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LA CARNE

19 de Enero de 2013

Contra las tetas operadas

Vía Soho.com Quisiera dejar sentado, para empezar, que defiendo la libertad de hacer con el cuerpo lo que a cada uno le dé la gana, tatuarlo o mutilarlo y por supuesto querer reducirlo o mejorarlo por cualquier vía, y todavía más en las mujeres, a las que históricamente se les confiscó por ser el hábitat […]

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Vía Soho.com

Quisiera dejar sentado, para empezar, que defiendo la libertad de hacer con el cuerpo lo que a cada uno le dé la gana, tatuarlo o mutilarlo y por supuesto querer reducirlo o mejorarlo por cualquier vía, y todavía más en las mujeres, a las que históricamente se les confiscó por ser el hábitat donde se procrea, llenándolo de odiosas leyes religiosas y administrativas que, afortunadamente, ya van desapareciendo. Pero si hay algo que me inquieta en este extraño nuevo siglo, además del fin de la Historia de Fukuyama que nunca llega y la fijación anal de algunos senadores patrios de ultraderecha, es la creciente tetificación de la mujer, el exagerado y tiránico predominio de la glándula mamaria sobre la vida y destino de mis congéneres. Que estos “órganos glandulosos y salientes” —como dice la Real Academia— sean tan poderosos y gocen de tanto prestigio en nuestro mundo me parece anacrónico, y muy mala señal.

Porque ese es el objetivo semisecreto o público de la mayoría de las féminas que se operan las tetas : el Poder con mayúscula, lo que puede resumirse, grosso modo, en recibir más por sus prestaciones, del tipo que sean, o en ser más halagadas o envidiadas. Es lo común en las jóvenes que se tetifican, la mayoría de las cuales, por cierto, no lo necesita, pero caen por contagio. Y entre las mayores es aún peor, pues defenderse del paso del tiempo es batalla perdida que lleva a la condición de ‘cuchibarbie’, una pelea por mantener y hacer duradero el poder.

Luego están las mujeres que viven exclusivamente de su cuerpo. Es el caso de dos tipos muy distintos: las modelos profesionales y las prostitutas profesionales. En ambos casos defiendo la ‘cirugía de aumento’, pues se trata de una defensa sindical del trabajo. Incluso opino que el Estado debería subvencionar los implantes mamarios en estas categorías socioprofesionales (para esto cuento con el procurador Ordóñez, quien sin duda aprobará esta iniciativa). Pero que lo haga cualquier otra mujer cuya actividad no tenga que ver con su cuerpo me parece señal de que la tetificación plena, esa atávica y asfixiante psicología machista, sigue contaminando el ambiente, gana adeptos y progresa.

Soy consciente, desde otro punto de vista, de que la posibilidad de operarse corrige una ruleta injusta de la naturaleza y muy al fondo trae cierta democracia, pero aun así las prefiero naturales, incluso si son esmirriadas o caídas, diminutas o elefantiásicas; cuando se bambolean como pepinos a punto de desprenderse de la mata o cuando se deslizan hacia los lados abriendo una desoladora planicie al centro; incluso cuando, después de la maternidad, se vacían formando estrías que dejan la superficie arrugada, igual que la piel de los ombligos y vientres de las que han estado embarazadas.

A partir de cierta edad, la apreciación de lo bello se va haciendo compleja e involucra más elementos inmateriales. Como en el arte del siglo XX, la belleza pura y formal, a secas, llega a ser poco pertinente. Basta que un elemento del conjunto sea bello para que la totalidad se vuelva amable, y es en esa tensión donde reside la belleza. No en el hecho de que cada parte, por separado, responda a un canon o a unas medidas. En la belleza de los cuerpos, el resultado final no siempre es igual a la suma de las partes.

En cuanto a los senos, la gracia de su forma depende de la volumetría de la fémina que los porta —“en número par”, agrega la RAE—, y no solo de eso, también de otras características de la propietaria como el tono de su voz, la personalidad, los gustos, la educación que recibió, entre otros. Hay formas de hablar que van muy bien con ciertos tipos de busto. Todo depende. Dudo que una mujer que no sea atractiva acabe siéndolo por tetificarse, pues habrá un elemento fuera de contexto que tardará en ser incorporado al conjunto.

Para algunos es una cuestión de gustos, pero yo creo que es sobre todo un asunto ideológico: no quiero una sociedad tetificada, que induzca a la mujer a creer que tiene más oportunidades o derechos por tener mejores tetas, ni en general por ser más bonita o deseable. He tenido que convivir a la fuerza con esa idea en varios países y es prueba no solo de falta de cultura y educación, sino sobre todo de mal gusto. Porque en los lugares que son así, la belleza no hace bellas a las mujeres. Al contrario: las convierte en monstruos insoportablemente vanidosos, autoritarios, caprichosos hasta el delirio. En megalómanas que se alteran si el universo no está a sus pies y, por eso, viven perpetuamente ofendidas, amargadas y descontentas, ya que creen merecer más, siempre mucho más de lo que reciben. En nuestros tristes trópicos tetificados, lo que más afea a una mujer es la propia belleza.

Y en el plano puramente visual o decorativo, no nos engañemos: las que se las inflan se ven más gordas y esto tiene que ver con la pérdida de la proporción, que hace que la cabeza parezca ligeramente hundida y más pequeña. Habrá cirujanos mejores y peores, pero el efecto reducidor de cabeza, como mirando entre dos cerros, permite reconocer a kilómetros a una mujer que acaba de salir del quirófano, como si tuviera un aviso sobre la frente que dijera: “Recién tetificada y con ganas de tragarme el mundo, ¡agárrense!”.

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