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Por Tal Pinto
“Todos conoceís la fiera pesadumbre que nos sobrecoge cada vez que rememoramos tiempos de felicidad. De qué modo se han ido para siempre y cómo estamos separados de ellos más inexorablemente que por todas las distancias”. Con esa nostalgia –o añoranza, o anhelo- comienza esta novela, nostalgia que devendrá en alerta, y alerta que terminará siendo verdadero peligro. Obra de denuncia, “Sobre los acantilados de mármol” es la historia de dos hermanos que se enfrentan cara a cara con la peor interpretación de la voluntad de dominio: gente que asesina para probar su poder. Es la novela más crítica de un buen escritor que decidió no tomar parte activamente, a favor o en contra, en el nacionalsocialismo alemán. Reeditada en castellano, se debería leer como una confirmación del talento de su autor y de las penosas condiciones a las que son sometidas todas las artes en los totalitarismos; mucho mejor lo dice Martín Cerda: “debió construirse una escritura con una lengua que, en los años pardos de Hitler, se había convertido en instrumento de la voluntad de poder de una facción carnicera”. O como el mismo Jünger anotara en su Diario: “Aun cuando todos los edificios fuesen destruidos, permanecería el lenguaje”.