¿Por qué dejar de fumar?

Por VÍCTOR MANUEL DEMARÍA

¿Por qué dejar de fumar? Como si fumar fuera una praxis oscura e ignota. Como si se creyera que quien experimenta dicho placer desconoce que el blandir el humo lenta y parsimoniosamente, inexorablemente conduce en su ejercicio, hacia la disminución de la vitalidad y al aumento del agobio pulmonar.
Quien fuma y encuentra gozo en ello, no me cabe duda, es un resuelto suicida que se abanica lenta y pérfidamente con el humo de su ansiedad, con la inhalación de su dolor y la expiación de alguna tristeza.
Creer que quien fuma desconoce que en ello se resta minutos o días de vida, padece de ingenuidad. Aún cuando la armonía y sinuosidad con que los siúticos deslizan aquel cilíndrico placer, lo hiciera parecer más próximo a un acto de contemplación o cercano a un ritual de devoción, no cabe duda que su ejecutor lo sabe. O al menos, lo presiente con certeza. Sus días están contados, o más bien, sus días están descontados.
Creer que se desconoce el daño. Pensar que se ignoran los futuros padecimientos, no es más que una paternal improvisación que desconoce en su candidez argumentativa la convicción profunda de quien se sabe suicida, de quien siente en cada minuto derrochado, la serenidad del que se yergue frente a un roquerío con el vaho del mar husmeando en su rostro, como si acariciarlo por última vez quisiera.
La decisión de renunciar a minutos menos cada día, resultara un absurdo para aquellos incomprensibles tutores de la moral, pero encontrará abrigo en la compasión del hedonista y amparo en la ansiedad del reflexivo. Unos y otros lo saben, cada minuto menos de vida merece ser despedido y olvidado en cada bocanada, en cada suspiro. Sin duda, una manera elegante y sublime de matar y deshacerse por fin de aquellos minutos de dolor, de aquellos instantes de rabia y frustración que nos azolaron, de aquellos minutos de humillación y angustia que excedieron nuestro deseo… que se nos agregaron de más en nuestra existencia.