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Opinión

1 de Agosto de 2010

El origen moderno de la desconfianza

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POR JOSÉ ANDRÉS MURILLO
Cuando Galileo miró por el telescopio, no sólo se encontró con que las teorías de Copérnico eran ciertas y demostró que la Tierra se movía alrededor del sol sino que también demostró que no se puede confiar en nuestros sentidos. En ese momento nació una nueva manera de desconfiar. De hecho, muy poco tiempo después del descubrimiento de Galileo (siempre en la primera mitad del siglo XVII), Descartes propuso que sólo dudando y desconfiando de lo que nos muestran los sentidos se puede conocer la verdad. Si uno es serio, lo primero que tiene que poner en duda es la propia experiencia del mundo. Los torpes e inexactos sentidos, nuestra burda experiencia no pueden ser fuente de verdad sino de mentira e ilusión: la verdad, en adelante, habrá que buscarla en otro lugar. Al principio se encontró la verdad en el discurso científico, pero luego el discurso científico se transformó en discurso religioso, económico, social, político. Era más seguro dudar de la propia experiencia y aceptar una doctrina científica o religiosa que viniera de fuera de uno mismo, si se quería conocer honesta y metódicamente la realidad (y huir de encierros y castigos). Al principio, la humanidad quedó a merced de los científicos, y luego también de ideologías y vendedores de ilusiones que le decían que el mundo era distinto del que se veía. Manos invisibles, materialismos históricos, voces infalibles, razas superiores, etc., eran todas maneras de arrancarle al hombre corriente su propia capacidad y dignidad de discernir el mundo que veía y que tocaba, el mundo que él mismo sentía. Y si no es verdadero el mundo que por mi experiencia es sentido, entonces también pierde todo sentido. Entonces, la desconfianza del hombre en sí mismo, la pérdida del sentido del mundo y las ideologías extremas del siglo XIX y XX junto a la potencia tecnológica que adquirió la humanidad durante la revolución industrial y tecnológica, dio lugar al siglo más sangriento de la historia, con dos guerras mundiales, campos de concentración y exterminio, masacres revolucionarias, dictaduras e innumerables formas de violencia. Si desconfiamos de lo que el sentido común nos muestra como injusto, antinatural o incluso absurdo, entonces cualquiera nos puede hacer creer, como por un encantamiento, que lo injusto, antinatural y absurdo es justo, natural y totalmente razonable. Un chamán político puede ‘naturalizar’ la injusticia; un chamán económico puede ‘naturalizar’ la pobreza; un chamán ‘religioso’, puede naturalizar el abuso.

Cuando el hombre deja de confiar en sí mismo se vuelve vulnerable a todo tipo de engaños, abusos y violencias. En este estado el hombre puede aceptar cualquier ideología o fe. En cambio, cuando aprende a discernir la realidad, a buscar por sí mismo el sentido del mundo y de la existencia compartida, entonces es capaz de protegerse no sólo de los abusos más cotidianos, sino que también es capaz de darse cuenta de la realidad, pensar y proponer un mundo de tolerancia, respeto, justicia. Repensar la confianza y la desconfianza es un desafío filosófico. La filosofía, reputada como la hermana más inútil de las disciplinas, es la única que nos puede liberar de los encantos de chamanes, discursos mesiánicos e ideologías, y devolvernos la humilde y necesaria capacidad de experimentar el mundo de manera crítica y confiar en el discernimiento propio.

Fundación para la Confianza

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