Rabia, sudor y maní salado

Ayer partí de paseo con mi comadre Yoya Zambrano a depositar los callos en la ribera del Loa. En el camino me lo transpiré todo, empapé la enagua de acetato recién comprada y no paré de pensar en la señora Bachelet, que debe estar con la Jupi en su lago personal del sur. Y me entró una rabia de puro imaginarlo. La Yoya me decía, “cálmate, Gyllo, sírvete otro Control 33 con Coca en vasito corto”, pero yo insistía en visualizar a esta señora sobre una lancha rodeada de minos. Obvio que el guatón Andrade estaba ahí al lado suyo con su alfombra de pelos en pecho al aire, el Pancho Vidal métale pucho galaneando a esta vieja, Pablo Matamoros se lucía con unos guatazos en zunga y qué sé yo qué otro mino más andaba por ahí. Al imaginar esta escena pensaba, yo sé que te parecís a mí, vieja culiá, pero eso no te da derecho a que todos los hueones anden detrás tuyo.

Me tomaba unos sorbos de piscola para calmar los ánimos, picoteaba unos maníes salados con pasas y pensaba en las aguas cafés que bañaban mis pies, pero nada, volvía a hervirme la mierda. Porque puta que me da rabia que esta vieja tenga las medias pegas y se pasee por el mundo, mientras yo llevo trece años ordenando archivadores en el Conservador de Bienes Raíces de Copiapó. Y paseándose con esos visos tan rubios que se hace últimamente, eso no es de señora bien. Te pasaste ahí. La Jupi con su trajebaño Catalina modelo 1976 echándote viento y yo teniendo que aguantar a la Yoya contándome que atracó con un viejo del Rotary Club. Al final, de tanto rabiar contra esta vieja se me pasó el día, me quemé como jaiba, me tomé tres cuartos de pisco y terminé convencida de invitar a la Bachelet a recortarnos juntas la nuca en febrero, para ventilar.

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