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Humor

22 de Abril de 2010

Orientología, la nueva religión: Segunda Espístola

Por

Perdónalos porque no saben leer
Por Ramiro Espinoza Fortines, “El Orientador”
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1. La señora Ceferina Fortines es mi madre. Una verdadera beata de nobles rasgos gótico-araucanos. Ceferina, enterada de mi nueva vocación de Mesías, leyó mi primera epístola a los cliniquenses. Al finalizar la lectura se me acercó y lloró amargamente. Por su mente, supongo, cruzó una profecía que le susurraba que algún día sería lapidado por los estudiantes del Liceo República de Zaire, donde ejerzo como orientador escolar.

Tras esto me espetó, tratándome de usted: “Pero hijo, si quiere fundar una nueva religión no debería escribir todo lo que se le ocurra. Quién lo va a tomar en serio”. A lo que respondí, como un monarca español encabritado, “por qué no te callas”.

Luego yacimos juntos durante un fin de semana, llenos de epifanía y adviento.

La virtuosa señora Fortines, progenitora de este humilde profeta, no sabe todos los misterios transubstanciales. Aun así le reservo una estancia con 20 mil señoritas vírgenes y el divino Mobutu Sese Seko en mi reino celestial. Su cuerpo, espejo de tersa perfección espiritual, permanecerá incorrupto aunque tenga que embalsamarlo con betún de Judea o crema Williams con lanolina.


La madre del profeta Ramiro Espinoza.

Y pese a todo, doña Ceferina tiene algo de razón. No debiera escribir todo lo que pienso. El espíritu está dispuesto, pero la carne tiene granos y la mente ha sido estragada por el consumo de estupefacientes.

Hay que mantener cierta distancia al entregar El Mensaje. En eso coincide la progenitora del profeta con las sabias palabras del esclarecido Joseph Goebbels, quien agrega: El secreto de toda buena propaganda es que no se sepa cómo se hace.

2. Pero lo que Ceferina y Goebbels ignoran, yo lo sé. De acuerdo a los recientes estudios, el 80% de los chilenos tienen tan mala comprensión de lectura que no es capaz de descifrar las instrucciones para preparar una mamadera, impresas en una caja de leche. Por lo mismo creo que puedo escribir lo que desee sin miedo a ser mal interpretado. Pues lo más probable es que no pueda ser interpretado en lo absoluto.

En ese sentido he superado a Goebbels, el magnífico. No solo se ignora cómo se realiza mi prédica. Gracias a las particularidades de los nativos, también se desconoce por completo cualquier cosa sobre ella.

Es probable que alguien, emulando al infiel rey de Babilonia, diga El Orientador exagera… no habla con verdad. Pero yo lo he visto con mis propios ojos. Los alumnos de 4º medio del Liceo República de Zaire no son capaces de leer las letras grandes del cartel colgado en la consulta de un oculista.

Quizá cuando adulto alguno logre deletrear la palabra impresa, como un papagayo amaestrado. En ese caso se transformará en Testigo de Jehová y promocionará -entre sus vecinos- la lectura del único libro que tiene en casa: la Biblia.

Me gustaría pagarles con la misma moneda, y aparecerme en sus puertas a las 7 de la mañana, preguntádoles si han leído las obras completas de Lope de Vega o Las Mil y Una Noches. Pero una profunda piedad sumada a la apostólica costumbre de iniciar mis actividades a mediodía me lo impiden.

Por eso digo: “No llores por mí Ceferina. Mi alma está contigo. El fruto de tu carne no corre peligro por gritarle la verdad a semejantes recipientes de estolidez… Juntémonos el próximo fin de semana”.

A los demás proclamo, aunque no lo puedan leer, tengan temor del Señor. Con esto yo ya he cumplido. Allá ustedes, que no saben qué diablos significan estos jeroglíficos que podrían haber salvado sus vidas. ¡Feos!

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