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Opinión

7 de Julio de 2012

¿Sobrevivirá Estados Unidos en 2025?

Carlos Antonio Carrasco para La Razón de Bolivia Es dura la vida del lector, cuando por curiosidad lee libros como el de Patrick J. Buchanan, notorio dirigente del conservadurismo republicano y ardiente opositor a la reelección del presidente Barack Obama. Recorrí las 488 páginas de su obra que se apostrofa como El suicidio de una […]

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Carlos Antonio Carrasco para La Razón de Bolivia

Es dura la vida del lector, cuando por curiosidad lee libros como el de Patrick J. Buchanan, notorio dirigente del conservadurismo republicano y ardiente opositor a la reelección del presidente Barack Obama.

Recorrí las 488 páginas de su obra que se apostrofa como El suicidio de una superpotencia (“Will America survive to 2025? Suicide of a Superpower”. Edit. St. Martins’ Press, 2011), buscando una sola idea sólida que sustente la tesis planteada en los 300 folios iniciales de las premisas, y únicamente encontré embustes apoyados por estadísticas de caprichosa selección. Ni siquiera el título es original; lo toma prestado de aquel escrito en 1970, por el disidente ruso Andrei Amalrik: ¿Sobrevivirá la Unión Soviética hasta 1984? Lamentablemente, quien no sobrevivió fue el autor, que en 1980 murió en España, en un accidente automovilístico. Empero, efectivamente sus predicciones se cumplieron años más tarde con la aparatosa caída del muro de Berlín y la dramática implosión del imperio soviético.

En base a esa analogía equivocada, Buchanan infiere que a EEUU le espera la misma suerte, sin detenerse a pensar que la extinta URSS era un conglomerado disímil de naciones conquistadas primero durante la Rusia imperial de Pedro el Grande, luego por Catalina I, anexiones que fueron consolidadas y ampliadas por el Estado soviético, en tanto que potencia vencedora de la Segunda Guerra Mundial. En cambio, si bien los americanos ensancharon su control más allá de las 13 colonias iniciales, apropiándose de territorios otrora mexicanos, españoles o rusos (Alaska), en el marco del melting pot, lograron forjar una nación punto menos que uniforme en lengua, costumbres, religión y sobre todo en los valores de la libertad democrática y en un sometimiento patológico a la Constitución.

No es el caso de Rusia, que en su inmenso espacio vital cuenta con nueve husos horarios, multitud de lenguas (otras que las eslavas); credos religiosos que incluyen el cristianismo ortodoxo, el islamismo en sus diversas ramas, ciertos sectores budistas y otras sectas esparcidas en su porción europea y en el mosaico intrincado del Asia Central. De modo que comparar esos dos estados-continentes es una acrobacia de pobre imaginación.

Citando a Augusto Comte que “la demografía es el destino”, el escribidor se alarma que la “América blanca” disminuye y se envejece, cediendo terreno a una incesante ola migratoria joven y fértil que se multiplica aceleradamente. Pero eso no es lo que más le preocupa, sino que, muñida de ciudadanía, esa gente opta por votar contra los republicanos. A la “América cristiana” la da por muerta, y se lamenta con números y sotanas de la crisis que confronta la Iglesia Católica, criticando al Vaticano II y el avance de ideas disolventes, tales como la tolerancia al aborto y el matrimonio gay.

Pero, ¿qué propone para salvar a su país ese pitecántropos erectus? Proclama, por ejemplo, una moratoria a la inmigración legal o ilegal, un enérgico veto al multiculturalismo que divide en dos a la Unión y el retiro unilateral de todas las tropas yanquis en el extranjero. Abogando por sociedades que vivan separadas, con sus respectivos valores y colores, rememora con nostalgia épocas pasadas en que “negros y blancos vivían aparte, iban a colegios e iglesias diferentes, jugaban en canchas distintas, concurrían a diferentes restaurantes, teatros y fuentes de soda. Pero compartían un país y una cultura. Éramos una nación”.

Es obvio que no soporta que el negro de Obama, partidario de la unión gay, ocupe la Casa Blanca y que declare “somos una nación de ciudadanos unidos por un conjunto de ideales y de valores…”. Buchanan lo refuta interrogando, “¿cuáles son esos valores que nos oponen acerca de lo que entendemos por matrimonio?”

Sin embargo, ante la evidente declinación de ese Imperio, me pregunto si, ¿no habrá temas más relevantes en el debate político que husmear el uso que hacen de sus nalgas los pactantes de un contrato nupcial?

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