Secciones

The Clinic
Buscar
Entender es todo
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

10 de Octubre de 2012

Rubem Fonseca en Chile

Por

El brasileño Rubem Fonseca (1925) ganó la primera edición del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, entregado por el Consejo Nacional de la Cultura chileno. No se sabe si Fonseca vendrá a fin de año a recibir el premio, que consiste en 60 mil dólares. No ha dado señales. Alejandro Kandora, editor de Tajamar, sello […]

Compartir

El brasileño Rubem Fonseca (1925) ganó la primera edición del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, entregado por el Consejo Nacional de la Cultura chileno. No se sabe si Fonseca vendrá a fin de año a recibir el premio, que consiste en 60 mil dólares. No ha dado señales. Alejandro Kandora, editor de Tajamar, sello chileno que publica sus libros, le mandó un email para contarle del premio y aprovechó de hablarle de Manuel Rojas, por si no lo cachaba. Pero no le ha respondido. “Quizás quiera mantenerlo todo en reserva. No sabemos”, dice Kandora.
A lo mejor poco le interesa el premio, considerando que ha sido premiado chorrocientas veces… ¿Le importarán las lucas?
-La plata es lo de menos. Piensa que hace poco se cambió de editorial en Brasil y por hacerlo le pagaron 500 mil dólares. Más que la plata, es el reconocimiento y lo extraño de recibir un premio en un lugar tan lejano como Chile.
Además de anunciar la reimpresión, con portada nueva, de El gran arte -novela cumbre de Fonseca con la que Tajamar inició en 2008 la publicación en Chile del brasileño-, Kandora adelanta que a fines de octubre publicarán los libros de cuentos “El agujero en la pared”, de 1995, y “Lucía McCarney”, de 1967, mientras que a mediados de noviembre saldrá “La novela murió”, crónicas y ensayos publicados originalmente en 2008. Y para el 2013 vienen “Feliz año nuevo”, de 1977, libro que fue confiscado por la policía en Brasil y estuvo prohibido por 15 años; “Bufo & Spallanzani”, de 1985 (publicada en español hace años bajo el dudoso título de “Pasado negro”); y “El caso Morel”, de 1973.

UN FONSECAZO

Inicio del cuento “El cobrador”.

En la puerta de calle una dentadura grande, abajo está escrito Dr. Carvalho, Dentista. En la sala de espera vacía, una placa: Aguarde, el Doctor está atendiendo a un cliente. Esperé media hora, el diente me dolía, la puerta se abrió y surgió una mujer acompañada de un tipo grande, de unos cuarenta años, de delantal blanco.
Entré al consultorio, me senté en la silla, el dentista me puso una servilleta de papel en el cuello. Abrí la boca y le dije que la muela de atrás me estaba doliendo mucho. Miró con un espejuelo y me preguntó cómo es que había dejado que los dientes llegaran a tal estado.

Sólo sonriendo. Esos tipos son divertidos.

Se lo voy a tener que sacar, dijo, usted ya tiene pocos dientes y si no se hace un tratamiento rápido va a perder todos los otros, incluso estos -y dio un golpe sonoro en los dientes delanteros.

Una inyección de anestesia en la encía. Me mostró la muela en la punta de la tenaza: la raíz está podrida, ¿lo ve?, dijo sin dar mucha importancia. Son cuatrocientos cruzeiros.

Sólo sonriendo. No tengo, mi amigo, dije.

¿Qué es lo que no tiene?
No tengo los cuatrocientos cruzeiros. Me dirigí hacia la puerta. El bloqueó la puerta con el cuerpo. Es mejor que pague, dijo. Era un hombre grande, manos grandes y pulso firme de tanto arrancar los dientes más jodidos. Y mi físico delgaducho envalentona a la gente. Odio a dentistas, comerciantes, abogados, industriales, funcionarios, médicos, ejecutivos, esa canallada entera. Todos me están debiendo mucho. Abrí la casaca, saqué la 38 y le pregunté con tanta rabia que una gota de escupo le pegó en la cara: ¿qué tal meterte esto en el culo? Se puso blanco, retrocedió. Apuntándole el revólver al pecho empecé a aliviar mi corazón: saqué los cajones de los armarios, tiré todo al suelo, pateé los frascos como si fueran pelotas, saltaban y se estrellaban contras la pared. Reventar las escupideras y los motores fue más difícil, llegué a herirme las manos y los pies. El dentista me miraba, debe haber pensado varias veces en agarrarme, quería que lo hiciera para darle un tiro en esa barriga grande llena de mierda.
¡No pago nada más, me cansé de pagar!, le grité, ahora sólo cobro.
Le disparé en la rodilla. Debería haber matado a ese hijo de puta. (…)

Notas relacionadas