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Cultura

26 de Diciembre de 2018

Platas en cultura: ¿Cuánto vale el Show?

En el presupuesto para 2019, Sebastián Piñera intentó recortar del presupuesto los aportes a emblemáticas instituciones culturales, como Teatro a Mil y Matucana 100. El grito se escuchó en palacio y los aportes tradicionales se mantuvieron. ¿Es esta la mejor manera de financiar la cultura? ¿Quién queda debajo de la mesa?

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El presupuesto que cada gobierno anuncia a la nación y que define los montos destinados a cada uno de los ministerios es, sin duda, la notificación de la valoración que hace de ciertas actividades o áreas como las ciencias y la tecnología, la educación, la salud, o la cultura. Esta última estuvo en el debate público, recientemente, por el recorte a algunas de sus instituciones llamadas “emblemáticas”.

Cualquier anuncio que hable de un recorte del presupuesto es visto, en consecuencia, como una desvaloración por parte del Estado. Esta es una manera de verlo. En el caso de financiamiento de la cultura, quedó bastante claro que existe un vacío en este tema y también una cierta desprolijidad y poca valoración por parte de quienes administran el erario fiscal. Sin embargo, gracias a la acción coordinada de un sector y un intenso lobby, estos recortes se lograron revertir. Hay que reconocer entonces que el autodenominado “mundo de la cultura” no solo tiene influencia política, sino que, además, mucho poder.

El dominio de ciertos grupos que se ha venido acrecentando por años en el sector cultural, con fuertes intereses corporativos, no es una novedad. El monopolio de recursos y de beneficios que han tenidos algunos sectores es algo que las autoridades debieran revisar. Si se analizan la centralización de los recursos y las asignaciones que entrega el ministerio de las Culturas podremos advertir rápidamente que se trata de un sector que ha sabido sacarle provecho a la palabra cultura hace mucho rato y, que ha tenido privilegios, hace mucho tiempo.

Y, como bien dice el dicho: el que no llora no mama, se armó la batahola. Porque un país sin cultura es un país sin alma, y los guardianes del alma de Chile, que tanto saben de cultura como de muñeca política, no se quedaron sentados y sacaron la voz a los cuatro vientos.

“Cuando el Estado se pone a financiar cuestiones culturales, el artista se pone llorón, es decir, comienza el lloriqueo, el codazo, el pituto. Yo creo que el Estado debiera proveer más que plata, espacios, salas, talleres para que la gente aprenda, conozca, acceda a la cultura, trabaje creativamente, exponga sus obras, su arte. Es decir, que la inversión del Estado debiera estar en proveer medios de producción para el arte”, dice Mauricio Redolés.

El poeta y músico Mauricio Redolés comparte esta visión de modo categórico y afirma que el actual sistema no beneficia a los sectores populares como tampoco facilita la emergencia de artistas en el seno del pueblo: “Creo que el financiamiento de la cultura, le hace mal a la cultura. Y que la cultura esté en el mercado, le hace mal a la cultura. La cultura no puede estar en el mercado. La razón es sencilla, porque la mala situación económica de la gente más necesitada de arte, que son los sectores marginales, que no tienen la capacidad económica para participar de los bienes de este mercado. Y, por otra parte, cuando el Estado se pone a financiar cuestiones culturales, el artista se pone llorón, es decir, comienza el lloriqueo, el codazo, el pituto. Yo creo que el Estado debiera proveer más que plata, espacios, salas, talleres para que la gente aprenda, conozca, acceda a la cultura, trabaje creativamente, exponga sus obras, su arte. Es decir, que la inversión del Estado debiera estar en proveer medios de producción para el arte”.

Sabemos que el revuelo causado por el tema del presupuesto a cultura, que en un momento se anunció que se recortaría, para luego señalarse desde el ámbito oficial que se distribuirían de otra forma, afectó a instituciones privadas que dependen de los dineros que provienen del Estado. Estas instituciones a las que se les ha llamado instituciones “colaboradoras” del Estado son las siguientes: Fundación Teatro a Mil, Fundación Museo Violeta Parra, Matucana 100, Corporación Balmaceda Arte Joven, el Museo Precolombino y el Teatro Regional del Biobío.

El artista Norton Maza, opina al respecto: “Estas instituciones que reciben los aportes, siempre son las mismas. No obstante, hay que decir que han hecho un aporte y entregan herramientas, especialmente a los jóvenes, para que tengan un vínculo con el arte en general. A pesar de eso, siento que hay muchas instituciones y espacios que no tienen los recursos necesarios y requieren de más apoyo institucional. Hay que ampliar el abanico y poner más recursos en donde se necesita promover el arte y la cultura. Creo que es importante que los recursos lleguen con más fuerza a regiones y que no se centralicen tanto los aportes. Un territorio se desarrolla culturalmente con más democracia e igualdad, especialmente los sectores desfavorecidos, que no tienen la posibilidad, hasta el día de hoy. de concretar un vínculo real con los artistas, por una parte; y, por otra, con su propio trabajo creativo”

En una línea parecida a la de Norton Maza, opina la consagrada documentalista Marcela Said: “Creo que instituciones como el Gam o Matucana, debieran tener recursos fijos asignados por el Estado que aseguren su funcionamiento, porque son instituciones ‘probadas’, que funcionan bien. Cómo no apoyar Teatro a mil, por ejemplo. Sin embargo, hay que asignar más fondos a otras colectividades más pequeñas, por supuesto. Se trata de encontrar más recursos, se trata de crear una Institución del Cine, por ejemplo, como en Francia (CNC) o Argentina (INCAA) que se autofinancia gracias al impuesto que pagan los propios distribuidores de películas y que en Chile por el lobby y poder que tienen, no ha sido posible.”

El director del reconocido Centro Cultural Perrera Arte, Antonio Becerro es enfático al señalar que “(…) haría diferencias entre los espacios comerciales financiados por el Estado, que responden a las dinámicas generadas por el modelo económico neoliberal; y, los espacios culturales independientes que, por lo general, sus contenidos no están en función de la oferta y la demanda, tan propias de la industria de la entretención. Sus contenidos buscan identidad, reflexión, correr el cerco, dando cabida a las vanguardias y sus nuevas expresiones artísticas, que se salen de los caminos marcados por el arte clásico oficial y que, a veces, son más provocativas. El Estado debe financiar, con asignaciones directas, esos espacios independientes que, generalmente, operan a base de pura autogestión, no pocas veces en condiciones muy precarias, que tengan reconocida trayectoria y que sean un aporte al abanico de la diversidad cultural y que benefician a la comunidad”.

Becerro opina que el ministerio debe cambiar su estructura de funcionamiento y contrataciones de sus trabajadores. “No debe permitir las contrataciones de los ‘hijos de’ y no permitir que se construyan nidos de elites en dicha repartición ministerial. El ministerio debe ser el garante y custodio del patrimonio material e intangible de Chile a modo de generar identidad y debe tener asesores idóneos. En cuanto a los fondos concursables, no deberían postular empresas, corporaciones o artistas que, por su trayectoria y poder de lobby, pueden conseguir recursos de privados. Que se atienda y acompañe eficientemente al artista o agrupación cultural en el proceso de ejecución y rendición como corresponde. Finalmente, como una potente dosis de vitaminas para levantar al enfermo (Chile como proyecto cultural colectivo) y sacarlo de esta crisis, el ministerio debe recuperar el canal cultural como señal de todos los chilenos y que se inserte en una política cultural radicalmente democrática, que apunte a reducir las desigualdades en el campo cultural, favoreciendo, especialmente a los sectores sociales más postergados y pobres.

Una señal que, dependiendo del ministerio, tenga margen de autonomía democrática a objeto de que puedan ser acordados entre artistas, realizadores y los representantes del ministerio. Una señal clara de que el Estado no deja entregada la cultura al mercado”.

El destacado cantante y diputado frenteamplista, Florcita Motuda, se inquieta por el impacto negativo que el libre mercado está provocando entre los artistas: “Los sostenedores del modelo económico quieren tener a los artistas compitiendo por los recursos, individualistas, haciéndose zancadillas por fondos concursables, vulnerables, porque si el mundo de la cultura se organiza solidariamente, la sociedad entera va a avanzar hacia la humanización”.
Según el diputado, el problema central de la relación entre Estado y cultura es que “estamos hablando de unas pocas instituciones que reciben cifras astronómicas, mientras la gran mayoría de los artistas tiene que competir a través del ‘de-sa-gra-da-ble’ sistema de fondos concursables o, simplemente, realizar autogestión ‘sa-cri-fi-can-do peso a peso’ los recursos para vivir. Esto, claramente, no es justo. Los frenteamplistas somos partidarios de un sistema de asignaciones directas que privilegie la organización cultural de base. Esto va mucho más allá de la entrega de recursos, se requiere organización comunitaria, barrial, temática”.

“Creo que instituciones como el Gam o Matucana, debieran tener recursos fijos asignados por el Estado que aseguren su funcionamiento, porque son instituciones ‘probadas’, que funcionan bien. Cómo no apoyar Teatro a mil, por ejemplo. Sin embargo, hay que asignar más fondos a otras colectividades más pequeñas, por supuesto”, opina Marcela Said.

Lo que parece evidente es que existe un problema de concentración de recursos, pero también de privilegios. Este problema se viene arrastrando por años, con ciertos sectores de la cultura que se han constituido en un poder en sí mismo. ¿Será éste el momento en que la discusión por el presupuesto y el financiamiento se abra a un debate más amplio? Todo indica que es el momento no sólo para discutir a quién van destinados esos montos y recursos, sino que también, es la oportunidad de discutir en serio el tema de las políticas culturales en el país. Es importante que se transparenten no solo los recursos, sino también la gestión y el verdadero impacto para la sociedad del quehacer de aquellos espacios culturales colaboradores del Estado, que han tenido la responsabilidad de administrar recursos millonarios para la creación y el patrimonio.

El revuelo que generó el eventual recorte del presupuesto destinado a Cultura ha actualizado el debate sobre el rol del Estado en dicho ámbito y sobre qué debería o no ser financiado por el Estado. La mayor preocupación y críticas provienen desde aquellos agentes culturales y artistas que advierten sobre el daño que le estaría causando las leyes del mercado a la gestión cultural, pues consideran que eso profundiza la desigualdad. Determinar que toda actividad artística y cultural depende de la demanda, equivale a pensar que las decisiones presupuestarias en el ámbito cultura deben responder a la pregunta: “¿Cuánto vale el show?”

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