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Opinión

5 de Abril de 2013

Columna : Maltrato de obra

Como simples ciudadanos que somos, debemos padecer, gracias a la situación política imperante o a los signos de los tiempos, lo que el profesor Antonio Pedrals (1) de la Universidad de Valparaíso, denomina Circuitos Extrainstitucionales del Poder, CEDP, que son mecanismos ordinarios de control político que van desde el lobby hasta los más altos niveles […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Como simples ciudadanos que somos, debemos padecer, gracias a la situación política imperante o a los signos de los tiempos, lo que el profesor Antonio Pedrals (1) de la Universidad de Valparaíso, denomina Circuitos Extrainstitucionales del Poder, CEDP, que son mecanismos ordinarios de control político que van desde el lobby hasta los más altos niveles de criminalidad, políticamente determinada. En pequeñas localidades -como en las que uno vive- esto se experimenta como efecto laboratorio. Esta modalidad de control político ha sido un suelo cultivado por la Concertación y la derecha, ya sea con los conflictos de intereses o por las presiones institucionales, para no recordar la intimidad del retail y este gobierno o el Mop-Gate de la Concertación.

Como escritor suelo estar en situación de autoría, es decir, hay textos que llevan impreso el nombre de uno. Por esta razón, en San Antonio, -localidad que he rebautizado como Toñito Santo en un proyecto narrativo que pretendo desarrollar- se desplegaría esta noción de CEDP, como un paradigma autoritario y antidemocrático legado por la dictadura y que los profesionales de la política, como representantes de los poderes fácticos y grupos de interés, asumen con mucha naturalidad.

En este pueblo mítico, Cancino, un personaje novelesco al que el profesor Pedrals me recomendó sacarle partido en otras obras, participa, junto a unos cómplices de la Asamblea Ciudadana de Toñito Santo, en una lucha frontal contra representantes locales de ese circuito que hemos identificado con las siglas CEDP. Cancino sabe, y sus compañeros también, que la municipalidad es un caldo de cultivo para el funcionamiento de esas redes de poder e influencia. El personaje en cuestión participa activamente en política local, sobre todo en el ámbito de la cultura; es parte de la creación de una biblioteca popular, hace funcionar un taller literario que convierte, con unos colegas, en una máquina de producción político cultural, luego en una editorial pequeña y, además, promueve, con otros escritores de provincia, un movimiento anti razón metropolitana que llaman Pueblos Abandonados. De hecho escriben un manifiesto que lleva ese nombre.

Cancino, que también es autor de obras, sufre, sin ir más lejos, maltrato de obra y la (des) autorización como agente cultural válido para los aparatitos municipales e institucionales. Incluso hay
un ex editor que le debe dinero. Y gracias a que le toca viajar un par de veces, puede darse cuenta que en otras partes el ser escritor tiene un valor en sí mismo, y a pesar de los puntos de vista u orientaciones de éste, hay un lugar para él en su comunidad o en la institucionalidad correspondiente; pero aquí no pasa lo mismo, él se da cuenta que nuestros poderosos son rascas (igual que nuestra oligarquía), el único modelo que reconocen es el del escritor lameculista del poder, ya sea en la versión Edwards o Ampuero. Lamentablemente, sabe que la imagen del escritor que está fuera del circuito académico o editorial empresarial metropolitano es el de un outsider muy caricaturizado, y cae dentro de una clasificación amplia de lo marginal, que es patética por sus alcances tan delimitados por la lógica de la impotencia y la orfandad.

En el contexto provinciano en que se mueve, siempre junto a sus colegas del barrio, crea la imagen, también mítica, del escritor situado (y sitiado) que trabaja los signos de su territorio. De ahí surgiría la noción de escritor territorial, ese que es capaz de enfrentar al Estado de Chile y sus políticas criminales. Por eso los escritores territoriales, por ejemplo, pretenden fiscalizar u oponerse, como en Toñito Santo, al escamoteo (o robo) de infraestructura construida por el Estado, como los centros culturales, de esos que surgen del Programa Bicentenario, que la perra Concertación quiere llevarse para la casa; por eso hace un llamado a funar y boicotear dichos centros culturales, como el de San Antonio, que surge como un monstruito mal parido por una municipalidad corrupta, la que crea una corporación ilegítima para poner al servicio de un CEDP una infraestructura que es de todos los chilenos. Cualquier artista o gestor cultural que se meta ahí será considerado un traidor a la causa emancipadora, proclama dicho autor personaje, imbuido de una profunda voluntad gremial.

(1) Artículo Separación de Poderes y Circuito Extrainstitucional del Poder

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