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Cultura

11 de Diciembre de 2010

El circo de Fabiola Taylor

Por

    Fotos: Alejandro Olivares
  • Fue regenta de un puterío, cabrona, dueña de una fonda de travesti y hoy se dedica al show
  • El martes en la madrugada el Circo Nacional Broadway bajó su carpa para levantar una nueva en el mismo peladero, pero a 100 metros de donde estaban en la calle Santa Rosa, en San Ramón. Desde ese momento no han parado de trasladar los carros en los que 12 travestis viven al lado del circo. Pasamos tres días con Fabiola recordando sus 60 años de vida, 45 de ellos dedicados a entretener hombres.
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    En una pizarra marcada con tiza que está apoyada en el poste de un semáforo dice: “hoy último show. Entradas a $500”. Al lado, y sobre un carro que hace de boletería, se asoma, entre las rendijas de una ventana, la cabeza rojiza de Fabiola Taylor, una de las transexuales más conocidas de Valparaíso, y dueña del Circo Nacional Broadway. “El circo de Fabiola Taylor”, como ella resume.

    -Mi niño, hoy la entrada es con gancho. Como no tenemos vedetos, bajamos el precio: hoy entran dos por luca –le dice Fabiola, con voz ronca, a dos gay que pasan abrazados.

    Fabiola es un travesti de tercera edad. Podría ser una señora o una abuela muy bien conservada. Está a siete días de cumplir 61 años y mientras espera que llegue el público, se sienta a ver “Chile, país de talento”, de Chilevisión. Por las bocinas del circo, un joven sonidista convoca a todos los que pasan por Santa Rosa con Esperanza, en San Ramón, a que entren al circo a ver el espectáculo de once travestis. Lo hace con entusiasmo, porque visualmente el circo no convoca a nadie. Se nota pobreza y la mayor precariedad se ofrece en el techo de la carpa, que luce más de cuatro forados gigantes que dejan ver las estrellas. Fabiola se apresura en aclarar que la pobreza es temporal y que este último show es el comienzo de una nueva etapa.

    -La gente que pasa por afuera del circo debe decir: “¡puta, estos maricones que están cagados!”. Pero la verdad es que la carpa se nos rompió entre septiembre y octubre porque no la quise bajar cuando hubo viento. Esta debe ser la novena carpa que cambio, porque cada año y medio se estrena una nueva. La siguiente la vamos a inaugurar en dos semanas más, pero a partir de este viernes ya va a estar instalada en la esquina de Santa Rosa con Sargento Candelaria, a 100 metros del lugar donde estamos ahora –cuenta Fabiola.

    Desde el 2008 que Fabiola Taylor está dedicada a la administración y venta de entradas del circo. Un accidente chico, en febrero de ese año, terminó en que le cortaron la pierna derecha a la altura del muslo, mientras se encontraban de gira por Rancagua.

    -La pierna me la cortaron por una negligencia médica. Me caí y me hice un tajo en la pantorrilla. El médico estaba durmiendo y no me atendió, pero las enfermeras me cosieron la herida y me dejaron la infección adentro. Como soy diabética, la cosa se complicó. Al final, tuve que volver al hospital y me pusieron como cinco inyecciones. Ahí me vinieron los síntomas de la muerte. Desde la punta de la uña comencé a sentir una calor inmensa y no me acuerdo de nada. Reaccioné y me dieron ganas de hacer pichi-caca, porque cuando viene la muerte te cagai y meai al mismo tiempo. Me pusieron una pastilla debajo de la lengua, pero cuando me bajó la presión me echaron cagando para afuera. Después me cortaron la pata –cuenta Fabiola.

    Jeanette González, su hermana, agrega el dato: Fabiola, dice, perdió la pierna en tiempo récord, pues se demoraron dos semanas en dejarla casi inválida. Dejó el espectáculo, dejó lo que -según cuentan en el circo- ella mejor sabía hacer.

    En la boletería de esta noche, Fabiola ya ha cortado casi 70 entradas, 35 mil pesos. En las graderías hay jóvenes, adultos y familias enteras con niños y guaguas incluidas. La función ha comenzado con retraso y por una de las alas abiertas de la carpa se ve una imitación de la canción Caray, del mexicano Juan Gabriel, que alguna vez también popularizó el trío Pandora. Esta nueva versión es interpretada por Thiare Salomé, Ashly y Kasandra. Lo que ellas hacen, igual que la mayoría de los travestis que actúan allí, es doblar a cantantes famosas. Cuando llegan a los coros, las más locas se suben en las piernas de los hombres e imitan burdas posiciones sexuales. El público estalla en risas. Fabiola ve desde su ventanilla y ríe. Después repara en el vestido de Maxim, una señora de contextura gruesa que viste de lentejuelas verdes. Maxim está doblando la canción “Basta ya”, de Olga Tañón. Fabiola dice que era ella la que hacía ese show, pero que no doblaba, sino que cantaba igual o mejor que Olga. Lo dice con nostalgia, porque estos dos años fuera de las pistas la han dejado con depresión. Una pena que -según su hermana Jeanette- pretende curar cuando en dos semanas más, en la inauguración oficial de la nueva carpa, se vista de seda para relanzar su show caminando sobre una pierna postiza que usa para ocasiones especiales.

    PICO POR PISCO

    Fabiola Taylor no se llamaba así cuando le contó a su mamá que era cola. Se lo dijo en una carta que le escribió a los 17 años. Cuando su padre se enteró, lo llamó a terreno y le dijo que no lo podía matar porque simplemente matar era un delito.

    -Iba a estudiar enfermería, pero por aquí o por allá conocí a unos colas y me quedé en el puerto. Me llamaron la atención las luces; las cadenas de oro de los cabrones; sus brazaletes. En mi casa no sabían lo que hacía. De chica fui buena para las moneas y una tía me cachó todo el mote. Tenía un huevón adulto que me pescaba y él estaba como enamorado de mí. Me daba monedas y joyas y no podía llegar con esas cosas a mi casa, porque tenía como 15 años. Siempre viví en un ambiente de chantajes con esta tía porque me amenazaba con hablar. Como a los 17 años me fui de la casa y le dejé una carta a mi mamá. Allí le dije que era cola y que no quería que ella pasara vergüenza. Ser cola hace 40 años era difícil –recuerda Fabiola.

    Asumida, Fabiola decidió jugársela. Sin plata, echó mano a lo que encontró para arreglarse y verse como mujer. Se pintaba los ojos con Briskey y usaba las flores de los Cardenales para darle color a la cara. También aprendió otros trucos, como el de amarrarse el paquete con una panty para que no se le notara o el de pasar un clavo caliente por una vela y luego por pasta de zapato para encresparse y alargarse las pestañas.

    Fabiola escaló rápido en el ambiente nocturno del puerto. Se hizo un nombre y a los pocos años llegó a regentar un prostíbulo al que le decían “El ojo del buey”. Allá pasó el Golpe de Estado.

    -La gente era la que pedía el Golpe, porque no había nada para comer. Me acuerdo que tenía que levantarme a las tres de la mañana para conseguir un “pan monroy”, todo crudo por dentro. Se vivió mucha pobreza con la UP. Al final nos hicimos amigos de unos carniceros que iban al prostíbulo y ahí nos arreglábamos. En ese tiempo la plata llegaba en saco, porque se gastaban mucho en putas, pero no había nada que comprar. Para el 11 no sabía qué hueá pasaba. Los pacos entraron a la fuerza y comenzaron a pescarse a las putas. Parecían piratas. Llamamos a los marinos y se iban a agarrar entre ellos. A los días después dejamos de trabajar, porque no podíamos meter bulla –cuenta. Y agrega: “tengo la peor imagen de Allende y la mejor de Pinochet. En el gobierno de Pinocho había respeto. La gente salía a la calle y disfrutaba. No tenían el miedo de dejar su casa y volver a encontrarlas vacías como pasa hoy”.

    En “El ojo del buey” se pasó gran parte de su juventud, hasta que en 1985, después del terremoto, se aburrió de ser regenta para convertirse en cabrona. Vendió unas joyas y con $20 mil se arrendó una casa en Colón con Uruguay para trabajarla como prostíbulo. La propiedad venía con una cama y un equipo para poner música. Fabiola cuenta que tenía todas las ganas de surgir, pero había un problema: tenía la casa, pero no las putas. Así que se fue a dar vueltas por la calle y comenzó a blufear para que se corriera la voz. A sus ex clientes les decía que se había independizado y que manejaba un puterío con ocho chiquillas. Pero todo era mentira. En la casa sólo estaba ella, un cola amigo que ponía música y tres botellas de pisco que esperaban compradores.

    -Cuando los clientes me comenzaron a preguntar por las chiquillas, yo decía que ya venían, y por mientras me ponía a bailar con ellos y les daba más pisco. En ese tiempo yo era bonita, cabrita, tiernecita. Cuando se iban, les decía que se quedaran, que se tomaran otro pisquito. Pero a ellos les interesaba el sexo y me reclamaban que yo no les hacía cariñitos. Ahí transábamos. Les decía que me compraran un pisco y a cambio de eso tenía que chuparle el pico a un loco delante de todos los huevones. El otro cola se cagaba de la risa, pero yo era más luchadora –recuerda.

    La fórmula del negocio –pico por pisco- resultó. El ascenso fue vertiginoso. A los pocos días llegó Maritza que –según Fabiola- era una máquina; una puta “buena para ir a culiar y para sacar copete”. En su época dorada, el Fabiola Taylor llegó a tener 36 mujeres. Pero se peleó con la mayoría de ellas y un día que las pilló en actos lésbicos las echó. En adelante trabajó sólo con travestis.

    Con los travestis, el Fabiola Taylor lució más aún. Al prostíbulo, confidencia, llegaban personajes de la TV, del Congreso y de las Fuerzas Armadas, entre otros. Todos eran clientes que se atendían con colas. Aunque Fabiola administraba el “cahuín”, de vez en cuando se daba un gusto y volvía a las pistas: “En ese tiempo había colgado los guantes, pero de repente venían mis amores. Claro que elegía con quién me acostaba. O sea, si prestaba el culo gratis tenía que elegirlos por lo menos” –recuerda.

    De los primeros registros que se tiene de ella, hay uno en la década del 80, cuando llegó la TV a su local con ratis y todo. Esa vez la entrevistaron para una nota sobre el sida, cuando en la estrechez mental nacional se creía que el virus era una enfermedad únicamente de los homosexuales. Fabiola, lo desmintió, y dijo que a cualquiera le podía dar. La de Fabiola era una opinión válida, sobre todo porque ella caía bien en Valpo. Quizás –dice- por la mentalidad abierta que tienen las ciudades porteñas, donde nadie se daba vuelta para decirle “maricón concha de tu madre”, como sí pasaba en Santiago.

    Poco a poco el prostíbulo de Fabiola Taylor comenzó a ser punto de encuentro no oficial. Su calidad de clandestino era atractivo para jóvenes y adultos que no querían ser descubiertos en andanzas con hombres. Era algo así como un clóset más grande donde se bebía y se pasaba bien. También era apetecido por ladrones y policías. Los primeros –según cuenta- asiduos por naturaleza a estos lugares; y los segundos, porque crimen que había en el puerto se sabía primero allí. Por eso es que a Fabiola, pese a que todos sabían dónde vivía y a qué se dedicaba, sólo le pasaron dos partes en 17 años de fiesta.

    -Mis clientes se iban seguros y con el resto de la plata que les sobraba. Incluso les llamaba un taxi a la puerta. Es que yo los cuidaba mucho y ese fue el cartel que me hice en el puerto. Todos sabían que el maricón Fabiola era buena tela, una amiga –dice.

    EL CIRCO

    Pero a fines de los 90 los buenos años de Fabiola Taylor se acabaron. Ella culpa a la explosión de bares que hubo cuando Chile volvió a la democracia y a la masificación de la pasta base. Rara mezcla que Fabiola explica: “pasó que los hueones no se iban a ir a meter a un prostíbulo donde tenían que gastar 15 mil pesos por un pisco y otras 25 lucas por pasar la noche con las chiquillas, porque cuando llegó la pasta los hueones les compraban un pipazo y una pilsen y culiaban toda la noche. Eso jodió el negocio. Al final, gastaban menos y culiaban igual. No había ni pichula para nosotras; empezó a escasear. Por eso cerré, porque ya no daba para pagar el arriendo”.

    Entremedio, había comenzado con su espectáculo “Domingo rosa” que, al igual que su nombre, había cobrado una inusitada fama. Tanto, que llegaban colas de todos lados intentando ser la reina del primer domingo de cada mes. Y cuando cerró el prostíbulo se quedó con el show de los domingos que a esa altura, en el año 2002, ya era una sandía calada.

    -Desde 1998 que tengo este circo, lo trabajaba en los cerros, mientras tenía el cahuín. Cuando tenía los “Domingos rosa” llegó un payaso y me pidió si podía ayudarlo con el show. Lo hicimos y se llenó de gente, tipo Lido de Paris. Éramos una compañía de revistas. Como nos fue bien, me asocié con el payaso y nos fuimos 50 y 50, pero al hueón se lo cagaron con la carpa. Así que compramos una entre los dos, pero no le gustó el sistema y un día se fue y me quedé con el circo –cuenta Fabiola.

    Desde ese día no ha parado con el show y hace ocho años que salieron del puerto con rumbo a Santiago, donde se han instalado en diferentes comunas. En algunas, como en Recoleta, les han puesto problemas. En otras, como en Cerro Navia, tuvieron toda la atención -y hasta capacitación- que necesitaban.

    Al cuento, Fabiola le ha ido buscando un lado social. Le gusta decir que el circo es una forma de rehabilitar a los travestis que ejercen la prostitución. Estando en la carpa –dice- a ellas no les faltará cama ni comida, por lo que no tienen necesidad de menear la cartera. Eso se nota en el ambiente que hay detrás del coreto del circo, donde un lote de casillas, que perfectamente podrían ser carros completeros, rodea la carpa formando un patio interior. Allí, los 11 travestis tienen sus camas, mesas, sillas, cocinas y lavadoras. Conviven todas juntas y algunas viven incluso tranquilamente con sus parejas. En esa pequeña vecindad, todas son amigas.
    A sus 60 años, Fabiola Taylor está contenta con lo que ha hecho.

    -En toda mi vida yo he sido tan feliz que si volviera a nacer y me propusieran elegir qué ser cuando adulta seguiría siendo una cabrona. Aunque tenga una pata como ahora, porque esto es lo mío –concluye Fabiola Taylor.
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