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Opinión

18 de Septiembre de 2010

Doscientos años: Un mismo pueblo, una misma historia

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POR LEFKÜRUF
Luego de la Ocupación de La Araucanía en 1883, la elite chilena pensó que la “guerra a muerte” declarada por Benjamín Vicuña Mackenna durante la mitad del siglo XIX a los “bárbaros indígenas” había llegado a su fin. Se esperaba que para principios del siglo XX los Mapuche solo fueran un testimonio de una “heroica raza” que resistió a la colonización española. Así irrumpieron dos obras durante dicho tiempo, Testimonio de un cacique Mapuche englobado en la vida del Lonco aliado al ejército chileno Pascual Coña y Las Últimas familias Araucanas, que buscaba dejar testimonio gráfico de los restos de los grandes Lov que existieron hasta antes de la invasión del ejército.

Mientras en México el centenario de la independencia era celebrado en medio de gritos de reforma agraria, modernización capitalista y mucha pólvora; en Chile algunos planteaban que no había mucho que festejar, de igual forma el pueblo Mapuche destrozado por la invasión y en un proceso lento de recomposición buscaba la mejor forma de sobrevivir al exterminio abiertamente declarado, sintetizado en la reducción.

No obstante a todo los malos augurios, durante el centenario de Chile en 1910, nació la primera organización Mapuche, La Sociedad Caupolicán Defensora de la Araucanía, “con el noble objeto de defender de los ultrajes y despojos que en la actualidad son víctimas los descendientes de Caupolicán y Lautaro”. En la práctica, aunque disímiles los objetivos a buscar, fue la demostración palpable que el pueblo Mapuche tenía para rato aún. Si parte del siglo XX fuimos conocidos como los borrachos y flojos, para la década del sesenta ya éramos la “cuestión Mapuche” y para la década del noventa nos transformamos en el “Conflicto Mapuche”, en otras palabras, un permanente ¡dolor de cabeza! Por comenzar a generar un nuevo tipo de política. El fundamento brota desde nuestra misma historia: fueron nuestros antepasados quienes resistieron para que pudiéramos vivir como Gente de la Tierra. Y a eso se le ha llamado hoy ¡terrorismo!

Para el carreteado bicentenario que se espera, un mapuche en silla de ruedas desmayándose por la prolongada huelga de hambre de más de cincuenta días será seguramente el color rojo que pintará la bandera chilena. Existen varias opciones aparte de tenerlos como moneda de cien pesos y postal. Una sería cerrar las puerta a lo Margaret Thatcher y esperar que se mueran, pero se vería feo que un país tan democrático realizara eso con un pueblo “originario”. Mientras que el segundo sería parlamentar, que ha sido retóricamente lo señalado por el Ministro Hinzpeter y el presidente Piñera. Sin embargo, entre Fernando Villegas, Jovino Novoa y Alberto Espina uno ya no sabe a quién creerle. Este segundo, con esa sonrisita de dientes perfectos, dijo que el Gobierno no modificará nada ante ninguna presión y sentenció, “el Gobierno no está modificando ninguna ley por una huelga de hambre”.
Desde las cárceles se resiste con dignidad, son 32 Presos Políticos Mapuche a los que se les sumaron dos menores de edad recluidos en Chol-Chol. En total son los penales de Angol, Concepción, Lebu, Temuco y Valdivia más el nombrado donde los comuneros se esfuerzan por darle un poco de esperanza a la naturaleza en destrucción, generar vida y crear una política en concordancia con los postulados de la tierra. Nada tan negativo si lo miramos desde afuera sin los lentes del racismo y el chovinismo nacional cuáquero de fundo.
Pero como bien dijo el presidente de La Sociedad Caupolicán Defensora de la Araucanía, Manuel Manquilef, “Señores: no vengo a llorar….lo que mis abuelos supieron defender como hombres; pero permitidme que os diga que mientras los valientes conquistadores nos trataron francamente como enemigos, pudimos defender nuestra tierra; pero cuando algunos malos gobernantes de la República se hicieron nuestros amigos, su amistad debilitó el vigor de nuestra raza alcoholizándola, y nos sumió en la miseria arrebatándonos nuestras tierras”.
Estoy seguro que José Miguel Carrera y Manuel Rodríguez se van a terminar de caer de sus estatuas para el 18 de septiembre cuando vean desde las alturas cómo a los Mapuche que pusieron en el escudo de la bandera de la Patria Vieja como símbolo de la libertad, hoy contradictoriamente los trasladen en sillas de ruedas rodeados por el GOPE y la PDI, sólo por el derecho de pedir un juicio justo y un debido proceso, es decir, pelear por la libertad ante un proyecto político tan fraterno como legitimo. Como bien dijo nuestro poeta Elicura Chihuailaf, “¿Qué hijo, qué hija, agradecido/agradecida no se levanta para defender a su Madre cuando es avasallada?”. Ese es mi mensaje en vuestra fiesta de Bicentenario

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