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Opinión

31 de Agosto de 2012

Sergio Villalobos, el araucano

Tiene razón el Premio Nacional de Historia cuando plantea que los mapuche son “unos simples burgueses”. ¿Qué más burgués que buscar crear una nación disfrazada de autonomía? Bajo ese prisma y observando la impunidad del carabinero que le disparó a Jaime Mendoza Collío en contraste con los diez años dados a los dos comuneros de […]

Fernando Pairican
Fernando Pairican
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Tiene razón el Premio Nacional de Historia cuando plantea que los mapuche son “unos simples burgueses”. ¿Qué más burgués que buscar crear una nación disfrazada de autonomía? Bajo ese prisma y observando la impunidad del carabinero que le disparó a Jaime Mendoza Collío en contraste con los diez años dados a los dos comuneros de Wente Winkul Mapu (que se suman a los cuatro dirigentes de la CAM presos), don Sergio analiza bien la realidad araucana: “en cuestión de tiempo más, quizás en un siglo, habrá desaparecido totalmente la diferencia”.

Es verdad que los “aucas” -de donde provendría la palabra araucano, que significa “rebelde” o “alzado” en el dialecto Quechua- han recibido de parte de Chile educación básica y media y hoy son profesionales. ¿Quién podría discutir eso? Lo peor de todo no es que hoy estén educados, sino, como lo dice el mismo historiador, que “¡están en todas partes!”. Han salido de sus reducciones (que desde la transición se llaman comunidades) y hoy demandan tierras y están colonizando la ciudad, es decir, la civilización.

Pero no solo eso. Los araucanos son unos malagradecidos, retrógrados como dice él, aún viven en comunidad y además mantienen prácticas conservadoras, como la poligamia, en pleno siglo XXI. Y quieren construir un País Mapuche donde la vida en comunidad, el respeto a la naturaleza y la creación de poesía y pensamiento político sea la forma de estructuración. Para qué hablar de los carretes ancestrales que quieren hacer, es cosa de leer los cronistas cuando arribaron al Wallmapu y se dieron cuenta de que los mapuche bailaban, comían a destajo y tomaban “una chicha de mala clase hecha de maíz y frutilla”. Deberían agradecer los aborígenes que los blancos le trajeron el aguardiente, el vino y otras creaciones europeas. Y aquí el maestro se equivoca cuando dice que los mapuche son igual que todos los chilenos. Sólo los araucanos son buenos pal litro. Es cosa de caminar por Santiago y ver cómo Bellavista, Lastarria o las terrazas de los mall están vacías.

También concuerdo con el profesor que los mapuche son excelentes jardineros, como nunca han logrado progresar, conocen muy bien la naturaleza y además hacen rogativas todavía, como el Wiñol Tripantü para dar la bienvenida a las siembras, y el Nguillatun para evaluar si las cosechas salieron buenas o malas (¡y piden sol o lluvia para ello!). También son excelentes panaderos, son recolectores, viven de piñones, pan y sopaipillas. Aquí difiero con el profesor: también muchos fueron choferes de camiones, de taxi y obreros, y las araucanas siguen siendo excelentes nanas puertas adentro. Lo más malo de eso es que los hijos de ellos hoy son profesionales y ahí está el meollo del asunto, muchos son activistas y están reviviendo eso de llamarse mapuche, eso que desapareció hace rato por el mestizaje; parafraseándolo: “los araucanos fueron protagonistas activos de su propia dominación”.

Al igual que don Sergio, no entiendo eso de crear una bandera y hablar de autodeterminación. Los araucanos “pertenecen al país plenamente y tienen todos los derechos imaginados”. Al igual que él, “lo hallo absurdo”. Además, para qué quieren más tierras si las trabajan mal, mejor dejársela a las hidroeléctricas y a las forestales. Ah, no faltará el proaraucano que dirá que el progreso ha cambiado el ecosistema de la región, que ha contaminado las aguas y las tierras. Ellos actúan, como dice el maestro, “por resentimiento, por envidia”.

Lo único que me pone un poco triste es que el maestro dice que soy una creación “inevitable” del “roce sexual” que se dio en los tiempos antiguos. “Las relaciones fronterizas”, las llama en sus libros. Pero igual me animo cuando dice que soy “ebrio tradicional”, porque me da como estilo. Y ahora que lo pienso y leo atentamente lo que dice el profesor Villalobos, pienso: ¡cómo no me había dado cuenta de que no existo!

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