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15 de Febrero de 2009

Lobos y ovejas

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A más de 30 años de su primera publicación, reaparece “Lobos y ovejas”, el galardonado libro del poeta Manuel Silva Acevedo (1942), perteneciente a la llamada “Generación del 60”. Adelantamos el prólogo que incluye esta versión de Ediciones UDP.

Por Andrés Anwandter* • Ilustración: MarceLo Calquín

En el alma de un hombre conviven un lobo y una oveja. La mayoría de los hombres se cuidan de que el lobo no devore a la oveja, pero no permiten que el lobo explore los bosques de su conducta. Existe sin embargo una pequeña casta, arriesgada y demente, que suelta al lobo en las frondosas noches de sus desvelos.
G.I. Gurdjieff

Lobos y ovejas de Manuel Silva Acevedo fue publicado oficialmente en 1976, plena dictadura, y se puede leer al vuelo como una elaborada alegoría de la situación nacional en esa época. La mayor parte de sus lectores y críticos ha rescatado por cierto otros aspectos del libro, que trascienden las asociaciones directas con su contexto de publicación. El mismo autor aclararía en una entrevista: “Según mi parecer, el tiempo ha ido destilando el poema más allá de todo referente histórico/temporal, situándolo en una perspectiva más próxima al misterio que encierra el alma del hombre”.

Es verdad que este libro gira en torno a algo que de manera general podríamos llamar un “misterio”, pero no hay que mirar en menos su evidente dimensión política –la que no es necesariamente contingente– como primera aproximación.

Lobos y ovejas pone en juego personajes animales propios de la tradición fabulística, especialmente adecuados para simbolizar las vicisitudes del poder entre los seres humanos. Lobos y ovejas, en efecto, participan de una relación natural, caracterizada por la sumisión y la violencia. Las ovejas –con toda su carga cristiana a cuestas– se mantienen apacentadas en la seguridad del rebaño, cediendo la autoridad sobre ellas a los pastores; los lobos constituyen la amanaza a dicho orden, o también, eventualmente, la encarnación de una autoridad cruel y voraz que esclaviza fatalmente a los seres más débiles a través del miedo.

No es éste el primer ni el último libro de Manuel Silva Acevedo donde aparecen animales,aunque sí quizás aquel en el cual desarrolla más concienzudamente su potencia simbólica, en toda su ambigüedad. Suelen utilizarse las figuras de la oveja y el lobo para simbolizar el bien y el mal, respectivamente. Sin embargo, es difícil asignar aquí un valor positivo o negativo absoluto a los términos de la relación, ya que ésta representa, a fin de cuentas, un equilibrio natural: las ovejas se alimentan de pasto y los lobos acometen ovejas; las ovejas están regidas por el sol y los lobos encarnan la noche; las ovejas obedecen y los lobos actúan por instinto; las ovejas están cautivas en la colectividad y los lobos persiguen la individualidad; las ovejas son débiles y los lobos son fuertes.

Una lectura política posible de la relación lobos-ovejas tenderá a “personificar” en sus términos grupos sociales opuestos, identificándose con uno de ellos. Lobos y ovejas pueden representar posiciones sociales. Esta es la vía que exploran, en cierta medida,los poemarios Canto de una oveja del rebaño (1981), de Rosabetty Muñoz y, más lejanamente, Defensa de los lobos contra los corderos (1957), del alemán Hans Magnus Enzensberger, dos libros que resuenan con éste en su tono político. Desde esta lectura, el drama de Lobos y ovejas tiene de fondo, sin duda, la relación entre un gobierno tiránico y una población reprimida, caracterizando perfectamente a Chile al momento de ser publicado:

Se te extraña
se te busca
se te indaga
se te persigue en vano
tu oculto nombre en vano
No levantar falso testimonio
contra el lobo
contra el prójimo lobo
que aúlla por su prójima.

Entonces yo, la oveja libre de sospecha
me vi sola ante los hombres
y sus negras bocas de escopeta.

Siguiendo esta interpretación, el lector rápidamente se encontrará con una anomalía. La brutalidad de los lobos tiene su reverso en el que estos figuran también el amor. Un amor utópico y salvaje, por supuesto, que cuestiona el orden represivo y conformista del rebaño, rompiendo la paz entre el pastor y la oveja. Esta inversión de valores, el reemplazo del amo por el amor, abre la dimensión erótica del libro, acaso uno de sus aspectos menos enfatizados por la crítica:

¡No es menester un amo!
Amor es menester, amor lobuno
El lobo más feroz ama a su loba
y escarba y huele y hurga
y le clava los ojos y la escucha
y la loba celeste de las constelaciones
mueve la cola y ríe y lo saluda.

Sin embargo, como ya se aprecia en las citas anteriores, Lobos y ovejas no plantea una oposición simple entre dos términos –un rebaño y una manada– como sugiere su título. El libro se centra más bien en la frontera que separa ambos grupos y, sobre todo, en los individuos que la franquean: una oveja negra, o su complementario, un lobo con piel de oveja. De hecho, cada poema puede leerse como si fuera un capítulo del relato de ese cruce peligroso. En esta línea afirma Grínor Rojo que se trata de “un poema largo genuino, cuyos veintidós fragmentos se implican recíprocamente aun cuando también posean un grado de autonomía considerable”. Un poema largo que desarrolla entonces las distintas estaciones de una trasgresión, una relación no-natural, contra natura incluso, cuya motivación es carnal, y por ello aun más acuciante:

Hay un lobo en mi entraña
que pugna por nacer

(…)

Sumido en una especie de licantropía, un individuo liminar se ve implicado en la “escena original” que el libro rodea e intenta abordar desde distintas perspectivas. Parto, bautismo, violación, decoración, sacramento: la escena resulta por definiciónimposible de describir “defrente”, completamente, ya que se es siempre testigo a la vez que protagonista de ella, lo que explica la estructura fragmentaria, o más bien “facetada”, del poema. Esta escena muestra además un proceso de cambio, una metamorfosis, lo que introduce a lo largo de los textos individuales una constante vacilación sobre la identidad del hablante: no se sabe nunca con certeza si es ya un lobo o todavía una oveja:

(…)
conocí entonces la noche
la verdadera noche
Y allí en la tiniebla
de su entraña de loba
me sentí lobo malo de repente.

Desde una perspectiva retórica, Lobos y ovejas nos ofrece una especie de oxímoron –el “lobo-oveja”– que puede figurar, alternativamente, la fusión, la contradicción y/o el devenir entre sus dos términos opuestos.

Esta figura paradójica que sobrenada el libro es la que conduce su lectura hacia una zona de misterio, resonando, por ejemplo, con la utilización que hace de ella el místico armenio Gurdjieff para describir el alma humana. Su carácter paradójico es justamente lo que le otorga profundidad, es decir, una capacidad de ser generalizada e iluminar distintas facetas de la experiencia, desde el ámbito político hasta el de lo esotérico. En este sentido, el libro entero parece revelar, de manera parsimoniosa, un jeroglífico inagotable, que suscita las distintas lecturas. Lobos y ovejas conforman –como señala E. H. Gombrich a propósito de los emblemas renacentistas– “una metáfora que flota en libertad, una fórmula que nos permite meditar sobre ella. Una imagen como esa revela de alguna manera un aspecto de la estructura del mundo que parecería esquivar la progresión ordenada del pensamiento dialéctico”.

Todo esto no podría sostenerse sin estar fundado en un lenguaje alucinante, que despliega una poderosa imaginería, de carácter derechamente visionario a ratos, pero a la vez con una dicción rotunda y definitiva.

Escrito, según su autor, “de un solo aliento y prácticamente sin añadiduras y correcciones posteriores (…), dolido por la ruptura matrimonial”, Lobos y ovejas es un libro intempestivo, con su poder alusivo intacto, que con esta nueva publicación continúa invitando al reconocimiento de los enigmas de la dualidad en el seno de cada ser humano.

*Poeta, autor de “Especies intencionales”.

Lobos y Ovejas
Manuel Silva Acevedo
Ediciones Universidad Diego Portales, 2009.

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