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Nacional

24 de Julio de 2011

Amor y jadeos en 30 m2

Catres que suenan, gritos ahogados, risas en susurro. Cuando cae la noche sobre los barrios pobres de Santiago comienza una jornada de apretones y miedos que pocos escuchan. Mujeres que quieren gozar sin ser oídas por el barrio y que se esfuerzan por encontrar a sus hombres en camas demasiado llenas o piezas repletas. Vecinas de las casas Chubi, allegadas de Peñalolén y mujeres de los blocks de San Bernardo nos contaron cómo lo hacen para seguir viviendo con sus parejas.

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Sin Garrapata

Berta Rivera. 32 años, 3 hijos. Llegó a la toma de las primeras. Trabajó en el jardín infantil de las pobladoras y hoy vive en las Casas Chubi. En el día cuida a sus tres hijos, y se ocupa de los niños de sus vecinas.

“En la toma, en los puros cortes de luz era entretenido, jaja. Como no había nada que hacer, tampoco perdíamos el tiempo. Mi hijo menor se hizo en la toma, en los cortes, jaja. Ahora que llegué acá, mi vida en pareja ha sido más complicada por los gastos. Ahora tenemos que pagar agua, luz y el dividendo, y además armar la casa. Tenemos más peleas por eso. Incluso estuve con depresión.

Por el lado de la intimidad, no es tanto problema. Tengo a mis tres hijos en una pieza, y nosotros con mi marido en otra. Los niños tienen sus camas pegadas, y cuando quiero hacer aseo o encerar, tengo que desarmarlas o pescar una y tirarla encima de otra. Pero hay que sacrificarse no más.

La vida sexual con mi marido es buena. Y aunque antes teníamos más espacio, había una garrapata: el Axel, mi hijo menor, que no lo podíamos sacar del medio. Pero apenas llegamos acá lo sacamos. Un día le dieron unas platas extras a mi marido y le compró al tiro una cama. Imagínese el cambio que fue para nosotros, salió caro, pero bueno.

Yo estoy muy enamorada de él. Me saqué la lotería, no tengo qué reclamar. Llevamos 11 años conviviendo. Él es taxista y lo conocí como pasajera. Fue como a primera vista. Yo hacía aseo en una casa, y él dice que me había visto regando. Un día salí más tarde y me fui en taxi, y cuando lo ví pensé “este es el hombre de mi vida”. Podría haberme buscado uno de mi edad, porque él es 9 años mayor, pero me gustó al tiro. Ese día él no tenía sencillo, y me fue a dejar a la casa y me dijo si me podía venir a dejar el sencillo otro día, y yo le dije que ya. Y me pasó su número de teléfono, y de ahí que estamos juntos.

Ahora tenemos más intimidad , los niños tienen su pieza con puerta, así que los acostamos y todo bien. Con mi marido lo hacemos todos los días, jaja. ¡Es que él es cosa seria! Nos tomamos nuestro tiempo, na de andar haciéndolo rapidito. No tenemos problemas con los ruidos de afuera, mis vecinos son bien tranquilos, de repente cuando hacen fiesta no más. Es que en estas casas no se escucha nada, así que no tengo problemas de concentración, los muros están súper bien hechos. ¡Allá en la toma sí que se escuchaba todo!¡Si daba cosa! Yo le decía “¡viejo, nos están todos escuchando!, ¡jajaja!”. Y eso igual daba lata, desconcentraba, además que a las mujeres les da más plancha que a los hombres, como que somos más recatadas. El hombre no está ni ahí”.

Calladitos

María Rosario Cárcamo. 48 años, 3 hijas. Vive sola con su esposo. Tiene ocho gatos que ha recogido de la calle y tres perros. Cuando estaba en la toma perdió dos bebés antes de nacer.

“Lo único bueno de vivir acá es que es mi casa pero ahora tengo más necesidades y problemas, porque antes si me faltaba plata, podía hacer pan y venderlo porque se podía ocupar la leña, pero acá no puedo hacer fuego en el jardín. Ahora discutimos más porque siempre hemos trabajado los dos, mitad y mitad con los gastos, y me siento mal porque no tengo trabajo. Él sale temprano a cartonear, y todo lo que pilla me lo trae y lo vendo en la feria. Pero igual me siento incómoda porque es poco lo que aporto, aunque diga que le ayudo harto. Nunca es lo mismo tener la plata de una a estar pidiéndole al marido.

Pero igual hay cosas buenas. Como a mí me tocó casa esquina, no escucho los ruidos de las vecinas. Allá en la toma se escuchaba hasta la última cosa, porque estábamos así de juntitos todos. Mi vida sexual por lo mismo ha mejorado, allá había que hacerlo calladito. Ahora sí, nos hemos alejado un poquito, porque no es lo mismo que cuando empezamos, no lo hacemos tanto. Y por suerte él no es molesto, o de esos camotes que andan insistiendo a cada rato, él siempre me dice “¿viejita, tiene ganas?”, y si le digo que no, no molesta. A veces pueden pasar quince días, de repente menos, pero con esa frecuencia más o menos. Mi marido es menor que yo, tiene 38 años, y ya vamos pa los 14 juntos. Nunca ha reclamado. Lo que pasa es que yo ya no tengo tantas ganas, además que como estoy en la menopausia, no me he sentido bien.

La casa, tan mal terminada y entregada a medias, me deprime. Más encima ahora los dos sin pega… Hace dos meses se murió mi papá de cáncer a la próstata, y así, tantas otras cosas. El otro día fui a buscar trabajo y decía “se necesita persona de cualquier edad”. Y, bueno, yo soy bien canosa, por eso me tiño, y pasé, hablé con la señora, ella me pidió carné, me preguntó la edad y me dijo “usted está muy vieja”. Me sentí súper mal, no quise ponerme a llorar delante de ella, pero cuando salí me senté en una piedra y me puse a llorar”.

La inyección

Verónica Altamirano Quintero. 49 años, casada hace 27. Su esposo tiene 54 años y trabaja en la construcción. Tiene dos hijas casadas y tres nietos. En la casa, viven temporalmente con una hija, embarazada. Esperan a que nazca el nuevo nieto porque ella ha tenido complicaciones. En febrero cumplió diez años en los blocks. Antes eran allegados en El Bosque.

“Aunque estas casas sean chicas y todo, las prefiero mil veces. Mi hija chica tuvo su guagua a los 16, y en ese tiempo estábamos de allegados y fue un infierno. Vivo en un segundo piso y escucho todo lo que hace mi vecina de arriba, que corre muebles, tira la cadena, que el perro, que de repente se ponen a martillar, y todo eso hay que aguantarlo, y jamás le he golpeado pa arriba pa que se quede callada, nunca. Voy a cumplir diez años acá y es lo que nos tocó y hay que aguantarse. Mi marido dice “qué le vamos a hacer po, si así es la vida”. Las peleas de los vecinos se escuchan claritas. Más encima cuando mis hijas vivían con nosotros era difícil porque nos tocó dormir todos amontonados. Si tenemos dos piezas no más.

Mi esposo tiene 54 años y todavía tenemos vida sexual, pero ahora es más alejado que antes, porque él cuando era joven jugó mucho a la pelota, y con tanto golpe en los testículos que tuvo lo operaron y se los sacaron, y no pudimos más tener guagüitas. De por vida se tiene que poner la testosterona cada quince días, y si no, no podríamos tener vida sexual normal, porque pierde el deseo y las fuerzas. Así que una abuelita de la vuelta lo inyecta, y compramos la hormona en la farmacia, que vale ocho mil y tanto. Igual cara, y eso se lo tiene que comprar pa siempre. Lo bueno es que ya teníamos hijas. Pero todo bien sí, si cuando él se pincha queda re bien, si no se la colocara tendríamos problemas.

Lo hacemos como dos veces al mes, más o menos. Cuando se inyecta hay que aprovechar po, jaja. He tenido suerte, porque la vecina a la que yo le escucho los ruidos es una abuelita que vive en el departamento de arriba, así que no es muy bulliciosa. La otra vez ella tenía una cama que sonaba y que sonaba, y crujía, y uno no se puede pasar rollos de que la abuelita está con alguien arriba, porque es viejita y ella vive con su hija no más, así que no pensamos que esté con alguien arriba jaja, sino que seguramente se debe dar vueltas y le suena mucho la cama. Yo le digo a mi marido que la abuelita ya no anda haciendo otras cosas, pero me dice que cómo sé yo, que uno nunca sabe, capaz que la abuelita se hace la lesa no más, jaja, algunas abuelitas son pillas”.

Acomodados

Ximena Suárez. 37 años, 4 hijos. Vivió siete años en la toma. Su casa tiene dos piezas, una la comparten sus hijos mayores y en la otra ella, su marido y su hija de dos años.

“Acá y en la toma mi vida sexual ha estado bien. Lo que pasa es que si te vay a poner a tener sexo a cada rato… Igual las casas están todas juntas, pero hay momentos y momentos, po. Nos arreglamos. Obviamente, que los niños no se den cuenta. O, por último, no tenemos no más, si no es tan importante. Por ejemplo, cuando el niño se va al jardín, cuando el otro está durmiendo siesta, ahí nos acomodamos. Mi esposo trabaja en el TranSantiago, y tiene turnos de mañana y de tarde, y cuando viene de repente hacemos “cosas”. Lo de nosotros es calidad, no cantidad, si ya llevamos como 8 ó 9 años, es otra etapa. Lo hacemos como dos o tres veces en el mes. Igual los dos somos como relajados, no estamos tan pendientes sólo del sexo, hay más cosas que preocuparse. Pero cuando tenemos, es algo pleno, relajado, yo metida en el asunto y él también. No me preocupo mucho de lo que pasa alrededor. Si el niño está en la casa, no lo hacemos no más y punto, si mi marido se enoja, se enoja no más, no me interesa. En las noches casi ni lo hacemos, pero cuando tenemos ganas, que es bien a lo lejos, acostamos a la niña en la otra pieza y cerramos la puerta de la pieza. Los niños reclaman, dicen que duermen muy amontonados, pero no hay otra forma. Y nos acomodamos po, esperamos harto rato a que ellos se duerman y listo, siempre hay que tener cuidado. No sé si los vecinos me escucharán, supongo que no, jaja. Pero no me meto con ellos, me llevo bien con todos”.

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