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Cultura

2 de Noviembre de 2012

Hitler y su misteriosa búsqueda de la lanza con la que atravesaron a Cristo en la cruz

Fuente: ABC Nadie desconoce que el inconmensurable poder del que dispuso Hitler no tuvo parangón durante varios años. Al mando de sus soldados, sembró el terror en todos aquellos que se atrevían a desafiarle. Sin embargo, lo que es menos recordado es que el mandatario nazi sentía una obsesión enfermiza por las reliquias debido a […]

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Fuente: ABC

Nadie desconoce que el inconmensurable poder del que dispuso Hitler no tuvo parangón durante varios años. Al mando de sus soldados, sembró el terror en todos aquellos que se atrevían a desafiarle. Sin embargo, lo que es menos recordado es que el mandatario nazi sentía una obsesión enfermiza por las reliquias debido a que, según pensaba, su poder le ayudaba a mantener en alza su imperio. Entre otros, uno de los objetos que deseaba tener entre sus manos era la Lanza de Longinos, el arma que un soldado romano clavó a Jesucristo en la cruz y cuya leyenda afirmaba que su poseedor no perdería jamás una batalla

Este artefacto, también conocido como «La Lanza del Destino», no fue el único objeto que Adolf Hitler trató desesperadamente de encontrar, sino que en su lista también se encontraban reliquias de tal calibre como el Arca de la Alianza o el Santo Grial. Sin duda, las obsesiones del líder alemán parecen más bien propias de un guión de las populares películas de «Indiana Jones».

¿Qué se sabe de la lanza?
Lo que se sabe de la lanza viene otorgado por los evangelios, como bien explica el periodista e historiador Jesús Hernández en su libro «Enigmas y misterios de la II Guerra Mundial» (el cual presenta en su blog). «La primera referencia es, lógicamente, la que aparece en la Biblia. Según el Evangelio de San Juan -el único escrito por un coetáneo de Jesús-, un soldado romano atravesó su cuerpo con unalanza para certificar su muerte».

Y es que, al ser viernes, era necesario que los presos murieran rápidamente en la cruz para así evitar que agonizaran durante el sábado (día sagrado para los judíos). Por ello, los romanos quebraron las piernas de los dos crucificados junto a Jesús para asegurarse de que morían en un corto período de tiempo. Sin embargo, al llegar a Cristo, y como le vieron aparentemente muerto, le clavaron una lanza para certificar su fallecimiento.

Concretamente, y según San Juan: «Fueron pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua», (Capítulo 19, versículos 32-34).

Según varios evangelios, este soldado era un Centurión romano. «Se especifica que su nombre era Cayo Casio Longinos y que sufría una ceguera parcial que casi no le permitía ver. Pero la sangre de Jesús que le salpicó a los ojos cuando le clavó la Lanza obró un milagro, recuperando la vista en ese justo momento. El agradecido Longinos decidió convertirse al cristianismo», sentencia el historiador. A partir de este episodio, el paradero de la lanza se perdió de forma oficial.

La lanza en manos nazis
Sin embargo, lo que realmente atrajo a Adolf Hitler de este objeto fue precisamente la historia más desconocida y la leyenda que acompañaba a la reliquia, la cual afirmaba que «quien la sostenga en sus manos, sostendrá, para bien o para mal, el destino del mundo». Sin duda, la posibilidad de poder tener a sus pies a toda la humanidad gracias a «La Lanza del destino» no pasó desapercibida para el líder nazi, para el que todas las ayudas militares eran pocas.

Hitler, había leído de hecho todas las leyendas conocidas sobre la lanza, la mayoría de las cuales atribuían un inconmensurable poder a su poseedor. Sin embargo, y según cuentan otras versiones, el artefacto tenía también una terrible maldición, pues el que se separaba de ella solía sufrir la más amarga de las derrotas en combate o incluso la muerte.

«La tradición afirma que en el año 732 el general Carlos Martel la sostuvo cuando derrotó a los árabes en la batalla de Poitiers. El propio Carlomagno, nieto de Carlos Martel, combatiría en un total de 47 batallas sin conocer nunca la derrota, pero murió poco después de que la reliquia se le cayese accidentalmente», explica en su libro Hernández.

Sin embargo, no fue el único. «Lo mismo le sucedería a Federico I Barbarroja al partir hacia Jerusalén durante la Tercera Cruzada; cuando se disponía a vadear un río en la actual Turquía cometió el error de dejar caer la Lanza. Poco después cayó al río y se ahogó» sentencia el experto. A pesar de todo, los nazis no dejarían escapar el poder que les podría otorgar esta reliquia que finalmente, y gracias al destino, acabó presuntamente en Viena.

Según narra Hernández en su libro, Hitler dio con la lanza por casualidad en 1912, cuando no era más que un pintor fracasado que intentaba malvender sus acuarelas por los cafés de Viena. «Su futuro artístico se le mostraba incierto, al haber suspendido el examen de ingreso para la escuela de Bellas Artes. Su futuro personal tampoco era demasiado halagüeño; malvivía en pensiones y residencias, y sólo con suerte conseguía comer una vez al día», determina el historiador.
Un día, el joven Adolf (de tan sólo 23 años) no tuvo más remedio que entrar en el conocido museo del Palacio Hofburg para refugiarse de una fuerte tormenta, y allí hallaría su destino. «Deambulando por las salas, centró su atención en un objeto singular; sobre un manto de terciopelo rojo se le ofrecía la visión de una reliquia cristiana de gran poder místico perteneciente al tesoro imperial de los Habsburgo: la Lanza de Longinos».

«Se trataba de una punta de hierro de poco más de cincuenta centímetros de largo. La hoja estaba partida y presentaba una reparación con un alambre de plata. En el centro podía apreciarse la cabeza de un clavo y una banda de oro con la inscripción Lancea et Clavus Dominus (la lanza y el clavo del Señor). En su base se observaban unas pequeñas cruces de bronce», explica el periodista.

Hitler quedó fascinado por el objeto y se obsesionó con su historia, la cual investigó junto a su entonces gran amigo Walter Johannes Stein. «Ambos se enfrascarían en el estudio de los poderes mágicos que aquel objeto atesoraba», determina el periodista.

Según destacaría Stein posteriormente, Hitler le explicó sus obsesiones y él no pudo más que quedarse asombrado con la enorme ambición del joven Adolf. «Hitler estaba convencido de que tenía un alto designio que cumplir. La posesión de la Lanza sagrada podía ser el instrumento necesario para hacerlo realidad. El experto en ocultismo no tomó demasiado en serio a aquel artista fracasado, pero años más tarde aquellos delirios de grandeza se harían tristemente realidad», expresa el experto.

El «robo» de la lanza
Veintiséis años después, en 1938, Hitler ya se había convertido en el líder del nazismo y de toda Alemania tras subir al poder democráticamente. Sin embargo, y a medida que su poder iba aumentando, sentía una necesidad cada vez mayor de poseer la Lanza del Destino. «Ahora entraba triunfante en Viena, la ciudad en la que había vivido como un vagabundo, una vez que el Tercer Reich se había anexionado Austria», destaca Hernández en su libro.

«En la tarde del 14 de marzo de 1938, Hitler entraba acompañado del jefe de las SS, Heinrich Himmler, con quien compartía aunque en menor medida el interés por el ocultismo, en el Palacio Hofburg», destaca Hernández. El deseo del líder nazi estaba a punto de hacerse realidad.

«El Führer se dirigió directamente a la sala en donde se custodiaba la deseada Lanza. Himmler salió de la sala, dejando a solas a Hitler con la mítica reliquia. Allí permaneció más de una hora, ensimismado en sus pensamientos delirantes, alimentados por la visión de la Lanza que ya estaba en su poder. Su sueño megalomaníaco se había cumplido», apunta Hernández en su libro.

En cambio, Hitler todavía necesitaba llevarse la lanza del museo sin que pareciera un robo a Viena. Para ello tuvo una curiosa idea: «Para darle una apariencia legal, la confiscación se ejecutaría en respuesta a la petición oficial realizada en Berlín por el burgomaestre de Nuremberg, Willy Liebel, para que el tesoro regresase a la ciudad que lo acogió antes de ser enviado a Viena», determina el historiador.

Tras conseguir su objetivo, ahora los nazis debían proteger la lanza hasta que llegara a Alemania junto a las 31 piezas del tesoro austríaco que habían robado. Tardaron nada menos que cinco meses en preparar el viaje. «Se requirió el empleo de un tren blindado, especialmente preparado para el traslado del valioso tesoro y que contaba incluso con aire acondicionado. El 29 de agosto el producto del saqueo nazi salió de la estación Oeste de Viena en el más absoluto secreto. Fue transportado hasta Nuremberg en el tren especial, siendo escoltado en todo momento por tropas de las SS», señala Hernández.

El gran número de molestias que se tomó Hitler deja claro el aprecio que le tenía a esta reliquia y el temor que le suscitaba que pudiera ser robada. «Al día siguiente las joyas quedarían depositadas en la iglesia de Santa Catalina. Allí las recibió con todos los honores el burgomaestre. Más tarde se construirían diez vitrinas especiales para exponer al público las joyas, incluyendo la Lanza.», destaca el periodista.

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