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Opinión

25 de Septiembre de 2012

Mahoma, según Fernando Vallejo

Mahoma (c570-632) es uno de los seres más dañinos y viles que haya parido la tierra. Era una máquina de infamias que ni de la reproducción se privó: tuvo seis hijos con Jadiya, la viuda rica con que se casó para quedarse con su herencia, y otro con su concubina María la copta. De los […]

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Mahoma (c570-632) es uno de los seres más dañinos y viles que haya parido la tierra. Era una máquina de infamias que ni de la reproducción se privó: tuvo seis hijos con Jadiya, la viuda rica con que se casó para quedarse con su herencia, y otro con su concubina María la copta. De los 25 a los 45 años este mercader taimado que había de fundar la religión mahometana (una plaga peor que el sida y la malaria) se pasaba cada año el mes sagrado del Ramadán encerrado en una cueva del monte Hira a las afueras de La Meca, durante el cual el arcángel Gabriel le aterrizaba encima y le hacía “revelaciones”: que Alá, le decía, era grande, y que él era su Profeta. Y en el árabe más puro, el coránico, que en esos instantes mismos nacía limpísimo, intocado, libre de anacolutos y moscas y de todo excremento humano o de perro enviado, el enviado de Alá el clemente y misericordioso le iba dictando a su Profeta los luminosos versículos de los justicieros suras del Corán:

“Si temés no ser equitativos con los huérfanos, no os caséis más que con dos, tres o cuatro mujeres” (sura 4, versículo 3). “En el reparto de los bienes entre vuestros hijos Alá os manda dar al varón la porción de dos hijas” (sura 2, versículo 12). “Jamás le ha sido dado a un profeta hacer prisioneros sin haberlos degollado ni cometer grandes sacrificios en la tierra” (sura 8, versículo 68). “Felices son los creyentes que limitan sus goces a sus mujeres y esclavas que les procuras sus manos diestras” (sura 23,versículo 6). “¿Hemos creado acaso ángeles hembras?” (sura 37, versículo 150). “Las peores bestias de la tierra ante Alá son los mudos y los sordos, que no entienden nada. Si Alá hubiese visto en ellos alguna buena disposición, les habría dado el oído. Pero si lo tuvieses, se extraviarían y se alejarían de El” (sura 8, versículos 22 y 23).

Hagan de cuenta las bellaquerías del Éxodo, el Levítico, el Deuteronomio y Números que ya cité. En crueldad y maldad, en misoginia y esclavismo, el Corán compite con la Biblia.

Muerta Jadiya y dueño de su herencia, el flamante Profeta se entregó de lleno a la cópula con mujeres, y montándose a horcajadas en el monoteísmo poligínico se dio a propagarlo por el mundo con la espada. Lllegó a ser el hombre más poderoso de la península arábiga, donde instaló su reino del terror y mató a millares. No obstante su reciente poder, el socarrón seguía recibiendo las visitas del ángel, que le hacía nuevas revelaciones: las que necesitara para justificar su lujuria rapaz y sanguinaria. Como en el aura de un ataque de epilepsia oía campanitas, entraba en trance y entonces se le aparecía su compinche alado y le dictaba, por ejemplo, el versículo 4 del sura 33 autorizándolo a disponer sin reparos de conciencia, como bien quisiera, de Zaynab, la bella esposa de su hijo Zaid, porque este no era hijo propio sino adoptivo. Cuando sus bandidos de Medina asaltaron en el mes sagrado, en que la costumbre prohibía el derramamiento de sangre, una caravana que iba de La Meca a Siria y en el asalto mataron a uno, el iluminado volvió a oír campanitas y su Gabriel alcahueta le dictó el versículo 214 del sura 2 para justificar el crimer: “A los que te interroguen sobre la guerra y la carnicería en el mes sagrado diles que es pecado grave, sí, pero que es mucho más grave la idolatría y apartarse de la senda de Alá”. Y tras embolsarse la quinta parte del botín, el Profeta santo y noble, cuyos secuaces hoy se sienten autorizados a volar torres con aviones y a matar en su nombre a cuantos se les atraviesen, aceptó cuarenta onzas de oro de rescate por cada prisionero.

Otro versículo de otro surta le dictó el ángel alcahueta para legalizarle su concubinato con María la Copta, criada de su mujer Hafsa. Porque además de Jadiya, Zaynab y Hafsa y las esclavas, que no cuentan, tuvo otras once mujeres legítimas (contabilizadas), entre las cuales Aisha, que tenía 9 años cuando el, de 53, la estupró. ¡Más pederasta que cura de la diócesis de Boston! Si hoy viviera, lo condecoraríamos con la cruz de los Legionarios de Cristo del padre Marcial Maciel. Parece que en esta ocasión el remilgado polifónico no necesitó versículo especial: violó a Aisha y de paso se ganó la voluntad de su padre, Abu Bakr, quien habría de sucederlo como primer califa no bien Alá llamó a su seno a su Profeta. Cuando Aisha creció comentaba con sentido del humor que cada vez que a su multicompartido marido se le presentaban problemas de conciencia, el Mensajero de Alá oía campanitas: venía el arcángel Gabriel, le dictaba su versículo ad hoc y santo remedio. Para males de conciencia no hay medicina mejor que un espíritu celeste del octavo coro.

Al poeta Abu Afak, del clan Khazrajite y de cien años de edad, lo mandó asesinar mientras dormía por haberse atrevido a criticarlo en unos versos. Y por motivo igual mandó matar a la poetisa Asma bin Marwan, de la tribu de los Aws, a quien su esbirro Umayr ibn Adi, azuzado por él, fue a buscarla a su casa y allí, en momentos en que la joven amamantaba a su niño de pecho, la asesinó clavándole una espada. Al judío Kab ibn al Asharaf, que se atrevió a llorar en verso a unas víctimas del Profeta, el sanguinario también lo mandó matar, y cuando sus esbirros le echaron la cabeza de Kab a sus pies los alabó por sus buenas acciones en pro de la causa de Alá. A los judíos de la tribu de Nadir los expulsó de Medina para apoderarse de sus bienes y después los masacró, como masacró, en el 627, a los judíos del clan de los Koreidha, que tuvieron la temeridad de quedarse en la ciudad: a todos los hombres (entre setecientos y ochocientos) los ejecutó, y a las mujeres y a los niños los vendió como esclavos. Los crímenes, atrocidad y bellaquerías de esta máquina imparable de matar y fornicar dan para todo un compendio de la infamia: su biografía.

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