza la operación de rescate sin pensar en lo expuesto que podía quedar. No duda en ir a hablar a Argentina por los problemas de LAN y toca la puerta del ministro para resolver un asunto personal. No duda en abrir las tarjetas de crédito en Chile cuando nadie se atrevía. En fin, podríamos llenar este texto de ejemplos. Pero lo cierto es que el Presidente nunca ha sido un procrastinador. Y, de pronto, un buen día, mientras corría apresuradamente con un proyecto de ley sobre la subvención a las entidades que reciben niños judicializados; decide que ir rápido se puede hacer lentamente. E inventa un escenario ‘prelegislativo’, pero lleno de legisladores. ¿Para qué hacer hoy en el Congreso lo que podemos hacer primero en La Moneda y luego en el Congreso? La idea era hacer algo hermoso por los niños, pero decide hacerlo más lento y más extraño, en un evento sin precedentes en su psique. Y vemos al nuevo Piñera, que combate íntimamente entre dos principios: luchando por ser el más rápido y al buscando formas de alargar el camino.

¿Por qué alguien pasa de ser lo contrario a un procrastinador a ser uno de ellos? Es una duda que nos (con)mueve. Nuestra reflexión es informada, pero no experta. Pero no por ello abandonaremos este tema país, al que desgraciadamente las sociedades médicas no han hecho mención. Bosquejemos algunas respuestas posibles. Se han encontrado tres motivos subyacentes a la procrastinación: miedo al fracaso, aversión a la tarea y temor a la asunción de riesgos. Evidentemente el Presidente no tiene, para nada, estos problemas. Es cosa de ver cómo intentó encestar un aro en la semana, sin temor al fracaso (que llegó vergonzosamente). Por tanto, la explicación debe estar en otra parte. Se dice que los flujos de dopamina son relevantes al respecto. Este neurotransmisor es uno de los que aporta al proceso de comunicación neuronal y su reducción está asociado al sistema de recompensa y la sensación de placer. Y ojo, también está conectado con nuestros movimientos y parece ser un factor en patologías que generan movimientos involuntarios (esto lo ha señalado la Sociedad de Neurociencia). Es decir, podemos hipotetizar que el aumento de los movimientos involuntarios esté asociado a una reducción de dopamina y ello podría implicar el ingreso de la procrastinación. Un remedio natural para esto es recibir abrazos, que estimulan la dopamina. Un mundo sin abrazos puede generar tics. Tal vez en la Comisión de Infancia podrían todos abrazar al Presidente. Esto no es broma. William Knaus, en «Superar el hábito de posponer», agrega un elemento a los factores psicológicos que hemos visto con anterioridad: la necesidad no satisfecha de sentirse querido sería un factor importante en producir procrastinación, es decir, cuando se busca realizar tareas sobre la base de la recompensa en aceptación de los demás arrecia la conducta de posponer. La creencia, dice Knaus, que fundamenta esta conducta es: «todos deberían amarme para poder amarme a mí mismo». Por ese motivo, señala Knaus, estas personas aceptan todo tipo de demandas de los demás con el fin de agradar. Bueno, esto último no se parece al Presidente. Pero él ha cambiado. Y quizás su conducta procrastinadora solo sea el prólogo de un cambio psíquico más profundo. Hasta ahora ha sumado un defecto, es cierto, pero puede ser que se constituya en el primer paso para un Presidente que escuche, que transite a la humildad y que busque el amor. Un cambio que agradecerían sus amigos del pasado y a quienes traicionó, sus socios del pasado a quienes traicionó y los cuentacorrentistas del Banco de Talca. ¿Se perderá algo con el nuevo Presidente? Por supuesto, este mismo medio tendrá menos material, no habrá ‘tusunamis’, nombres de nietas cambiados, referencias a personajes de ficción como reales, referencias a muertos que están vivos, referencias a países que ya no existen, referencia a los 500 años de independencia de Chile, referencias a la ‘galactea’ (uniendo ‘galaxia’ con ‘vía láctea’), en fin, no habrá tanta cosa interesante de recordar. Es cierto, ese extraño ser del pasado quizás se acabó. El Presidente de hoy nos traerá más amor, pero no le pidamos mucho, que en las próximas semanas inaugurará un Precongreso, los Preministerios y decidirá que revisemos todos los textos constitucionales del mundo para pensar nuestra Constitución. Y quizás instale un Pre-Presidente, que seguro será familiar o un nieto que no esté en los directorios, para que revise las cosas antes que él.

No sé a cuál Presidente prefiero, pero reconozco en su renovación psíquica la virtud de presenciar un ser complejo, alguien que está más allá del arribismo de sentarse en la silla del Presidente de Estados Unidos, alguien que busca amor. Es interesante. Quizás terminemos su gobierno con una nueva personalidad para el Presidente. No en vano su primer nombre no es Sebastián, sino Miguel. Por eso acusarlo de hacer una ‘cocina’ es injusto. El Presidente necesita un abrazo.

… Y quizás su conducta procrastinadora solo sea el prólogo de un cambio psíquico más profundo. Hasta ahora ha sumado un defecto, es cierto, pero puede ser que se constituya en el primer paso para un Presidente que escuche, que transite a la humildad y que busque el amor. Un cambio que agradecerían sus amigos del pasado y a quienes traicionó, sus socios del pasado a quienes traicionó y los cuentacorrentistas del Banco de Talca.

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